¿POR QUÉ hablar de la vida y la figura de Cristo basándonos casi exclusivamente en el Evangelio de Marcos?
Pues, sobre todo, porque es el Evangelio más antiguo y el que da una visión más humana de Jesús. Además la tradición oral que conservamos sobre su autor lo hace discípulo de Pedro y muy probablemente testigo directo de algunos acontecimientos capitales en la vida de Cristo como, por ejemplo, gran parte de la Pasión.
Según dicha tradición, el autor de este Evangelio sería el Juan Marcos, hijo de María, la viuda que acoge en Hechos 12 a los primeros cristianos perseguidos. Marcos es primo de Bernabé (discípulo de Pablo y hombre de prestigio entre los Apóstoles) y ambos pertenecerían a una distinguida familia levita de origen chipriota; eso justificaría su conocimiento del griego, su formación helenística y su estrecha relación con Pablo (Hechos 12:12, 4:36; Col. 4:10; 2 Tim. 4:11; Filemón 24). La importancia de Marcos en aquella primitiva Iglesia queda reflejada en que Pedro lo llama "hijo" (1 Pe. 5:13). Viajó mucho con Pablo, seguramente por su conocimiento del idioma heleno, aunque luego tuvo graves disensiones con el apóstol viajero. Al final se reconciliaron.
La Iglesia Ortodoxa Copta afirma que su doctrina proviene de las enseñanzas de S. Marcos. Según una tradición, nuestro evangelista vendría a residir en Alejandría en época de Nerón en los años 50, y allí moriría asesinado en el 68 d.C. durante una revuelta judia contra los soldados romanos, pues Roma pretendía aplicar en esta urbe las mismas restricciones de culto que en Judea a causa de la guerra recién comenzada.
La Tradición cristiana insiste en que Marcos transcribió los recuerdos de Pedro y que añadió también algunos propios. Es, sin lugar a dudas, el evangelio más coherente de los cuatro; tampoco existen dudas de que Mateo y Lucas lo tuvieron a la vista a la hora de elaborar los suyos. El Evangelio de Juan contiene unas pocas narraciones aisladas que son ciertas pero, en general, es un evangelio confuso y desordenado, lleno de divagaciones gnósticas.
Así pues, todos los historiadores coinciden a la hora de señalar a Marcos como el Evangelio más antiguo de todos cuantos conocemos, ya sean canónicos o apócrifos.
Más complicado se pone datar la fecha de redacción. En el capítulo 13, Cristo habla de guerras y calamidades futuras que provocarán la destrucción del Templo.
Como ya sabemos, en el año 66 comenzó la Guerra Judía, que culminó con la destrucción del Templo en el año 70. Este hecho dio pie para que los historiadores fechasen los Evangelios a partir del año 70: era obvio que, a toro pasado, los evangelistas habían puesto en boca de Cristo unos acontecimientos que ya habían transcurrido..., y sin embargo había piezas que no encajaban.
Así, por ejemplo, los tres sinópticos -Mateo, Marcos y Lucas- recogen ese momento en que Jesús predice la destrucción del Templo de modo casi idéntico, lo que daba a entender que, o bien Mateo, Marcos y Lucas habían copiado sus textos de un evangelio primigenio, o bien que los dos evangelistas más modernos habían copiado al más antiguo que, en ningún caso, podía ser anterior al año setenta.
Pero Juan ignora estos hechos, lo que lo convertiría en el candidato perfecto para ser el evangelio más antiguo de los cuatro. Sin embargo, la tradición lo sitúa como el más tardío, en torno a los últimos años del s. I.
Un último detalle venía a complicar más, si cabe, todas estas elucubraciones: Cristo pormenoriza con todo lujo de detalles cómo será el proceso destructivo, y en ello no menciona en absoluto a las legiones romanas. La tremenda hecatombe será consecuencia de un cataclismo universal donde "se levantarán unas naciones contra otras, y unos reinos contra otros, y por todas partes habrá terremotos y hambres" (Marcos 13:8).
Lo que Cristo está anunciando, como buen Mesías que antecede al final de los tiempos, es el fin del Mundo; y el Templo, como símbolo de un mundo caducado al que le ha llegado su hora, es menester que desaparezca, demolido por la violencia y la barbarie. Por eso:
"Cuando hayan pasado los sufrimientos de aquellos días, el sol se obscurecerá y la Luna perderá su brillo; las estrellas caerán del cielo y las estructuras del Universo se tambalearán. Entonces se verá llegar al Hijo del hombre en las nubes con gran poder y gloria. Y Él enviará a los ángeles para que convoquen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo a otro de la Tierra y del Cielo" (Marcos 13:24-27)
Creo que tenemos datos suficientes para afirmar que Jesús no estaba hablando de la destrucción del Templo como consecuencia de la guerra con Roma, sino que se refería al fin de los tiempos, a su regreso triunfal; cuando ese día llegase, todas las cosas desaparecerían, y entre ellas el Templo de Jerusalén.
Por tanto, es necesario creer que al menos un Evangelio se escribió antes del año 70. Y más lógico es pensar que los tres sinópticos se elaboraron antes de la Guerra Judía. No así el Evangelio de Juan, que es posterior a tal fecha, y por eso no dice nada de la destrucción del Templo, pues él sí era conocedor de que la profecía nunca se cumplió; bien es verdad que el magnífico edificio acabó en ruinas, mas no por el advenimiento de una catástrofe universal, preámbulo a la llegada del Mesías, sino a causa de una guerra local, importantísima para los judíos pero, en el contexto internacional, un conflicto más de los que incensamente mantuvo Roma a lo largo de su historia.
Sacar a relucir el tema de la fallida profecía era poner en evidencia al pésimo vate que fue Jesús. En cambio para los sinópticos ya era demasiado tarde, se habían difundido antes de la Guerra, y ya no había remedio.
En los días previos a la Guerra, hubo grupos de judíos, básicamente esenios, que ocultaron sus escritos sacros en cántaros que, a su vez, fueron introducidos en los cientos de cuevas que rodean al Mar Muerto con el fin de preservarlos. El clima seco de la zona permitió que casi 2000 años después todavía se puedan leer muchos de esos manuscritos: son los textos de Qumrán.
En su mayor parte, los escritos pertenecen a las sectas de esenios que allí vivían, sin embargo en 1972, un serio investigador del Pontificio Instituto Bíblico, el jesuita español José O'Callaghan, afirmó haber encontrado un fragmento de papiro en Qumrán (el 7Q5) que transcribe un pasaje del Evangelio de San Marcos.
Tal párrafo corresponde a Marcos 6:52-53, y el texto sería como sigue (en negrita están las letras conservadas, y entre corchetes el posible texto que falta):
[SYNEKAN] E[PI TOIS ARTOIS] 20 letras
[ALL'EN AU]TON E [KARDIA PEPOR-] 22 letras
[OMEN]E. KAI TI[APERASANTES] 21 letras
[ELTHON EIS GE]NNES[ARET KAI] 21 letras
[PROSORMIS]THESA[N. KAI EXEL-] 21 letras
Cuya traducción sería:
(52)[pues no se habían dado cuenta] sobre [los panes, sino que el corazón] de ellos estaba embotado. (53)Y habiendo hecho la travesía, [llegaron a] Genesaret [y] desembarcaron.
EPI= sobre, AUTON= de ellos, E= estaba, PEPOROMENE= embotado, KAI= y, TIAPERASANTES= habiendo hecho la travesía (Aquí el escriba cometió un error, la primera letra no es "tau" sino "delta" [DIAPERASANTES] pero era habitual esta confusión debido a la homofonía de ambas letras, sobre todo al principio de palabra), GENNESARET= Genesaret, PROSORMISTHESAN= desembarcaron
En el manuscrito quedarían ordenadas de la siguiente forma:
ΣYNHKANEΠITOIΣAPTOIΣ
AΛΛENAYTωNHKAPΔIAΠEΠωP
ωMENH KAI TIAΠEPAΣANTEΣ
HΛΘONEIΣΓENNHΣAPETKAI
ΠPOΣωPMIΣΘHΣAN KAIEΞEΛ
En esta época las palabras se escribían en columnas, sin separación de letras ("scripto continua"), y se procuraba que el margen izquierdo quedase siempre justificado, aunque tales objetivos no se lograban del todo; ello es achacable a la escritura manual pues, según el tamaño de cada letra, variaba ligeramente el número de letras por línea (esticometría). Otro dato curioso es que el texto va en mayúsculas, salvo las "omegas", que son minúsculas.
Por otra parte un programa informático demostró que esas 20 letras legibles del papiro 7Q5 sólo pueden corresponder a Marcos 6:52-53.
Es obvio que, si los manuscritos de Qumrán se escondieron antes o al poco de comenzar la Guerra para evitar que fuesen destruidos por los romanos, y una copia del Evangelio de Marcos se encontraba entre dichos manuscritos, hay que fijar la redacción del original en fecha anterior al año 68; probablemente en torno al año 50.
Además, todos los restos hallados en la cueva en que apareció este fragmento pertenecen a papiros, y escritos por una sola cara, lo cual acredita que se trata de rollos y no de códices (es decir, lo equivalente a nuestros actuales libros). El paso de rollo a códice (con el fin de ahorrar papiro) se hizo hacia el año 80 de nuestra era (aunque Julio César hacia el año 60 a.C. ya escribió su Guerra de las Galias en pequeños códices en forma de cuadernillo).
Todos estos datos nos reafirman en nuestra convicción del valor histórico del Evangelio de Marcos, y por eso lo tomamos como base para hacer un análisis de la figura de Cristo.
De todos modos, los problemas de traducción del Nuevo Testamento son enormes, en particular el de las frases que dijo Cristo. Suponiendo la historicidad de los dichos de Jesús, hemos de tener presente que fueron escritos muchos años después de su muerte, traducidos a un griego judaizado y particular que intentaba imitar al de la Biblia de los Setenta, posteriormente se copia varias veces y, por último, se reinterpreta en los idiomas actuales, a 2000 años del discurso real.
Como ejemplo diremos que la expresión aramea "carpintero" o "artesano" (naggar) equivale también a "sabio" o "erudito", lo cual podría dar lugar a la interpretación de "Jesús, el sabio" o "Jesús el artesano" (lo mismo para "hijo de carpintero"). Esto ocurre en infinidad de expresiones, pues el idioma arameo se presta a juegos de palabras e interpretaciones diversas, eufemísticas y/o poéticas. Pero volviendo a la palabra "naggar", en el Evangelio fue traducida al griego como "tektön", que de nuevo significa tanto carpintero como constructor de barcos, cantero, herrero, artesano o maestro cualificado. Por eso es totalmente absurdo buscar interpretaciones rígidas o literales en el N.T.
Y antes de seguir diremos que, en realidad, las más antiguas fuentes cristianas serían las epístolas de Pablo; pero tienen 2 problemas fundamentales: apenas mencionan algún dato histórico sobre Jesús, y es altamente dudoso que el autor sea Pablo. Con seguridad hemos de descartar "2 Tesalonicenses", "1 Corintios" y "Tito". Casi todos los estudiosos coinciden en que "Romanos y Corintios" son las cartas más antiguas. También muchos opinan que la conversión de Pablo tuvo lugar hacia el 32-33, cosa que a mí se me hace imposible de aceptar, por muchas razones, pero sobre todo porque, si es cierto que anduvo una larga temporada persiguiendo cristianos, tal como afirma él mismo, es evidente que aún tardó unos años en "caerse del caballo", camino de Damasco.
Además, en ningún escrito de Pablo encontramos hechos históricos confiables sobre la vida de Jesús, aparte de un vago "fue el primogénito entre muchos hermanos" (Romanos 8:29), la afirmación de que fue crucificado, el relato de la Ultima Cena en la noche del arresto (I Corintios 11:23-26), y el dato obligado de que era de estirpe de David. O sea, nada. Así pues seguimos dando al Evangelio de Marcos la preeminencia histórica sobre cualquier otro documento cristiano.
Antes de nada diremos que Marcos omite cualquier referencia a la infancia o nacimiento de Jesús, seguramente porque su origen fue bastante vulgar, y no precisaba mayor detenimiento. Está claro que Cristo nació en Galilea; todo lo referente a la Anunciación, concepción virginal de María, nacimiento en Belén, adoración de Reyes o pastores, matanza de inocentes, huida a Egipto, etc, son meras fábulas que sólo Mateo y Lucas interpolan en sus respectivos Evangelios.
El Evangelio de Marcos comienza así:
«Principio de la buena noticia de Jesucristo [el Hijo de Dios]»
Esta última frase,"el Hijo de Dios", se omite en varios manuscritos, algunos de gran valor. Esto, en sí, no quiere decir nada, pero podría ser premonitorio de la poca disposición que tenía el evangelista primitivo a divinizar la figura de Jesús.
A continuación se cita un párrafo perteneciente, según el autor, a Isaías:
«Yo envío mi mensajero delante de ti
para que te prepare el camino.
Se oye una voz:
Alguien grita en el desierto:
"¡Preparad el camino del Señor:
abrid sendas rectas para él"».
Y prosigue presentando al Bautista como ese precursor anunciado por el profeta.
En realidad, de toda esa parrafada sólo las dos últimas frases son de Isaías (cáp. 40, vers. 3). El resto no sabemos de dónde ha salido.
Pero hay que decir que, en ese capítulo de Isaías y en los siguientes, de quien en realidad se habla es del propio Mesías, no del Bautista o de precursor alguno de Aquél.
En el Libro de Isaías vemos que son varios los capítulos donde el profeta nos cuenta que el poder de Yahveh es infinito, y también que su misericordia no va a la zaga. Y por eso, del mismo modo que por su iniquidad Israel fue llevado al destierro babilónico, ahora el Señor se ha apiadado de su Pueblo Elegido y les envía un precursor a través del cual se manifestará el poder y la gloria de Yahveh; y ese precursor no es otro que el Mesías. Un Mesías -ungido de Dios- que liberará a los judíos de la opresión babilónica y los llevará, de nuevo, a Tierra Santa. ¿Y quién es ese Mesías, ese favorito de Yahveh?
Dejemos que sea el propio Isaías quien nos desvele el misterio:
«Esto dice el Señor, Redentor tuyo, que te formó en el seno de la madre: "Yo soy Yahveh, hacedor de todas las cosas que, por mí solo, extiendo los cielos y fundo la tierra sin ayuda de nadie [...] Yo el que digo al abismo: Sécate; Yo dejaré áridos tus ríos: Yo el que digo a Ciro: tú serás mi pastor: tú has de cumplir todos mis designios; al decir de Jerusalén: Tú serás reedificada de nuevo, y al Templo: Tú serás fundado de nuevo".
Esto dice Yahveh a su ungido Ciro, a quien he tomado la mano para sujetar a su persona las naciones y hacer volver las espadas a los reyes, y para abrir delante de él las puertas, sin que ninguna pueda resistirse». (Isaías 44:24-28, 45:1)
Y luego prosigue vaticinando la ruina de Babilonia. Así pues, para este profeta, el Mesías no es otro que ¡el gran Ciro II, el fundador de la dinastía aqueménida y el artífice del imperio Persa!; quien en el año 539 a.C. conquistó Babilonia y autorizó el regreso a Palestina de los judíos -que pasaron a formar parte del Imperio-, también ayudó a restaurar el Templo (se acabó en el 515) y dio protección y gran autonomía al nuevo reino.
El bueno de Isaías tenía razones para estar agradecido a Ciro, hasta el punto de nombrarlo "mesías", "ungido" y "elegido de Yahveh".
Pero, claro está, todo esto nada tiene que ver con la figura de Jesús ni del Bautista; y ésta es la primera cita veterotestamentaria sacada fuera de contexto dentro del mensaje evangélico. Ya iremos descubriendo otras.
Volviendo al Evangelio de Marcos diremos que, a diferencia de Jesús, el Bautista sí es un personaje histórico, citado por Flavio Josefo en sus famosas "Antigüedades Judías", y con gran peso e importancia en la región. Es casi seguro que Cristo estuvo con él, aunque, obviamente, luego lo abandonó. Los autores evangélicos manipularon la historia.
«Después de mí -dice Juan el Bautista- viene uno que es más poderoso que yo. Yo ni siquiera soy digno de agacharme para desatar las correas de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». (Marcos 1:7-8).
Y es muy probable que lo dijera, pero no de Jesús; entre otras razones porque Juan siguió predicando como si tal cosa y en ningún momento se le pasó por la imaginación ser discípulo de Cristo.
Bien es verdad que los evangelistas se vuelcan en demostrar la superioridad espiritual de Cristo; desde Mateo, donde el Bautista se resiste a bautizar a Jesús: "-Soy yo quien necesita ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a que yo te bautice?" (Mat. 3:14), hasta Juan, donde el Bautista no cesa de hacer panegíricos sobre la personalidad mesiánica de Jesús, o Lucas, que no tiene reparo en hacerlos parientes.
Sin embargo Marcos da una versión menos apasionada:
«Por aquel tiempo llegó Jesús procedente de Nazaret, de la región de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. Cuando salía del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma. Y una voz que salía del cielo decía: -Tú eres mi Hijo amado: en ti me complazco». (Marcos 1:9-11)
Fijémonos que el evangelista no menciona a Juan sino para aclarar que bautizó a Jesús. Todo el proceso alucinatorio de la paloma, el cielo de par en par y la voz cavernosa de Yahveh, sólo son percibidos por Cristo.
En Marcos, la relación entre Jesús y Juan es rápida y escueta, igual que la etapa en el desierto.
«Después, el Espíritu impulsó a Jesús a ir al desierto, donde Satanás lo puso a prueba durante cuarenta días. Vivía entre animales salvajes y era atendido por los ángeles». (Marcos 1:12-13)
Todas las biografías de los maestros espirituales recogen un periodo de retiro, preferentemente en el desierto.
Los orígenes del cristianismo tienen un claro precedente búdico, y los primeros discípulos de Jesús no pudieron resistirse a relatar un hecho similar a las tentaciones que sufre Buda bajo el sicómoro por parte de Mara, el maligno (luego pasarían por igual trance S. Antonio y otros muchos ermitaños).
Como vemos, Marcos recoge esta tradición, pero sin mucho entusiasmo, limitándose a reseñarlo en unas breves líneas de compromiso.
En el siguiente versículo leemos:
«Después que Juan fue encarcelado, Jesús se dirigió a Galilea, a predicar la buena noticia del Reino de Dios»
En esto coincide con Mateo y Lucas donde, tras el apresamiento del Bautista, Jesús se lanza a predicar. El dato debe de ser real; una vez que el Bautista es detenido, se crea un vacío de poder entre sus discípulos, y Jesús aprovecha para iniciar su propia andadura profética.
En Galilea, su región de origen, recluta a los primeros discípulos: Simón, Andrés y los hijos de Zebedeo -Santiago y Juan-. El relato que de este episodio nos da Marcos es idéntico, prácticamente palabra a palabra del que nos da Mateo. Lucas lo adorna con la pesca milagrosa que los convencerá de que Él es el enviado de Dios (Marcos 1:16-20; Mateo 4:18-22; Lucas 5:1-11). El evangelista Juan da otra versión, el primer discípulo será Andrés, que deja al Bautista para seguir a Jesús. Andrés le presenta a su hermano Simón, y Cristo le cambia el nombre: "Tú eres Simón, hijo de Juan, en adelante te llamarás Cefas (es decir, Pedro)" (Juan 1:42). Al día siguiente recluta a Felipe y Natanael, pero son tantos los datos que aporta Juan que resulta sospechoso el relato. Muchos estudiosos defienden la veracidad del evangelio Johanino precisamente por eso, mas yo creo que un evangelio tan marcadamente gnóstico es fruto de una redacción tardía y, aunque el autor lo dictase a un joven escribano, es imposible que recordase los hechos acaecidos con tal perfección, máxime habiendo tantas situaciones en las que él no siempre estuvo.
Antes de continuar, hablemos de Galilea, la patria chica de Jesús y el principal escenario de sus andanzas. Galilea se hallaba en el extremo norte, lindando con Fenicia y Siria. Era una región montañosa y abrupta, encrucijada de caravanas y nudo de comunicaciones. Nunca tuvo una cultura hebrea, ni tan siquiera propia. Era más bien una tierra de nadie, en la que sus habitantes, a lo largo de los siglos, habían aprendido a sobrevivir a las constantes oleadas de ejércitos y naciones que los sometían.
Galilea era tierra de gentiles. Había pertenecido a Asiria, Babilonia y Persia, respectivamente. Luego, tras las conquistas de Alejandro, fue parcialmente helenizada. Los galileos no sentían en modo alguno el orgullo de ser el pueblo elegido como los judíos. Tengamos en cuenta que Galilea es conquistada en el año 100 a.C. por Juan Hircano, rey de Judea. En el 63 a.C. entra en acción Pompeyo para arbitrar una pequeña disputa al trono asmoneo, terminando con la anexión a Roma de toda Palestina que fue convertida en provincia romana.
Galilea contaba también con fértiles valles y un agradable microclima que la convertía en una tierra feraz que proveía de alimentos a toda Palestina. Era el lugar ideal para que las caravanas descansasen en su ir y venir y se abasteciesen para reemprender el camino. Poseía una floreciente industria de salazones de pescado centrada en el lago de Genesaret.
Era pues Galilea un curioso compendio de nación resguardada y abierta a todas las culturas, dura y abrupta a la par que fértil y productiva. La cultura judía era mínima. En la zona meridional se hablaba griego, aunque el idioma popular era el arameo. También conocían el hebreo, pero esa era la lengua culta y litúrgica, y tan apenas la empleaban.
Los galileos tenían la ventaja de no soportar directamente la humillación romana, pues estaban gobernados por un tetrarca (eso sí, títere de Roma); el resentimiento se trasladaba hacia Judea por haberlos anexionado a la fuerza.
Existía, por tanto, un fuerte sentimiento nacionalista, y de Galilea surgieron multitud de caudillos rebeldes. Flavio Josefo nos menciona a Ezequías, ejecutado hacia el 47 a.C., a su hijo Judas, que llevó a cabo sus correrías durante la infancia de Jesús, y que fue cofundador, junto con un tal Sadok, de la secta de los Zelotes; hacia esa fecha también fueron ejecutados los hijos de Judas, Jacob y Simón.
Por ello, "galileo" era sinónimo de revolucionario, además de chusma maldita y sin ley. No se preocupaban apenas por los rituales de purificación y desconocían la ortodoxia ritual. Tampoco eran muy religiosos (o por lo menos a la manera farisea), pero sí muy fanáticos. Eran también los patanes ignorantes, objeto de chistes y chascarrillos. El tipo de dialecto hablado en Galilea se conoce como V-Arameo; este dialecto ignoraba las "haches", así es famoso el chiste del Talmud en que un galileo va al mercado de Jerusalén para comprar "amar". Los mercaderes le respondieron:
-"Galileo estúpido ¿quieres algo en qué montar (hamâr = burro)? ¿O algo para beber (hamar = vino)? ¿O algo para vestirte ('amar = lana)? ¿O algo para un sacrificio (immar = cordero)?" (Erubin, b, 53, b). Si nos damos cuenta, Cristo proclama su mensaje sólo en las pequeñas aldeas de Galilea, jamás visita las populosas ciudades de Palestina; tan sólo acudirá a Jerusalén para encontrar (¿buscar?) la muerte.
En Galilea surgían profetas como setas, los cuales exorcizaban, sanaban, arrastraban masas y... pasaron a la historia; no como el pobre Jesús. Es muy famoso Honi (Onías), que parece ser era galileo, realizó prodigios en la década 60 - 50 a.C., provocaba lluvia y muchos otros fenómenos cuando invocaba a Yahveh. Fue asesinado a pedradas, pero sus nietos siguieron con la tradición familiar de provocar lluvia. Una afirmación anónima del Midrash Rabbah dice: «No ha existido hombre alguno comparable a Elías y a Honi, el "Trazador de círculos", en mover a los hombres a servir a Dios».
Otro personaje, que además presenta notables similitudes con Jesús, es Hanina ben Dosa. Vivió en Arab, ciudad galilea del distrito de Séforis y fue coetáneo de Cristo. Hombre de gran devoción y amor a Dios, cuentan que en una ocasión, mientras rezaba, le picó una serpiente; ésta murió al poco, en tanto que el santo Hanina no recibió daño alguno (este mismo suceso también se cuenta de Pitágoras). En Marcos 16:18 y en Lucas 10:19 Jesús dice que quienes crean en Él podrán coger y pisar serpientes sin sufrir daño. Igual que Cristo, Hanina no era del agrado de los fariseos, y llevaba una vida de pobreza, repartiendo sus escasos bienes.
Flavio Josefo nos cuenta la breve historia de un judío llamado Jesús (Yoshua, nombre corrientísimo en aquella época) "un simple rústico", que anduvo por Jerusalén durante la fiesta de los Tabernáculos del año 62 gritando "desde el este, desde el oeste, a los cuatro vientos, contra Jerusalén y el Santuario, contra todo el pueblo". Ciudadanos destacados se apoderaron de él y lo azotaron. Como siguiera con sus prédicas fue entregado al gobernador romano, éste lo dejó libre y el hombre continuó con sus lamentos otros 7 años, en que ya llegó la terrible Guerra Judía. Ignoramos su final.
Podemos clasificar ya a Jesús, a Hanina, a Honi, a Juan el Bautista (todos ellos galileos), como hasidim, o sea como "hombres puros", también se los llamaba nazarenos o nazoraios, que significaba "consagrados a Dios"; de ahí que se piense que a Jesucristo lo denominaban "nazareno" por esta condición de hombre de Dios, no porque hubiese nacido en Nazaret, aldea, por otra parte, de la que no se tiene ninguna referencia histórica. Los hasidim mostraban una falta total de interés en los asuntos legales y rituales, y a la vez una concentración exclusiva en cuestiones morales. Podríamos afirmar que el movimiento Hasidim surge en Galilea, aunque tenía poco de original, pues esta clase de personajes pululaba por todo Israel desde tiempos inmemoriales, y a tal casta pertenecían los profetas del Antiguo Testamento o algunos Jueces como Sansón. Además practicaban la castidad y se dejaban el pelo largo (como Sansón). Es probable que José, el padre putativo de Jesús, fuese también un hasidim. Al respecto corre una leyenda que afirma que Jesús era fruto de una violación (más adelante nos extenderemos sobre este particular); José, hombre bueno y casto desposaría a la joven María para evitarle vergüenza y sufrimientos, pero no tendría relaciones con ella jamás, lo que explicaría que Cristo no tuviese hermanos (aunque los Evangelios dejan bien claro que sí los tuvo). Mas no debemos dar excesivo crédito a nada, ni a la historia de la violación ni a la ausencia de hermanos ni a la castidad de José.
Sigamos con las aventuras de Cristo en el Evangelio de S. Marcos. Cristo entra en Cafarnaún y se pone a predicar en la sinagoga; estaba allí un hombre poseído por un espíritu impuro que le increpa: «¡Jesús de Nazaret, déjanos en paz! ¿Has venido a destruirnos? ¡Te conozco bien: tú eres el Santo de Dios!» (Marcos 1:24).
El evangelista evita, no ya identificar a Jesús con Dios, sino incluso decir que sea su hijo, por eso en esta ocasión se lo denomina Santo de Dios, título solemne e impresionante, al nivel jerárquico de Elías o Moisés, pero nada sospechoso de blasfemia. Marcos quiere dejar claro en su evangelio -el más antiguo y de mayor autoridad- que Cristo NO es un ser divino.
Y, tras la recluta de discípulos, Cristo se embarca en un espectacular despliegue de milagros y otros efectos especiales; mayoritariamente expulsiones de diablos, o sea, exorcismos. Su primer milagro será quitarle la fiebre a la suegra de Pedro (que no deja de ser otro exorcismo, a saber: eliminar los espíritus malignos de la cabeza). Pero su gran esfuerzo milagrero consistirá en limpiar la región de poseídos, que por el relato evangélico debían de ser una plaga:
«Al anochecer, cuando ya el sol se había puesto, le llevaron todos los enfermos y poseídos por demonios. Todo el pueblo se apiñaba a la puerta, y Jesús curó a muchos que padecían diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. A estos demonios no les permitía que hablaran de él, porque ya lo conocían» (Marcos 1:32-34).
«Así recorrió toda la Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas y expulsando demonios» (Marcos 1:39)
Digamos como anécdota que, según el evangelio de Juan, el primer milagro fue la conversión de agua en vino en las bodas de Caná; ¡sin lugar a dudas un milagro de fundamento! (y no la tontería de sanar endemoniados)
También curará a un leproso y a un paralítico, y reclutará como nuevo apóstol a un tal Leví, recaudador de impuestos, que, en el evangelio de Mateo se llama así: Mateo; lo que dio origen a la fábula de que dicho evangelio fue escrito por este publicano, agente del Gobierno. Pero bueno, tanto Marcos como Lucas lo llaman Leví. En cualquier caso la relación con este hombre sirve para que los fariseos murmuren, pues los recaudadores de impuestos no estaban bien vistos entre la población judía (ni entre niguna de los sometidos a Roma). Este enfrentamiento entre Jesús y los poderes establecidos del país irá en aumento a partir de entonces.
Un día festivo, sus discípulos arrancaban espigas y se las comían, pues tenían hambre. Los fariseos recriminaron a Jesús que estaban quebrantando las leyes del sabbat. «Y Jesús añadió: -Dios hizo el día festivo por causa del hombre, y no al hombre por causa del día festivo. ¡El Hijo del Hombre es Señor también del día festivo!» (Marcos 2:27-28).
Ya se va subiendo la graduación de Joshua; en el capítulo anterior era el Santo de Dios. Ahora es el Hijo del Hombre.
NOTA.- El Hijo del Hombre es, en el Libro de Enoch, una personalidad individual, superior a los ángeles, anterior a la creación del Mundo, partícipe de la Sabiduría divina. Al final del tiempo presente bajará del Cielo y reinará sobre la Tierra.
Prosigue con su labor taumatúrgica pero, sobre todo, con su tarea de sanar endemoniados:
«Y hasta los espíritus impuros, al verle, se arrojaban de rodillas a sus pies, gritando: -¡Tú eres el Hijo de Dios!» (Marcos 3:11).
Los demonios, que lo conocen bien, dicen quién es Él: nada menos que el Hijo de Dios. Pero ¿qué quiere decir este título?
Hijo de Dios es lo mismo que Hijo del Hombre o que Mesías. Es, el enviado de Dios, una reencarnación del espíritu de Yahveh, esto es, un ángel.
Si estudiamos la mitología hebraica comprobaremos que la monoteidad de Yahveh implicaba muchos problemas que fueron resueltos con una especie de panteísmo bastante confuso.
Fijémonos en que, al establecer el relato del Génesis, nunca se menciona cómo fue la creación angélica. La serpiente no es el demonio, ni el ángel caído, sino, simplemente, un animal que encarna la astucia, la maldad. Es un cuento fabuloso que entronca con la tradición babilónica donde la serpiente-dragón es el dios marino Tiamat, principio femenino asociado a la sabiduría y que es además el guardián de los arcanos, del conocimiento esotérico.
En la mitología griega, siempre hay un jardín de manzanas custodiadas por un monstruo con forma de serpiente. Al matarlo, el héroe solar, adquiere el conocimiento y triunfa en su misión. Pero el relato del Génesis también recibe la influencia mazdeísta y, al Dios creador, luminoso, ordenador, se opone el principio del mal, que contiene todos los atributos contrarios.
Todos los documentos sagrados anteriores a la Biblia escritos en hebreo se han perdido o han sido suprimidos deliberadamente, como por ejemplo el Libro de las guerras de Yahveh o el Libro de Yashar. Pero hay mucho más.
Ello obedece a una causa: la defensa del monoteísmo. El pueblo israelita, en sus orígenes, profesaba una religión matriarcal, con muchos puntos de contacto con las restantes religiones de la zona. Destaca la Reina del Cielo, citada frecuentemente en el A.T. (Jeremías 7:18; 44:17-25) y que era una gran diosa madre.
Posteriormente van surgiendo dioses masculinos, guerreros y pastoriles, que van cobrando, como es de suponer, cada vez más auge. Estos dioses patriarcales son asimilaciones de sus vecinos indoeuropeos: hititas (El), filisteos (Dagón), moabitas (Chemosh), amonitas (Milcom), fenicios (Baal), Ugaritas (Beeb-Zebub) y un larguísimo etcétera.
Sería en época del faraón Ajnatón cuando los hebreos, cuya estancia en Egipto, aunque indiscutible, no está del todo clara, adoptan el monoteísmo. Al respecto es significativa la obra de Ahmed Osmán: Moisés, faraón de Egipto, donde el autor mantiene que Moisés y Ajnatón eran la misma persona.
Sea como fuere, los israelitas adoptan este nuevo y revolucionario modelo religioso, que les dará, sobre todo, unidad política y servirá para diferenciarlos radicalmente de todos los pueblos de alrededor.
Pero a un pueblo no se lo monoteíza de la noche a la mañana. Fue un proceso lento y cruel, en el que los poderes políticos y religiosos hubieron de ir extirpando toda la rica tradición politeísta, plagada de mitos mediterráneos, babilónicos y egipcios.
Sin embargo, el Génesis contiene todavía vestigios de relatos acerca de dioses y diosas antiguos, disfrazados de hombres, mujeres, ángeles, gigantes, monstruos y demonios.
Eva está relacionada con Heba, esposa hitita del dios de la tormenta, que cabalgó desnuda sobre el lomo de un león y, entre los griegos, se convirtió en la diosa Hebe, hija de Hera y Zeus, personifica la juventud y sirve a los dioses el néctar y ambrosía que los mantienen siempre jóvenes (recordemos que Adán y Eva son expulsados del Paraíso para que no pudiesen comer del árbol de la eterna juventud (Génesis 3:22)). Lilit, antecesora de Eva, era una diosa de la fertilidad.
El ángel Samael es Satán, y era dios patrono de Samal, un pequeño reino hitita-arameo situado al Este de Harrán.
Rahab fue un dios marino que desafió a Yahveh como hiciera Poseidón con Zeus, sólo que el final de Rahab fue mucho más trágico: Yahveh lo aniquiló con una espada (Isaías 51:9).
Los siete brazos de la "Menorah" representan los siete dioses planetarios.
Se hizo evidente que si Judea -un pequeño estado parachoques entre Egipto y Asiria- había de mantener su independencia política era menester inculcar al pueblo una disciplina religiosa más severa y adiestrarlo en el manejo de las armas. Hasta entonces la mayoría de los israelitas habían adoptado el cómodo culto cananeo en el que las diosas desempeñaban el papel principal, con reyes consortes; y esto, aunque estaba muy bien para tiempos de paz, no servía como ideología que sustentase una situación bélica.
Existía una minoría israelita (pequeña pero fuerte) dirigida por el gremio de los profetas que alardeaban de vestirse como pastores o vaqueros en honor de su dios pastoril, y, como ya hemos visto, de aquí surgieron los movimientos de los nazoraios o los hassidim. Estos profetas veían que la única esperanza que tenía Israel de conservar su independencia nacional consistía en un monoteísmo autoritario, y declamaban incesantemente contra la adoración de las diosas de los bosquecillos sagrados. La subsiguiente transmisión de la corona davídica hizo que todos los desterrados de Babilonia adoptaran el monoteísmo. Cuando Zorobabel reconstruyó el Templo de Yahveh, éste ya no tenía competidores. Los Baal, Astarté, Anat y resto del panteón cananeo, habían muerto para los judíos que volvían del cautiverio. Numerosos ritos cananeos hubieron de adaptarse a la liturgia judaica.
Si bien la concepción revolucionaria de un Dios eterno, absoluto, omnipotente y único fue propuesta por primera vez por el faraón Ajnatón y adoptada por los hebreos, a los que parece haber protegido o Él mismo fue reinventado por ellos, sin embargo el nombre de Elohim (habitualmente traducido por "Dios" o "Señor") que se encuentra en Génesis I, es la variante hebrea del antiguo nombre semítico de un dios-toro que tenía otras muchas denominaciones: Ilu para asirios y babilonios, El para hititas y ugaritas, Il o Ilum para los árabes del Sur (pensemos en el nombre de "Alah").
La serpiente de bronce fue construida por orden de Yahveh (Números XXI: 8-9) y venerada en el santuario del Templo hasta que Ezequías la destruyó (2Reyes XVIII: 4) por considerarla un ídolo pagano. Yahveh fue identificado con una serpiente, de ahí la teoría gnóstica de la fusión-confusión entre Yahveh y el Maligno.
Como ya hemos dicho, todos los paraísos del deleite están guardados por una serpiente-dragón y gobernados por diosas. Cuando se pasó del matriarcado al patriarcado, fueron usurpados por los dioses varones. Así, en el Jardín de las Hespérides, las manzanas de oro (el oro es el conocimiento, la sabiduría) eran guardadas por el dragón-serpiente Ladón (homófono a "L-Adán" a "L-Adón-ai" y a "l-Atón"; y "Latona" era la diosa romana madre de Apolo -dios solar- y Diana -diosa lunar, superpuesta a Selene). Este huerto paradisíaco perteneció a Hera, y Heracles (Hera-cles) lo mancilló, con el beneplácito de su padre Zeus. Los frutos de la sabiduría pueden ser bayas alucinógenas y suelen describirse, en clave, como manzanas.
A pesar de que, en casi todos los mitos que hablan del paraíso, el hombre prefiere morir a separarse de su compañera, establecer la culpabilidad de la mujer en todo este proceso de degradación autoriza al hombre a someter y dominar a la mujer por ser la causante de sus males; lo cual no es sino un complejo de inferioridad ante la mujer, que guarda el secreto de la vida -pues es capaz de engendrar- y de la sabiduría, pues educa a los hijos y puede dedicarse a actividades no guerreras que, a fin de cuentas, son las que desarrollan el intelecto. Entre los chimpancés, son las hembras mucho más inteligentes que los machos y, mucho me temo, que ocurre lo mismo en la especie humana.
Volviendo al Génesis, y a su relación con los atributos de Cristo en el Evangelio de Marcos, hablaremos de dos pasajes inquietantes; uno cuando, tras el pecado de Adán y Eva, Dios decide expulsarlos:
«Ved ahí a Adán que se ha hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; ahora, pues, echémosle de aquí, no sea que alargue su mano y tome también del fruto del árbol de la Vida, y coma de él y viva para siempre» (Génesis 3:22)
El otro es cuando a la puerta del Edén perdido coloca a un ángel con espada de fuego para impedirles el regreso.
En ningún momento se nos ha explicado el origen de estos seres. En este último caso el ángel en cuestión es un querubín, deidad extraída de la mitología mesopotámica y cuyo aspecto es el de la esfinge: cuerpo de toro, alas de águila, garras de león y rostro humano (los cuatro atributos de los evangelistas).
Los ángeles son, en la mitología hebrea, extensiones o emanaciones del propio Yahveh, más que seres creados por Él. Cada vez que Dios quiere manifestarse a los hombres, lo hace a través de algún ángel. De ahí que, cuando llega el destierro a Babilonia, Yahveh promete enviar un salvador que, trufado de connotaciones escatológicas, devolverá al pueblo judío el esplendor perdido, corregido y aumentado.
Este salvador o ungido de Dios, fue mitificándose cada vez más y se le fueron añadiendo, in crescendo, atributos de perfección, hasta terminar sublimándose en un ser mitológico, semidivino, que participa de la gracia de Dios y que viene a ser una emanación del propio Yahveh, esto es, un ángel.
Y en este punto se quedaron los evangelistas, más en concreto los sinópticos, donde Cristo es muchas cosas: Mesías, Santo de Dios, Hijo del Altísimo, Hijo del Hombre, enviado de Dios..., en esa difuminada abstracción que daba la tradición judaica al referirse a los profetas; pues estos también eran elegidos y enviados de Yahveh para una santa misión y por lo tanto participaban en alguna medida de la propia divinidad del Señor, pues eran instrumentos suyos. Si esto era así para los profetas corrientes y molientes ¡cuánto más divino no sería el propio Mesías, el preferido de Dios, el nuevo Adán! (Recordemos que, en la Cábala, Adán es un ser divino).
En cualquier caso, lo que los evangelistas, apóstoles y discípulos en general, tenían muy claro es que, Jesús, podría ser una criatura excelsa sobremanera, pero que de ningún modo era Dios. El monoteísmo judío, en ese sentido, era inamovible y tenía las ideas perfectamente claras. Habrá de llegar Saulo y su neoplatonismo esotérico y prolijo para trastocarlo todo y hacer al bueno de Joshua una encarnación del mismísimo Yahveh. Pero al fin y a la postre fue Pablo, ese pequeño neurótico o ese gran santo revolucionario, quien ganó la partida.
Pero todo esto nada tiene que ver con el evangelio de Marcos. Así pues, si los espíritus impuros se arrojaban arrodillados a los pies de Jesús, es porque era el Hijo de Dios, como ellos mismos voceaban aterrados, no porque fuera Dios.
La obsesión demoníaca sigue, y cuando Cristo elige a los 12 apóstoles «les dio poder para expulsar demonios» (Marcos 3:15).
Aunque «ciertos maestros de la Ley, llegados de Jerusalén, decían que Jesús estaba poseído por Belcebú, el propio jefe de los demonios, y que por eso tenía poder para expulsarlos» (Marcos 3:22), acusación ridícula que Jesús desmiente con facilidad.
Digamos de paso que no fue Jesús el único taumaturgo de la época, hubo muchos otros, no cristianos que también hacían maravillas en el terreno de la magia. El más famoso fue Apolonio de Tiana, contemporáneo de Pablo, cuya vida escribió Filóstrato por encargo de la emperatriz Julia Domna. Al igual que Cristo, hacía milagros, era profeta, taumaturgo, exorcista y resucitaba a los muertos. Siguió la filosofía neopitagórica y también asimiló la filosofía de los gimnosofistas y de los brahmanes de la India (curioso este dato que confirma la expansión de las doctrinas hindúes en Occidente durante la época romana). Predicaba la castidad. Fue perseguido por Domiciano pero desapareció misteriosamente, para aparecer posteriormente en un templo de Puteoli (Campania) y subió a los cielos.
Otro taumaturgo muy famoso (embaucador según Luciano de Samosata) fue Alejandro Abonuticos que fundó un oráculo al dios-serpiente Glicón. Los oráculos costaban un dracma y dos óbolos.
También eran famosas las imágenes paganas que curaban a la gente.
El filósofo antiguo más parecido a Cristo, fue un estoico: el esclavo frigio Epícteto (50 - 130) defensor de la libertad y la moral estoica.
Volvamos a nuestro protagonista. Hay un pasaje que considero plenamente histórico y que refleja a la perfección el estado visionario y de alienación mental que sufren los profetas que se creen elegidos para transmitir la Verdad (así, con mayúsculas):
«Entre tanto, llegaron la madre y los hermanos de Jesús; pero se quedaron fuera y enviaron a llamarlo. Algunos que estaban sentados alrededor de Jesús le pasaron aviso: -"Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y te buscan". Jesús les contestó: -"¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?" Y mirando a los que lo rodeaban, añadió: -"Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre"». (Marcos 3:31-34)
Buda abandonó a su mujer e hijos por predicar su mensaje de salvación al mundo. Cristo a su madre y hermanos.
NOTA.- La Iglesia ha mantenido que la palabra griega "adelfos" debe traducirse como "primo"; puesto que al ser María, la Madre de Jesús, siempre virgen, no tendría sentido traducirla como "hermano". Sin embargo, los griegos tenían la expresión "anepsios", que significa "primo". Además, los Evangelios sólo defienden la concepción virginal de Cristo, luego admiten que María tuvo relaciones con su esposo. Así, podemos leer en Mateo 1:25, "kai ouk eginösken eös ou eteken uion, kai ekalesen to onoma autou Iësoun" ("y no tuvo relaciones hasta -eös- que ella parió un hijo, y le puso por nombre Jesús"). La traducción que da la Iglesia católica es muy forzada: "la cual, sin que él antes la conociese, parió un hijo, y le puso por nombre Jesús".
Y llegamos al capítulo 4, donde Jesús comienza a predicar en parábolas. La primera que cuenta es la del sembrador; al concluir su relato, remata con un lapidario: -"Quien tenga oídos para oír que oiga" (Marcos 4:9).
Obviamente, nadie se entera de nada, ni siquiera los mismos apóstoles, que le preguntan por el significado de tan crípticas parábolas. Y aquí es donde comienza a revelarse el carácter desquilibrado y arrogante de Jesús:
-"A vosotros, Dios os permite conocer el secreto de su reino; pero a los otros, los de fuera, les hablo por medio de parábolas, para que, aunque miren no vean, y, aunque escuchen, ni oigan ni entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados" (Marcos 4:11-12).
Este pasaje siempre ha llenado de perplejidad a los teólogos cristianos. ¿Cómo es posible que Cristo sólo busque la salvación de unos pocos elegidos, esforzándose por la condenación del resto?
Rizando el rizo, algunos teólogos argumentan que esta frase se dijo en arameo y que la traducción sería como sigue: "A los de fuera todo resulta enigmático, de manera que miran y no ven, escuchan y no oyen ni entienden; que se conviertan y serán perdonados."
Pero los pasajes de Mateo 13:18-23 y de Lucas 8:11-15 no dejan lugar a dudas. Y es que el mensaje de Cristo iba dirigido solamente al Pueblo Elegido, y eso se lo dejó muy claro a los apóstoles. El único que se empeña en universalizar el cristianismo es Pablo, lo que le acarreará graves enfrentamientos con el resto de los apóstoles, que claramente se reflejan en los Hechos.
En Mateo 10:5-7 leemos que «Jesús envió a estos doce [apóstoles] con las siguientes instrucciones: -"No vayáis a países paganos ni entréis en los pueblos de Samaría; id, más bien, en busca de las ovejas perdidas de Israel. Id y anunciadles que el reino de Dios está ya cerca"»; y más adelante dice:
-"Prestad atención a lo que oís: Dios os medirá con la misma medida con que vosotros medís a los demás, y lo hará con creces. Porque al que tiene se le dará más todavía; pero al que no tiene, hasta los poco que tenga se le quitará" (Marcos 4:24-25).
Y sigue Cristo con sus parábolas; la de la lámpara y la medida, la de la semilla que germina, la del grano de mostaza... «Con estas y otras muchas parábolas anunciaba Jesús el mensaje, en la medida en que sus oyentes podían comprenderlo. Y sin parábolas no les decía nada. Luego, a solas, se lo explicaba todo a sus discípulos» (Marcos 4:33-34).
Extraña actitud la de Jesús.
«Ese mismo día, al anochecer, Jesús dijo a sus discípulos: "-Vayamos a la otra orilla del lago"».
El lago de Tiberíades, también llamado mar de Galilea, tiene una longitud de unos veinte Km. de largo por diez de ancho, así pues, lleva unas dos horas atravesarlo en barca. Durante el trayecto, Jesús se quedó profundamente dormido. En esto que se desata una furiosa tormenta que amenaza con hacer zozobrar la embarcación. Los discípulos aterrados despiertan al Maestro. «Jesús se incorporó, increpó al viento y dijo al mar: -"¡Silencio! ¡Cállate!". El viento cesó y se hizo una gran calma. Entonces les dijo: -"¿Por qué tenéis miedo? ¿Dónde está vuestra fe?"».
Obviamente, los discípulos siguen aterrados y confundidos. Pero es curiosa esa actitud despectiva que constantemente usa el Maestro con los discípulos.
Por fin desembarcan en la otra orilla, están en la región de Gerasa, y apenas pone Cristo el pie en el suelo, se le acerca corriendo un extraño personaje que vivía en el cementerio. Este pobre hombre estaba poseído por un gran número de espíritus malignos; y gritaba:
"-¡Déjame en paz, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Por Dios te ruego que no me atormentes!" (Marcos 5:7).
Y esto sí que sobrepasa todo surrealismo imaginable ¡unos demonios invocando a Dios para que su propio Hijo no los atormente! Afortunadamente llegan a un acuerdo, y Cristo accede a su petición de que puedan ocupar el cuerpo de unos cerdos que por allí pastaban. Aunque les sale el pan en una torta, porque, una vez poseídos los gorrinos, toda la piara se precipita al lago de Genesaret, pereciendo en el acto ¿Quizás instigados por el Mesías? En cualquier caso imagino el espectáculo: el lago contaminado por dos mil cerdos muertos y los propietarios de los animales, arruinados. Jesús sigue actuando de modo extraño e irresponsable.
Luego realiza los milagros de la resurrección de la hija de Jairo y el de la mujer que sufría hemorragias.
A la hija de Jairo, muerta sobre la cama, le ordenó que se levantase, y la niña resucitó. Lo curioso es que la frase viene, en el evangelio original, en arameo, tal y como Cristo la dijo, y el discípulo que lo presenció lo relató: "Talitha qum"; y así lo plasmó el escribano.
Tras ese magnífico milagro, Jesús regresa a Nazaret, y se pone a predicar en la sinagoga. La gente, asombrada, decía:
"-¿De dónde ha sacado éste todo eso? ¿Cómo es que tiene tantos conocimientos y hace tantos milagros con sus propias manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no son sus hermanas estas que viven aquí?" (Marcos 6:2-3).
NOTA.- Resulta extraño que, en los Evangelios, nadie hable de Jesús como "el hijo de José", según exigiría la tradición judía. Siempre es "Jesús de Nazaret", "el nazareno", "el galileo" o, de forma aún más sorprendente, "el hijo de María". Este detalle, más que cualquier otra apelación, puede dar pie a las sospechas de que no era hijo legítimo, sino natural. Sobre María han pesado, sucesivamente, las acusaciones de haber yacido con un soldado romano llamado Panthera, de haber sido violada por un centurión, de haber ejercido la prostitución, de haber sido una cortesana, y una tradición de Alejandría insinúa, incluso, que mantuvo relaciones incestuosas con su propio hermano.
¿Tuvo que soportar Jesús en vida tales acusaciones?
¿Podría ser ésta la explicación de la cruel brusquedad de las relaciones que mantuvo con su madre?: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?" (Marcos 3:33). "¿Qué tengo yo contigo, mujer?", le espeta en Juan 2:3. No se comporta con más amabilidad en el evangelio de Lucas: "¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lucas 2:49). Y si a una mujer cualquiera se le ocurre honrar a María: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!", recibe en el acto esta airada reprimenda: "Dichosos, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lucas 11:27-28). ¿Será acaso que María no había oído y guardado la palabra de Dios?
En Juan 8:14-18 Cristo está en el Templo explicando que su testimonio viene avalado por su Padre celestial, entonces algunos de los presentes le cortan en seco con un irónico "¿Dónde está tu padre?" (Juan 8:19). Más adelante, Jesús vuelve a la carga y acusa a los judíos de indignos hijos de Abraham, de nuevo le contestan con un lapidario: "Nosotros no somos hijos ilegítimos" (Juan 8:41).
La tradición evangélica de la virginidad de María, y la concepción milagrosa, será el medio arbitrado para zanjar las controversias acerca de la paternidad del hijo que, sin duda, menudearon durante la composición de los evangelios.
En el evangelio de Mateo, la virginidad se fundamenta en un versículo del libro de Isaías: "He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo" (Isaías 7:14). Pero se trata de una tradición tendenciosa. En hebreo, la palabra que usa la Biblia es 'almah, es decir, "la joven". Los autores de la versión griega (la versión de los LXX), tradujeron dicha palabra por parthenos, "la virgen", forzando al texto a decir mucho más de lo que en realidad decía.
Para remediar el sórdido rumor sobre las relaciones de María con el tal soldado Panthera -recogido en la "Toledoth Ieshuah"- S. Juan Damasceno publicó una genealogía mariana según la cual el bisabuelo de la Virgen es quien recibiría tal apelativo; pues debió de participar en las guerras macabeas y al helenizar su nombre (según costumbre generalizada de la época) eligió este apodo tan significativo para un guerrero (panthera= "totalmente fiero"). El mote pasó a sus descendientes (igual que ocurría antaño en España con los apodos familiares) y por eso a la Madre de Jesús se la conocería como María Panthera. De todos modos no sabemos de dónde obtuvo S. Juan Damasceno -un hombre que vivió a principios del s.VIII- toda esta información.
También el Talmud incide sobre el primer rumor: "He descubierto en Jerusalén un manuscrito genealógico en el que está escrito que éste [Jesús] es el hijo bastardo de una mujer adúltera" (Rabbí Simeón ben Azzai "Talmud"). Si esta historia hubiese sido cierta, María habría sido lapidada, por eso se alega que en realidad fue violada. El Protoevangelio de Santiago nos dice que María nació en el año 14 a.C., por lo que alumbró a Jesús siendo una adolescente. En todo caso, el valor histórico de todo lo anterior es prácticamente nulo.
Lo curioso es que Jesús no es bien recibido en su propia tierra; incluso, según Lucas 14:28-30, pretenden lincharlo, pero consigue escapar.
El problema es que Cristo no lograba hacer milagros: «Y no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de curar a unos enfermos sobre los que puso las manos. Estaba verdaderamente sorprendido de la falta de fe de aquella gente» (Marcos 6:5-6). También, en Mateo y Lucas, Cristo culpa a sus paisanos de su propia ineptitud taumatúrgica. Él sabía sobradamente que es la sugestión personal la que realiza las curaciones. El problema es que, en su pueblo, Cristo no engañaba a nadie; todos conocían sus orígenes: el hijo, probablemente ilegítimo, de una mujer que se casó embarazada con un carpintero. El muchacho, siempre inquieto e introvertido, dejó a su familia para ingresar en sectas apocalípticas que, muchas veces, rayaban en lo subversivo. Harto de ser discípulo (probablemente del Bautista) decide probar fortuna como profeta y, ya puestos, se autoproclama, no sólo maestro (rabbí), sino Hijo del Altísimo; y con tal aureola de arrogancia se presenta en su tierra de origen. Por supuesto nadie le hace caso ni se sugestiona ante su parafernalia sanadora; así que Cristo se enfada con ellos y los culpa de su sequía milagrera.
No es de extrañar que tuviesen una actitud hostil, incluso violenta, hacia Él. Así que decide hacer las maletas y se va a predicar a las aldeas de alrededor, a ver si tiene más suerte.
«Reunió a los doce discípulos y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros. Les ordenó que no llevaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, zurrón, ni dinero en el bolsillo; que fueran calzados con sandalias y no llevaran más de una túnica.» (Marcos 6:7-9)
Son las mismas instrucciones que reciben los monjes budistas cuando, en parejas, parten a predicar la Ley de la Liberación del Iluminado. Hasta aquí, coincide con la dulce doctrina de la no violencia del Buda Sakyamuni, mas pronto sale a relucir la soterrada violencia del Nazareno:
"-Y si en algún sitio no quieren recibiros ni escucharos, marchaos de allí y sacudid el polvo pegado a vuestros pies, en señal de que condenáis a esa gente" (Marcos 6:11). En Mateo va mucho más lejos: "-Os aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas con más clemencia que ese pueblo" (Mateo 10:15). Y también en Mateo reciben la siguiente admonición: "-No vayáis a países paganos, ni entréis en los pueblos de Samaría; id más bien, en busca de las ovejas perdidas de Israel. Id y anunciadles que el reino de Dios está ya cerca" (Mateo 10:5-7).
El mensaje de Cristo iba dirigido exclusivamente a los judíos. Fuera del Pueblo Elegido, no había salvación posible.
Seguimos con Marcos:
«Los discípulos salieron y anunciaron la necesidad de la conversión. También expulsaron muchos demonios y curaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite» (Marcos 6:12-13).
Este constante hincapié en la curación de endemoniados nos hace pensar que las curaciones que Jesucristo llevaba a cabo eran, básicamente, producto de la sugestión. Pobres gentes desquilibradas que, ante la llegada de Jesús, quedaban sumidas en una especie de trance hipnótico, al estilo de los predicadores americanos que tanto pululan hoy día; "Todos tus problemas, hijo mío, -les diría el Mesías- son causados por un demonio que habita en ti, -¡Abandona el cuerpo de este pobre pecador, espíritu impuro!". El campesino, entre convulsiones, y echando espumarajos por la boca, lo invocaría como Hijo de Dios, suplicándole que lo dejaran en paz. Al final el hombre, agitado, despertaba de su estado hipnótico. El demonio lo había abandonado; ya no tendría enfermedades, ni dolores, ni malas cosechas, ni morirían sus hijos pequeños por culpa de las hambrunas. Aplausos, admiración, sobrecogimiento... Cristo, el famoso taumaturgo, el elegido de Dios, había vuelto a vencer al Maligno. "Chicos, vámonos a otro pueblo..." Y su fama iba creciendo.
Tanto crecía que, según el evangelista, el propio Herodes se interesó por Él: "-Éste es Juan [el Bautista]. Yo lo mandé decapitar, pero ha resucitado" (Marcos 6:16).
A continuación se nos explica todo el escabroso asunto de la muerte del pobre Bautista, hecho histórico narrado también por Flavio Josefo en sus Antigüedades Judías.
Tiempo después, los apóstoles regresan de sus prédicas y se produce el milagro de los panes y los peces; relatado por los cuatro evangelistas y coincidiendo plenamente en las cifras: con cinco panes y dos peces, da de comer a cinco mil personas, sobrando doce cestos.
Luego viene el extraño episodio donde va caminando sobre el agua (Marcos 6:45-52); recogido también por Mateo (14:22-23) y por Juan (6:15-21) pero no por Lucas. Hay leves variaciones en cada versión.
Juan intercala estos milagros en su capítulo 6, de forma un tanto artificial. Es claro que el autor de este evangelio tuvo acceso a muy pocos relatos de la vida de Cristo.
NOTA.- EXPLICACIÓN DE ALGUNOS MILAGROS
- Andar sobre las aguas.- Cristo andaba a lo largo de la orilla, pero debido a la obscuridad los discípulos creyeron verlo desplazarse sobre la superficie.
- Multiplicación de panes y peces.- Después de que Jesús y sus discípulos hubieron repartido entre el pueblo el alimento que tenían, todo el que llevaba consigo comida, la compartió asimismo con la multitud, de modo que alcanzó para todos, e incluso sobró.
Jesús se encuentra abrumado por su fama, y sale de Galilea para refugiarse en el norte de Tiro, en Fenicia. Allí, una mujer que ha oído hablar de su poder, le ruega que cure a su hija que, cómo no, está endemoniada. Él, en principio, se niega, alegando que se debe al Pueblo Elegido, no a los gentiles, y se lo suelta crudamente, en términos despectivos: "primero tienen que quedar satisfechos los hijos. No debe quitárseles el pan a los hijos para echárselo a los perros" (Marcos 7:27). Al final lo convence, y la niña queda liberada de la posesión demoníaca.
El siguiente milagro fue curar a un hombre sordo y tartamudo:
«Jesús se llevó al hombre aparte de la gente y, cuando ya estaban solos, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y exclamó: -"¡Effatha!" (que significa "ábrete")» (Marcos 7:33-34).
Lo curioso es el ritual que Cristo lleva a cabo. Rituales destinados a sugestionar al enfermo, igual que haría cualquier hechicero. Milagro que sólo es narrado por Marcos, y es de extrañar el empleo del arameo; sólo este evangelista emplea las palabras originales arameas.
A continuación viene una segunda multiplicación de panes y peces; seguramente es un error, y se da como nuevo milagro la repetición del primero. Luego se embarca rumbo a Dalmanuta, según Marcos; o a Magadán, según Mateo; ambas localidades son desconocidas.
«Los discípulos habían olvidado llevar pan. Solamente tenían uno en la barca. Jesús les recomendó: -"Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de Herodes".» (Marcos 8:14).
Por supuesto los discípulos se miran asombrados; una vez más, el Maestro se pone filosófico cuando se plantean problemas garbanceros. Pero, al margen de las elucubraciones abstrusas del Nazareno, lo que nos interesa aquí es la última frase, que también podría traducirse como: "guardaos de la levadura de los fariseos y los herodianos"; siendo, estos últimos, los famosos esenios, que nunca se mencionan en los evangelios. Y significaría: guardaos de las enseñanzas de fariseos y esenios, pues ambas estaban muy cerca de sus propias prédicas.
En Betsaida cura a un ciego, untándole los ojos con saliva. Este milagro sólo es citado por Marcos.
Camino de Cesarea de Filipos tiene Cristo un arranque ególatra -propio del maestro hacia sus incondicionales acólitos- y les pregunta de modo inocente:
«-¿Quién dice la gente que soy yo?- Ellos contestaron: -Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que alguno de los profetas-. Jesús volvió a preguntarles: -Y vosotros ¿quién decís que soy?- Entonces Pedro declaró: -¡Tú eres el Mesías!- Pero Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie» (Marcos 8:27-30).
Mateo va más lejos; Pedro, aspirando a lograr el puesto de discípulo predilecto, se vuelca efusivo en sus lisonjas:
«-¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!- Jesús le contestó: -¡Feliz tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos! Por eso te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi Iglesia, y el poder del sepulcro no la vencerá. Yo te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la Tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la Tierra quedará desatado en los cielos» (Mateo 16:16-19).
Este pasaje de Mateo es una interpolación tardía. Jamás pudo decir Cristo tal cosa, porque su intención no era la de crear una Iglesia duradera sino preparar al pueblo elegido para la llegada inminente del final de los tiempos. Ante el vacío de poder ocasionado por la muerte de Cristo y las disputas entre partidarios de los distintos apóstoles que aspiraban a la jefatura, así como de otros muchos sectores gnósticos, o simplemente oportunistas, los seguidores de Pedro interpusieron este párrafo para dejar claro quién era el legítimo sucesor de Cristo.
Pero volvamos al más fiable texto de Marcos. Jesús comienza con la paranoia lastimera -que ya no abandonará- de que lo van a matar, de que nadie lo quiere, de que será torturado, pero que al tercer día de su muerte resucitará. Pedro, como buen amigo, lo reprende cariñosamente -igual que haríamos cualquiera de nosotros- y le pide que abandone esos negros pensamientos:
"-¡No quiera Dios que te pase nada de eso, Señor!" (Mateo 16:22).
Pero Cristo, ya está fuera de sí, y reacciona como un orate:
"-¡Apártate de mí, Satanás! ¡Tú no piensas como piensa Dios, sino como piensan los hombres! (Marcos 8:33)
Luego se dirige a sus discípulos y otros allí reunidos, y les dirige estas frases lapidarias:
"-Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que dé su vida por mi causa y por la causa del mensaje de salvación, ése la salvará. Pues ¿de qué sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su propia vida? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Pues bien, si alguno se avergüenza de mí y de mi mensaje, delante de esta gente infiel y pecadora, también se avergonzará de él el Hijo del hombre cuando venga rodeado de la gloria de su Padre y acompañado de los santos ángeles." (Marcos 8:34-38).
Éste no es un mensaje de amor y concordia; son las amenazas de un ególatra que exige sumisión absoluta alegando que es el Hijo de Dios. Como contrapartida podemos decir que algunas de estas palabras -si no todas- también son una interpolación posterior; así, por ejemplo, es imposible que Jesús dijera lo de "cargar su cruz", porque en esos momentos no se imaginaba toda la escena de la Pasión, como mucho, podía pensar que si era ejecutado lo sería bajo el filo de una espada, como le ocurrió a Juan, que era lo habitual. La crucifixión sólo se reservaba para terribles criminales.
«También les dijo: -"Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin haber visto que el Reino de Dios llega con poder"» (Marcos 9:1)
Y es que, como ya hemos dicho, Cristo estaba convencido de que el final de los tiempos era un acontecimiento inminente, y que no pasaría una generación sin que llegase el día del Juicio Final; por eso no tenía intención alguna de fundar una Iglesia o institución perdurable parecida, su único objetivo era "convertir" al máximo número de judíos (el único y auténtico Pueblo de Dios) para que, cuando ese fatídico día llegase, el número de condenados no fuese tan elevado.
Seis días después, Jesús sube a un monte, acompañado de Pedro, Santiago y Juan; allí se "transfiguró", esto es, su cuerpo adquirió un aspecto luminoso y fantasmal. De tal guisa travestido se puso a departir con Elías y Moisés, suponemos que para recibir las últimas instrucciones del más allá; la traca se completaba con la cavernosa voz de Yahveh que, desde una nube, proclamaba:
"-Este es mi Hijo amado. Escuchadle a Él" (Marcos 9:7)
Cuando cerraron el parque de atracciones, bajaron para reencontrarse con el resto de los discípulos. Por el camino le preguntaron:
"-¿Por qué dicen nuestros maestros de la ley que Elías tiene que venir primero?" (Marcos 9:11).
Jesús les responde que Elías ha de venir para poner todo en orden, y que ya ha venido, en velada alusión al Bautista. En Mateo está mucho más claro:
«-"Es cierto que Elías ha de venir y ha de ponerlo todo en orden. Pero yo os aseguro que Elías ya vino, aunque ellos no lo reconocieron, sino que lo maltrataron cuanto quisieron. Y el Hijo del hombre va a sufrir de la misma manera a manos de ellos". Entonces los discípulos cayeron en la cuenta de que Jesús estaba refiriéndose a Juan el Bautista.» (Mateo 17:11-13).
La conclusión que debemos extraer de todo esto es que Elías -que no murió, sino que fue arrebatado a los cielos montado en un carro de fuego- se reencarna en Juan Bautista, con lo cual Elías, a fin de cuentas, murió como todos. Si bien es verdad que en el evangelio de Juan (1:21) el propio Bautista niega que sea la reencarnación de Elías.
La reencarnación era una creencia común a muchas religiones, entre ellas el judaísmo, pero fue rechazada muy tempranamente por la Iglesia. Y lo hizo por coherencia; ciertamente en ese esquema simplista de la salvación personal, aceptar la reencarnación habría sido un completo disparate. Los teólogos siempre han pasado de puntillas por este pasaje de Mateo.
Todo sería mas sencillo si se aceptara que Cristo fue, simplemente, un profeta más; iluminado con esa locura común a todos los que se dicen maestros y que han pasado a la historia como fundadores de religiones; un hombre lleno de contradicciones y de conductas absurdas; un hombre cuyo mayor mérito cultural consistía en conocerse de memoria las Escrituras, y haber pertenecido a varias sectas, como la del Bautista y, probablemente, la de los esenios, lo que le permitió conocer y adoptar unos cuantos rituales, que siempre dan empaque y misterio a la doctrina, amén de proporcionar un aura sobrenatural e imponente al que los ejecuta.
Y al respecto de los esenios dieremos que no poseían oro ni plata, no tenían esclavos ni lo eran de nadie. Jamás juraban, sólo decían "sí es sí y no es no" tal y como Cristo aconsejaba obrar a sus discípulos. La mayoría no se casaba pues estimaba como cosa grande el celibato (el mismo pensamiento de Jesús). Los casados se abstenían de las relaciones sexuales en cuanto las mujeres quedaban en estado; también, y esto es muy importante, ADOPTABAN HIJOS DE FAMILIAS QUE SIMPATIZABAN CON LA SECTA. Y ésta podría ser una explicación de la vida de Cristo. Jesús, hijo ilegítimo, cuyo padre adoptivo, José, un hassidim o un nazir, lo entrega a la secta esenia para que lo eduquen. De ahí su sólida formación religiosa y su rencor soterrado hacia sus padres, sobre todo hacia su madre. Pero aprendió las Escrituras a la perfección, le enseñaron a expulsar demonios, conoció el ritual del pan y el vino y se sabía las palabras del Maestro de Justicia, y tanto calaron en Él que acabó creyéndose el Mesías. Dejó la secta, se hizo seguidor del Bautista (probablemente otro Esenio advenedizo), hasta que éste muere asesinado y queda un vacío que procura aprovechar.
Este muchacho, que adoptaba el léxico y la oratoria del Maestro de Justicia esenio y que se creía el Hijo de Dios, no tenía en su atormentado cerebro más virtud que una inquietante paranoia escatológica. Y soltaba las cosas según le salían, no se paraba a pensar si algo era absurdo o no lo era; básicamente porque no estaba en sus cabales, pero además porque nunca se le pasó por la imaginación que sus frases, recordadas de forma sesgada por sus discípulos, quedarían plasmadas por escrito y que revolucionarían, desde ese momento, toda la historia de la Humanidad.
Si hubiera resucitado cien o doscientos años más tarde, se habría preguntado asombrado qué hacía el mundo en pie todavía y por qué no había desaparecido con el Gran Juicio divino.
Pero volvamos al relato de Marcos; por fin terminan el descenso del monte y observan que los discípulos que han quedado abajo están rodeados por la multitud. Un hombre se destaca entre ellos y, suplicante, se dirige a Jesús y le ruega que cure a su hijo, poseído por un "espíritu mudo" (por los síntomas parece que sufre de ataques epilépticos), pues los discípulos no consiguen expulsar al demonio.
Una vez más, Jesús reacciona como un histérico:
"-¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo habré de estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros?" (Marcos 9:19).
(En Mateo 17:17 es mucho más duro, "Gente incrédula y perversa" los llama).
Cristo pide que le traigan al muchacho. El padre, desesperado, suplica: "-Si puedes, ayúdanos, ¡ten compasión de nosotros!".
Lo que faltaba; Cristo salta ofendido: «-¿Cómo "si puedes"?». Él, que resucita muertos, Él, que multiplica panes y peces los días laborables y convierte el agua en vino los festivos, Él, que ha metido una legión de demonios dentro de una piara de cerdos, Él, que anda sobre las aguas, calma tempestades, se transfigura y toma café con Moisés y Elías... ¿qué es eso de "si puedes"?, pero no sólo Él, que es el hijo del Jefe, puede hacerlo, sino cualquier mortal, y remacha rotundo: "-Para el que tiene fe todo es posible".
El pobre hombre balbucea: "-Yo tengo fe ¡pero ayúdame a tener más!", que traducido significa "vale, para ti la perra gorda, no tengo la suficiente fe y la culpa de que no se cure es mía, lo que quieras, pero cúralo de una vez si te da la gana".
Por fin, y "al ver que se aglomeraba la gente", Jesús decide actuar; o sea que si no es por el tumulto que se estaba formando, hubiese seguido con su discurso teológico sobre la fe y el querer y el poder y el deber hasta el día del Juicio, y entre tanto, el pobre hijo revolcándose por el suelo echando espumarajos por la boca.
Como no podía ser menos, el muchacho queda como nuevo, ¡que se vea cómo actúa un profesional! Más tarde los discípulos le preguntan:
"-¿Por qué nosotros no pudimos expulsar ese demonio?
Él les contestó: -Este es un género de demonios que nadie puede expulsar si no es por medio de la oración" (Marcos 9:28-29)
¡Así que el muy pillín había engañado al padre del chico!, después de tanto fárrago y tanta admonición iracunda resulta que no era cuestión de fe, sino que hay unos demonios especiales que hay que expulsar con truco. Supongo que los discípulos tomarían nota.
Desde allí, carretera y manta. Van camino de Cafarnaún, y Cristo vuelve con sus conductas de plañidera, profetizando su triste final, y cómo resucitará al tercer día, "Pero ellos no entendían nada de esto. Y tampoco se atrevían a hacerle más preguntas" (Marcos 9:32). ¡Cualquiera le pregunta nada, habida cuenta la reacción que tuvo la otra vez con Pedro! Cuando el Maestro se ponía agorero, lo mejor era dejarlo estar.
Llegados a Cafarnaún, y ya instalados en una casa, Jesús les pregunta:
"-¿Qué discutíais por el camino?
Ellos callaban, porque por el camino habían venido discutiendo sobre quién de ellos sería el más importante" (Marcos 9:33-34).
Cristo los reúne a todos, toma a un niño en brazos, y les suelta un precioso discurso sobre que el más importante será el que sirva a los demás y ame a los niños. Pero lo curioso de esta historia es constatar cómo se van cumpliendo todos los plazos del manual de la perfecta secta: un maestro ególatra, unos acólitos aborregados y una lucha sorda pero implacable para conseguir la predilección del maestro y la inevitable transmisión del cargo cuando el venerable abandone el mundo. Esta conducta, sobradamente estudiada por la psicología, puede -suele- terminar muy mal. De hecho, uno de los apóstoles, al sentirse rechazado por el Maestro, lleno de rencor y resentimiento, lo traicionará.
Y mientras tanto, Jesús sigue con sus parrafadas morales y filosóficas. Primero, animando a la auto mutilación de todo órgano que pueda inducir a pecado (Marcos 9:43); y, sea simbólico o no, este retorcido texto ha sido causa de frecuentes amputaciones, sobre todo de los órganos sexuales, desde Orígenes -que fue el primero en castrarse tras leer estos versículos- en el s.III, hasta nuestros días, una pléyade de desequilibrados han seguido al pie de la letra las tortuosas instrucciones de Nuestro Señor, logrando, de esta forma, ganar el alma a costa de dejar el cuerpo bastante maltrecho.
Después, se cubre de gloria dejando claro y sin ambages que el matrimonio es indisoluble (Marcos 10:2-12).
Tan constructiva charla culmina con el bonito episodio de Jesús bendiciendo niños a diestro y siniestro: "Dejad que los niños se acerquen a mí... etc. etc.". La verdad es que los niños quedan bien en cualquier sitio. El Papa, el Dalai Lama, el presidente de Estados Unidos, Hitler, Franco, la madre Teresa de Calcuta, cualquier político en elecciones, deportistas, cantantes y famosos en general, abrazan y besuquean castamente, a cuanto niño se ponga a tiro. Cristo no podía ser una excepción.
Pero los niños no son ni buenos ni malos, ni listos ni tontos, ni tienen vicio ni virtud; los niños son niños, son personas en formación, y son, sobre todo, ingenuos y manipulables. No me sirve la sandez de que "el reino de Dios es de los que son como ellos" (Marcos 10:14); que los niños sean tiernos y candorosos no significa que sean un modelo a seguir. Son niños, insisto, y no debemos juzgarlos con nuestros parámetros de adultos. Los niños son dulces, alegres, encantadores, espontáneos, generosos y divertidos, pero también crueles, egoístas, mentirosos, impertinentes e histéricos. Todo lo cual es lógico porque están formándose y es función de los adultos educarlos en la justicia, la libertad, la generosidad, el sacrificio, la tolerancia y el amor a la cultura. Proponerlos como paradigma de la perfección es un truco pobretón y manido. Si algo necesita esta sociedad es ser más adulta, más seria, más formada y menos infantil, (léase, menos caprichosa y con mayor tolerancia a la frustración).
Acabado el sermón, prosigue su camino; en esto que un joven vino corriendo y se arrodilló delante de Él: "-Maestro bueno ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?" (Marcos 10:17); la respuesta es sensata: "cumplir los mandamientos".
"El joven respondió: -Maestro, todo eso lo he guardado desde mi niñez.
Jesús entonces, mirándolo con afecto, le dijo: -Una cosa te falta; ve, vende lo que posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo, luego vuelve acá y sígueme.
El joven se sintió contrariado al oír esto, y se marchó entristecido, porque era muy rico. Entonces Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos: -¡Qué difícil va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!" (Marcos 10:20-23).
Los discípulos quedan asombrados, preguntándose unos a otros: "-Pues en ese caso ¿quién podrá salvarse?".
Y no es un hecho aislado. Cada vez que Jesucristo se pone a hablar de salvación, no tarda en manifestar la imposibilidad de alcanzar el Reino de los Cielos. No basta con ser bueno (el joven de esta historia lo era) sino que, además, hay que entregarse al cien por cien en la causa de Cristo.
¡Qué diferencia con el mensaje de Buda! El iluminado también pedía a sus discípulos que se entregaran al máximo para poder alcanzar la Vía, pero el budismo no considera que la ascesis o la vida monacal sea el único método válido; al revés, cada uno tiene que encontrar su propio camino, pues la personalidad de cada cual es diferente y única. Ninguna vía es mejor que otra.
Claro que la perspectiva de Cristo era muy diferente; pronto llegaría el Juicio Final, un juicio durísimo, implacable; un juicio que estaba al caer, por eso ya no importaba la familia, ni el trabajo, ni la patria, ni el sustento diario; lo único imprescindible era la adquisición de méritos para superar tan exigente examen divino y evitar las eternas penas del infierno.
"En el camino a Jerusalén, Jesús iba delante de todos sus discípulos, que lo seguían admirados y asustados" (Marcos 10:32). Es curioso este calificativo: asustados. Lo seguían con miedo; lo cual no es de extrañar, es otra vieja táctica de todas las sectas. Los acólitos han de temer al jefe, sentirse anulados ante él. El jefe tiene el poder y puede hacernos daño, aunque no se tenga una consciencia clara de cómo puede castigarnos, es una sensación más que una certeza. De esta forma el líder espiritual logra mejor el pleno sometimiento de sus discípulos.
Y Cristo vuelve a predecir, por tercera vez, su muerte y resurrección. Ante esta perspectiva, Santiago y Juan -los hijos de Zebedeo- mueven ficha y le piden un lugar preferente en la otra vida: "-Concédenos que nos sentemos a tu lado en tu gloria: el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda" (Marcos 10:37).
Jesús no se molesta por la arrogante petición, y se evade diciendo que no está en su mano concederlo. Obviamente la petición de los Zebedeos levanta ampollas entre el resto de los apóstoles. El Maestro los apacigua diciéndoles que, aquél que desee ser el primero, deberá servir y entregarse por completo a los demás; "Porque así también el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos los hombres" (Marcos 10:45).
El último milagro de fundamento, esto es, la última curación que lleva a cabo Jesús, es la del ciego Bartimeo. Y llama la atención que el ciego lo llame "maestro", manteniéndose este título en arameo en el texto original: "rabbuni".
Jesucristo, el rabbuni sanador, devolvió la vista a Bartimeo, y lo convirtió en su discípulo. La procesión de conversos, con Jesús al frente, seguía su avance hacia Jerusalén.
Poco antes de llegar, les encarga a sus discípulos que le traigan un pollino, a fin de hacer una entrada triunfal en la capital del reino.
Cristo, montado en el burro, es aclamado por los discípulos. Muchos "Hosannas" y "Bendito el que viene en nombre del Señor", para alimentar sin recato la vanidad del maestro.
Todos los Evangelios narran este episodio en término casi idénticos, por lo que hemos de pensar que la entrada de Cristo en Jerusalén montado en un burro fue un hecho verídico casi con toda seguridad.
Juan y Mateo explican que esto lo mandó Jesús para que se cumpliese la profecía:
"¡Oh hija de Sión! regocíjate en gran manera, salta de júbilo, ¡Oh hija de Jerusalén! he aquí que a ti vendrá tu rey, el justo, el salvador; Él vendrá pobre, y montado en una asna y su pollino. Entonces destruiré los carros de guerra de Efraím y los caballos de Jerusalén, y serán hechos pedazos los arcos guerreros; y aquel rey anunciará la paz a las gentes, y dominará desde un mar a otro, y desde los ríos hasta los confines de la Tierra" (Zacarías 9:9-10).
¿Qué podemos decir de esta "boutade", de esta patética entrada en Jerusalén a lomos de un pollino?
Pues eso; Nuestro Señor se cree el Hijo del Altísimo, el Mesías, el hombre más importante que jamás haya existido sobre la faz de la Tierra. Hace tiempo que Jesús ha planeado toda esta farsa: su entrada en Jerusalén será montado sobre una burra, tal como predijo Zacarías.
Jesús ha estado predicando todo este tiempo en Galilea. En Jerusalén es un perfecto desconocido, y quiere llamar la atención. Sabe que su entrada sobre la pollina va a ser una provocación, un genial y calculado golpe de efecto con el que se ganará la admiración de todo Jerusalén. En cualquier caso logrará ser la comidilla de la Ciudad Santa, y de eso se trata, de que hablen de uno (aunque sea bien).
Y es que la competencia es durísima. La capital, como ya vimos al principio, está plagada de profetas y visionarios. La gente está acostumbrada a ver diariamente a docenas de airados predicadores apocalípticos arrogarse el honor de ser los predilectos de Yahveh, los puros, los auténticos, los verdaderos transmisores de la Palabra de Dios.
Hacia el año 100 a.C. ya se sabía, gracias a Posidonio, en un fragmento de su Historia, citado por Diodoro, que, cuando el rey Seleúcida Antíoco Epífanes penetró en el Templo de Jerusalén, descubrió en el tabernáculo más recóndito "la estatua de un hombre de larga barba, sentado sobre un burro y llevando un libro en la mano". Se presumió que esta figura representaba a Moisés.
Esta historia, ampliamente difundida, y probablemente falsa, se basa en que los judíos eran adoradores, ya desde la época egipcia, del dios-burro Tifón, y que era una especie de diablo para muchas ciudades egipcias.
De hecho, cuando Pompeyo en el año 63 a.C. penetró en el Sancta Sanctórum, no halló imagen alguna. Pero la leyenda estaba arraigada, por eso no fue casualidad que Cristo eligiese un burro para su entrada triunfal en Jerusalén. A partir de aquí algunas sectas gnósticas identificaron a Cristo con el dios-asno Set-Tifón. Incluso se hacía a Cristo hijo de una mujer y un burro. Y como burro crucificado se lo representa en algunos dibujos en la pared de época romana. De todas formas esa leyenda de que Cristo era fruto de una violación no trajo más que problemas.
El primer golpe de efecto del Nazareno no estuvo mal: Entrada solemne, a lomos de un burro, mientras sus discípulos lo aclaman. El resto de profetas, los fariseos, los sacerdotes y los romanos pensaron: "-Ha llegado un nuevo competidor; ya veremos dónde llega".
Su plan era simple y de una hermosa ingenuidad: En Jerusalén, la mayor y más santa de las ciudades, y en las fiestas de la Pascua, el día de la redención, de la salvación del alma, cuando se congregaban allí peregrinos judíos de todos los extremos de la Tierra, proclamaría su llamada al arrepentimiento y a las buenas obras, y a todos revelaría que Él era el esperado Mesías; su Padre, desde los cielos, lo corroboraría con algún fenómeno espectacular (transfiguración, ángeles con trompetas, eclipse de sol...), entonces todo el Pueblo se arrepentiría. Luego vendrían los tiempos difíciles, los días de "los tormentos del Mesías", que sufrirían pueblo y Mesías por igual. Pero ya no habría vuelta atrás, Yahveh estaba convencido del arrepentimiento de su pueblo y la revolución seguiría imparable; los prodigios divinos se sucederían por doquier, Roma sería aplastada, y como gran colofón aparecería el Hijo del Hombre, cubierto de Gloria y Majestad sobre las nubes del Cielo, sentado a la diestra de Dios. Entonces, acompañado de sus doce discípulos, juzgaría a las doce tribus de Israel. Un plan perfecto, obviamente, y es que Jesús era un claro ejemplo de fariseo, algo heterodoxo pero, en el fondo, un típico fariseo.
«Cuando Jesús entró en Jerusalén, se dirigió al Templo. Después de echar una ojeada a todas partes, como ya estaba anocheciendo, se fue a Betania, acompañado de los doce apóstoles» (Marcos 11:11).
Es muy interesante este versículo porque nos describe unas reacciones de Jesús muy humanas; cuajado de pequeños detalles que le dan fuertes visos de verosimilitud.
Jesús y sus discípulos, hombres que apenas han salido de Galilea, se dirigen a la "capital"; a pesar de todo, llegan arrastrando su complejo de palurdos, de gentes de campo, provincianos impresionados por la gran ciudad. Y sobre todo, y por encima de todo: el Templo. La fascinación que ejerce el Templo en ellos, y particularmente en Jesús, es imposible llegarla a describir.
Es el primer lugar a donde va; quiere ver de cerca la casa de su Padre; la emoción que le embarga es indescriptible. Imagino a Jesús extasiado, paseando por el grandioso edificio, ajeno a todo, desbordado por la emoción...
Después pasean por la ciudad sagrada, perdiéndose por sus callejas, admirando la factura helenística que el fallecido Herodes el Grande supo dar a lo que era casi una aldea y que llegó a transformar en una especie de segunda Roma.
Esta nueva Jerusalén, denostada por los Hassidim y los fariseos, pero admirada en el fondo por todos, se levantaba, maravillosa, a los pies de Cristo y de sus atónitos discípulos. Mas la noche caía y allí no conocían a nadie, así que van a Betania, a casa de un amigo.
Y otro dato que nos corrobora la autenticidad de toda esta jornada es la expresión aramea "hosanna" que, sin traducir aparece en Marcos 11:9. El autor del Evangelio recordaba vívida aquella escena; aún retumbaban en su cabeza -decenas de años más tarde- los eufóricos "hosanna" del enfervorecido grupo. Aún veía la figura turbadora de Jesús, dirigiendo a todos una mirada ausente y poderosa que se clavaba en el fondo del cerebro, mientras el griterío aumentaba enloquecido y desafiante: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, el reino de nuestro padre David!".
"Hosanna" significa "libéranos"; lo que no hace sino alimentar nuestras dudas sobre las auténticas intenciones de Cristo. ¿Pretendía Jesús erigirse en jefe militar zelote? En cualquier caso nos demuestra que mucha gente sí que lo recibía como un libertador político. Así pues, no es de extrañar la airada reacción romana.
Al día siguiente salen de Betania en dirección a Jerusalén. Jesús tiene hambre y ve a lo lejos una higuera frondosa; se acerca y comprueba decepcionado que no tiene frutos "porque aún no era el tiempo de los higos. Entonces Jesús exclamó, de forma que sus discípulos lo oyeran:
-¡Nunca jamás coma nadie fruto de ti!" (Marcos 11:13-14)
Quizá sea en éste pasaje donde con más claridad se nos manifiesta el espíritu caprichoso y paranoide de Jesús. Él sabe que no es temporada de higos, pero no soporta que nadie le lleve la contraria, ni siquiera la Naturaleza, así que, en un acto tan ridículo como ruin, maldice a la higuera; ¡si el Hijo de Dios no puede probar el fruto del árbol, nadie lo probará!... Y el pequeño diosecillo, engreído y egoísta, maldijo a la higuera.
Al fin llegan a la capital; Jesús está en ayunas y de muy mal humor, así que lo paga con los mercaderes del Templo:
«Llegaron a Jerusalén, y, habiendo entrado en el Templo, Jesús se puso a expulsar a los que allí estaban vendiendo y comprando. Volcó las mesas de los cambistas de moneda y los puestos de los vendedores de palomas, y no permitía que nadie anduviera por el Templo llevando objetos de un lado a otro. Luego se puso a enseñar, diciéndoles:
-Esto dicen las Escrituras: "Mi casa ha de ser casa de oración para todas las naciones, pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones"» (Marcos 11:15-17).
Bueno, pues no se puede ser más hipócrita, más histérico ni más arrogante. Veamos por qué.
Al gran Templo de Herodes se accedía desde varios puntos. Todas estas entradas podían ser vigiladas con facilidad; además había apostados levitas de guardia al mando del Sumo Sacerdote en cada puerta. La estructura concéntrica del Templo se hallaba flanqueada por dos construcciones importantes: La Stoa Real, en el interior del muro sur, y la Torre o Fortaleza Antonia, fuera del muro norte.
Es muy interesante este versículo porque nos describe unas reacciones de Jesús muy humanas; cuajado de pequeños detalles que le dan fuertes visos de verosimilitud.
Jesús y sus discípulos, hombres que apenas han salido de Galilea, se dirigen a la "capital"; a pesar de todo, llegan arrastrando su complejo de palurdos, de gentes de campo, provincianos impresionados por la gran ciudad. Y sobre todo, y por encima de todo: el Templo. La fascinación que ejerce el Templo en ellos, y particularmente en Jesús, es imposible llegarla a describir.
Es el primer lugar a donde va; quiere ver de cerca la casa de su Padre; la emoción que le embarga es indescriptible. Imagino a Jesús extasiado, paseando por el grandioso edificio, ajeno a todo, desbordado por la emoción...
Después pasean por la ciudad sagrada, perdiéndose por sus callejas, admirando la factura helenística que el fallecido Herodes el Grande supo dar a lo que era casi una aldea y que llegó a transformar en una especie de segunda Roma.
Esta nueva Jerusalén, denostada por los Hassidim y los fariseos, pero admirada en el fondo por todos, se levantaba, maravillosa, a los pies de Cristo y de sus atónitos discípulos. Mas la noche caía y allí no conocían a nadie, así que van a Betania, a casa de un amigo.
Y otro dato que nos corrobora la autenticidad de toda esta jornada es la expresión aramea "hosanna" que, sin traducir aparece en Marcos 11:9. El autor del Evangelio recordaba vívida aquella escena; aún retumbaban en su cabeza -decenas de años más tarde- los eufóricos "hosanna" del enfervorecido grupo. Aún veía la figura turbadora de Jesús, dirigiendo a todos una mirada ausente y poderosa que se clavaba en el fondo del cerebro, mientras el griterío aumentaba enloquecido y desafiante: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, el reino de nuestro padre David!".
"Hosanna" significa "libéranos"; lo que no hace sino alimentar nuestras dudas sobre las auténticas intenciones de Cristo. ¿Pretendía Jesús erigirse en jefe militar zelote? En cualquier caso nos demuestra que mucha gente sí que lo recibía como un libertador político. Así pues, no es de extrañar la airada reacción romana.
Al día siguiente salen de Betania en dirección a Jerusalén. Jesús tiene hambre y ve a lo lejos una higuera frondosa; se acerca y comprueba decepcionado que no tiene frutos "porque aún no era el tiempo de los higos. Entonces Jesús exclamó, de forma que sus discípulos lo oyeran:
-¡Nunca jamás coma nadie fruto de ti!" (Marcos 11:13-14)
Quizá sea en éste pasaje donde con más claridad se nos manifiesta el espíritu caprichoso y paranoide de Jesús. Él sabe que no es temporada de higos, pero no soporta que nadie le lleve la contraria, ni siquiera la Naturaleza, así que, en un acto tan ridículo como ruin, maldice a la higuera; ¡si el Hijo de Dios no puede probar el fruto del árbol, nadie lo probará!... Y el pequeño diosecillo, engreído y egoísta, maldijo a la higuera.
Al fin llegan a la capital; Jesús está en ayunas y de muy mal humor, así que lo paga con los mercaderes del Templo:
«Llegaron a Jerusalén, y, habiendo entrado en el Templo, Jesús se puso a expulsar a los que allí estaban vendiendo y comprando. Volcó las mesas de los cambistas de moneda y los puestos de los vendedores de palomas, y no permitía que nadie anduviera por el Templo llevando objetos de un lado a otro. Luego se puso a enseñar, diciéndoles:
-Esto dicen las Escrituras: "Mi casa ha de ser casa de oración para todas las naciones, pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones"» (Marcos 11:15-17).
Bueno, pues no se puede ser más hipócrita, más histérico ni más arrogante. Veamos por qué.
Al gran Templo de Herodes se accedía desde varios puntos. Todas estas entradas podían ser vigiladas con facilidad; además había apostados levitas de guardia al mando del Sumo Sacerdote en cada puerta. La estructura concéntrica del Templo se hallaba flanqueada por dos construcciones importantes: La Stoa Real, en el interior del muro sur, y la Torre o Fortaleza Antonia, fuera del muro norte.
Herodes puso a la Torre Antonia el nombre de su primitivo patrono, Marco Antonio, antes de que fuera derrotado por Octavio. Fue grandemente reformada por Adriano, y edificó sobre ella la nueva ciudad, Elia Capitolina. Tenía este edificio una gran importancia, pues desde allí se podían controlar perfectamente los patios del Templo, o sea a los sacerdotes y a la multitud. Por ejemplo, las vestiduras del sumo pontífice eran guardadas con preferencia en la Torre Antonia por los procuradores y prefectos romanos, que sólo se las entregaban para que las luciera en festejos y ceremonias. La Torre Antonia albergaba a las tropas romanas encargadas de vigilar atentamente a la multitud que se reunía en Jerusalén durante la Pascua y otras festividades.
La Stoa Real era una basílica gigantesca compuesta por cuatro filas de cuarenta columnas, (cada una de las cuales no podía ser abarcada por tres hombres), y se extendía casi a todo lo largo de los 27 metros del muro sur. Era el lugar en que el dinero necesario para pagar el tributo del Templo se cambiaba por el medio siclo tirio de rigor, donde podían comprarse los animales para el sacrificio, donde quizás se reunía el Sanedrín y dónde Jesucristo armó el escándalo. Era una construcción civil, ajena por completo al recinto sagrado que se encontraba en la periferia de éste.
Pasada la Stoa Real, se llegaba a una gran plaza de acceso libre, el Patio de los Gentiles, que ocupaba casi dos tercios de la explanada del Monte del Templo; todo el mundo podía estar allí, tanto judíos como gentiles, tanto varones como mujeres, civiles o soldados, justos y pecadores, puros e impuros.
Después de este patio estaba el llamado "soreg":
La Stoa Real era una basílica gigantesca compuesta por cuatro filas de cuarenta columnas, (cada una de las cuales no podía ser abarcada por tres hombres), y se extendía casi a todo lo largo de los 27 metros del muro sur. Era el lugar en que el dinero necesario para pagar el tributo del Templo se cambiaba por el medio siclo tirio de rigor, donde podían comprarse los animales para el sacrificio, donde quizás se reunía el Sanedrín y dónde Jesucristo armó el escándalo. Era una construcción civil, ajena por completo al recinto sagrado que se encontraba en la periferia de éste.
Pasada la Stoa Real, se llegaba a una gran plaza de acceso libre, el Patio de los Gentiles, que ocupaba casi dos tercios de la explanada del Monte del Templo; todo el mundo podía estar allí, tanto judíos como gentiles, tanto varones como mujeres, civiles o soldados, justos y pecadores, puros e impuros.
Después de este patio estaba el llamado "soreg":
una valla o celosía de piedra de menos de un metro de altura que impedía pasar más adelante a los que no fueran hebreos; aunque por supuesto se les permitía mirar desde allí, lo único que no se les consentía era que lo franquearan.
El soreg estaba plagado de inscripciones, escritas en griego, donde se advertía a todos los gentiles que no debían traspasar esa valla, bajo pena de muerte. Afortunadamente algunas se han conservado:
"Ningún extraño pasará de esta balaustrada ni penetrará en este recinto que circunda el Templo. Aquel que sea cogido haciéndolo deberá culparse a sí mismo de su muerte, que se ejecutará de inmediato"
Suponemos que había avisos en varios idiomas. Aunque pueda parecer terrible esta admonición, hemos de decir que los paganos tenían más accesos permitidos al Templo que vetados.
Pero sigamos con nuestra andadura a través del magnífico edificio; los sacerdotes y la población profana hebrea, tanto hombres como mujeres, podían transgredir el "soreg" y pasar al siguiente recinto, el cuál estaba dividido en tres sectores: el Patio de la Mujeres, el Patio de los Israelitas y el Patio de los Sacerdotes.
Las mujeres no podían entrar en el Patio de los Israelitas, al que los varones judíos llevaban sus ofrendas, y éstos, a su vez, no podían acceder al de los Sacerdotes, donde se realizaban los sacrificios. Recordemos que el pueblo judío estaba obligado a entregar en ofrendas el diezmo de sus riquezas, y aunque el modo de hacerlo y a quién era bastante ambiguo, lo habitual era entregarlo a los sacerdotes del Templo en especie. La reverencia que inspiraba el Templo se mezclaba con la profunda alegría, casi extática, de la fiesta, y así por ejemplo, durante la Pascua, la gente llevaba a matar el cordero al Templo, ofrendaban su sangre a Dios a través de los sacerdotes, y éstos devolvían al oferente la carne para que se la comieran junto con su familia y sus amigos esa misma noche, siempre en presencia de Dios.
Dentro del Santuario, y detrás del altar de los sacrificios, se hallaba el "Sanctasanctórum". En otro tiempo albergó el Arca de la Alianza, pero en tiempos de Jesús estaba vacío, como corresponde a la morada de un Dios sin imagen. Sólo el sumo sacerdote, el Día de la Expiación, tras haber procedido a un exhaustivo ritual de pureza, podía descorrer las cortinas que revelaban la presencia de Dios.
Así pues los mercaderes se encontraban en un lugar totalmente adecuado y bien lejos del "soreg", la frontera de piedra que claramente indicaba la sacralidad del recinto, del que los separaba la enorme plaza de libre acceso llamada "Patio de los Gentiles".
Pero es que, además, Cristo justifica su acción apelando a la autoridad de la Escritura, cuando en realidad está mezclando dos pasajes diferentes, sacándolos de contexto y refundiéndolos a su antojo; uno es Isaías 56:7, el otro Jeremías 7:11. Hagamos un breve estudio de ambos pasajes.
Tras la muerte de Salomón (hacia el 930 a.C.), el reino de Israel entró en decadencia, convirtiéndose sus reyes en marionetas de las potencias de la zona. Esa influencia exterior también afectó a la religión. El Pueblo Elegido comenzará a adorar dioses extranjeros.
Es entonces cuando surgirán los grandes profetas apocalípticos que, airados, predican contra el extravío israelita, achacando la decadencia política y económica a la impiedad religiosa, (cuando el razonamiento debe ser hecho al revés).
Yahveh estableció un pacto con Abraham, un pacto basado en la lealtad. Ahora que sus descendientes habían roto esta alianza, no era de extrañar que el Señor los afligiese con todo tipo de calamidades. Tan sólo bastaba que el rebaño descarriado volviese al redil para que Dios lo colmase de poder y riqueza.
Y ése era el objetivo de las prédicas de los profetas, que la grey volviese a la senda marcada por Yahveh para que se restituyese la Alianza sagrada. Por eso Isaías (hacia el año 700 a.C.) llama a todos a que sean fieles, a que se conviertan:
"Y a los hijos de los extranjeros que se unen al Señor para honrarle y amar su santo nombre, y para ser fieles siervos suyos, y a todos los que observen el sábado, que no lo profanen, y que guarden fielmente mi alianza, yo los conduciré a mi santo monte, y en mi casa de oración los llenaré de alegría: me serán agradables los holocaustos y víctimas que ofrecerán sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos" (Isaías 56:6-7)
¡Oh paradoja de paradojas! es precisamente en esta cita de Isaías, la reivindicada por Jesús para justificar su gamberrada, donde el profeta proclama que Yahveh desea que se le realicen sacrificios, y ésa es la causa por la que el Templo estaba lleno de comerciantes que vendían animales para sacrificar al Señor, y cambistas que facilitaban a todo el mundo dinero judío (fenicio para ser más exactos) para poder realizar dichas compras. Eran gentes honradas que realizaban una actividad legal, fuera del recinto sagrado del Templo, debido a que, según Isaías, Yahveh desea que ¡se realicen sacrificios en su Templo!, y por eso se convertirá en casa de oración para todos los pueblos. Pues bien, Cristo tiene la desfachatez de utilizar el texto profético donde todo esto se proclama y, debidamente sesgado, transformarlo para afirmar todo lo contrario.
Ya hemos visto que, para reforzar la licitud de su acción, apela a otro texto de Jeremías, el cual, sin recortar, dice así:
"Pero vosotros [el pueblo de Israel] estáis muy confiados en palabras mentirosas, que de nada os aprovecharán: vosotros robáis, matáis, cometéis adulterio; vosotros juráis en falso, hacéis libaciones a Baal, y os vais en pos de dioses ajenos que no conocíais. Y después de esto venís aún, y os presentáis delante de Mí, en este Templo en que es invocado mi nombre, y decís vanamente confiados: -Ya estamos a cubierto de todos los males, aunque hayamos cometido todas esas abominaciones. Pero qué, ¿este templo mío en que se invoca mi nombre ha venido a ser para vosotros una guarida de ladrones?" (Jeremías 7:8-11).
Como se puede apreciar nada que ver con el significado que le quiso dar Jesús. Todo ese espectáculo fue, sencillamente, un estallido de violencia histérica, perpetrado por un demente que se creía con derecho a todo por ser Hijo de Dios... y por no haber podido llenar la panza con higos cuando todavía no era tiempo.
Por último, ¿cómo es que se le permitió todo eso? ¿Por qué no actuó la guardia del Templo cuya misión era evitar desórdenes? Ya hemos visto que una guardia de sacerdotes controlaba los accesos al Patio de los Gentiles, y en la Torre Antonia había una guarnición romana, por eso el episodio debió de ser mucho más violento de lo que nos cuentan los evangelios, recordemos que "no permitía que nadie anduviera por el Templo llevando objetos de un lado a otro". Las altas jerarquías del Templo no se atreven a detener a Jesús porque "le tenían miedo, pues toda la gente estaba pendiente de sus enseñanzas" (Marcos 11:19).
Es evidente que Jesús no actuó solo, el altercado debió de ser grave, probablemente hubo heridos. Sabemos que Pedro solía ir armado, y en su grupo de desharrapados había zelotes y sicarios, gente fanática amiga de la violencia. ¿Era Jesús el cabecilla de una banda armada que suponía una amenaza para el poder imperial?
En cualquier caso queda claro que la acción de Jesús en el Templo fue violenta y que, a un hombre solo, no le hubieran permitido tales desmanes.
Y no debe parecernos tan raro, porque estamos habituados a una imagen de Jesús basado en el Sermón de la montaña, en el manso que pone la otra mejilla o en el bonito mensaje de amor a los enemigos, pero también está el Jesús de Mateo 10:34-36: "No penséis que he venido a traer paz a la Tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con la madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él"; y lo mismo en Lucas 12:51-53. También está el Jesús amigo de las espadas: "Pues ahora, el que tenga bolsa, que la tome; y lo mismo alforjas; y el que no tenga, que venda su manto y compre una espada".
Y qué decir de la "Parábola de las minas" (Lucas 19:11-27) en la que un hombre noble, deja a sus siervos distintas sumas para que las administren en su ausencia, pues parte para recibir la investidura real. A su regreso les pide cuentas para saber en qué medida puede confiar en ellos; y concluye con estas escalofriantes palabras: "¡Pero aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y degolladlos delante de mí!" (Lucas 19:27).
Y llegados a este punto no puedo dejar de mencionar a un autor importantísimo, al que no se ha dedicado la debida atención, nos referimos a José Salvador, hijo de padre judío español y madre católica. Él se sintió judío toda la vida. Su obra más importante es "Jésus Christ et sa doctrine: histoire de la naissance de l'eglise, de son organisation et de ses progrès pendant le premier siècle" (1938). Salvador subraya la idea enunciada posteriormente por Abraham Geiger de que Jesús no formuló un solo precepto ético que no se encuentre en los profetas o en los sabios judíos de la época. Es el primero en hacer notar que el "Sermón de la Montaña" está en el Libro de Ben Sira.
Otro autor, Graetz también opina que la doctrina de Jesús sobre el "mayor mandamiento" es de Hillel.
G. Friedländer en "The Jewish Sources of the Sermon on the Mount" (1911), demuestra que no sólo el Sermón de la Montaña, sino la totalidad del sistema cristiano (excluido su ascetismo) está tomado del Antiguo Testamento, del "Libro de Ben Sira", de los "Testamentos de los doce patriarcas" de Filón de Alejandría, y de los primeros fragmentos del "Talmud" y del "Midrash". Señalaba, además, que Jesús mismo no fue coherente: enseñó que los hombres deben amar a sus enemigos y habló con odio de los fariseos; dijo: "No juzguéis y no seréis juzgados", y juzgó agriamente a quienes se le oponían. Por último, concuerda con Graetz en que en las enseñanzas de Jesús "no hay nada nuevo", pero a diferencia de Graetz, Friedländer no piensa en un Jesús esenio, lo ve como "un judío", un fariseo judío de tipo galileo, alguien que se adelantaba a las esperanzas del tiempo y que creía que él mismo habría de satisfacerlas. No propuso nada nuevo, ni transcendió las limitaciones nacionales.
NOTA.- Podemos ver que, en el Talmud (Makk. 23b-24a) "el justo vivirá por su fe", y en sentencias como "no hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan a ti" o "ama a tu prójimo como a ti mismo", se halla presente la Ley, según la opinión de Hillel (Shab. 31a). Sin embargo, si el Talmud es una composición que abarca más de 1000 años, (situándose su inicio entre los siglos III y V de la era cristiana) ¿hasta qué punto no puede haber influencias cristianas en dicha obra?
Volvamos a Marcos.
Llega la noche; Jesús y su banda salen de Jerusalén (suponemos que rumbo a Betania). A la mañana siguiente vieron que la higuera estaba seca.
Luego Jesús va y viene por Jerusalén, predicando su buena nueva, disputando con sacerdotes y maestros de la Ley, exponiendo sus absurdas parábolas...
El capítulo 12 guarda especial interés porque expone la ideología de Jesús respecto a varios asuntos de interés, como el pago de tributos o la resurrección de los muertos, pero sobre todo donde deja patente y sin equívocos su doctrina sobre el amor; un maestro de la ley se le acerca y le pregunta: "-¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Jesús le contestó: -El primero es: 'Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas'. Y el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos" (Marcos 12:28-31).
Pero ¿cómo conciliar este Jesucristo del amor, con ese otro, violento, arrogante y ególatra, que hemos visto sólo unos párrafos atrás? Resulta imposible, a no ser que aceptemos que no hay un Jesús único en los evangelios, sino varios, diversas facciones de su identidad, diversas proyecciones de las personas y los grupos que, sucesivamente, los redactaron e inspiraron; sin descartar una probable personalidad esquizoide que transcendió con gran fuerza y permitió abonar tan contradictorio corpus doctrinal, cosa que no ha ocurrido con otros líderes espirituales, como Buda o Mahoma, cuya trayectoria ideológica muestra una impecable coherencia (para bien y para mal).
Para un historiador serio no hay problema en aceptar que, en la Antigüedad, los escribas de los templos recopilaban proverbios y dichos populares y los adjudicaban a algún gran pensador para conferirles más autoridad. Y ello era así, sin planteárselo de otro modo. El Tao Te King de Lao Tse, los Proverbios de Confucio, el Código de Hammurabbi, los Proverbios de Salomón, las Máximas de Teognis de Megara, la Nomología de Ciro, los Monostichoi (o Dichos Breves) de Menandro, el Kyriai Doxai (o Enseñanzas Principales) de Epicuro, las Sentencias de Sexto, los Diálogos de Platón, etc. etc. no son de ninguno de sus autores, o, si lo son, tan sólo en un mínima parte. Lo mismo sirve para los Evangelios.
Una colección coherente de dichos era mirada con mucho respeto, y se consideraba un extracto de la sabiduría de algún sabio, lo cual atraía a otros dichos afines que quedaban en la colección bajo el nombre de ese autor. Una vez que una escuela filosófica se ponía en marcha, ésta evolucionaba y se enriquecía. Gran cantidad de dichos de discípulos eminentes eran atribuidos, a su vez, por los discípulos de éstos al fundador de la secta. Cuando, pasado mucho tiempo, se pretendía exponer el perfil del maestro, los discípulos que afrontaban dicha tarea se encontraban ante un trabajo titánico, por no decir inútil. Por eso floreció la literatura biográfica durante el periodo grecorromano.
Al hacer la biografía del maestro, además de que todos los discípulos que estuvieron con él y demás testigos de primera mano ya habían fallecido, había que adecuar las palabras a poner en su boca con el desarrollo novelado de la biografía. Los griegos llamaban a eso heuresis (descubrimiento). Cuando el discurso era para otra persona se le llamaba "discurso a la manera de", y se procuraba que el estilo encajase con el destinatario del discurso (En los Evangelios el caso más flagrante de "discurso a la manera de" es el Evangelio de Lucas-Hechos de los Apóstoles). Abogados, maestros, funcionarios, historiadores, dramaturgos..., estaban adiestrados para llevar a efecto tan difícil técnica.
Resumiendo, en la mentalidad de la era grecorromana los dichos de un autor eran una expresión de un ethos particular; a ese autor se le podía atribuir fácilmente otros dichos que correspondían a ese ethos, y cultivando esos dichos uno podía imitar e internalizar ese ethos. Lo importante no era la personalidad, sino el ethos.
Los cristianos han de aceptar que su religión, al igual que todas, tiene un grandísimo componente mitológico, y que esto es algo natural y consubstancial a las religiones. La creación del mito religioso es algo que no puede ni debe evitarse. Surge espontáneamente y, en su origen, no hay deseo de manipulación.
Al margen del Jesús histórico, que seguramente hubo, hemos de considerar el Jesús mitológico que el pueblo cristiano fue creando lenta y laboriosamente, y que en modo alguno debe ser rechazado, ni por los fieles ni por los no creyentes. Toda creación mitológica es un proceso arduo y costoso, como la construcción de la estalactita, y encierra una riqueza de conceptos y de belleza que a todos nos concierne y beneficia. Por eso, la Iglesia Católica hizo muy bien en considerar la Tradición como fuente de fe, y no sólo las Sagradas Escrituras.
Y los días iban pasando, Jesús no se movía del Templo, de la casa de su Padre, y allí predicaba, disputaba con los maestros de la Ley y, sobre todo, buscaba ser el centro de atención, provocando tanto la admiración de los oyentes como la ira de los gobernantes.
Tras la muerte de Salomón (hacia el 930 a.C.), el reino de Israel entró en decadencia, convirtiéndose sus reyes en marionetas de las potencias de la zona. Esa influencia exterior también afectó a la religión. El Pueblo Elegido comenzará a adorar dioses extranjeros.
Es entonces cuando surgirán los grandes profetas apocalípticos que, airados, predican contra el extravío israelita, achacando la decadencia política y económica a la impiedad religiosa, (cuando el razonamiento debe ser hecho al revés).
Yahveh estableció un pacto con Abraham, un pacto basado en la lealtad. Ahora que sus descendientes habían roto esta alianza, no era de extrañar que el Señor los afligiese con todo tipo de calamidades. Tan sólo bastaba que el rebaño descarriado volviese al redil para que Dios lo colmase de poder y riqueza.
Y ése era el objetivo de las prédicas de los profetas, que la grey volviese a la senda marcada por Yahveh para que se restituyese la Alianza sagrada. Por eso Isaías (hacia el año 700 a.C.) llama a todos a que sean fieles, a que se conviertan:
"Y a los hijos de los extranjeros que se unen al Señor para honrarle y amar su santo nombre, y para ser fieles siervos suyos, y a todos los que observen el sábado, que no lo profanen, y que guarden fielmente mi alianza, yo los conduciré a mi santo monte, y en mi casa de oración los llenaré de alegría: me serán agradables los holocaustos y víctimas que ofrecerán sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos" (Isaías 56:6-7)
¡Oh paradoja de paradojas! es precisamente en esta cita de Isaías, la reivindicada por Jesús para justificar su gamberrada, donde el profeta proclama que Yahveh desea que se le realicen sacrificios, y ésa es la causa por la que el Templo estaba lleno de comerciantes que vendían animales para sacrificar al Señor, y cambistas que facilitaban a todo el mundo dinero judío (fenicio para ser más exactos) para poder realizar dichas compras. Eran gentes honradas que realizaban una actividad legal, fuera del recinto sagrado del Templo, debido a que, según Isaías, Yahveh desea que ¡se realicen sacrificios en su Templo!, y por eso se convertirá en casa de oración para todos los pueblos. Pues bien, Cristo tiene la desfachatez de utilizar el texto profético donde todo esto se proclama y, debidamente sesgado, transformarlo para afirmar todo lo contrario.
Ya hemos visto que, para reforzar la licitud de su acción, apela a otro texto de Jeremías, el cual, sin recortar, dice así:
"Pero vosotros [el pueblo de Israel] estáis muy confiados en palabras mentirosas, que de nada os aprovecharán: vosotros robáis, matáis, cometéis adulterio; vosotros juráis en falso, hacéis libaciones a Baal, y os vais en pos de dioses ajenos que no conocíais. Y después de esto venís aún, y os presentáis delante de Mí, en este Templo en que es invocado mi nombre, y decís vanamente confiados: -Ya estamos a cubierto de todos los males, aunque hayamos cometido todas esas abominaciones. Pero qué, ¿este templo mío en que se invoca mi nombre ha venido a ser para vosotros una guarida de ladrones?" (Jeremías 7:8-11).
Como se puede apreciar nada que ver con el significado que le quiso dar Jesús. Todo ese espectáculo fue, sencillamente, un estallido de violencia histérica, perpetrado por un demente que se creía con derecho a todo por ser Hijo de Dios... y por no haber podido llenar la panza con higos cuando todavía no era tiempo.
Por último, ¿cómo es que se le permitió todo eso? ¿Por qué no actuó la guardia del Templo cuya misión era evitar desórdenes? Ya hemos visto que una guardia de sacerdotes controlaba los accesos al Patio de los Gentiles, y en la Torre Antonia había una guarnición romana, por eso el episodio debió de ser mucho más violento de lo que nos cuentan los evangelios, recordemos que "no permitía que nadie anduviera por el Templo llevando objetos de un lado a otro". Las altas jerarquías del Templo no se atreven a detener a Jesús porque "le tenían miedo, pues toda la gente estaba pendiente de sus enseñanzas" (Marcos 11:19).
Es evidente que Jesús no actuó solo, el altercado debió de ser grave, probablemente hubo heridos. Sabemos que Pedro solía ir armado, y en su grupo de desharrapados había zelotes y sicarios, gente fanática amiga de la violencia. ¿Era Jesús el cabecilla de una banda armada que suponía una amenaza para el poder imperial?
En cualquier caso queda claro que la acción de Jesús en el Templo fue violenta y que, a un hombre solo, no le hubieran permitido tales desmanes.
Y no debe parecernos tan raro, porque estamos habituados a una imagen de Jesús basado en el Sermón de la montaña, en el manso que pone la otra mejilla o en el bonito mensaje de amor a los enemigos, pero también está el Jesús de Mateo 10:34-36: "No penséis que he venido a traer paz a la Tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con la madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él"; y lo mismo en Lucas 12:51-53. También está el Jesús amigo de las espadas: "Pues ahora, el que tenga bolsa, que la tome; y lo mismo alforjas; y el que no tenga, que venda su manto y compre una espada".
Y qué decir de la "Parábola de las minas" (Lucas 19:11-27) en la que un hombre noble, deja a sus siervos distintas sumas para que las administren en su ausencia, pues parte para recibir la investidura real. A su regreso les pide cuentas para saber en qué medida puede confiar en ellos; y concluye con estas escalofriantes palabras: "¡Pero aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y degolladlos delante de mí!" (Lucas 19:27).
Y llegados a este punto no puedo dejar de mencionar a un autor importantísimo, al que no se ha dedicado la debida atención, nos referimos a José Salvador, hijo de padre judío español y madre católica. Él se sintió judío toda la vida. Su obra más importante es "Jésus Christ et sa doctrine: histoire de la naissance de l'eglise, de son organisation et de ses progrès pendant le premier siècle" (1938). Salvador subraya la idea enunciada posteriormente por Abraham Geiger de que Jesús no formuló un solo precepto ético que no se encuentre en los profetas o en los sabios judíos de la época. Es el primero en hacer notar que el "Sermón de la Montaña" está en el Libro de Ben Sira.
Otro autor, Graetz también opina que la doctrina de Jesús sobre el "mayor mandamiento" es de Hillel.
G. Friedländer en "The Jewish Sources of the Sermon on the Mount" (1911), demuestra que no sólo el Sermón de la Montaña, sino la totalidad del sistema cristiano (excluido su ascetismo) está tomado del Antiguo Testamento, del "Libro de Ben Sira", de los "Testamentos de los doce patriarcas" de Filón de Alejandría, y de los primeros fragmentos del "Talmud" y del "Midrash". Señalaba, además, que Jesús mismo no fue coherente: enseñó que los hombres deben amar a sus enemigos y habló con odio de los fariseos; dijo: "No juzguéis y no seréis juzgados", y juzgó agriamente a quienes se le oponían. Por último, concuerda con Graetz en que en las enseñanzas de Jesús "no hay nada nuevo", pero a diferencia de Graetz, Friedländer no piensa en un Jesús esenio, lo ve como "un judío", un fariseo judío de tipo galileo, alguien que se adelantaba a las esperanzas del tiempo y que creía que él mismo habría de satisfacerlas. No propuso nada nuevo, ni transcendió las limitaciones nacionales.
NOTA.- Podemos ver que, en el Talmud (Makk. 23b-24a) "el justo vivirá por su fe", y en sentencias como "no hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan a ti" o "ama a tu prójimo como a ti mismo", se halla presente la Ley, según la opinión de Hillel (Shab. 31a). Sin embargo, si el Talmud es una composición que abarca más de 1000 años, (situándose su inicio entre los siglos III y V de la era cristiana) ¿hasta qué punto no puede haber influencias cristianas en dicha obra?
Volvamos a Marcos.
Llega la noche; Jesús y su banda salen de Jerusalén (suponemos que rumbo a Betania). A la mañana siguiente vieron que la higuera estaba seca.
Luego Jesús va y viene por Jerusalén, predicando su buena nueva, disputando con sacerdotes y maestros de la Ley, exponiendo sus absurdas parábolas...
El capítulo 12 guarda especial interés porque expone la ideología de Jesús respecto a varios asuntos de interés, como el pago de tributos o la resurrección de los muertos, pero sobre todo donde deja patente y sin equívocos su doctrina sobre el amor; un maestro de la ley se le acerca y le pregunta: "-¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Jesús le contestó: -El primero es: 'Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas'. Y el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos" (Marcos 12:28-31).
Pero ¿cómo conciliar este Jesucristo del amor, con ese otro, violento, arrogante y ególatra, que hemos visto sólo unos párrafos atrás? Resulta imposible, a no ser que aceptemos que no hay un Jesús único en los evangelios, sino varios, diversas facciones de su identidad, diversas proyecciones de las personas y los grupos que, sucesivamente, los redactaron e inspiraron; sin descartar una probable personalidad esquizoide que transcendió con gran fuerza y permitió abonar tan contradictorio corpus doctrinal, cosa que no ha ocurrido con otros líderes espirituales, como Buda o Mahoma, cuya trayectoria ideológica muestra una impecable coherencia (para bien y para mal).
Para un historiador serio no hay problema en aceptar que, en la Antigüedad, los escribas de los templos recopilaban proverbios y dichos populares y los adjudicaban a algún gran pensador para conferirles más autoridad. Y ello era así, sin planteárselo de otro modo. El Tao Te King de Lao Tse, los Proverbios de Confucio, el Código de Hammurabbi, los Proverbios de Salomón, las Máximas de Teognis de Megara, la Nomología de Ciro, los Monostichoi (o Dichos Breves) de Menandro, el Kyriai Doxai (o Enseñanzas Principales) de Epicuro, las Sentencias de Sexto, los Diálogos de Platón, etc. etc. no son de ninguno de sus autores, o, si lo son, tan sólo en un mínima parte. Lo mismo sirve para los Evangelios.
Una colección coherente de dichos era mirada con mucho respeto, y se consideraba un extracto de la sabiduría de algún sabio, lo cual atraía a otros dichos afines que quedaban en la colección bajo el nombre de ese autor. Una vez que una escuela filosófica se ponía en marcha, ésta evolucionaba y se enriquecía. Gran cantidad de dichos de discípulos eminentes eran atribuidos, a su vez, por los discípulos de éstos al fundador de la secta. Cuando, pasado mucho tiempo, se pretendía exponer el perfil del maestro, los discípulos que afrontaban dicha tarea se encontraban ante un trabajo titánico, por no decir inútil. Por eso floreció la literatura biográfica durante el periodo grecorromano.
Al hacer la biografía del maestro, además de que todos los discípulos que estuvieron con él y demás testigos de primera mano ya habían fallecido, había que adecuar las palabras a poner en su boca con el desarrollo novelado de la biografía. Los griegos llamaban a eso heuresis (descubrimiento). Cuando el discurso era para otra persona se le llamaba "discurso a la manera de", y se procuraba que el estilo encajase con el destinatario del discurso (En los Evangelios el caso más flagrante de "discurso a la manera de" es el Evangelio de Lucas-Hechos de los Apóstoles). Abogados, maestros, funcionarios, historiadores, dramaturgos..., estaban adiestrados para llevar a efecto tan difícil técnica.
Resumiendo, en la mentalidad de la era grecorromana los dichos de un autor eran una expresión de un ethos particular; a ese autor se le podía atribuir fácilmente otros dichos que correspondían a ese ethos, y cultivando esos dichos uno podía imitar e internalizar ese ethos. Lo importante no era la personalidad, sino el ethos.
Los cristianos han de aceptar que su religión, al igual que todas, tiene un grandísimo componente mitológico, y que esto es algo natural y consubstancial a las religiones. La creación del mito religioso es algo que no puede ni debe evitarse. Surge espontáneamente y, en su origen, no hay deseo de manipulación.
Al margen del Jesús histórico, que seguramente hubo, hemos de considerar el Jesús mitológico que el pueblo cristiano fue creando lenta y laboriosamente, y que en modo alguno debe ser rechazado, ni por los fieles ni por los no creyentes. Toda creación mitológica es un proceso arduo y costoso, como la construcción de la estalactita, y encierra una riqueza de conceptos y de belleza que a todos nos concierne y beneficia. Por eso, la Iglesia Católica hizo muy bien en considerar la Tradición como fuente de fe, y no sólo las Sagradas Escrituras.
Y los días iban pasando, Jesús no se movía del Templo, de la casa de su Padre, y allí predicaba, disputaba con los maestros de la Ley y, sobre todo, buscaba ser el centro de atención, provocando tanto la admiración de los oyentes como la ira de los gobernantes.
"Cuando Jesús salía del Templo, uno de sus discípulos le dijo: -Maestro, ¡mira que hermosura de piedras y construcciones!
Jesús le contestó: -¿Ves esas grandiosas edificaciones? Pues de ellas no quedará piedra sobre piedra ¡Todo será destruido!" (Marcos 13:1-2)
Esta profecía, cumplida en el año 70 al final de la guerra contra Roma del año 66, dio pie para que los historiadores fechasen la redacción de los Evangelios a partir del año 70. Parecía obvio que los evangelistas pusieron en boca de Cristo la predicción de unos acontecimientos que ya habían transcurrido al escribirse los textos sagrados. Pero como ya he demostrado al comienzo de este estudio, el evangelio de Marcos es anterior a la destrucción del Templo.
Y llegamos al capítulo 14; ya sólo faltan dos días para la fiesta de la Pascua, y Cristo ha conseguido crearse los suficientes enemigos entre los sacerdotes y los maestros de la Ley como para que hayan planeado matarlo. Y aquí es donde comienza la Pasión; desde este momento hasta su muerte, todos los evangelistas coincidirán en la narración de los acontecimientos sobrevenidos, para volver a divergir después en el momento de la resurrección.
Parece ser que Cristo se hospedaba en Betania, en casa de un tal Simón, a quien llamaban "el leproso".
Los esenios, de acuerdo con su interpretación de las reglas bíblicas sobre la pureza extendían las prohibiciones rituales a toda la ciudad de Jerusalén. Así, allí les estaba vedado toda relación sexual (¿sería ésta la causa del celibato esenio?) A los miembros afectados por la impureza les estaba prohibido entrar en Jerusalén y debían quedarse en los edificios especialmente construidos al este de la ciudad. Quizá esto nos ayude a entender que Simón el Leproso viviese a las afueras de Jerusalén. Según el profesor Yigael Yadin, estudioso de los Manuscritos del Mar Muerto, Betania (situada al este de la ciudad en la falda oriental del Monte de los Olivos) era una aldea de leprosos, por este motivo vivía Simón allí. También conviene recordar que en la antigüedad -y más en concreto entre los israelitas- se denominaba lepra a cualquier enfermedad de la piel con efectos descamantes o ulcerosos; sobre todo a la psoriasis, enfermedad de origen genético, no contagiosa, relativamente inocua y muy común entre los seres humanos.
En casa de Simón se desarrollará la famosísima escena de la mujer que vierte sobre la cabeza de Cristo un carísimo frasco de perfume de nardo. Tiene todos los visos de ser cierta.
La versión de Mateo (26:6-13) es idéntica a Marcos; Lucas no lo recoge, y la de Juan (12:1-8) suena a falsa. Según Juan, el hecho tiene lugar antes de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en casa de Lázaro, no de Simón el Leproso; el perfume lo derrama una de las hermanas de Lázaro, María, (identificada con María Magdalena, la adúltera -¿prostituta?- salvada por Cristo de ser apedreada), y lo vierte en sus pies, secándolo, a continuación, con sus cabellos. Escena profundamente erótica y que sugiere que entre Jesús y la tal María había algo más que una simple amistad. En este caso, no protestan los discípulos por el derroche de esta mujer, sino Judas, al que se acusa en el texto de robar del fondo que tenía la comunidad. El evangelio de Juan, en su conjunto, es excesivamente novelesco, y eso le resta credibilidad.
La Ultima Cena sigue el mismo ritual que el Maestro de Justicia desarrollaba en la comunidad de Qumrán, consecuencia lógica de la estancia que Jesús debió de pasar con los Esenios.
Y conviene que nos extendamos sobre este particular.
En 1950, el investigador francés André Dupont-Sommer sostuvo que la vida del Maestro de Justicia -el fundador y primer jefe del grupo de Qumrán, según los manuscritos encontrados en las cuevas del Mar Muerto- fue una prefiguración y un paralelo de la vida de Jesús:
"El Maestro galileo [...] aparece en muchos aspectos como una reencarnación sorprendente del Maestro de Justicia. Como éste, predicó la penitencia, la pobreza, la humildad, el amor al prójimo, la castidad. Como él, prescribió la observancia de la ley de Moisés, toda la Ley, pero la Ley acabada y perfecta, gracias a sus propias revelaciones. Como él, fue el Elegido y el Mesías de Dios, el Mesías redentor del mundo. Como él, pronunció el juicio sobre Jerusalén que, por haberlo condenado a muerte, fue conquistada y destruida por los romanos. Como él, fundó una Iglesia, cuyos fieles esperaban con fervor su retorno glorioso".
Las teorías de Dupont-Sommer abrieron una puerta que apenas nadie, hasta entonces, se había atrevido a rozar siquiera, y aunque fuera descalificado por muchos autores, lo indudable es -como dice Frank M. Cross, de la Universidad de Harvard, y uno de los directores de los trabajos de traducción de los manuscritos- que en las comunidades esenias descubrimos antecedentes de las formas y los conceptos cristianos.
Probablemente los dos movimientos descienden de una tradición común en el judaísmo, y quizás haya algunos puntos de préstamo directo (especialmente en la organización). La publicación de un número mayor de manuscritos ha dado un respaldo fundamental a esta conclusión general.
Pero no todo el mundo piensa así:
* Robert Eisnman, ha propuesto la hipótesis de un movimiento sadoquita -del cual había formado parte la Comunidad de Qumrán- que había existido durante varios siglos y habría tenido entre sus miembros a Esdrás, Judas Macabeo, Juan Bautista, Jesús y su hermano Santiago. Este movimiento no se habría convertido en un grupo separado hasta el s.I a.C., época en la que habría compuesto los documentos sectarios de Qumrán.
* Bárbara Thiering, ha identificado a Juan Bautista como el Maestro de Justicia y a Jesús como el Sacerdote Impío de los textos de Qumrán.
* J. L. Teicher, sostiene que el apóstol Pablo es el Sacerdote Impío de los textos de Qumrán.
Lo que es irrebatible es que muchas de las prácticas rituales y comunitarias de los miembros de la comunidad de Qumrán tienen paralelos impresionantes en los escritos cristianos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, la comunidad de bienes o la celebración de comidas sagradas de significado escatológico.
Los miembros de Qumrán creían que el fin de los tiempos traería dos mesías. El mesías más destacado es el sacerdotal, el mesías de Aarón; el segundo, y aparentemente de rango menor, es el mesías laico, el mesías de Israel.
No queda clara cuál es la misión precisa de cada mesías, además de oficiar en el banquete mesiánico. Ningún texto dice que su función fuera salvar a otros o expiar los pecados de otros, a diferencia de lo que se dice del mesías cristiano. Aunque en el Nuevo Testamento hay sólo un mesías, cumple las funciones de los dos que aparecen en Qumrán.
Comparemos, ahora, un par de curiosos textos:
En el primero, el arcángel Gabriel se aparece a María para anunciarle que concebirá un niño extraordinario: "Será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (Lucas 1:32-33). El niño será llamado "Santo, Hijo de Dios" (Lucas 1:35).
El segundo es el documento 4QpsDan [pseudo Daniel] A (4Q246), data del último tercio del s.I a.C, y es uno de los manuscritos hallados en las cuevas del Mar Muerto; dice así: "[Él] será grande sobre la Tierra, [¡oh, rey!, todos (los pueblos) ha]rán [la paz] y servirán [a él. Será llamado hijo] del [G]ran [Dios] y lo llamarán por su nombre. Será aclamado como Hijo de Dios y lo llamarán Hijo del Altísimo [...] y su reino será un reino eterno".
Es una lástima que no se sepa a quién se refieren estos títulos; no se ha conservado esa parte del manuscrito.
Los miembros de Qumrán y los primeros cristianos compartieron igualmente otras perspectivas: interpretaban los textos bíblicos con una fuerte coincidencia escatológica de la proximidad del fin de los tiempos.
Igualmente, interpretan un mismo texto bíblico como referido a ellos exclusivamente. Otros puntos en común son:
- La visión dual del mundo, entre reino de la luz y reino de las tinieblas.
- La creencia en un inminente final de los tiempos
- Aceptación de la inmortalidad del alma (aunque parece ser que no compartían la resurrección corporal cristiana).
Una observación final: resulta enigmático que en el Nuevo Testamento no se mencione nunca el nombre de los esenios, habida cuenta los fuertes paralelismos entrambos. Aunque es probable que Jesús se refiera a ellos cuando habla de "herodianos", como ya dijimos antes.
Aún había una paradoja que Jesús debía superar. Él ya se había declarado Mesías, pero el Mesías necesariamente sería de la estirpe de David, mientras que Cristo era un Galileo, hijo del carpintero José, ¿cómo podía entonces ser el Mesías?. Para eludir esta seria dificultad era menester encontrar un pasaje de las Escrituras en la que se demostrase que el Mesías no necesariamente sería "el hijo de David" y, como un experto fariseo que era, lo encontró. En el salterio hay un salmo que Jesús, como todos los judíos de la época, no dudaba en atribuir a David; dice así: "Dijo el Señor a mi Señor: -siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies" (Salmos 110:1). Y todo el mundo coincidía en que el gran rey estaba hablando del Mesías.
Jesús preguntaba: "Si David lo llama Señor ¿cómo puede ser hijo suyo?. A esto nadie supo qué contestar; y a partir de aquel día ninguno se atrevió a hacerle más preguntas." (Mateo 22:45-46). De modo que no era necesario ser de la estirpe de David para alcanzar el título de Mesías: el hijo del galileo José, de la apartada aldea de Nazaret, no estaba excluido.
De los 12 discípulos, once eran oriundos de Galilea, sólo uno era judío, de la ciudad de Kriyoth. Ese discípulo, Judas Iscariote, fue al principio un seguidor tan devoto de Jesús como el que más, pero gradualmente su entusiasmo se enfrió, y comenzó a reaccionar con desdén a las palabras y hechos de su Maestro.
Poco a poco llegó a la convicción de que Jesús no siempre lograba el éxito en la curación de enfermedades, que temía a sus enemigos y perseguidores, que trataba de escapar de ellos, que en su doctrina había contradicciones notables. Tan pronto enseñaba la estricta observancia de la Ley, la ofrenda de sacrificios o el sometimiento al examen de los sacerdotes, como permitía las comidas prohibidas, no respetaba el shabat ni los ritos purificatorios del lavado de manos y sugería que "el nuevo vino debe ser puesto en odres nuevos" (Lucas 5:36-38). En un caso cedía a la opinión pública y pagaba el medio siclo al Templo o se negaba a aprobar o desaprobar el tributo al César, mientras que en otro prorrumpía en invectivas contra el Templo y agredía con saña a los mercaderes que se establecían en los alrededores para facilitar los sacrificios, o denostaba a los gobernantes y a las clases dirigentes. Decía: "Quien no está contra nosotros está por nosotros" (Marcos 9:40), y también: "El que no está conmigo contra mí está" (Lucas 11:23). Ordenaba la no violencia y poner la otra mejilla, y él mismo se alzaba contra los mercaderes del Templo haciendo de juez y verdugo. Afirmaba que el hombre debe dar sus bienes a los pobres y se dejaba ungir con perfume de nardo valorado en 300 denarios.
Y para colmo, ese "Mesías" no quería ni podía liberar a la nación, pero se arrogaba el papel de Hijo del Hombre que vendría sobre las nubes del cielo y que se sentaría a la diestra de Dios el día del Juicio; del Templo, el lugar más sagrado del Mundo, afirmaba que no quedaría piedra sobre piedra y, en realidad, que Él lo destruiría y volvería a erigir otro al cabo de tres días... ¿Y qué vio Judas en todo ese tiempo? Nada. Ningún milagro; sólo Mateo en 21:14 dice que Jesús curó en el Templo a ciegos y cojos, el único hecho poderoso es la execrable acción de golpear a los mercaderes del Templo, para luego huir como todas las noches a la segura guarida de su amigo Simón, el leproso de Betania. Exceptuadas sus osadas observaciones contra la tradición de los ancianos y su vana arrogancia, Jesús no revelaba plan alguno para consumar la Redención. ¿No era entonces un "deber religioso" entregar a tal "impostor" al gobierno, y cumplir así con la ley que ordenaba matar a los falsos profetas (Deuteronomio 13:1-12)?.
El resto de apóstoles, galileos palurdos y cerriles, sólo veían virtudes en el Maestro, pero Judas no estaba dispuesto a perder el tiempo.
El quinto día de la semana -o, con palabras de Marcos (14:12): "El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando sacrifican el cordero de la Pascua"- era necesario prepararse para la celebración de la Pascua. El 30 d.C. el primer día de la fiesta de los panes sin levadura (15 de Nisan) cayó en Shabat; de modo que la Pascua (14 de Nisan) cayó en víspera de Shabat. Según cálculos astronómicos, el 15 de Nisan del 30 d.C. fue viernes, y el 14 de Nisan del 33 d.C. también cayó en viernes. Pero carecemos de un conocimiento seguro del ordenamiento de los años entre los judíos de la época de Jesús, cuando el Templo era controlado por saduceos-betosianos. Un error de un día era fácilmente posible antes de que los judíos fijaran finalmente el sistema de cálculo de la Luna Nueva.
Para realizar las cosas reservadamente, Jesús ya había hecho los arreglos necesarios con un simple aguador de Jerusalén, en cuyo aposento alto todo quedó dispuesto para el Nazareno y sus discípulos. Aparentemente, la razón del secreto era la misma que impulsó a Jesús a residir fuera de la ciudad durante esa semana: temor a sus perseguidores. De no ser por Judas Iscariote, Jesús y los doce no habrían sido descubiertos.
Él, como observante judío, celebró el seder de la Pascua en la noche anterior al 14 de Nisan, puesto que el 14 cayó en víspera de Shabat y, en consecuencia, no era posible matar a la víctima y asarla en el anochecer. La regla de Hillel, según la cual la Pascua era un sacrificio público que abrogaba las leyes del Shabat, no eran aplicadas todavía por los sacerdotes encargados de sacrificios.
Después del seder no le era posible, como en días anteriores, ir a Betania; sin embargo decide que no van a pasar la noche en casa del aguador. Inmediatamente después de cantar el Hallel (Aleluya), se dirigen al Monte de los Olivos, el distrito más apartado dentro de los límites de Jerusalén. Jesús estaba deprimido, sentía que había fracasado. Había hecho muchos enemigos poderosos, los fariseos y saduceos estaban al acecho esperando el momento propicio para liquidarlo. Estaba en Jerusalén, la última etapa de su viaje existencial, y las cosas iban de mal en peor, apenas lo escuchaban y tan sólo lo consideraban un profeta más.
Una vez que llegan al Huerto de Getsemaní asistimos a una de las escenas evangélicas más conmovedoras. Jesús sabe que su hora está cercana; tiene dudas, ya no se siente el poderoso Hijo del hombre que ha de venir a juzgar a vivos y muertos para luego sentarse a la diestra del Padre:
"Y se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. De pronto comenzó a sentirse atemorizado y angustiado. Les dijo: -Me ha invadido una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad.
Se adelantó unos pasos más y, postrándose en tierra, oró, pidiéndole a Dios que, si era posible, pasara de Él aquel trance. Decía: -¡Padre, todo es posible para ti! Líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Marcos 14:33-36).
Pero los discípulos no rezan, ni están alerta; simplemente duermen. Lo cual es lógico, porque no comprenden nada de lo que está pasando. Jesús tiene carisma, posee ese algo misterioso de los líderes natos que siempre subyuga a quien los conoce y, como buen líder de secta, ya se ha encargado de que sus acólitos lo vean como un ser superior, cuyas decisiones no están preparados para comprender.
Ya están habituados a sus excentricidades; tan pronto están cruzando el lago de Genesaret para predicar, como le da al Maestro por subir al monte Tabor o derriba las mesas de los mercaderes del Templo; todo ello entreverado con esas terribles profecías que no cesa de vaticinar, que si su triste final, que si el Templo destruido, que si el final de los tiempos, que si el Hijo del hombre cabalgando sobre una nube, que si trompetas y que si llanto y crujir de dientes. Así pues, ¿qué tiene de particular que, tras una opípara cena, cuando la gente normal se echa a dormir rendida por el sueño, este loco los haya llevado a un bosque de olivos a rezar? Otra excentricidad más, y aunque sean excentricidades divinas que aceptan sumisos, ellos, en realidad, se caen de sueño.
¡Cuál no es su sorpresa cuando ven llegar al traidor de Judas, rodeado de gente armada con palos, y miembros importantes del Sanedrín, dispuestos a prender a Cristo!
Uno de los seguidores de Jesús saca una espada y, en el forcejeo, se lleva la peor parte uno de los criados del Sumo Sacerdote (imagino que sería el más infeliz de la cuadrilla, siempre pasa igual, el más desgraciado se lleva todas las tortas). Pero ante la superioridad numérica, los discípulos huyen despavoridos.
Y ahora viene un nimio pasaje que, sin embargo, ha causado estupor entre los teólogos:
«Había allí un muchacho que, cubierto sólo con una sábana, seguía a Jesús. También quisieron echarle mano; pero él, desprendiéndose de la sábana, huyó desnudo» (Marcos 14:51-52)
Evidentemente, nada aporta esta anécdota a la doctrina y a la fe, mas yo le concedo un valor notable; anécdotas como ésta son las que dan al Evangelio de Marcos ese encanto y ese sabor a auténtico que no tienen el resto de los evangelios. Son muchos los que piensan que este muchacho no puede ser otro que el autor del Evangelio. No pudo resistir la tentación de transmitir aquella aventura que él vivió tan de cerca; porque, aunque bien es verdad que el Evangelio estaba escrito para glorificar al Mesías, al enviado de Dios, ¿qué tenía de malo insertar este humilde pasaje?, y Marcos -o como quiera que se llamase- dejó para la posteridad la demostración de que él estuvo allí.
Y a partir de aquí comienza la auténtica Pasión. Desde este momento Jesús deja de ser el Mesías arrogante para transformarse en un ser humano injustamente perseguido y vilipendiado. Cristo, el ungido de Dios, se ha transformado en Joshua, en Jesús, el hombre pleno de inquietudes que intentó escapar de la mediocridad de la única forma que sabía y que podía. Ése fue su único pecado, intentar ser libre, dar un sentido a su vida dentro de una sociedad cruel y encorsetada que no consentía veleidades de ningún tipo.
Ahí está Él, en el huerto de Getsemaní, atado e inerme. Y la chusma, que siempre se crece y derrama su más cobarde maldad cuando va en grupo y la víctima está totalmente indefensa, se burla y le escupe, y lo van golpeando por el camino. Esta escena siempre me ha evocado los "paseos" que les daban a los detenidos en nuestra Guerra del 36; siempre lo mismo, pobres inocentes aterrados, vejados sin misericordia por la turba de canallas, alargando el tormento, eternizando la llegada del momento final, para que el reo se vuelva loco de miedo y desesperación mientras todos se ríen de él y lo escarnecen en una locura colectiva repugnante y contagiosa.
Y Él soporta digno e impasible todas las humillaciones. Es imposible no sentir una profunda simpatía por este Jesús derrotado y totalmente humano, al que van a matar.
Mientras lo insultan y le hacen un absurdo interrogatorio para poder incriminarlo Jesús permanece callado. Sólo cuando le preguntan:
"-¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?
Jesús respondió: -Sí, lo soy; y vosotros veréis al Hijo del Hombre sentado en el lugar de honor al lado del Dios todopoderoso y viniendo entre las nubes del Cielo" (Marcos 14:61-62)
¡Qué más querían oír! El Sumo Sacerdote se rasgó las vestiduras y lo acusó de blasfemo. El Sanedrín lo condenó a muerte.
Y sin embargo, stricto senso, Jesús no había blasfemado. Blasfemia es todo lo que se ha dicho de Él a posteriori; blasfemia ha sido hacerlo igual a Dios. Pero Cristo jamás afirmó tener la misma categoría de Yahveh. Atribuirse el título de Mesías era lo mismo que decir que era el esperado salvador que liberaría a Israel de la opresión extranjera; el mesías, obviamente estaba animado por el Espíritu de Dios, pero se supone que todos los cientos de profetas que predicaban por todos los rincones de Israel también lo estaban.
No es lo mismo decir "yo soy Dios" que "yo soy el Hijo de Dios" (o sea, el favorito, el predilecto del Altísimo).
Así pues, el juicio a Jesús fue totalmente irregular, pero no improbable. A partir de este momento los acontecimientos se precipitan. Jesús es golpeado con saña mientras Pedro, que está en el patio mezclado con los sirvientes y los curiosos, niega que tenga algo que ver con Él.
Después lo conducen ante Pilatos para que autorice la sentencia, pues la pena de muerte sólo podía llevarla a efecto el poder de Roma. Y en este punto surgen discrepancias, pues si bien es verdad que la pena de muerte sólo podía llevarse a cabo tras la autorización del representante romano, también es cierto que normalmente esta labor casi nunca la llevaba a cabo el procurador de Judea. El tribuno de las cohortes, gobernador de la fortaleza "Antonia" y jefe de armas de Jerusalén, era quien se encargaba de juzgar los casos importantes. En el caso de Jesús -un pobre desharrapado- habría bastado con un simple centurión.
Si es cierto que Pilatos juzgó el caso, entonces Jesús debía de ser un personaje de gran importancia que representaba un enorme peligro para Roma ¿era Cristo en realidad un relevante jefe zelote?
Mas, demos por bueno el relato de Marcos; Jesús es un pobre hombre que, sin embargo, arrastra multitudes, y los sacerdotes lo consideran tan peligroso que lo conducen directamente ante Pilatos. El jefe romano se percata enseguida de que tiene ante él a un loco inofensivo; sin embargo no quiere ponerse a mal con el sanedrín y opta por conceder lo que piden.
Bien es verdad que Pilatos era hombre soberbio que gustaba de provocar a los judíos, a quienes despreciaba sin recato; sin embargo ya tenía a sus espaldas varios motines ahogados en sangre, causados por su insolencia. Además su mentor, el todopoderoso Sejano, había caído en desgracia y Tiberio lo mandó ejecutar en el 31 por conspirador; así pues, no podía permitirse ningún traspiés; una nueva insurrección podía hacerlo aparecer ante el César como un inepto engreído. En definitiva, Pilatos no iba a arriesgar su carrera política por salvar la vida de un insignificante loco.
Leamos lo que dijo de Poncio Pilatos dijo Agripa I: "Era cruel por naturaleza, y en su dureza de corazón carecía por completo de remordimientos". Su gobierno estuvo marcado "por el cohecho, la conducta jactanciosa e insolente, el robo, la opresión, la humillación, las frecuentes condenas a muerte sin juicio previo, y la crueldad incesante y no mitigada". (Embajada a Cayo).
Tras cometer innumerables desmanes, fue depuesto por Vitelio, el nuevo gobernador de Siria, debido a la sangrienta represión de una turba de samaritanos convocados en el Monte Guerizim con fines encubiertamente mesiánicos; ¡así sería la matanza!.
La suerte está echada para Cristo. Es azotado salvajemente y conducido al Gólgota para ser crucificado.
"Por el camino, encontraron a un hombre que volvía del campo, un tal Simón, natural de Cirene, padre de Alejandro y Rufo, y le obligaron a cargar con la cruz de Jesús" (Marcos 15:21).
Otro dato puntual que lleva todas las trazas de ser verídico. Es probable que Alejandro y Rufo fuesen miembros destacados de la comunidad cristiana, de ahí que se los nombre con familiaridad. La carga de la cruz por parte del cireneo se omite en el evangelio de Juan, relatándonos en cambio el famoso "Vía Crucis" de la tradición cristiana, que es falso con toda seguridad. Un hombre azotado por los expertos verdugos romanos quedaba tan debilitado que apenas podía andar, no digamos llevar el pesado madero, por tanto es lógico que los legionarios obligaran al primer hombre que pillaran a llevar el travesaño de la cruz.
La verdad es que el relato de la Pasión que nos ofrece Marcos es extremadamente breve (otro tanto a su favor para conceder la máxima credibilidad a este evangelio), omite las largas parrafadas de Jesús con Pilatos (que, obviamente nadie pudo testimoniar), o la visita a Herodes, ni dice que uno de los bandidos fuese bueno, ni que la Virgen María estuviese allí.
Cristo lleva clavado en el madero desde las nueve de la mañana del viernes. Las horas van pasando y su agonía es lenta, horrible. Cuando son las tres de la tarde ya es consciente de que va a morir ¡y cómo! Es entonces cuando se produce el gran acontecimiento, Cristo llega a la conclusión de que todo lo que ha hecho, dicho y predicado, no sirve para nada.
No olvidemos que Pilatos tenía razón al pensar que le traían a un loco, Jesús creía a pies juntillas que era el Hijo de Dios, el Elegido del Altísimo, y esperaba que en la hora de su muerte Dios lo reconfortara con su presencia, le infundiese ánimos, le enviara una legión de ángeles que, haciéndole pasillo militar, le mostrasen el camino hacia el más allá.
Nada de nada. La cruda realidad era muy otra; era como es siempre la realidad: dura, triste y despiadada.
Las horas, interminables, iban pasando, y ya no sentía aquel fervor místico que siempre lo había empujado en la dirección exacta. Sólo sentía un dolor inhumano en las articulaciones clavadas; dolor que se multiplicaba por infinito cuando, colgado como estaba, no podía respirar y se veía obligado a incorporarse; entonces tenía que echar todo el peso del cuerpo sobre los clavos de los pies y procuraba enderezarse; el otro punto de palanca eran las muñecas, que giraban hacia arriba, haciendo que los clavos raspasen los radios de los brazos. Entonces rápidamente tomaba una bocanada de aire y volvía a caer doblado; para repetir la misma operación al cabo de pocos minutos.
Pero a veces se olvidaba del dolor, y todo su cerebro se concentraba en la sed abrasadora que lo invadía. En su situación agónica y debido a tanta sangre como había perdido presentaría un cuadro febril que todavía intensificaba más esa sed espantosa.
Exangüe, jadeante, sudando copiosamente por el esfuerzo y la fiebre, y sin haber bebido nada desde hacía más de 12 horas, el tormento de la sed no debía de ir a la zaga al suplicio de los clavos.
Sólo el dolor. Sólo la sed. Sólo la soledad.
Y en ese momento se da cuenta de que nada tiene sentido, de que ha perdido el tiempo; y recuerda a la mujer que vertió el perfume de nardo sobre su cabeza, consciente de que la amaba; y ve las escenas de su niñez, y siente el aroma húmedo del lago de Genesaret, que tantas veces cruzara conducido por sus fieles discípulos, gentes nobles y sencillas que lo admiraban, mientras Él, con toda su soberbia, les decía lo que debían y no debían hacer.
Y, también entonces, se da cuenta de que ellos eran los sabios, ellos, con su vida dura y honrada, con su familia, con sus hijos corriendo felices y riendo, ellos, con sus miedos y sus angustias... pero ellos apostaron por vivir la vida. Y piensa que ha sido un cobarde que no se atrevió a amar a la Magdalena, y podía haber sido un hombre como los demás, pero eligió esta absurda idea de creerse Hijo de Dios ¿de qué Dios, si ahora no daba ninguna muestra de presencia? Y se pregunta quién era Él realmente ¿un hijo ilegítimo, el hijo del carpintero José, el Hijo de Yahveh...?
Destrozado física y espiritualmente consigue reunir los últimos restos de vitalidad para gritar desesperado:
"- ¡Eloí, Eloí, lamá sabactaní!" (Marcos 15:34)
Que significa "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (el primer versículo del Salmo 22).
Uno de los que allí estaban -un soldado probablemente- compadecido por su dolor le acerca una caña, en cuyo extremo había una esponja empapada en vinagre con agua (bebida habitual entre los legionarios y también, hasta los años 50, en las zonas rurales de España y, en general, en toda la cuenca mediterránea, pues era una bebida barata y refrescante), pero Jesús no llegó a beber, y "lanzando un fuerte grito, expiró." (Marcos 15:37).
Una vez más Marcos nos aporta otro dato, con ese aroma de autenticidad a que tan habituados nos tiene ya:
"Había también allí algunas mujeres mirando de lejos. Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, quienes, cuando Jesús estaba en Galilea, le habían seguido y le habían atendido. Y otras muchas que habían venido con Él a Jerusalén"
Como siempre ocurre, los hombres han huido en desbandada, sólo el amor incondicional de las mujeres se mantiene ¿Quiénes eran estas mujeres que allí permanecen, a pesar del peligro que supone darse a conocer como seguidoras de Jesús, y a pesar del dolor y la fatiga por estar tantas horas allí, de pie, viendo cómo su maestro agoniza de forma crudelísima?
Está claro que todas ellas eran conocidas entre la comunidad cristiana de los años en que se escribe este evangelio. ¿Es María Magdalena la mujer que vertió el perfume sobre Jesús? ¿Es la otra María la tía de Jesús? ¿Y Salomé, es la madre de los hijos de Zebedeo, como insinúa Mateo en 27:56? Y lo más extraño de todo es que no menciona a la María más importante: a su Madre.
La Ley judía exigía que los muertos fuesen enterrados antes de la puesta de Sol, por eso José de Arimatea le pide a Pilatos que le permita bajar a Jesús de la cruz. El gobernador romano se extraña de que haya muerto tan pronto, pues los crucificados tardaban varios días en morir, y Jesús sólo llevaba seis horas, así que le pregunta al comandante de la guardia (el que dijo "¡verdaderamente, este hombre es Hijo de Dios!" -frase totalmente inventada, por supuesto-). El comandante asiente y Pilatos permite que se lleven el cadáver.
Este episodio ha hecho suponer a muchos, y no sin razón, que en realidad Jesús no estaba muerto, y en tal caso se comprenderían mucho mejor los capítulos referentes a la resurrección.
Por los testimonios históricos que poseemos sabemos que los crucificados tardaban entre 2 y 4 días en morir, también que, una vez muertos, se dejaban en la cruz, añadiendo al terrible suplicio que se infligió al reo en vida, la ignominia de no recibir honras fúnebres. El cadáver terminaba devorado por las alimañas y los perros. Por ello también muchos historiadores creen que Pilatos jamás hubiese autorizado descolgar el cadáver por mucha Ley judía que hubiese de por medio.
Creo que merece la pena extenderse algo más sobre el hecho histórico de la crucifixión, y comentar un asombroso descubrimiento que tuvo lugar en junio de 1968.
Con ocasión de unas obras ordinarias, aparecieron cerca de Jerusalén, en una ladera del montículo de Givat ha-Mivtar, situado a menos de dos kilómetros de la llamada Puerta de Damasco, los restos de una necrópolis.
Se trataba de unas cuantas tumbas que repartían hasta treinta y cinco cadáveres: once hombres, doce mujeres y doce niños. Algunos habían muerto por inanición; un adolescente había sido asado en una parrilla; una anciana tenía el cráneo destrozado de un mazazo; un niño de pocos años presentaba un flechazo en la cabeza. Pero nada de esto llamó la atención tanto como la existencia de un crucificado; un varón de unos veintiocho años que, para colmo, había muerto en la misma época que lo hizo Cristo (decenio más o menos). Este hombre medía 1,67 metros y se llamaba Yehohanán (o sea Juan); este dato lo conocemos por venir su nombre en el osario que guardaba sus restos.
Este desgraciado Juan había sido fijado a la cruz mediante tres clavos, hincados los de los brazos por debajo de la muñeca, entre el cúbito y el radio, mientras que uno sólo, de 17 cms., atravesaba los dos talones a un tiempo, dispuestos de forma lateral. Las observaciones de los anatomistas, antropólogos y arqueólogos han permitido recomponer hasta casi el detalle el procedimiento de crucifixión empleado y la posición en que el cuerpo del ejecutado quedó sobre el patíbulo. Primero se le atravesó el talón derecho, luego el izquierdo, que se encontraba entre el anterior y la madera, formando las piernas un ángulo aproximado de sesenta grados con respecto a la vertical; quedaba el condenado con las piernas en posición lateral, pero el tronco, cabeza y brazos aparecían en posición frontal. Entre el talón derecho y la cabeza del clavo había una tabla de madera; su función consistiría en sujetar mejor al reo y quizá también en servir de pizarrín donde irían los datos de la víctima.
También sabemos que la cruz era de madera de olivo y que los brazos tenían un cierto juego, quizá no excesivo, que permitía la elevación del pecho para respirar a costa del dolor que provocara la rotación sobre los clavos; esa leve posibilidad de movimiento durante horas ha dejado bien visible huella de frotamiento en el radio derecho.
Para acelerar su muerte se le partieron las piernas, acorde con los relatos evangélicos. Se le fracturaron a la altura del tercio inferior, mediante un único golpe que provocó rotura de las dos tibias y de un solo peroné.
La crucifixión fue un invento helenístico o cartaginés que los asmoneos adoptaron gustosos. Sabemos que Alejandro Janeo crucificó a 800 fariseos, opuestos a su política. Los romanos, como buenos imitadores, la aplicaron con prontitud. En el año 4 a.C. cuando Jesús contaría con 2 años de edad más o menos, el general Varo crucificó a más de 2.000 judíos en las afueras de Jerusalén (5 años más tarde, Varo sería aniquilado junto con tres legiones en la selva de Teutoburgo por el germano Arminio ¡Así es la vida!).
Volviendo al terreno evangélico, Juan nos dice que Jesús fue atravesado de una lanzada, y que brotó sangre y agua. De ser cierto, significaría que aún estaba vivo, pues de lo contrario apenas habría salido algo de sangre espesa y negruzca. El agua podría ser líquido pleural.
El caso es que es posible que Cristo fuese descendido de la cruz en estado de coma, pero vivo. Y a partir de aquí todas las especulaciones son válidas ¿lograría recuperarse de sus terribles heridas y sobrevivir? ¿Fue esta situación la que dio origen a la teoría de la resurrección? ¿Estuvo escondido, albergado por José de Arimatea en lugar seguro, esperando que se repusiera, pero murió a los pocos días y se enterró en secreto permitiendo que corriese el pábulo de la resurrección?
Llega el domingo y María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé (de nuevo se omite a la Santa Madre), se dirigen al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús. Apenas ha amanecido. Cuando llegan, se encuentran la piedra de la entrada movida; al acceder al interior ven un joven vestido con una túnica blanca que les da la buena nueva: ¡Cristo ha resucitado! Y añade:
"- Ahora marchaos y anunciad a sus discípulos, y también a Pedro que Jesús va delante de vosotros, camino de Galilea. Allí lo veréis, tal y como Él os dijo.
Las mujeres salieron huyendo del sepulcro. Iban temblando y como fuera de sí, y por el miedo que tenían no dijeron nada a nadie" (Marcos 16:6-8)
Y aquí termia el Evangelio de Marcos.
Este final no podía ser admitido por la Iglesia, así que posteriormente se añadieron 12 versículos, donde se cuenta de modo artificial y torpe cómo Jesús se apareció a los discípulos, los exhorta a predicar y subió a los cielos.
Por tanto nos ceñiremos al auténtico final. Al igual que otros fragmentos, también esta parte tiene un aire extraño que nos hace verlo como verídico. El joven vestido de blanco puede ser alguno de los discípulos que robó el cadáver, o, lo más probable, es que sea una invención. Las mujeres llegaron a la tumba, vieron la piedra movida, entraron, vieron que Jesús no estaba y huyeron despavoridas ¿Qué había pasado con el cuerpo de Jesús? Evidentemente había sido robado por los discípulos y llevado a Galilea.
Y esa es la versión comúnmente aceptada en la época en que se escribieron los Evangelios, tal y como reconoce Mateo mientras intenta desmontar dicha teoría; según él los soldados de la guardia fueron sobornados por el Sanedrín para que dijesen que los discípulos habían robado el cadáver de Jesús mientras dormían: "ellos, tomando los dineros, obraron conforme a las instrucciones recibidas. Y se esparció semejante rumor entre los judíos hasta el día de hoy" (Mateo 28:15).
Mateo no habla de ascensión a los cielos; su evangelio termina de modo artificioso con Jesús en un monte de Galilea hablando a sus once apóstoles. Juan tampoco habla de la ascensión de Cristo; en este caso elabora un final barroco y lleno de anécdotas pero dejando el misterio de saber qué fue de Jesús.
Sólo Lucas (el discípulo de Pablo ¡quién si no!) tira por la calle de en medio y decide hacerlo subir a los cielos en la ciudad de Betania. Basado en este final, algún copista terminó el antiguo Evangelio de Marcos con el añadido que ya conocemos; en este caso el escriba rizó el rizo afirmando que, tras la ascensión a los cielos, Jesús se sentó a la diestra del Padre.
En resumen, todo este maremágnum de finales artificiosos demuestra que nadie supo claramente qué fue del cuerpo de Cristo.
Y así termina la historia de este hombre que sigo sin comprender por qué ha fascinado a media humanidad. En este breve trabajo ha quedado demostrado que fue un hombre sin más virtud que la de ser un líder carismático fundador de una secta como ha habido tantas a lo largo de los siglos.
Creo que lo que menos importa es quién fue realmente Jesús, sino quién ha llegado a ser. Y de eso trata este opúsculo, de demostrar que el Cristo pintado por la Iglesia jamás existió. Fue mérito de Pablo y de las circunstancias históricas precisas convertirlo en un dios, más que eso: de convertirlo en Dios.
Kerigma significa "proclamación", y es el mensaje paulino el que basa la importancia del cristianismo en la muerte y resurrección de Cristo. El kerigma se desarrolló en las congregaciones de seguidores de Jesús en Siria septentrional (Antioquía y más allá), y parece haber eclipsado, si no barrido, los recuerdos y la importancia de Jesús como maestro. Pero esto de la muerte y resurrección es un tema recurrente del gnosticismo. No es extraño, por tanto, que surgiera en medios plenamente helénicos, cuya cabeza visible era D. Pablo.
El concepto del "ungido", enviado por Dios, venía como anillo al dedo a las elucubraciones gnósticas de las sectas helénicas del Asia Menor. Esta noción tiene su origen en la fuerte tradición griega que ensalza la muerte noble; y se justifica por la lógica guerrera y viril de que un soldado debe morir por su país, sus leyes o su pueblo. Lo cual no es muy original, pues todas las culturas guerreras tienen la misma obsesión. Sócrates, filósofo-maestro, muere dignamente por la verdad, por la VERDAD en mayúsculas. Séneca también murió, siguiendo esa línea de sacrificio, muy estoico él, y pleno de responsabilidad e integridad, en contraposición a su verdugo, el ingrato Nerón que, para remarcar más su abyección, era discípulo del maestro.
Por otra parte, la resurrección de los muertos ofendía la sensibilidad helénica, pero estaba muy en consonancia con las tradiciones hebreas que, en sus mitos, libraban de la muerte al héroe injustamente acusado -Daniel, José, Isaac- o simplemente por serle agradable a Dios: Elías. La resurrección de los muertos es también tradición gnóstica, en el sentido de regeneración, de cambio, de morir y volver a nacer cuando se alcanza la iluminación, la gnosis.
El caso es que a Pablo (que era tejedor) se le fue de las manos el entramado cuando acabó identificando a Dios con Cristo, lo cual entroncaba con la tradición, también helenizante, de la apoteosis, o transformación del héroe en dios. Así le ocurre, por ejemplo a Heracles.
La evidencia, según las cartas de Pablo, es que las congregaciones de Cristo eran asociaciones atractivas, y que su naciente mitología resultaba apasionante. Se formó un vigoroso culto sobre el modelo de las religiones mistéricas, con bautismo de ingresos, ritos de reconocimiento (beso sagrado), comidas rituales (la cena del Señor), la noción de la presencia espiritual del Señor, y la creación de materiales litúrgicos, tales como exclamaciones, alabanzas, confesiones de fe e himnos.
Fue en el culto del Cristo, y no en el movimiento de Jesús, donde surgió la noción de la conversión como transformación personal.
Marcos fusionó el kerigma con las tradiciones de Jesús. Su éxito estribó en lograr un discurso coherente entre mitología crística y mensajes del Jesús humano. Fue el pionero que nos abrió el camino hacia este Jesús fascinante y contradictorio que durante dos mil años ha marcado con huella indeleble tantos millones de vidas.