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ROMA (Atlas histórico)

Hacia el año 1000 a.C.- Comienza la Edad del Hierro con la cultura de Villanova, cuyos representantes son los itálicos, llegados a la península en las oleadas de las grandes migraciones indoeuropeas. Se dividían en 3 grandes grupos:
1) Latino-faliscos
2) Umbro-sabelio u Osco-umbrios
3) Ilirios
La primera oleada fue la de los latinos, al poco llegaron los umbrios, cuya rama principal era la de los sabinos. Los sabinos del mediodía recibieron el nombre de samnitas y fueron los más enconados enemigos de la naciente Roma.
900.-
Inmigración de los Etruscos. De origen desconocido. ¿Pueblos del Mar?
800.-
Se establecen colonias fenicias en la parte occidental de Sicilia y Norte de África. Fundación de Cartago por la mítica Dido (Elisa), princesa tiria.

Cuando la Roma de Augusto hizo de la Historia un instrumento de la política imperial, quiso ofrecer a su público un cuadro detallado, completo y aleccionador del glorioso pasado de Roma.
Se disponía de abundantes archivos (la famosa Analística), que permitían seguir con bastante rigor los acontecimientos acaecidos desde el s.III a.C., pero las lagunas e inexactitudes se iban multiplicando en progresión geométrica según se remontaba uno en el tiempo, hasta llegar al s.VI que supone una barrera infranqueable. La falta de datos se paliará con abundante imaginación.
La "Analística" era un conjunto de listas (los Fastos) de magistrados civilies y militares, que ofrecían una razonable solvencia, aunque contenían bastantes falsedades, pues con el tiempo todas las familias ilustres buscaban tener antecesores en los Fastos.
Los Fastos marcaron para siempre la historiografía de Roma, haciendo de ella Annales, con la austera objetividad y concisión propias de éstos. Ni Salustio ni Tácito se explican sin la analística. Pero este modo sobrio, objetivo y aburrido de hacer historia no gustaba al público en general. Los griegos tenían un modo más hábil y ameno de escribirla, convirtiéndola en género literario, abriéndola al mito, a la leyenda; halagando a las familias poderosas al remontar su linaje a épocas heroicas y orígenes divinos.
Mecenas, ministro de Augusto, encargado de propaganda y cultura contaba para esta tarea con dos hombres idóneos: Tito Livio y Virgilio.

RESUMEN DE LA HISTORIA DE ROMA HASTA AUGUSTO:

- MONARQUÍA 753 - 509

- REPÚBLICA I 509 - 264 (Conquista de Italia)

- REPÚBLICA II 264 - 91 (Conquista del Mediterráneo)

- REPÚBLICA III 91 - 31 (Guerras Civiles)

- EPÍLOGO


Séneca ordenaba estas épocas en: Infancia, adolescencia, madurez, vejez y decrepitud.
Tanto Séneca, como los patriotas romanos consideraban la época de la República II -la era de los Escipiones- como la mejor de la Historia de Roma.
Pero vayamos al principio.
Todo comienza con un reino de Saturno en la colina del Capitolio.
Era Saturno divinidad agraria de origen etrusco. Su culto fue muy popular entre campesinos y esclavos. El día de las Saturnalia (17 de diciembre) se daba licencia a los esclavos para comportarse como libres y compartir la mesa de sus amos. Muy pronto se confundió con el Kronos griego, que, expulsado del Olimpo por Júpiter, se refugió en el Lacio (de latium, ocultarse), donde reinaba Jano, y le enseñó a él y a sus súbditos la agricultura y la ganadería, por lo que Jano, agradecido, le ofreció compartir su reino. De ahí el reinado bifronte de Jano: por un lado el Saturno pacífico, culto y productivo; por otro el belicoso y salvaje Jano (que simboliza la unión de romanos y sabinos).
Posteriormente desembarca en Italia el arcadio Evandro; viene de Palantio, su ciudad natal, con su hijo Palas (trasunto de Palas Atenea) y una hueste de seguidores. Huye por haber asesinado a Équemo, su padre mortal, y se establece en una colina a la que denominan Pallantium, que se deformó en Palatium (de ahí "palacio").
No se impusieron por la violencia, sino por la "autorictas" de Evandro, que conocía la miraculum litterarum o arte de la escritura, que le ha enseñado su padre real, Hermes; además su madre, Carmenta, tenía dotes proféticas (otras versiones la hacen su esposa). Probablemente "carmen" (huerta) y "carmen" (versos) están relacionados con ella. En Roma se le dedicó la Puerta Carmental.
Qué pinta aquí este Evandro es cosa que ignoramos, mas es de suponer que obedece a la obsesión sempiterna que los romanos tuvieron por buscar orígenes griegos que dieran lustre y luminosidad a su turbio pasado
Sigamos con la historia, cuando Hércules vadea el Tíber con los bueyes del extinto Gerión, el malvado Caco le birla las reses, por lo que el héroe se ve en la penosa necesidad de darle cumplido matarile. Los compañeros del muerto conducen al terrible hijo de Zeus ante Evandro para que lo juzgue. Éste, no sólo no lo condena, sino que le rinde pleitesía cuando conoce su divina alcurnia. Hércules, agradecido, erige un altar al pie del Palatino (donde más tarde se levantará también el Circo Máximo) que será el famoso Ara Máxima. Las dos familias más ilustres de la zona, los Poticios y los Pinarios, son elegidos a perpetuidad como oficiantes de la ceremonia.
Muchos años han pasado, Evandro es ya un anciano. La Guerra de Troya ha terminado y los aqueos sólo han perdonado a dos ilios: Antenor y Eneas. El primero se asentará en la zona del Véneto (patria de Tito Livio, que era padovano).
Eneas desembarca en tierras del Lacio y se dedica, junto con sus hombres a saquear la región. Latino, el rey del lugar, admirado de la nobleza y valor de los troyanos sellará un pacto de amistad con el invasor, y le concede la mano de su hija Lavinia. Por eso, la ciudad que funde Eneas se llamará Lavinio. Pronto llegará un hijo, que recibirá el nombre de Ascanio.

Tardíamente se incluirá a un tal Giulo, hijo de Ascanio, para justificar el origen divino de la gens Iulia. Hay que notar que "Eneas" proviene de "Aienias", la misma raíz que Venus, la Diosa Madre marítima..

Entonces entra en escena el despechado Turno, rey de los rútulos (cuya capital era Ardea) y antiguo prometido de Lavinia que, sumamente ofendido por el desprecio recibido, declara la guerra a Latino y a Eneas, obviamente.
Los rútulos fueron vencidos, pero a costa de graves pérdidas, la más dolorosa de todas la del propio rey Latino.
Turno pidió entonce ayuda a la floreciente potencia etrusca de Caere, y cuyo rey era Mecenio. Éste aceptó encantado la alianza, pues veía con preocupación el crecimiento de los troyanos.
Eneas a su vez pedirá ayuda al anciano Evandro. El joven Palas y los arcadios acudirán al combate en el bando de Eneas y los latinos. El troyano, para ganarse la adhesión de los latinos, unificó ambos pueblos llamándolos latinos indistintamente. Al cabo de los años lograrán la victoria, aunque Eneas también pereció en combate.
Varrón consideraba que Lavinio, por poseer los penates (dioses de la despensa -> "penus") de Roma, había sido la primera ciudad de estirpe romana fundada en el Lacio. En el foro de esta ciudad se alzaba una estatua de bronce de la Cerda Blanca y sus treinta lechones, vaticinio, según el dicho Varrón, de los 30 años que habían de transcurrir para que los lavinieses fundasen la tercera metrópolis del Lacio: Alba Longa; allí nacerá Rhea Silvia, madre de Rómulo y Remo. Entre la fundación de Alba y la de Roma mediaban unos 300 años que había que rellenar de alguna manera. Veamos cómo.
Ascanio dejó el gobierno de Lavinio a su madre, y él fundó otra ciudad en la falda del Monte Albano llamada Alba Longa.
Unos tres siglos más tarde Proca, descendiente de Ascanio y rey de los latinos, tuvo dos hijos: Numítor y Amulio. El primero de ellos, rey legítimo, fue depuesto por su malvado hermano, quien, además, le asesinó a todos sus hijos varones, solo respetó a Rhea Silvia (hija de Numítor, obviamente) aunque la recluyó en el templo de las Vestales para que no tuviese descendientes.
Cómo no, aparecerá un dios -Marte en este caso- que prendado de la hermosura de la muchacha la viola y la deja embarazada de dos gemelos: Rómulo y Remo. A partir de aquí los acontecimientos se precipitan siguiendo fielmente el guión de este tipo de situaciones: el malvado Amulio ordena encarcelar a su sobrina y que arrojen a los sobrinicos al Tíber. Afortunadamente los niños quedan en la orilla (donde luego crecerá la higuera Ruminal) y serán encontrados por una loba que, vencida por su instinto maternal (todas las hembras son iguales) los amamantará. Luego serán recogidos por el buen Faústulo, pastor ¡oh casualidad! del ganado regio. Entrega a los niños a Laurenta, su esposa; aunque según otra tradición sería una prostituta, entrelazando los símbolos guerreros de Marte -la loba- con los de la prostituta, que recibían el nombre de lobas y todas sus variantes, como por ejemplo "cachorras" (catullas, de ahí la palabra "cachonda").
El caso es que los muchachos crecerán en la agreste sociedad del lugar, compuesta por pastores, cuatreros y bandidos, logrando ser unos bestias de cuidado. Tras varias aventuras, Remo es apresado por Amucio, pero será rescatado por Rómulo y Numítor (que se ha enterado de que los chicos son sus nietos). Amulio recibirá su merecido, y Numítor recuperará el trono.
Romulo y Remo deciden entonces fundar una ciudad en los parajes donde había sido abandonados y criados. Acuden cientos de aventureros, nadie hace preguntas ni importa si se es libre o esclavo. A la hora de decidir quién dará nombre a la nueva ciudad, Rómulo se queda en el Palatino, Remo en el Aventino, aguardando ambos alguna señal de los dioses. Rómulo recibe el mejor augurio, con la aparición en el cielo de 12 buitres (animal de Marte) frente a la media docena que saca su hermano. Es el famoso augurium augustum que siglos más tarde secundará las pretensiones de Octaviano de ser el nuevo Rómulo (aunque preferirá el apodo de "Augusto").
Llevado del despecho, Remo se mofa del muro con que Rómulo ha rodeado el Palatino saltando sobre él. Rómulo monta en cólera y comete fratricidio; espera que sirva de lección a todos, y nadie se burle jamás de las murallas de Roma. Este enfrentamiento selló definitivamente el destino de las dos colinas. En adelante, el Palatino sería para los ganadores; el Aventino para la plebe. Entre ambos montes discurría el Circo Máximo, el perfecto amalgamador de las clases sociales; allí podían reunirse hasta doscientos mil ciudadanos. Ricos o pobres todos eran ciudadanos romanos.

21 - Abril - 753.-
Fundación legendaria de Roma y comienzo de la cronología (ab urbe condita). Roma surgirá como ciudad franca, dando asylum a todo proscrito que allí quisiera afincarse. También es posible que derive de la famosa y terrible costumbre del Ver Sacrum, o "primavera sagrada", que consistía en sacrificar, en honor a Marte o a algún otro dios terrible, a todos los recién nacidos en la primavera del año en que hubiera habido alguna catástrofe que acarrease hambruna (guerra, enfermedades, desastres naturales...), para de esta forma dar a la comunidad más posibilidades de sobrevivir. Posteriormente se abandonó este rito tan cruel, y se substituyó por el voto de que esos recién nacidos (varones principalmente) abandonasen la tribu al llegar a la pubertad y buscaran otros lugares de asentamiento. Esta costumbre era habitual en todos los pueblos mediterráneos, pero principalmente entre los sabinos.
Es época de colonizaciones; en esa misma fecha también comienzan a establecerse colonias griegas en el sur de Italia y en la costa de Sicilia.
La mayor elevación de la campiña latina es el Monte Albano (Monte Cavo), y debió de ser el primer lugar ocupado por los nuevos colonizadores. La tradición nos habla de Alba Longa como la capital y centro nacionales de los recién llegados. En un antigo documento del 453 a.C., se nos dice que la nación latina comprendía treinta ciudades y que era un cuerpo político independiente.
En cuanto a Roma, estaba asentada en una zona pantanosa, altamente insalubre, pero su ubicación era altamente estratégica; este dominio del Tíber y el mar hizo que se llamara Roma (de rumm, popa), que quiere decir ciudad fluvial. Pronto se convirtió en un emporio comercial, y eso explica el hecho de que aparezca siempre sola, sin formar parte de ninguna confederación latina, ni siquiera de la albana.
Rómulo tenía fama de haber introducido en Roma usos etruscos (como el de los 12 líctores). Roma tiene una grandísima deuda con Etruria. También se atribuyen a Rómulo las primeras leyes del Derecho romano, la creación de un Senado compuesto de cien patres (origen del patriciado), la ampliación de la Urbs y la apertura de zonas francas para facilitar la repoblación. Rómulo creó tres tribus con derecho a voto, cada una dividida en diez unidades más pequeñas (curiae) que elegían de entre ellos a los componentes de la asamblea (comitia curiae) que refrenaban los poderes del rey.
Para conseguir mujeres, Rómulo organizó también unos juegos hípicos en honor de Neptuno. En realidad era una trampa para raptar a las hijas y consortes de los asistentes. Obviamente se desencadenó una guerra. Y como en la guerra -y en el amor- todo vale, Tito Tacio, rey de los sabinos, sobornó a Tarpeya, la hija de Espurio Tarpeyo, comandante de la ciudadela romana, para que franqueara el paso a sus hombres. A cambio de su traición ella les pidio "lo que lleváis en el brazo izquierdo", en referencia a los pesados torques de oro y joyas que portaban los sabinos. Pero también llevaban los escudos, que es lo que le arrojaron, muriendo aplastada.



A la mañana siguiente se produjo la espantosa batalla. Parecía que ambos ejércitos iban a exterminarse; entonces las sabinas se interpusieron entre los contendientes, diciéndoles que preferían morir a vivir huérfanas o viudas. Todos los corazones se ablandaron, y los contendientes se fundieron en un abrazo. A partir de ese momento sólo habrá un reino: Roma; y dos reyes: Rómulo y Tito Tacio. Se fusionan los latinos (Roma quadratta, sobre el Germal) con los sabinos (Viminal y Quirinal), formando la Liga Septimoncial (comunidad urbana de influencia etrusca: el nombre Roma también podría derivar de la gens etrusca Ruma). Para compensar, los romanos decidieron denominarse "Quirites", en honor de los sabinos; cuya etimología no está clara, según Tito Livio vendría de "Cures", la más importante ciudad de los sabinos. Desde entonces, "quirites" era la fórmula oficial para dirigirse a los romanos.
Si la aristocracia romana refleja el carácter sabino, la plebe refleja el latino, y del contraste entre la movilidad latina y la estabilidad sabina nació aquel lento, pero seguro, desarrollo de la constitución romana.
Los romanos nunca se avergonzaron del famoso rapto, sino todo lo contrario, y siguieron celebrando las carreras de caballos y mulas de las Cunsualia.
Tito Tacio murió en extrañas circunstancias mientras celebraba un sacrificio ritual en Lavinio. Rómulo corrió un tupido velo y no investigó ni hizo nada para castigar a los culpables, incluso se renovó el tratado de paz, por lo que se piensa que él tuvo mucho que ver en este asunto. En cualquier caso fue el gran beneficiado.
Pronto se levantan en armas contra Roma las ciudades etruscas, primero Fidenas y luego Veyes. Que fueron vencidas.
Rómulo, iba siempre con su guardia personal de 300 hombres, los "céleres". Un día, pasando revista a las tropas, estalló una gran tormenta y Rómulo desapareció envuelto en una nube. Pasado el tiempo, corrió el rumor de que había sido asesinado y despedazado por los patricios, y que cada uno cogió uno de los trozos y lo ocultó entre sus ropas, para que todos pensaran que realmente había desaparecido.
En cualquier caso, había que elegir un nuevo rey. Los sabinos exigían que fuera de su etnia, pero los romanos no querían reyes extranjeros, así que los patricios se agruparon en diez decurias y comenzaron a gobernar por turnos. Esta forma de gobierno inspirará la figura del interregno (interrex) que es un magistrado interino que existe en época republicana, cuando se produce el fallecimiento o dimisión de dos cónsules antes de terminar el año.
Pero la plebe, con razón, comenzó a murmurar que ahora tenía cien tiranos en vez de uno, así que los patricios tuvieron que aceptar que el rey fuese elegido por la plebs y ratificado por los patres. El populacho no cabía en sí de contento.

716.-
El propuesto era un hombre sabio, piadoso y de gran prestigio, natural de Cures: el sabino Numa Pompilio. El patriciado accedió.
El nuevo monarca pensó que era momento de hacer paréntesis tras tantos años de guerra y proceder a un ordenamiento jurídico y civil de la sociedad romana.
Primero construye al pie del monte Capitolio un templo en honor a Jano, el dios bifronte: abierto significaba que la ciudad estaba en guerra; cerrado, que la paz reinaba con los pueblos de alrededor. Sólo dos veces permaneció cerrado; la primera en el consulado de T. Manlio, al finalizar la 1ª Guerra Púnica; la segunda, tras la batalla de Actium.
También instituyó el calendario y el sacerdocio de Júpiter, de Marte y de las vestales, entre otros, logrando introducir la semilla de la piedad en el duro corazón de los romanos. Numa siempre estuvo asesorado por su esposa (o amante), la ninfa Egeria, quien ha pasado a ser epónimo de buena consejera. Fue una época de paz y prosperidad.

673.-
El nuevo rey fue Tulio Hostilio, rey belicoso y anexionista. Lo primero que hizo fue organizar una guerra contra la hermana población de Alba. Como las fuerzas estaban muy igualadas, para evitar el mutuo aniquilamiento se acordó que dos grupos de trillizos representando a cada bando lucharan entre sí. Quien ganase la lid daría la victoria total a su pueblo, y el contrario se sometería. Los Horacios peleaban por Roma, los Curiacios por Alba Longa.
Comienza el combate. Al poco, caen muertos dos Horacios, mientras el tercero sigue ileso; los Curiacios están vivos pero todos heridos de distinta gravedad. Horacio finge la huida, y es perseguido por sus enemigos, mas como están heridos, se van separando en función de la gravedad de sus lesiones. De pronto se vuelve el romano y va matando a los tres albanos de uno en uno. Así es como Roma conquistó a los albanos.
Al regreso, una de las hermanas del único superviviente, enamorada de uno de los Curiacios, prorrumpe en llanto al enterarse de la muerte de su amado. Horacio, cegado por la ira la atraviesa con la espada: "¡Sic eat quaequmque romana lugebit hostem!" (Así acabe cualquier romana que llore al enemigo).
Horacio fue condenado a la horca por su execrable crimen, pero apeló a la justicia popular, y salió absuelto. No obstante hubo de ser purificado, para ello pasó por debajo del yugo, ceremonia humillante que se llamó desde entonces "viga de la hermana".
Pero Tulio Hostilio seguía buscando desesperadamente la guerra, aunque sus conciudadanos no estaban por la labor. Y la ocasión se presenta cuando Fidenas, una colonia romana, se alía con Veyes, la poderosa ciudad etrusca. Fidenas contaba con la promesa de traición de los albanos. Llegado el momento de la batalla, los de Alba abandonan el orden de batalla y dejan solos a los romanos, pero sin atreverse a tomar partido por ningún contendiente; lo mejor sería esperar el resultado y adherirse al ganador. Tulio se da cuenta de la jugada pero grita órdenes haciendo creer al enemigo que los de Alba se retiran para rodearlos. Muerden el anzuelo y huyen despavoridos. Alcanzados en el río fue masacrado elejército fideno-veyense. Entonces bajaron los albanos, frescos como rosas pensando que nadie se ha dado cuenta de su descarada traición.
Al día siguiente, Tulio alinea a ambos ejércitos, los albanos piensan que se va a celebrar el ritual de gratitud a los dioses; en lugar de eso son rodeados. Pero son perdonados, a cambio serán integrados en el pueblo de Roma, y su patriciado en el senado. Alba quedará despoblada; dice Tulio "como en otro tiempo el Estado albano se partió de uno en dos pueblos, así vuelva a ser uno solo". Tan sólo su jefe Metio Fufecio es condenado a muerte, siendo descuartizado en el acto atado a dos cuádrigas, simbolizando las consecuencias de estar en medio de dos conflictos opuestos. La deportación se hizo en silencio y sin rechistar. Una vez salió el último albano, el ejército procedió a destruir la fantasmal ciudad.
Con esta acción, Roma dobla su población y su ejército, así que el belicoso rey aprovecha para declarar la guerra y vencer a los sabinos. Paradoja donde las haya, pues todos creíamos que eran un solo pueblo desde la época de Rómulo, cuando las raptadas sabinas se interpusieron entre los contendientes y los romanos se autodenominaron quirites en su honor.
Luego vino una epidemia (castigo por atacar a los infelices sabinos, estoy seguro) que afectó a los romanos, incluido el rey. Para curarse, buscó algún conjuro mágico en los libros de Numa Pompilio. Y creyó hallar la solución realizando un sacrificio secreto a Júpiter Elicio, pero algo debió de hacer mal porque el tonante Jove lo achicharró con un rayo que, además, le quemó la casa.

641.-
Hartos de guerra, nombraron rey al nieto de Numa Pompilio, Anco Marcio, que decidió seguir la política pía de su abuelo. Pero los aliados, pensando que esto era un signo de debilidad, se dedicaron a realizar incursiones por la campiña romana.
Pero como lo cortés no quita lo valiente, Anco instituye los rituales de guerra extraídos de los equículos (ecuos), consisitente en arrojar una vara de fresno con la punta endurecida al fuego, a modo de jabalina, dentro del territorio enemigo. Las ciudades latinas van recibiendo su correspondiente lanza de fresno, y son derrotadas una tras otra. La Urbe llega hasta el mar, y se funda la ciudad portuaria de Ostia.
También creó el cargo de pontifex maximus, o sumo pontífice, que significa "gran constructor de puentes". Esta desconcertante denominación puede sugerir que Anco Marcio fue el responsable de la construcción del primer puente sobre el Tíber, obra fundamental para convertir a Roma en itinerario comercial obligado. El Tíber constituía la vía principal de penetración natural en Italia central; desde Orte, 65 Kms. al norte de Roma, el Tíber era navegable hasta el mar. Anco Marcio fue un hábil político que supo convertir a Roma en el centro del nudo de comunicaciones de la Italia central (Etruria-Lacio-Campania-Magna Grecia y Tirreno-Adriático), enriqueciéndola y afianzándola para que pueda iniciar su salto a la conquista de Italia. Por esta época las ciudades-estado etruscas son las grandes potencias de la península, seguidas de las griegas y fenicias. Estamos hacia el año 600, y los etruscos han fundado la Liga de las 12 Ciudades.

Por aquel entonces, llegó a la ciudad un etrusco llamado Lucumón, exilado de Tarquinia. Al entrar en Roma, un águila descendió vertiginosa y le arrebató el bonete de la cabeza, para volver a depositárselo en una segunda pasada. Su mujer, la inteligente Tanaquil, lo consideró un espléndido augurio.
En realidad, Lucumón era hijo de Demarato de Corinto, un rico comerciante griego que huyó de su patria debido a unas revueltas sociales, y heredó la gran fortuna de su padre, pero era despreciado por los etruscos, que no aceptaban a este hijo de extranjero. Así que Tanagil convence a Lucumón para que abandone la hostil Tarquinia.

Digamos, antes de seguir que los Tarquinios representan la dominación etrusca de Roma, que duró más o menos un siglo, y está documentada por la arqueología, la prosopografía y ciertas insitituciones. Probablemente este Lucumón fuera un gobernador impuesto por los etruscos de Tarquinia.

El caso es que Lucumón y Tanaquil se establecen en la Urbe, cambiando él su nombre por el de Lucio Tarquino Prisco. Su gran fortuna y su habilidad para las relaciones sociales lo condujeron hasta el íntimo círculo del rey, llegando a ser consejero y amigo. Culminando con el testamento real, donde Anco Marcio nombra a Tarquinio tutor de sus hijos.
617.- Tras 24 años de reinado, el rey entrega su alma a los dioses. Tarquino no pierde tiempo y prepara una cacería para que los hijos del difunto puedan evadirse. Entre tanto, Tarquino convencerá a los patres para que lo elijan rey.
Conquistará la ciudad latina de Apiolas, y con el botín instaura unos juegos y embellece la ciudad. Guerreó contra los sabinos, arrebatándoles buena parte de su territorio, luego dominó a todo el pueblo latino.
Terminó la muralla que rodea la Urbs y desecó las insalubres lagunas por medio de cloacas.
Los romanos habían conquistado la ciudad de Cornículo, cuyo rey había muerto en el asalto. La reina de Cornículo y su hijo fueron a vivir al palacio de Tarquinio debido a su noble abolengo. Un buen día le brotó al muchacho una llama en la cabeza, Tanaquil, igual que el lejano episodio del águila con su marido, volvió a considerarlo un suceso premonitorio, y decidieron adoptarlo con el nombre de Servio Tulio. El chico acabó siendo yerno de Tarquinio y Tanaquil.
Entre tanto, los hijos del extinto Anco Marcio intrigaban, como era su oblicación. El golpe de Estado se llevó a cabo de la siguiente forma:
Dos pastores de la familia de Anco Marcio fingen una pelea a las puertas de palacio, pidiendo justicia. Los llevan a presencia del rey, y mientras uno explica su caso a gritos, para atraer la atención, el otro descarga un terrible hachazo en la cabeza del monarca. De ahí lo de "golpe" de Estado.
Mientras Tarquino agoniza, Tanaquil no pierde un segundo, le promete a Servio el trono si cumple sus instrucciones; a cambio le exige venganza. Luego abre las ventanas y le dice al pueblo que el rey se está reponiendo del ataque y que no hay que temer por su vida, hasta que se recupere pide al pueblo obediencia ciega a Servio Tulio.

578.- Servio, con manto púrpura y líctores, se sienta en el trono y se pone a gobernar; en ocasiones finge que ciertos asuntos los consulta con el rey. La farsa se mantiene hasta que el cadáver comienza a descomponerse, entonces se hace público el óbito, mas, para entonces, Servio ha consolidado su poder. Pero ahí no acaba la cosa, para no dejar cabos sueltos, Servio Tulio, casa a sus dos hijas con Lucio y Arrunte, los hijos del fallecido y la impagable Tanaquil.
En cuanto a los otros príncipes, o sea, los hijos de Anco Marcio, al ver que el magnicidio no ha servido más que para poner en peligro su propia seguridad, ponen tierra de por medio y se exilan en Suesa Pomecia.
Y como no hay nada mejor para salvar una crisis interna que una guerra, Servio Tulio la emprende contra Veyes, derrotándola y engrandeciendo su prestigio personal.
Luego asume la tarea de establecer una minuciosa jerarquía de las distintas clases sociales; para ello realiza un censo -precedente que quedará insititucionalizado para siempre- que le permite conocer los recursos de los ciudadanos para establecer su participación en la vida civil y militar de la Urbe, y en función de esos datos la dividió en tribus (de "tributo"). Ello permitió saber que Roma contaba con más de 180.000 hombres.
Además repartió entre la plebe tierras conquistadas (incorporando el Quirinal y el Viminal a la Urbe), para ganarse el favor popular, porque sabía que Lucio Tarquino estaba conspirando. También construyó una muralla que rodeara toda la ciudad (Muro Serviano).
Destaquemos también una institución que se atribuye a Servio Tulio, la del sacerdote llamado Rex Nemorensis (rey del bosque), función desempeñada en época imperial por un esclavo fugitivo a quien se podía desafiar rompiendo la rama de un determinado árbol (el famoso "Ramo de Oro" del libro clásico de Frazer). Si el retador lograba vencer al titular del sacerdocio, el cargo era suyo hasta que otro lo suplantase por el mismo procedimiento. Sólo esclavos huídos, que no tenían nada que perder, aceptaban en esta época un cargo que tal vez en otros tiempos era un gran honor, cuando de aquel rey mágico y poderoso dependía el bienestar de la tribu, pero que había que sacrificar y reemplazar cuando ya no tuviera energías para seguir suministrando su "medicina mágica". El Rex Nemorensis era pues un fósil religioso.
La esposa de Lucio era una bendita de dios, mientras que la hermana era una bruja que no paraba de incordiar a su marido, Arrunte, para que se rebelara. Pero Arrunte era de natural pacífico y no quería problemas. Así que la malvada se alió con su cuñado Lucio para asesinar a sus respectivos cónyuges, hecho lo cual se casarían ellos y darían el golpe de estado. Y ni cortos ni perezosos llevaron a cabo esa monstruosidad. La malvada Tulia, azuzaba sin descanso a su nuevo marido (y ex-cuñado) para que derrocara a su anciano padre.
Lucio Tarquino, escoltado de gente armada, se dirige al Foro y planta sus criminales posaderas en el trono de su suegro, luego envía heraldos para convocar a los patricios. Ante ellos explica su conducta, alegando que su suegro no merece la corona porque es un esclavo, además ha colmado de bienes y prebendas a la plebe en detrimento de los patres. En estas que llega el viejo rey y le pide explicaciones. Entre insultos y gritos el usurpador coge al anciano Servio en brazos y lo arroja por las escaleras. Se organiza un tumulto descomunal que es parovechado por el monarca para huir, aunque está muy mal herido. Pronto será alcanzado por los esbirros de Lucio que lo rematarán.

Tulia que llega en esos momentos subida a un carro, pasará varias veces por encima de su padre en un acto monstruoso sin parangón posible. Loca, poseída por el odio, se llenará de sangre y de oprobio. Para colmo, no le darán sepultura; "tampoco Rómulo la tuvo" se mofaba el asesino, a quien ya se llamaba Superbo.
Tanto crimen marcará el reinado de Lucio Tarquinio con el estigma de la fatalidad, y los dioses decidirán el final definitivo de la monarquía.
Cuarenta y cuatro años duró el reinado de Servio Tulio, y parece que su idea era acabar con la monarquía y no elegir sucesor, aunque esto bien pudiera ser un guiño de Tito Livio ante el rumor que corría mientras escribía su obra de que Octavio Augusto no se decidía por un sucesor y había pensado en volver a la República.

534.- Lucio Tarquinio fue apodado "superbo" por su conducta insolente y cruel. Se convirtió en un dictador sin escrúpulos que gobernaba sin respetar la ley ni la moral.
Dejó de consultar al Senado, y él hacía y deshacía a su antojo, asimismo encarcelaba y asesinaba arbitrariamente para quedarse con los bienes de los penados.
Mantuvo varias guerras, destacando la habida con los gabios, en vista de que no puede ganarla trama un plan. Envía a su hijo menor, Sexto, a Gabios, allí se hace pasar por un renegado que odia a su padre; tan bien cumple su papel que se gana la confianza de todos, llegando a ser nombrado jefe del ejército. Entonces envía un mensaje a su padre para que termine de darle instrucciones. Pero el malvado Superbo no dice una palabra al criado, y tan sólo se limita a cortar con un palo las amapolas que sobresalen en el jardín. Cuando el esclavo cuenta a su amo lo sucedido, Sexto comprende que tiene que acabar con los patricios de Gabios, e intriga para que se enfrenten entre sí. Al final la ciudad queda descabezada y sin líderes, y el Estado gabino termina por entregarse al rey de Roma sin derramar una gota de sangre.
Como se ve, es una historia fantástica y sin fundamento hecha con retazos de antiguas leyendas (caballo de Troya, ardid de Zópiro para que Babilonia vuelva a la obediencia de Darío, respuesta de Periandro a Trasíbulo...) que sólo pretende servir de enseñanza moral: desconfía siempre del enemigo. Idéntica leyenda se cuenta en el medioevo aragonés de Ramiro el Monje, es la famosa historia de la "Campana de Huesca".
Decide crear un grandioso templo en honor a Júpiter, en lo alto del monte Tarpeyo, al excavar los cimientos se descubre una cabeza humana en perfecto estado; será considerado un buen augurio, pues el significado era que Roma sería "cabeza del mundo", por eso se le llamó a ese lugar "Capitolio".


También construyó la gran cloaca subterránea, la Cloaca Máxima, una prodigiosa obra de ingeniería.

Un buen día una anciana llegó al palacio de Tarquino Superbo; le ofrecía nueve libros por un precio exorbitante. Tarquino se rió en su cara, y sin tiempo de reaccionar la vieja dio media vuelta y se marchó con su mercancía. Al poco volvió y le dijo al rey que había quemado tres de los libros, esta vez sólo traía seis, si quería comprarlos había de pagar lo mismo que la primera vez. Esta vez Tarquino no se rió, y empezaba a estar incómodo, pero le comentó, amable, que no era justo pedir por seis libros lo mismo que por nueve. Sin dignarse a responder, la mujer se marchó por donde había venido. Días más tarde regresó con tan sólo tres libros. Los otros habían sido pasto de las llamas, obviamente de nuevo pedía la misma cantidad. Tarquino, desesperado, aceptó el trato sin rechistar. La extraña vendedora del Circulus Lectoris tomó el dinero, se marchó y nunca jamás volvió a saberse de ella.
Se llegó a la conclusión de que la misteriosa dama era la inmortal Sibila, cuyas profecías eran infalibles (había vaticinado la Guerra de Troya), así que esos libros pasaron a ser sagrados y secreto de Estado. Siempre que Roma estuvo en un aprieto, los cónsules consultaban los libros sibilinos, cuyos enigmáticos mensajes en griego daban la solución.

NOTA.- Según Varrón, el Tarquino que recibió la visita de la Sibila, fue Tarquino Prisco, el quinto rey de Roma.

Al poco de la visita, aconteció un suceso terrorífico: una culebra salió de una columna de madera. El rey no sabía cómo interpretar el fenómeno. Para los asuntos de estado se consultaban exclusivamente a los reputadísimos adivinos etruscos, mas para esta aparición decidió acudir al Oráculo de Delfos. En su lugar irían sus hijos mayores Tito y Arrunte, acompañados por Lucio Junio Bruto, primo de los príncipes.

Era este muchacho hijo de Tarquinia, hermana del rey, y cuando vio cómo su tío asesinaba a los ciudadanos nobles -entre ellos a uno de sus hermanos- decidió no dar motivos para que se fijara en él, y deliberadamente se fingió imbécil, lo que le valió el sobrenombre de "Bruto". Y como bufón lo llevaban sus primos. Aunque Bruto llevaba como obsequio para Apolo un bastoncillo de oro oculto en otro de cuerno, símbolo enigmático de su carácter.
Llegados a Delfos, los tarquinios preguntaron cuál de ellos ocuparía el trono. Desde el fondo de la cueva se oyó esta respuesta: "El poder supremo de Roma lo tendrá aquel de vosotros que primero dé un beso a su madre". Así que empezaron a disputar sobre qué método de sorteo emplearían para decidir cuál de los dos besaría primero a la reina. Pero Bruto sintió un impulso especial y se arrojó al suelo, besando la Tierra, que, en definitiva, es la Madre primigenia.
De vuelta a Roma se está preparando la guerra contra los rútulos. La guerra es larga y tediosa, pues se basa en asediar las ciudades enemigas. En uno de los sitios, están bebiendo los jóvenes oficiales. Sexto Tarquinio y Colatino Tarquinio discuten sobre cuál de sus esposas es más bella. Borrachos como cubas se dirigen a galope hacia Roma para comprobarlo. Cuando ven a Lucrecia, la esposa de Colatino, todos convienen en que su hermosura es insuperable.
Mas la lujuria ha invadido el corazón del malvado Sexto, y a los pocos días acude en secreto a casa del estúpido de Colatino y viola a Lucrecia.
Tras el atropello, manda mensajes a su esposo y a su padre -Espurio Lucrecio- para que acudan a la casa de inmediato con sendos amigos de confianza. Espurio llega acompañado de Publio Valerio, Colatino viene con Lucio Junio Bruto. Desesperada y transida por el dolor explica lo sucedido; sin dar tiempo a los presentes de reaccionar, se clava una daga en el corazón.

Entonces, Bruto extrae el puñal ensangrentado del pecho de la desgraciada y sobre él jura vengarse de modo horrible tanto del miserable Sexto como de toda su corrompida familia.
Se dirigen al Foro, y allí Lucio Junio pronuncia un encendido discurso que asombra a todos, todos creían que era un retrasado, mas ahora se dan cuenta de su astucia; la vehemencia de su oratoria inflama a la multitud que toma las armas dispuesta a terminar con el tirano.

Junio Bruto está proclamando el régimen de la libertas, palabra con la que moriarán en los labios los que se creerán últimos defensores de la República en Farsalia. Aunque los revolucionarios pretendiesen que el movimiento había partido del pueblo y del ejército, ni uno ni otro mueven un dedo. La historia de la República romana, como la historia del Pontificado romano durante la Edad Moderna, la hicieron una treintena de familias. Quienes sostienen que la Historia no la hacen los pueblos sino los hombres, y más bien pocos, tienen un sólido argumento en la creación de la República romana.

Tarquino fue desterrado y se marchó con sus hijos a Caere, en Etruria. Sexto Tarquino fue a Gabios, pretendiendo gobernar como rey, pero los gabinos lo asesinaron (q.s.j.).
Hasta el fin de sus días, la República conservará el carácter aristocrático y elitista de sus fundadores, un selecto puñado de familias romanas, albanas (una de éstas fue la de los Curiacios) y sabinas. La República romana se parece tan poco a una república moderna como el Imperio romano a una monarquía moderna. Como decía Polibio: "El régimen de gobierno de los romanos reúne todas las ventajas de la monarquía, todas las ventajas de un régimen aristocrático y todas las ventajas de una democracia".

509.- A continuación, en los Comicios Centuriados, el prefecto de la ciudad nombró a dos cónsules conforme a las memorias escritas por Servio Tulio, y fueron Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino. "Cónsules" significa "los que saltan al unísono" y es una palabra viejísima de la época en que los romanos eran un pueblo de pastores, y dos magos-sacerdotes dirigían la danza de la totalidad de la tribu. Con el tiempo, el resto de magistraturas también serán duales.
Los cargos son anuales, y los otorgan los Comicios Centuriados, es decir, el pueblo en cuanto ejército, o lo que es lo mismo, los hombres en edad militar.
Habían pasado 244 años ab Urbe condita.
Así pues, ya tenemos República. El cerebro de la nueva etapa será Lucio Junio Bruto.
La primera medida será completar hasta 300 el número de senadores, gravemente diezmado por las purgas criminales de Tarquinio, para ello llamó a los principales de la orden equestre, sabia medida para contentar a la plebe -sin que participe la gran mayoría- e introducir en la vida política a la burguesía capitalista (entre comillas, obviamente).
Los ritos religiosos realizados por los reyes los celebrará un rex sacrorum, parodia de soberano, a quien se podía dar impunemente el regio nombre, y que no gozaba de privilegio alguno; conservándole el título se daba satisfacción a los dioses sin disgustar a los mortales.
Se firma el primer pacto político de Roma; un tratado con Cartago reconociendo el monopolio comercial púnico en el Mediterráneo occidental, y el compromiso de éstos de no hostigar a los aliados de Roma, siempre y cuando no superen el sur de la línea del cabo de Palos en Hispania.
Los etruscos están en franca decadencia, tanto en tierra, como en el mar (su flota será exterminada en Cumas por Hierón de Siracusa en el 474). Este vacío de poder en el Lacio será el causante de que los belicosos pueblos de la montaña bajen a disputar la fértil llanura a los romanos.
Por último, como el pueblo murmuraba contra Colatino, por ser de la familia Tarquinia, Junio Bruto le ruega que dimita. Colatino y el resto de tarquinios se fue de la ciudad para instalarse en Lavinio. Como substituto, Bruto nombrará a Publio Valerio.
Pero todo el mundo sabía que pasada la sorpresa inicial, los Tarquinios reharían sus fuerzas y estallaría la guerra. Efectivamente , los jóvenes calaveras exilados van buscando adeptos para su partido monárquico. Entre los ganados para la sedición están los mismísimos hijos de Bruto: Tito y Tiberio. Los cabecillas de la trama en Roma era la familia Vitelio, una de cuyas mujeres estaba casada con Junio Bruto.

En una de las cenas de los conjurados en casa de los Vitelios, un esclavo se entera de la conspiración y avisa a los cónsules. Rápidamente son detenidos los traidores, se requisan los bienes de la familia real y se juzga a los reos.
La pena sólo podría ser la muerte. Y el cónsul que debía ordenarla era Lucio Junio Bruto. Todo el mundo estaba pendiente de sus hijos, pero él no titubeó. Los muchachos, en pie, atados a un madero, son desnudados, azotados y, finalmente, decapitados.
El esclavo que descubrió la trama fue recompensado con la libertad y la ciudadanía; y desde entonces fue norma proceder así con los esclavos que hiciesen un gran bien a la patria, llamando a esta forma de libertad "vindicta", pues el tal esclavo llamábase Vindicio.
Colatino recorría las ciudades etruscas reclamando ayuda. Fueron las más cercanas a Roma, Veyes y Tarquinia, las que apoyaron su causa.
Salen sendos ejércitos de las ciudades tirsenas para enfrentarse a las legiones romanas. Cuando se avistan ambas huestes, Arrunte Tarquinio, hijo de Colatino, espolea su caballo en busca de Junio Bruto; éste, encantado, lanza en ristre, acepta el duelo. El encontronazo es brutal, ambos contendientes ruedan por tierra mutuamente ensartados. Una gloriosa muerte de las que ya no quedan. La batalla es encarnizada, pero vencen los romanos.
Pasado un tiempo, de nuevo el pueblo murmura contra el cónsul superviviente, acusando a Valerio de querer ocupar el trono; la prueba es que se está construyendo una casa en lo alto de la colina Velia, y que será una ciudadela inexpugnable. También es extraño que no haya nombrado un segundo cónsul.
Publio Valerio, indignadísimo, habla al pueblo y lo convence de su lealtad: ordena reedificar su mansión en el valle, promulgando además leyes harto favorables a la plebe, lo que le valió el sobrenombre de "publícola", que parecía un trabalenguas lo de Publio Publícola. Para terminar, nombra nuevo cónsul: el anciano Espurio Lucrecio, que muere a los pocos días. Su puesto lo ocupará Horacio Pulvilio.
Y prosigue la guerra contra Veyes. Pero esta vez el dirigente etrusco es Larte Porsena, rey (=larte) de Clusio; que en realidad debía de ser el caudillo de los 12 reyes etruscos coaligados, si no, no se explica el terror del pueblo romano al saber que Porsena se dirigía hacia Roma. La idea era restaurar en el trono a los Tarquinios. Los romanos renuncian a presentar batalla y se ponen al resguardo de sus murallas.

El caso es que el ataque etrusco se produjo antes de lo previsto, y los defensores del Janículo huyeron como ratas. Entonces, Horacio Cocles, que estaba de centinela en el puente del Tíber, comprendió que tal y como estaban las cosas, si no se destruía ese único punto de acceso a la ciudad, la caída de Roma era inevitable. Así, el bravo Horacio detiene a los desertores y los arenga para que destruyan el puente mientras él junto con dos valientes, Espurio Larcio y Tito Herminio, detienen la embestida tirsena.
"¡Esclavos de reyes soberbios!", espetaba Horacio al enemigo, con actitud fiera y desafiante que hacía vacilar a los asaltantes. Los dardos caen sobre él, pero se cubre bien con el escudo. Los etruscos preparan una carga final para arrollar al insolente romano, y ya parece todo perdido cuando un terrible crujido deja ver que el puente se hunde. La patria está salvada. Cocles mirando al Tíber dice: "Santo padre Tiberino, yo te ruego que acojas estas armas y a este soldado en tus corrientes propicias", y tal como estaba saltó a las frías aguas. El dios fluvial debió de escuchar su oración pues, bajo una lluvia de flechas, consigue llegar a la otra orilla, donde fue recibido -huelga decirlo- como un héroe. Horacio Cocles fue colmado de bienes y honores y se le erigió una estatua en el Comitium. No era para menos.
Echado por tierra (por agua sería más acertado) el factor sorpresa, dispone el rey etrusco lo necesario para un largo asedio: la Urbs será rendida por el hambre.

Un nuevo héroe saldrá de las filas romanas: el joven Gayo Mucio. Logra infiltrarse en el campamento enemigo y se pasea como si fuese un recluta más buscando a Porsena. En ese momento se está distribuyendo la paga, y sentado junto al rey está un escribano, vestido también ricamente; como todo el mundo se dirige a él, cree el valeroso romano que ése es Porsena. Sin dudarlo, saca un cuchillo y se lo clava en el corazón.
Detenido al instante, desafía orgulloso al rey etrusco amenazándolo con que todos los jóvenes romanos harán como él, y tarde o temprano caerá bajo el acero. Amenazándolo con aplicarle carbones al rojo si no da más detalles, Mucio introduce su mano derecha en el fuego sacrificial que tenía al lado, dejando que se le queme la mano sin torcer el gesto. Porsena, asombrado y admirado deja marchar en paz al romano y decide firmar la paz con Roma. Éste corresponde con nobleza dándole los detalles de la conjura: 300 jóvenes esperan su turno para intentar el magnicidio. Mucio será apodado Escévola (zurdo).
En el tratado de paz, los romanos ofrecen compensaciones territoriales y rehenes como garantía.
Pero las heroicidades no eran patrimonio de los varones.

Una de las rehenes, Cloelia, logra escaparse, liberar al resto de sus compañeras y llevarlas sanas y salvas hasta Roma.
Pórsena pensaba que acabaría loco con estos romanos. Y entonces vuelve a escribirse otra página de caballerosidad: el etrusco pide que vuelva la valiente Cloelia, pues quiere honrarla como se merece. Los romanos confían en su palabra y le envían a la doncella. Porsena, a su vez, corresponde a esa confianza y devuelve a la mitad de los presos varones, y será la propia Cloelia quien los elija.
Los romanos le erigieron una estatua ecuestre femenina en lo alto de la Vía Sacra.
Parece ser que fue la inmemorial estatua ecuestre, que representaba a Venus, la que dio pie a esta fábula.
Todo esto acabó en una amistad sólida con los de Veyes, tanto que Pórsena devolvió todos los rehenes y los territorios del acuerdo de paz. Como consecuencia, Tarquinio se fue con la música a otra parte, es decir a Túsculum, para vivir desterrado junto con su yerno Mamilio Octavio. Éste caerá en la batalla del Lago Regilo, que enfrentaba a los de Túsculum con los romanos. Poco tiempo después, llega la noticia de que en Cumas ha muerto el último Tarquinio.
Por esa época, las largas guerras impiden a muchos campesinos recoger la cosecha, por lo que se van empobreciendo y llegan a ser esclavizados por deudas. Así que se produce una gran rebelión de la plebe.
Se reúne el Senado, pero no se pone de acuerdo sobre las medidas a tomar. En estas que llegan unos jinetes latinos diciendo que los volscos se acercan en formación de combate. Esta es la ocasión que estaba esperando la plebs; se niegan a combatir.
El cónsul Servilio proclama un edicto por el que se prohíbe que se encadene o aprese a ningún ciudadano romano -ni a su familia- que sirva en campaña, tampoco podrá perder sus bienes.
Ahora sí; con esta promesa todos los plebeyos con deudas corren a alistarse, sobre todo los encadenados. Los volscos son vencidos y con el botín y tierras conseguidas se alivia algo la indigencia de la plebe. Sin embargo, el otro cónsul, el orgulloso Apio Claudio, no quiere ratificar la promesa hecha por Servilio. De nuevo sobreviene el motín. Apio Claudio -"familia superbissima atque crudelissima in plebem romanam", en palabras de Tito Livio- no se amilana y pide que se nombre un dictador que meta en cintura a la chusma.
Se elige a Manio Valerio, hombre apacible que va a intentar hacer justicia. Y de nuevo se repite la historia, volscos, ecuos y sabinos se han sublevado. Valerio ratifica el edicto del cónsul Servilio y logra que se reclute el más numeroso ejército habido hasta entonces: diez legiones.
La victoria es aplastante; el dictador es conducido en triunfo a la ciudad.
El dictador era denominado "magister populi" (jefe del ejército) y tenía poder absoluto, su mando duraba seis meses máximo. Nombraba un segundo, que era el jefe de la caballería, "magister equitum".
Mas de nuevo el Senado vuelve a las andadas. Manio Valerio, decepcionado, echa en cara a los senadores su vileza: "No soy grato como promotor de la concordia. Pronto, por Júpiter, desearéis que la plebe romana tenga defensores parecidos a mí [...] asistiré mejor a la sedición, como ciudadano particular, que como dictador". Dicho lo cual dimitió. La plebe lo acompañó a su casa entre apalusos.

494.- De nuevo los ecuos amenazaban la paz. Pero el ejército se amotinó, y a propuesta de un tal Sicinio se retiraron al Monte Sacro. Un inmenso pavor reinaba en la ciudad ¿Estallaría una guerra civil? ¿Qué ocurriría si entre tanto surgía una guerra exterior? No había otra solución que llegara a un acuerdo. Así que enviaron a Menenio Agripa para que negociara con los insurgentes.
Menenio, que era un gran psicólogo, les habló del cuento del vientre y el cuerpo en huelga, para convencerlos de la necesidad de la unión y la concordia. Y, sobre todo, que el vientre eran los patres (sería por la mierda, digo yo).
Se acordó entonces que la plebe tuviera dos tribunos de la plebe propios, sacrosantos e inviolables con derecho de veto (intercessio). Los primeros en ser elegidos fueron Gayo Licinio y Lucinio Albino.
Más calmadas las cosas, se inició una guerra contra Coriolos, ciudad volsca. Ahí destacó el joven Gneo Marcio, que con un puñado de selectos guerreros, logró entrar en la ciudad e incendiarla. De esta forma se ganó Coriolos. El bravo Gneo Marcio fue honrado desde entonces con el apelativo de "Coriolano".
Sobrevino una gran hambruna porque no se había sembrado durante los tumultos del Monte Sacro. Así que los senadores compraron trigo en Etruria y en Sicilia. Al debatir a qué precio lo debían revender a la plebe, saltó Coriolano como una fiera: "Si quieren los precios antiguos, que devuelvan a los patres los derechos primitivos", en clara alusión contra la potestad tribunicia.
La plebs lo tomó como una provocación y se exigió un castigo para el heroico patricio. Citado a juicio se negó a presentarse (olé sus cojones) por lo que fue declarado en rebeldía. Se exiló en el país de los volscos, donde acogieron con los brazos abiertos a tan bravo soldado, hospedándose en casa de Atio Tulio.
Ambos logran soliviantar al pueblo volsco contra Roma. Se produce la guerra y Coriolano, al mando del ejército volsco, derrota una y otra vez a sus paisanos. A continuación saquea todo el territorio romano, excepto las tierras pertenecientes a los patricios, con lo que la discordia entre los quirites queda asegurada.
La plebe se niega a pelear, y ordena al Senado que se envíen embajadores para que Coriolano no acabe con la República. Pero nada doblega su voluntad de venganza.


Entonces llegan al campamento su madre, esposa e hijos. La visión de sus seres queridos y el discurso que le endosa su madre lo derrumba; prorrumpe en llanto y accede a retirar su ejército.
Y así es como Roma fue salvada de caer bajo las armas enemigas que mandaba un romano. Y no se sabe muy bien cuál fue el fin de Coriolano. Unos dicen que los volscos lo ejecutaron por traidor, otros que murió anciano, pero siempre triste y añorante de su querida y lejana Roma.
Sin embargo el peligro sigue, ecuos y volscos deciden atacar a la golpeada Roma, pero disputan sobre el general que dirigirá la empresa. Los ánimos se encrespan y acaba la cosa en lucha encarnizada que aniquilará a ambos ejércitos. Una vez más la diosa Fortuna ha sonreído a la gloriosa Urbe.
Poco después se promulgó la primera ley agraria. A ésta seguirán otras, y siempre polémicas, pues en el reparto de las tierras conquistadas siempre hay sectores de la plebe que se consideraban agraviados. Las rencillas entre los patres y la plebs habían llegado a tal extremo que la guerra civil parecía inevitable.
Veyes aprovecha la situación y se dedica a saquear el territorio romano. Como la plebe no está por la labor de entrar en combate, la gens Fabia decide dar ejemplo y pide ocuparse en exclusiva de dar a Veyes su merecido, ellos correrían con todos los gastos, tanto materiales como humanos. La gratitud del pueblos romano es indescriptible.
En realidad, la actitud de los fabios no era tan desinteresada, confiaban en obtener abundante botín con sus correrías por tierras veyenses, se trataba, en definitiva de pagarles con la misma moneda y de paso obtener beneficio.
A la mañana siguiente, 306 soldados patricios de la gens Fabia, parten hacia Veyes. seguidos por un número indeterminado de clientes y aventureros dispuestos a participar en el botín. El comienzo fue prometedor, los bandidos fabios saquean a su antojo, pero, precisamente por la impunidad con que actúan, se vuelven más y más osados, y esa presunción será su perdición, pues caen en una ingenua emboscada y todos son masacrados; todos excepto un adolescente que logra huir y será el tronco de la familia Fabia, que será siempre el más firme pilar de Roma.
Los tribunos no cesan de hacer demagogia, y las tensiones son constantes. Todo esto trufado con el sempiterno enfrentamiento con Veyes.
El tribuno Volerón consigue que se apruebe una ley por la que los tribunos serán elegidos por los comicios de la tribus, aumentando su número a cinco. El cónsul que se opuso a esta moción fue Apio Claudio, y no deja de atraer este hombre noble e íntegro.

455.- Los cónsules están bloqueados en la guera contra volscos y ecuos. Es menester elegir un dictador, y se deciden por el anterior cónsul: Lucio Quinto Cincinato, cuyo gobierno ha sido probo y rectísimo. Lo encuentran arando sus campos y le dan la noticia.
Se pone en acción, da órdenes precisas, respetado por todos nadie rechista. La victoria es total. Regresa triunfal a Roma, se celebran los fastos correspondientes y abdica. Volvió a uncir sus bueyes y siguió arando los campos. Ha pasado a la Historia como el prototipo de político íntegro y honesto.

451.- Se cambia la forma de Estado, y se pasa del consulado al decemvirato. Diez canallas que durante un tiempo sometieron a la plebe a penosa tiranía, hacían y deshacían sin consultar al Senado. Presentaron la Ley de las Doce Tablas, basadas en las de Solón, copiadas por una legación romana que viajó hasta Atenas (en realidad viajaron a la Magna Grecia).
Los sabinos saquean la campiña romana a placer. Los ecuos hacen lo propio en la vecina Tusculo, aliada de Roma. Las legiones romanas, desmoralizadas y sin el menor deseo de obedecer a sus jefes son derrotadas sistemáticamente.
Uno de los decemviros, el malvado Apio Claudio (familia superbissima atque crudelissima in plebem romanam, recuerden) intenta violar a Lucrecia, hija del respetable Lucio Verginio; con artimañas arguye que es hija de uno de sus esclavos y por tanto le pertenece. Verginio la asesina para evitar la deshonra.
El pueblo en masa se exila en el Monte Sacro. Los patricios y los decemviros se quedan solos. Éstos dimiten. Se vuelve al sistema consular.
La historia recuerda sospechosamente la violación de la otra Lucrecia por el malvado príncipe Tarquino, y que acarrea el final de la monarquía.
Los nuevos cónsules son Lucio Valerio y Marco Horacio, que gobernaron con ecuanimidad. Obviamente se llevó a juicio a los decemviros; el malvado Apio Claudio se suicida.

445.- Gayo Canuleyo propone la ley que permita el matrimonio entre patricios y plebeyos, así como que la plebe elija cónsules a quien desee, ya sean patricios o plebeyos. Los patres se llevan las manos a la cabeza. Bronca general, y la coalición ecuo-volsca a las puertas de Roma.
Canuleyo se planta y amenaza con que no consentirá ninguna leva en tanto no se aprueben sus leyes. Los patres aceptan la ley matrimonial (ius conubii), y la posibilidad de que la plebe pueda nombrar tres tribunos militares con potestad consular, sin considerar su origen. Paradójicamente los elegidos son todos patricios.

443.- Por primera vez la suprema magistratura es ocupada por tribunos militares en lugar de por cónsules: Aulo Sempronio Atratino, Lucio Atilio y Tito Cluilio.
Este nuevo tipo de Estado convenía más a una época de constante actividad bélica. Pero a los 3 meses de su entrada en funciones dimitieron los tribunos por un decreto de los augures y vuelven a elegirse cónsules. También se creó una magistratura específica para llevar a cabo los censos, eran dos personas elegidas por el pueblo, y se les llamó censores.
Luego vino una larga época de paz, empañada por el intento de Espurio Melio, de la orden equestre, de restaurar la monarquía (siendo él rey, claro). El asunto había sido que ante una hambruna generalizada, Espurio, hombre riquísimo, compró trigo a los etruscos y la repartió entre la plebe, ganándose de esta forma la adhesión del populacho. El siguiente paso iba a ser promover un levantamiento general.
Descubierta la trama se nombra a Cincinato, por segunda vez, dictador. Éste designa a Gayo Servilio Ahala jefe de la caballería. Espurio aterrado se esconde entre la plebe, pero Servilio azuza a su caballo y dándole alcance le rebana de un certero tajo la cabeza, poniendo perdido de sangre a todo el que estaba cerca. Cincinato dijo: "¡Bravo por tu valor, Gayo Servilio, la República está salvada!".

406.- GUERRA DE VEYES.
Fidenas, colonia romana, se pasó al Larte Tolumnio, rey de Veyes. Cuando Roma envió embajadores pidiendo explicaciones, Tolumio ordena que los asesinen. El larte veyense no podía figurarse en la que se había metido. Ante el inminente conflicto bélico se alía con faliscos y fidenos.
En Roma eligen dictador; esta vez será Lucio Quinto Cincinato, digno hijo de su padre.
Se produce el encuentro armado; los etruscos aguantan bien. Entonces, el tribuno militar Aulo Cornelio Coso reconoce al Larte Tolumnio; espolea su caballo y lo derriba de un lanzazo. El etrusco se incorpora, pero Cornelio echa pie a tierra y lo aplasta contra el suelo con su escudo, a continuación lo deja clavado en el suelo con su lanza.
Al pasearse luego con la cabeza de Tolumnio a modo de trofeo se produce la desbandada general de la coalición etrusca.
Los despojos de Tolumnio fueron considerados "opimos" y se depositaron en el Templo de Júpiter Feretrio, cerca de los de Rómulo. Éstos fueron los segundos despojos ópimos ab Urbe cóndita.
Al poco se reanuda la guerra (con nuevo dictador, Aulo Postumo) y Fidenas será tomada con el ardid de excavar una galería subterránea.
En este año los cartagineses llevan por primera vez un ejército a Sicilia para sofocar una sublevación de sículos.
De nuevo surge el conflicto con Veyes, se nombran 4 tribunos militares con potestad consular, que demostraría lo nocivo que es tener muchos jefes en una guerra, pues al tener cada uno un criterio, los ataques fueron descoordinados, terminando la campaña en ignominiosa derrota. Hay que hacer bien las cosas, y se elige un dictador: Mamerco Emilio, siendo el jefe de la caballería Aulo Cornelio.
Envalentonados por el revés romano, los de Veyes reciben aliados ansiosos de botín; el más importante Fidenas. De nada les va a servir la ayuda, porque vuelven a vencer los romanos.
La siguiente campaña es contra los volscos. El cónsul que ese año comanda el ejército era Gayo Sempronio Atratino, y como quiera que el ataque se hizo con precipitación y sin orden, el primer encontronazo es desastroso para la infantería, que huye despavorida. Viendo la derrota como inminente, el decurión de la caballería Sexto Tempanio, pide a sus hombres que echen pie a tierra y den ejemplo a esos cobardes que huyen. El combate fue encarnizado, y el resultado incierto; entonces llega la noche y cesan las hostilidades. Tanto Volscos como romanos habían dado la batalla por perdida abandonando ambos ejércitos sus campamentos. Sólo la caballería de Tempanio resiste en lo alto de la colina, pensando que están rodeados, pero dispuestos a vender caras sus vidas.
Al llegar el alba comprueban asombrados que están solos. Rápidamente intuye lo sucedido y, antes de que los volscos caigan en la misma cuenta, parte veloz hacia la Urbe.
Tras las lógicas muestras de alegría, pues ya daban la caballería por masacrada, Gayo Junio, tribuno de la plebe, se dirige al héroe: "Sexte Tempani, id quaero de te...", y le pregunta acerca de la conducta del cónsul Gayo Sempronio, pues era evidente su culpabilidad. Y Tempanio responde, con dos cojones, que no es cosa de soldado juzgar al general, que ya lo hizo el pueblo romano cuando en los comicios lo eligió cónsul; no obstante le saca la cara y ruega venia para retirarse, pues viene agotado por la fatiga y las heridas.
Al poco llegará Gayo Sempronio, y la anterior intervención de su jefe de caballería sirve para que no se le pidan cuentas. Pero dos años más tarde los tribunos pretenden chantajearlo y lo citan a juicio sobre este asunto a la vez que proponen ante el Senado una ley sobre reparto de tierras. Confían que Sempronio, como senador, apoyará la ley para hacerse grato a la plebe y lograr ser exculpado. Pero es un tío consecuente y vota en contra; como era de esperar, el populacho lo considera culpable por su acción en la guerra contra Veyes y es condenado a pagar 15000 libras de bronce.
Ese mismo año, la vestal Postumia fue acusada de incesto (¿no será de lujuria?) ya que se vestía con especial esmero, y ya se sabe cómo es la gentuza. Afortunadamente sale absuelta (de lo contrario habría sido enterrada viva), pero se le da la admonición de que en lo sucesivo sea más piadosa en el vestir. Y es que las vestales tenían mucho morbo.
También hubo una conjura de esclavos para incendiar la ciudad y aprovechar el revuelo para hacerse con las armas. La delación de dos traidores desbarató el plan. Menuda escabechina...

La plebe andaba revuelta con las arengas de sus tribunos: Espurio Mecilio y Marco Metilio. Habían presentado un proyecto para que todas las tierras conquistadas se repartieran por cabezas, lo que supondría la confiscación de casi todas las tierras de los nobles (?).
Los patres estaban desolados, y no sabían cómo hacerles frente. Apio Claudio (¡Vaya saga familiar!) halló el medio. Se explicó al resto de tribunos que, debido a la importancia sin igual de esta ley, una vez se aprobara, la popularidad de Mecilio y Metilio subiría como la espuma, cayendo los demás en el olvido y acabando por siempre sus carreras políticas. Que aquí ya nos conocemos todos.
Así que el resto de tribunos vetó dicha ley para evitar que sobresalieran sus compañeros. ¡Genial ardid el de Apio Claudio!
404.- El tribuno militar Marco Postumio Regilense dirigió una guerra contra la ciudad de Bolas, una vez conquistada rompió su palabra de repartir la tierra entre la plebs. El tribuno de la plebe Marco Sextio alborotó al personal enardeciéndose los ánimos hasta el punto de recibir a Postumio con una lluvia de piedras, causándole la muerte. Tan grave acto de indisciplina causó gran conmoción en la Urbs, aunque el veto tribunicio impidió una investigación y el castigo de los culpables.
± 400.- Tras la campaña contra Anxur, los patres deciden que los soldados reciban una paga del tesoro (stipendium), ya que hasta ese momento cada uno desempeñaba el servicio a su propia costa, y debido a que las guerras eran cada vez más largas, muchos no podían atender sus campos y se arruinaban. Con esta medida se ganaron el corazón de la plebe; pero los tribunos les decían que los estaban engañando, pues esa paga saldría de los impuestos extraordinarios que recaerían sobre ellos.
Para demostrar lo falaz de tal acusación, los patricios rivalizaron en llenar las arcas del Estado con carretadas de "aes rude", seguido de los equites que también hicieron generosas donaciones. Por último, todo el mundo aportó su granito de arena al erario público.
Tal estado de ánimo y la abundancia de recursos propició una gran campaña contra Veyes. Esta vez no sería una razzia para rapiñar botín, sino una lucha a vida o muerte para conseguir la hegemonía del Lacio, para ello se van a poner 80.000 hombres en pie de guerra..
Mientras en Roma se eligen 8 tribunos militares con potestad consular (el máximo número hasta entonces) en Veyes, hartos ya de las intrigas, optan por un monarca. Este hecho perjudicó gravemente a los veyenses, porque este rey había tenido una conducta insolente con otros pueblos etruscos y perdió muchos aliados.
Comenzó el sitio, pero la ciudad estaba bien defendidad y aprovisionada y se dispuso a pasar el invierno. Pronto surgieron las murmuraciones entre los sitiadores, pues nunca habían hecho la guerra en invierno, a su vez los tribunos sembraban cizaña diciéndoles que esa era la consecuencia de haber aceptado una paga. En estas que de nuevo interviene el gran Apio Claudio, contándoles la milonga de la Guerra de Troya, que duró diez años, fue por una mujer y tuvo lugar a cientos de millas del hogar; "Y a nosotros que estamos a menos de veinte millas, a casi la vista de nuestra ciudad, ¿nos echa atrás un año de asedio?". Mientras oían silenciosos y avergonzados, llegan noticias de que un ataque sorpresa veyense ha incendiado varias torres de asalto. Entonces los ciudadanos que por su censo eran del orden ecuestre pero no tenían caballos asignados por cuenta del Estado piden permiso para acudir al frente con sus propios cuadrúpedos. Esto provocó la alegría desbordante de todo el pueblo romano.
Fue ésta la primera vez que los equites empezaron a servir en el ejército con sus propios caballos. Su intervención fue decisiva para rehacer las máquinas destruidas.
Mas no todo eran mieles. Anxur se rebeló y expulsó a la guarnición romana; Veyes recibió el apoyo de capenates y faliscos, que atacaron de improviso el campamento romano mandado por el tribuno Manio Sergio. La única esperanza era que llegara en su auxilio el ejército que mandaba el tribuno Verginio; pero, como éste odiaba a Sergio, dijo que si necesitaba ayuda que la pidiera, y el otro, para no humillarse ante su rival, prefirió ser derrotado a rebajarse pidiendo auxilio de modo oficial.
Todo acabó en derrota, huída, gran cantidad de soldados muertos y ambos tribunos en Roma lanzándose acusaciones e improperios.
Así que se revocan todos los tribunados militares, se renuevan los cargos y se hacen nuevas levas.
La guerra sigue, pasan los años, y los gastos militares incrementados con el stipendium comienzan a ser onerosos. Los ánimos comienzan a exacerbarse. La solución viene en el viejo invento del chivo expiatorio: se juzga a los tribunos Lucio Verginio y Manio Sergio, por sus pasadas responsabilidades y son multados con diez mil libras de bronce cada uno.
Un arúspice veyense secuestrado por los romanos revela que la ciudad caerá si desecan el lago del Monte Albano. Así se hace. A la vez, habida cuenta los desastres militares que Roma está teniendo, se decide nombrar un dictador: Marco Furio Camilo. Como jefe de la caballería éste elige a Publio Cornelio Escipión. La situación dará un vuelco espectacular. Los éxitos se suceden imparables.

396.- Por último se decide excavar una mina a imitación de la del sitio de Fidenas. Todo sale a pedir de boca y Veyes es tomada y saqueada, y sus habitantes exterminados o vendidos como esclavos.
Se preguntó a Juno Regina, la Diosa Madre etrusca, si deseaba ser trasladada a Roma, y la imagen asintió. En la Urbs se le erige un templo en el Aventino acorde con su dignidad. También se consagró el Templo de la Mater Matuta, la Diosa Madre Itálica, en cuyo honor las mujeres oraban por la salud de los hijos de sus hermanas (pueri sororii).
El dictador Camilo entrará triunfal en un carro tirado por cuatro caballos blancos, como hará César varios siglos después.
Seguramente el sitio de Veyes no duró diez años, pero los historiadores romanos quisieron que esta gesta fuese su pequeña guerra de Troya.
Vistas las cosas, volscos y ecuos piden la paz, y Roma, exhausta, la concede.
Con la paz llegan las rencillas entre tribunos y patricios por el reparto del botín de Veyes.
Se inicia una campaña contra los faliscos, que deriva en el asedio de su capital, Faleria. Uno de los principales de la ciudad había confiado la educación de sus hijos al cuidado de un pedagogo. Éste sacó a los niños de la urbe y se dirigió al campamento romano para entregarlos como rehenes. El tribuno militar era Marco Furio Camilo, y asqueado por la villanía de este miserable, le demuestra el desprecio que siente Roma por los traidores atándolo desnudo y haciendo que los niños lo conduzcan a varazos de nuevo a la ciudad.
Quedarán los falerios tan asombrados por la noble conducta de los romanos que deciden ponerse bajo su advocación, "convencidos de que viviremos mejor bajo vuestra autoridad que con nuestras leyes". Enternecedor.

391.- De Clusio, un pueblo etrusco, llega una embajada pidiendo ayuda contra el ataque de los galos. Roma no hace mucho caso a esta invasión, mas pronto tendrá ocasión de arrepentirse por su pasividad.
Al poco, los galos se dirigen a la Urbs. De forma improvisada se envía un ejército a cortarles el paso, y lo hace en el 11º millario, en el río Allia.
18-Julio-387: ALLIA.- La táctica hoplítica de los romanos se muestra totalmente obsoleta contra la movilidad celta y sus largas espadas. Pronto cunde el pánico y los romanos se arrojan a las frías aguas del Allia buscando huir como sea. Muchos hallaron refugio en Veyes, unos pocos pudieron llegar a la Urbe. La plebe al conocer la noticia escapa despavorida, tal es el terror que inspiran los galos.
Los celtas -éstos eran de la tribu de los "senones"- no esperaban una victoria tan fácil. Al llegar a Roma ven que las puertas están de par en par, nadie las había cerrado en el caos de la huída. Los jóvenes y senadores se refugiaron en la Ciudadela del Capitolio, y los viejos patricios, para no ser una carga que menguara las provisiones, quedaron sentados a las puertas de sus mansiones esperando altivos la muerte. Llegan los bárbaros; al ver a los impasibles ancianos, como reyes en su trono, piensan si no serán estatuas; un galo se acerca despacioso a Marco Papirio que espera con su vara de marfil, símbolo de su dignidad senatorial, y le mesa las barbas para comprobarlo; el resultado es un terrible bastonazo que cruza la cara del curioso. Entonces comienza la carnicería.
Existía un sacrificio ofrecido regularmente en la colina Quirinal por la familia Fabia; y Gayo Fabio Druso decide llevarla a efecto. Vestido solemnemente (al estilo "gabino", con la toga ceñida y la cabeza cubierta) con los objetos para la ceremonia, se dirige al Quirinal. Su aspecto cuasi divino inspira un temor reverencial y supersticioso entre los galos; alguno le chilla amenazador, pero nadie se atreve a atacarlo. Fabio, ajeno a los gritos, sigue su camino. Tras completar el sacrificio regresa al Capitolio.

Por la noche, los galos consiguen hacer una torre humana y escalan la ciudadela, ya están a punto de llegar a la cima, cuando las ocas sagradas consagradas a Juno alertan a Marco Manlio; llega justo cuando el primer invasor ha puesto su pie en el Capitolio, el romano va sin espada, sólo porta un escudo, pero se lanza contra él y lo derriba. El galo arrastra en su caída a los demás compañeros. Parece ser que esta historia es cierta.






El centinela, que se había quedado dormido, también fue despeñado. Desde entonces, se celebraba una procesión en que se rendía culto a las ocas y se llevaba un perro crucificado, pues ningún can advirtió de la presencia de los intrusos.
Consumidos por el hambre, los sitiados deciden pactar.

Brenno, el caudillo galo (aunque parece ser que "brenno" era un título militar) exige mil libras de oro. Como quiera que la balanza que llevan los senones está desquilibrada Quinto Sulpicio, tribuno militar, la rechaza indignado. Entonces Brenno, insolente, pone su espada sobre las pesas y dice la frase más intolerable para un romano: "¡Vae Victis!".

Tito Livio concluye con un final feliz, en el que, cuando está a punto de concluir la pesada, llega el dictador Camilo y ordena que se anule esa farsa, que Roma ha de lograrse con hierro, no con oro, y bla, bla, bla; luego viene la lucha victoriosa. Los galos son exterminados y Camilo es celebrado como el "Nuevo Rómulo", "Pater Patriae" y "Segundo fundador de la Urbe". Una bonita fábula. Lo que sí parece cierto es que logró que sus conciudadanos no emigrasen a Veyes y reconstruyeran la Urbs. La pieza más preciada de Roma era la estatua (signum) de Vesta, un idolillo de madera al más puro estilo de nuestras Vírgenes mediterráneas, que Eneas habría salvado del incendio de Troya. Cicerón y otras fuentes dicen que era un Palladium (estatuilla de Palas, trasunto de Atenea). Este signum era llamado pignus imperii, o sea prenda o garantía del imperio. Fue uno de los argumentos empleados por Camilo para evitar el traslado de Roma a Veyes.

Por fin parten los galos y queda una Roma saqueada e incendiada. La mayoría del pueblo era partidario de abandonar la ciudad e instalarse en Veyes, pero el Senado rechazó esta propuesta de los tribunos.
Entonces comenzó una carrera contra reloj para recontruir la Urbe. Lo cual dio lugar a una situación anárquica (promiscue aedificari). Nadie se atuvo a un plan de ordenación urbana, ni siquiera para que las calles fuesen rectas: el objetivo era terminar antes de un año. Los invasores volverían seguro en la siguiente primavera. Los muros servianos fueron reconstruídos en toda su extensión y revestidos de cantería de piedra de grotta oscura.
Al mismo tiempo, se ha sacado lección del desastre ante los galos y se reforma el ejército. La nueva estructura será la acies triplex compuesta de tres filas -Astati, Principi y Triarii-, cuyas dos posteriores servían de reserva a la primera. Esta ordenación, que recuerda la falange dórica, ofrecía la ventaja de tener siempre tropas y fuerzas sobre el campo de batalla, y con ella sujetó Roma todos los pueblos de Italia y preparó su universal dominio.
El desastre que Roma acaba de padecer le supondrá un enorme desprestigio y la consecuencia será que muchos de sus vasallos van a plantearse la posibilidad de una rebelión. Además van a producirse encuentros armados con los samnitas por el control de Capua. La cosa quedará en tablas, y se firmará una tregua.
Es entonces cuando la Liga Latina, aliada de Roma, le hace a la metrópoli la exigencia de que, en adelante, uno de los dos cónsules y la mitad de los asientos del Senado, habrán de ser latinos.
La República no va a consentir amenazas ni exigencias, por muy poderosos que se crean los aliados, y les hará frente a todos juntos, derrotándolos en una batalla frente al Vesubio. El gran héroe fue Decio Mus, que se suicidó en magnífico sacrificio a los dioses azuzando a su caballo contra la vanguardia enemiga para que la batalla fuera propicia. Las legiones, enardecidas por esta acción, arrollaron al ejército latino.
345.- Roma va sofocando las sediciones y recupera su ascendiente sobre el Lacio.
Se aprueba la Ley Licinia-Sextia. Por ella, la jefatura del Estado estaría en adelante en manos de tres magistrados con imperium, dos cónsules -que reemplazarán al praetor maximis como jefes del ejército- y un pretor responsable de la alta judicatura, y secundariamente, jefe de un ejército en caso de extrema necesidad. Uno de estos tres cargos podría ser desempeñado por un plebeyo. Antes de que termine el siglo los plebeyos podrán acceder a todas las magistraturas.
340.- Sigue la guerra contra los latinos. El cónsul Tito Manlio Torcuato ha prohibido los duelos personales para evitar que se confraternice con el enemigo. Su hijo, desobedeciendo estas órdenes, cae en una provocación y mata a un caudillo latino, logrando así la victoria. Tito Manlio le dio la corona triunfal por su hazaña y luego lo mandó decapitar por indisciplinado. De ahí la expresión "órdenes manlianas" (Manlia imperia) referido a los castigos severísimos o desproporcionados.

GUERRAS SAMNITAS (326 - 272)
Como ya hemos visto, durante el s.V hubo una bonanza económica que produjo excedentes de población y movimientos expansivos, tanto de los galos del norte de Italia, como de los mismos pueblos de la península, en especial de los oscos y de los samnitas, que acaban con las ciudades griegas y etruscas. Roma logró frenar el avance samnita y tras firmar una tregua sofocó las insurrecciones latinas. Pero el enfrentamiento con el pueblo sabino era inevitable.

326.- El origen de la 2ª Guerra no está claro. Parece ser que el nuevo movimiento partió de Paleópolis. Esta ciudad, gemela de Nápoles, fue elegida por los samnitas para iniciar la reconquista de la Campania. La ciudad se rebeló y Roma envió dos ejércitos consulares para reducirla. Los samnitas y los nolenses enviaron refuerzos. Y comenzó la guerra.







321.- (HORCAS CAUDINAS). Gavio Poncio Telesino, será el jefe samnita. Se tenderá una trampa a los cónsules Tito Veturio Calvino y Espurio Postumio, haciéndoles creer que Luceria, llave de la Apulia, está asediada y su caída es inminente. Los dirigentes romanos, para llegar antes, toman un atajo: la garganta de las Horcas Caudinas (furculae caudinae). En cuanto ven al enemigo asomar por los acantilados saben que han caído en la ratonera. Todo un ejército con sus dos cónsules a la cabeza, atrapados sin remedio en un estrecho desfiladero.
Pero los samnitas no querían iniciar una guerra de exterminio, así que se limitaron a quitarles las armas, exigir la retirada romana de la zona y humillarlos haciéndolos pasar bajo el yugo. Los cónsules aceptaron las condiciones; seiscientos caballeros quedaron rehenes y el resto del ejército fue liberado. Pero el Senado no ratificó el tratado: Injussu populi nihil sancire posse quod populum teneat, y consideró a Valerio y Postumio únicos responsables, así que fueron devueltos al enemigo. Gavio Poncio se negó al indigno holocausto, dando a Roma una lección de magnanimidad.
De esta derrota aprendió Roma que:
a) Su ejército debia ser más maniobrable y rápido.
b) Se necesitaban buenas comunicaciones con Roma.
c) Había que rodear el Samnio de Colonias fieles a Roma para asfixiarlo.
Así pues, se reformó el ejército; el censor Apio Claudio "el ciego" construyó la Vía Apia (312), y se firmó una larga tregua para poder crear las susodichas colonias asfixiantes ("propugnacula imperii" las llamará Tácito). Según iba cerrando el dogal en torno al Samnio, Roma iba machacando a los aliados traidores o simplemente tibios.
Viendo el panorama, los samnitas vuelven a la guerra, y viendo que sus aliados van siendo derrotados por Roma, decide buscar el apoyo de los galos senones, el demonio de Roma.

295.- TERCERA GUERRA SAMNITA.- El condotiero samnita Gelio Egnacio, al frente de la coalición formada por samnitas, sabinos, galos y etruscos, aplasta al cónsul Quinto Fabio Ruliano. La novedad de los carros galos fue la clave de la victoria.
Rápidamente, Roma rehace su ejército y pone en pie de guerra a 40.000 hombres. En este segundo encuentro, la vanguardia romana se vio desbordada de nuevo por el ímpetu de los carros galos, pero la heroica actuación de Decio Mus, sucesor de aquel íntegro romano de igual nombre, hizo que se alcanzase la Victoria de Sentino.
A partir de entonces, los samnitas ya no levantan cabeza, y se vieron obligados a
290.- Pedir la paz. Afortunadamente, Roma se comportó de modo noble con ellos, correspondiendo a la benévola actitud que los samnitas tuvieron en el pasado. Según otras versiones el Samnio fue prácticamente arrasado. Vaya ustéasaber.
287.- Al ser promulgada la Lex Hortensia de plebiscitis, que daba valor legal a las decisiones de la Asamblea y de los tribunos de la plebe, la larga lucha por la igualdad social había concluido. Si en un principio nobleza y patriciado eran una misma cosa, ahora podían los plebeyos acceder a la nobleza (optimates), pero nunca al patriciado, que era una casta cerrada a la que sólo se llegaba por nacimiento.
282.- Conquistado el Samnio, era inevitable el roce con las ciudades griegas del sur.
El apoyo prestado por Roma a Turi y otras ciudades contra los lucanos afectó el área de influencia de la riquísima Tarento. Éstos destruyeron cinco naves de una flotilla romana de diez que había anclado en el puerto. Roma tenía un gran respeto por los ejércitos griegos y el Senado no declaró la guerra inmediatamente. Y como el que da primero da dos veces, Tarento, que no contaba con ejército propio, llamó a un condotiero que aspiraba a ser el nuevo Alejandro:

el rey Pirro de Epiro. Cuando fue llamado a Italia ya estaba en decadencia. Recordó a los sicilianos que su hijo Alejandro tenía derechos a la corona de Siracusa, por lo que iba a combatir a la vez contra romanos y cartagineses. Olé sus cojones. Obviamente Roma y Cartago no tardaron en establecer un tratado de cooperación por el que ninguno de los dos pueblos celebraría acuerdos de paz por separado con el epirota.
Pirro mandó por delante a sus generales Cineas y Milón, para que tantearan al cónsul Emilio. Luego él, en
280.- desembarcó con sus 20 mil mercenarios, tres mil caballeros tesalios y 26 elefantes. Los tarentinos le habían asegurado que a su llegada toda Italia se pondría en pie de guerra contra Roma, y conseguiría hacerse con un imponente ejército de no menos de 350 mil infantes y veinte mil caballos. Ya se veía el epirota como rey de Italia.
El Senado romano cuidó de que estas promesas no se hicieran realidad. Llamó a las armas a los proletarios y creó tres cuerpos de ejército:
- Uno fue enviado a guardar la Etruria
- Otro, conducido por Valerio Levino, presentaría batalla a Pirro.
- Un tercero quedó defendiendo la metrópoli.
Además se mandaron poderosas guarniciones a las ciudades sospechosas exigiéndoles rehenes. Estas medidas lograron su propósito y nadie se movió cuando llegó Pirro.
280.- El primer encuentro armado se produce en Heraclea.
Valerio planteó bien la batalla, pero no consiguió la victoria.

Siete veces se lanzaron las legiones sobre la falange, y otras tantas se estrellaron impotentes contra aquella muralla de lanzas; al mismo tiempo, la caballería romana, desordenada por los elefantes, no supo hacer frente a la de Tesalia.
Sin embargo el resultado no fue tan malo para la República, si los romanos habían dejado sobre el campo 7.000 hombres, Pirro ha perdido 4000; un auténtico desastre para el griego si se considera la escasez relativa de sus fuerzas y los inmensos recursos del enemigo (que además jugaba en casa). Milón dice a Pirro: "Con victorias como ésta no necesitamos derrotas". Y no le faltaba razón, además la clave de la batalla ha sido la novedad de la falange y de los paquidermos. En el siguiente encuentro ya no habrá factor sorpresa. Así que decide proponer a Roma que deje en paz a Tarento y que sean aliados contra Cartago.
El Senado responde a Cineas que mientras Pirro pise suelo itálico no habrá paz. Cineas le dijo a su soberano que, al hallarse delante de los padres conscriptos, le pareció encontrarse en un congreso de reyes, y que las artes de corrupción por él intentadas habían encontrado en la virtud de los senadores un baluarte inexpugnable. ¡Qué tiempos aquellos!
Entonces decide un ataque sorpresa contra Roma, para ello era preceptivo que los pueblos del sur y la Etruria se levantasen a su paso. Pero nada, prácticamente nadie se movió. Así que cuando estaba a cinco millas de Roma se vio estrechado por dos ejércitos consulares. No le quedó más remedio que retirarse.
Durante el invierno, Roma intentó negociar la liberación de los prisioneros de Heraclea, casi todos de la caballería y pertenecientes, por tanto, a las primeras familias de la ciudad. Pirro seguía en sus trece, sin paz tampoco habría devolución de rehenes.
279.- Y hubo guerra. El siguiente encuentro se produjo en Ascoli; de nuevo otra "victoria pírrica". Esta vez, el Alejandro de pacotilla, renuncia a alianza con Roma, deja libres a los prisioneros de Heraclea y decide abandonar el suelo de la península; la única cosa que solicita es que la República deje en paz a Tarento y que rompa su compromiso con Cartago, puesto que su próximo campo de operaciones será Sicilia donde piensa batirse contra los púnicos.
278.- Llega Pirro a Sicilia, y al poco se hace con un ejército imponente: 30 mil infantes, 2500 caballos y 200 naves. A finales del año siguiente se ha hecho dueño de la isla. Tan sólo el Lilibeo sigue inexpugnable en poder de Cartago. De nuevo se le enciende la bombilla: irá a la misma Cartago. Para eso necesita una nueva armada y más dinero. Pero los sicilianos no hacen caso a sus pretensiones. Indignado, firma la paz con los cartagineses y vuelve a la península.
275.- Roma envía dos ejércitos consulares a las órdenes de Cornelio Lentolo y Manio Curio Dentato. La preocupación de Pirro es que no logren unir sus fuerzas, y lo consigue, presentándole batalla a Curio Dentato en los campos de Beneventum (que hasta entonces se habían llamado "Malaventum"). Esta vez llevaban los romanos aprendida la lección. Recibieron a los elefantes con dardos incendiarios que los enloquecieron y sembraron el terror en las filas griegas.
Tras esta derrota, Pirro vuelve a Épiro, dejando a su general Milón en Tarento jurándole que regresará pronto.
273.- Ptolomeo II, uno de los "cuatro grandes", firma con Roma un tratado de amistad; hecho éste muy significativo, pues significa que Roma comienza a ser considerada como una gran potencia.
272.- Llega la noticia de que Pirro ha muerto en Argos. Milón entrega la ciudad a los romanos y se marcha con sus mercenarios y su peculio a tierras de mejor fortuna.
Roma fue clemente con Tarento, y le dio el status de aliada.
La República era, por fin, dueña de toda Italia.

LAS GUERRAS PÚNICAS
Cartago fue fundada el año 813 a.C. por la aristocracia exilada de Tiro, acaudillados por Elisa (Dido) la viuda del gran sacerdote de Melkart, éste había sido asesinado por su cuñado y usurpado el trono.

Muto era rey de Tiro y tenía tres hijos, Elisa, Ana y Pigmalión. A la muerte del rey, la corona pasó a Pigmalión.
Elisa (también conocida como Dido) se había casado con Siqueo, tío suyo y sacerdote del templo de Melkart. Pigmalión que ansiaba apoderarse de los tesoros del templo asesinó a Siqueo; afortunadamente Elisa pudo escapar en barco junto con ochenta tirios hostiles al malvado rey y todas las riquezas de su marido.
Al llegar a Chipre, los compañeros de Elisa raptaron a otras tantas muchachas, que atendían como sacerdotisas el templo de Afrodita, y las hicieron sus esposas.
Por fin desembarcaron en el norte de África, en la actual Túnez, y allí fueron recibidos por los libios. Elisa acordó comprarles el territorio que pudiese abarcar una piel de toro. Los indígenas aceptaron encantados. Pero ella, muy astuta, cortó la piel en finísimas tiras, uniéndolas entre sí y logrando delimitar con ellas una extensión considerable que sería el asiento de su nueva ciudad: CARTAGO.
Por supuesto, Elisa fue aclamada como reina indiscutible de la urbe.




Los nuevos pobladores y sus esposas son felices, los hijos van llegando y la población cartaginesa comienza a crecer. Únicamente Elisa está sola.
Mas hete aquí que una noche, en medio de una tempestad, arriban a la costa unos naúfragos que, rápidamente, son llevados a presencia de la reina.
De entre todos destaca su jefe, un apuesto joven llamado Eneas; es un príncipe troyano que ha logrado escapar de la terrible guerra que durante diez años ha mantenido su país contra los aqueos. Poco a poco le va contando las proezas de uno y otro bando, de cómo los griegos han ganado la contienda gracias al ardid del "Caballo de Madera", cómo su ciudad fue incendiada y saqueada y cómo él logró escapar a la muerte haciéndose a la mar; y aunque pudo salvar a su anciano padre, sacándolo a hombros, no pudo evitar que su esposa, Creúsa, perdiese la vida. También le cuenta que su madre es la diosa Afrodita y que el propio Júpiter le ha dicho que ha de llegar a las costas de Italia para que sus descendientes funden una ciudad que será la más poderosa que jamás haya conocido la Historia, y sigue hablando de todas las fantásticas aventuras que lo han llevado errante por todo el Mediterráneo, y por último le relata cómo, ya camino de Italia, la pasada tormenta lo arrastró a él y sus hombres a las costas de Cartago.
Al acabar su narración, Elisa está perdidamente enamorada del troyano, y le ofrece su hospitalidad hasta que las naves queden reparadas.

Los días pasan y Elisa trata de retenerlo a toda costa; durante una cacería se desata una tormenta que los obliga a refugiarse en una cueva. Allí encienden una hoguera para secar sus ropas, y entonces caen apasionadamente uno en brazos del otro.
Cuando falta poco para que amanezca, Elisa está profundamente dormida, recostada feliz en el pecho de Eneas; es entonces cuando Júpiter se aparece y le recuerda a éste su sagrada misión. Con el corazón desgarrado el héroe troyano se levanta en silencio y se hace a la mar.
Cuando Elisa se despierta, todavía alcanza a distinguir las velas del barco de su amado a punto de perderse en el horizonte. Rota por el dolor reaviva las llamas de la hoguera donde vivieron su gran momento de amor y se arroja al fuego para terminar así con su vida.

En el s.VI, Tiro sufre treinta años de sitio por Nabucodonosor, lo que provoca un largo exilio de artesanos y comerciantes que son bien acogidos en Cartago. Ahí comenzará su arrollador despegue.
Mantenían contactos no sólo con las comunidades de la cuenca occidental del Mediterráneo, sino también con las del Atlántico, llegando hasta Madeira y las islas Canarias ("Periplo de Hannón"), y por la costa atlántica de Hispania llegaron hasta Bretaña, Inglaterra e Irlanda ("Viaje de Himilcón"). Su principal enemigo eran las colonias griegas, y habitualmente se alió con los etruscos frente a este disperso y común rival.
Poco a poco, Cartago fue rebañando colonias a los griegos: Córcega (535), Cerdeña y Baleares. En el 479 sufrio una aplastante derrota en su intento de ocupar Sicilia, y por un tiempo se olvidó de la mayor isla del Mediterráneo.
En el 409, Segesta pidió ayuda púnica contra otras ciudades sicilianas, las cuales fueron arrasadas, y sobre ellas se construyó la colonia de Agrigento. Siracusa hizo todo lo posible por evitar la hegemonía y expansión de los cartagineses, la última baza que jugaron fue la de Pirro, que como hemos visto acabó en fracaso. Parecía que nada iba a salvar a Siracusa de caer en manos púnicas.
Cartago y Roma eran vecinas, afortunadamente sus intereses económicos no chocaban frontalmente (la República era campesina, los púnicos comerciantes), y como se tenían mutuo respeto, procuraron no tener ningún roce. El conflicto de Pirro era agua pasada, y los tratados renovados especificaban claramente las respectivas áreas de influencia: Italia sería para Roma, y las islas para Cartago.
265.- Agatocles, rey de Siracusa había llevado a la isla un gran contingente de mercenarios campanos y samnitas para hacer frente a los cartagineses. Muerto el monarca (288), se quedaron sin paga, y decidieron arrojarse sobre Mesina, matando a sus habitantes y dándose el nombre de "mamertinos" (de "Mamers" el Marte de los oscos).
Durante las guerras de Pirro, colaboraron con los cartagineses. Tras la partida del epirota los mamertinos siguieron impunemente con sus actos de bandidaje en toda Sicilia, hasta que en el 268 tomó el mando de Siracusa un joven oficial llamado Hierón -que dos años después se proclamará rey- y los combatió enérgicamente hasta el punto que han de pedir ayuda exterior. Una parte de los bandidos lo hace a Cartago, y otra a Roma.
Mientras los púnicos enviaron un reducido contingente dirigido por Aníbal Giscón, los romanos desembarcaron un ejército consular al mando de Apio Claudio Caudex. Fue ésta una decisión difícil, pues no deseaban enfrentamientos ultramarinos, pero la ocasión la pintan calva y tampoco había que permitir una hegemonía cartaginesa a las puertas de Italia. Costó mucho tiempo reunir un ejército consular y conseguir la enorme flota (que sería cedida por los aliados de Locri, Tarento, Elea y Nápoles) que transportara las tropas hasta Sicilia.
Los mamertinos logran expulsar a la guarnición cartaginesa de Mesina, y Hanón, el comandante púnico decide regresar a la patria, pues allí ya no pintaba nada. Cuando llega a Cartago es condenado a muerte y crucificado por traidor.
Los intentos romanos por cruzar el mar a la luz del día son vanos, pues la flota cartaginesa los intercepta inmediatamente. Sin embargo los púnicos todavía no desean iniciar un conflicto serio con Roma y les devuelven barcos y prisioneros. Pero Caludio no se desanimó y pasó el estrecho de noche, logrando desembarcar en Mesina.
Hierón debió de pensar que los romanos eran una versión magnificada del terror mamertino, porque decide aliarse con sus seculares enemigos, los cartagineses, y pone sitio a Mesina. Pero no conocían a Roma, Claudio sale de improviso y ataca el campamento siracusano, obteniendo una gran victoria; al día siguiente hace lo propio con el campamento púnico, con idéntico resultado. Mesina queda libre de sitiadores.
263.- Animados por estos éxitos iniciales, en el segundo año de campaña, el Senado decide enviar dos ejércitos consulares (unos 40 mil hombres), capitaneados por Manio Valerio Máximo y Marco Ostacilio Crasso, que avanzan imparables por la isla. Así las cosas, Hierón decide aceptar la protección de la República durante quince años al módico precio de cien talentos anuales; lo cual fue providencial para los romanos, que ya comenzaban a presentar serios problemas de abastecimiento debido al férreo bloqueo marítimo cartaginés; Hierón tampoco saldrá mal servido, pues el tratado le asegurará la permanencia en el trono. De todas formas, Manio Valerio pasó por ser el conquistador de Mesina, y ganó para sí y sus descendientes el cognomen de "Mesala", nombre dado por los oscos a la ciudad; los Valerios Mesala seguiran figurando en los fastos consulares hasta época imperial, y una de las descendientes, Mesalina, llegará a ser esposa de Claudio, y otra de Nerón.
262.- Cartago se dio cuenta que se había dejado robar la cartera, y -a buenas horas- envía dos flotas, una al mando de Hanón a Cerdeña para bloquear las costas italianas, y otra capitaneada por Aníbal Giscón a Agrigento, la principal ciudad de la colonia cartaginesa: allí desembarcan 50 mil hombres.
Pero la República no se arreda, Lucio Postumio Megello y Quinto Mamilio Vitulo sitian Acragas (Agrigento); como en aquel tiempo los romanos no tenían experiencia ni medios para afrontar con éxito el asedio de una ciudad de esta envergadura, se limitan a rodear la ciudad de fosos defensivos a fin de rendirla por hambre. Entonces comprende Aníbal su error de haber aglomerado tanta gente allí dentro: a los cinco meses, los alimentos escasean y envía desesperadas peticiones de ayuda a Hanón. Éste desembarca a unos 30 Kms. al norte de la ciudad con 50 mil infantes, 6 mil jinetes y 60 elefantes. Lo primero que hace es atacar el almacen de víveres de los romanos, así que éstos pasan de sitiadores a sitiados. Luego la caballería númida se estrenó con su famosa táctica de la "falsa huída" que, como era de esperar, fue todo un éxito, los romanos mordieron el anzuelo y sufrieron graves pérdidas.
Pero los romanos no se desanimaron, aunque a partir de entonces, y en los dos meses siguientes, se niegan a presentar batalla; tan sólo se producen escaramuzas intimidatorias. Pero la situación de los de Acragas es insostenible, y aníbal insta a Hanón a que ataque de una vez, asegurándole que él realizará una salida impetuosa que cogerá en pinza a los romanos. Pero la realidad fue muy otra, pues el ejército de Hanón fue barrido, y la intentona de Aníbal fue un rotundo fracaso. Vista la situación, éste decide escapar por la noche, y la gran mayoría de sus hombres lo consigue, pero a costa de dejar inerme a la urbe. En pocos días caía la ciudad, que fue salvajemente saqueada y sus habitantes vendidos como esclavos.
El dominio completo de Sicilia era tarea ardua y complicada, primero por lo abrupto del terreno, que imposibilitaba la maniobrabilidad de grandes ejércitos, y luego porque el control real de la isla pasaba por la toma de innumerables ciudades-estado sólidamente fortificadas que se encontraban, además, al lado del mar; este último aspecto impedía un bloqueo eficaz, debido a la aplastante superioridad de la marina cartaginesa. Por tanto, si Roma quería mantener la hegemonía en la isla, necesitaba construir una flota que pudiera medirse con la armada cartaginesa. Por ahora sólo disponía de restos de la marina de guerra etrusca y griega.
Durante toda la antigüedad, la táctica naval consistía en herir el flanco de los barcos enemigos con los espolones de hierro que cada buque llevaba en la proa bajo la línea de flotación, y por eso la tripulación se componía sólo de remeros. Hasta que a los romanos se les ocurrió la fábrica de un ingenioso artificio consistente en unos puentes volantes provistos de acerados garfios (corvus, debido a su parecido con el pico de un cuervo, aunque ha pasado a la historia por su nombre griego de "corax") que se arrojaban sobre la nave enemiga en el acto de llegar junto a ella. A través de ellos los legionarios embarcados abordaban la galera enemiga.

Cuenta la leyenda, falsa con toda seguridad, que fue el joven Arquímedes el inventor del revolucionario sistema. Lo más probable es que fuese algún marino griego aliado de Roma. El buque estrella de las guerras púnicas fue la "quinquerreme", que no sabemos exactamente cómo estaba diseñada. Polibio nos dice que los romanos comenzaron a crear su flota de "quinques" a partir del modelo de un barco púnico encallado. Este tipo de nave era muy rápida y potente pero menos maniobrable que la "trirreme" ateniense.

260.- Batalla de Milae. 120 naves romanas, mandadas por el cónsul Marco Duilio se enfrentan a las 130 del desdichado Aníbal. Se pone en práctica el uso del ingenioso artificio de los garfios y los púnicos pierden 80 naves. Al conocerse la noticia, la Capital enloquece de alegría. Duilio era un novus homo, y fue agasajado como nunca antes se había hecho con ningún otro cónsul; él, celebró este primer triunfo naval romano decorando el estrado de los oradores del Foro con las proas o "rostrata" de las naves capturadas.
Con respecto a Aníbal, diremos que tuvo un final muy desgraciado, pues fue ejecutado por sus propios oficiales. Los errores se pagaban bien caros en el bando púnico.
256.- El Senado, desbordado por la euforia, decide invadir Cartago. 330 buques, cuatro legiones embarcadas y dos cónsules al mando: Lucio Manlio Vulso y Marco Atilio Régulo, se diririgen al cabo de Bon.
Obviamente, la metrópoli africana echó el resto para bloquear la flota enemiga; Cartago no podía permitirse una nueva "Mila", y 350 barcos al mando de Hanón y Amílcar se lanzaron en busca de la escuadra latina. El encuentro se produjo cerca del Cabo Ecnomo.
Al principio, la ventaja pareció decantarse del lado cartaginés, pero al final volvió a imponerse la táctica del corvus. La moral cartaginesa se vino abajo cuando vieron los barcos de Amílcar abandonar la lucha. Esta vez perdieron los cartagineses 94 buques, 30 hundidos y 64 apresados, frente a sólo 24 por parte de Roma. Fue la más grande batalla naval de la Antigüedad.
Tras unos días de reorganización y descanso, los cónsules arriban a la costa y se apoderaron de Clipea. Los libios los reciben como libertadores; las cosas se prometían más fáciles de lo planeado, así que Manlio partió, dejando en África a Régulo con 40 naves, 15 mil infantes y 500 caballos.
Cartago se prepara para el combate, los generales al mando serán Asdrúbal (el hijo de Hanón) y Bostar. A la vez, se ordena a Amílcar que deje Sicilia y acuda de inmediato con 5 mil infantes y 500 jinetes a defender la patria; lo que nos hace suponer que las tropas de Cartago no eran muy numerosas. En total debían de contar los púnicos con 20 mil hombres.
Para forzar la batalla campal, Régulo avanza saqueando cuanto encuentra a su paso. Los cartagineses lo interceptan mientras los invasores están sitiando la ciudad de Adys, muy cerca de la capital. En vez de esperar el ataque púnico, Régulo emprendió un ataque sorpresa al campamento enemigo, durante la noche, que se vio coronado por el éxito; aunque poco faltó para que acabara en desastre. Era propio de los dirigentes romanos llevar a cabo acciones arriesgadas, casi temerarias, pues sus cortos mandatos y el deseo de gloria los incitaban a terminar pronto con los conflictos.
A continuación cae Túnez, la última etapa antes de llegar a Cartago. El Senado cartaginés, temeroso, pidió la paz, bastante habían tenido ya en este annus horribillis. Entonces, el romano, dejándose llevar por la soberbia, puso exigencias tales que, en la práctica, suponía solicitar la desaparición como Estado de Cartago. No se puede empujar a nadie a la desesperación, y ante esta tesitura los púnicos contrataron a un prestigioso oficial espartano llamado Jantipo al que encargaron la misión de que entrenara un ejército capaz de enfrentarse al de la República.
La batalla se produjo en campo abierto, en una llanura cerca de Túnez; los cartagineses contaban con 12 mil infantes, 4 mil jinetes y cien elefantes. Los mastodontes iban en vanguardia convenientemente alejados de la infantería para que no la arrollaran si por un casual huían en estampida.
A pesar del pánico inicial que provocó la aparición de las fieras, la infantería romana soportó bastante bien el embate; el problema radicaba en la angustiosa inferioridad numérica de la caballería, y eso lo sabía Régulo, mas éste confiaba en que su poderosa infantería hundiría el centro cartaginés antes de que la caballería enemiga tuviese tiempo a rodearlo; pero esta vez la falange púnica, bien entrenada por Jantipo, aguantó perfectamente el ataque romano, y también ayudó mucho la presencia de los elefantes que restó potencia a la carga legionaria. El caso es que las fuerzas de la República sufrieron una estrepitosa derrota. Sólo pudieron salvarse 2000 romanos, que lograron arrollar el ala derecha púnica y regresar en orden hasta el campamento; entre estos no estaba Régulo, que había caído prisionero.

Los romanos culparon del desastre a la carga de los paquidermos, lo cual hizo que durante años las legiones de Sicilia se negaran a entablar combate si el enemigo traía elefantes, pero, como hemos visto, la derrota se debió a la inferioridad numérica de la caballería.

Jantipo, conocedor del carácter púnico, sabía que su victoria iba a suscitar celos y rencillas soterradas, así que abandonó Cartago y se dirigió a Egipto para vender sus servicios a los Ptolomeos.
A Régulo se le permitió volver a Roma para que presionara al Senado a fin de que firmase la paz, haciéndole jurar solemnemente que regresaría (de todos modos, moralmente estaba obligado a volver, porque, de no hacerlo, las represalias caerían sobre los prisioneros romanos). Pero, lejos de intentar convencer a sus conciudadanos para que detuviesen la guerra, el derrotado cónsul los apremió para que no cejaran en su empeño hasta lograr la victoria. Luego volvió, como había prometido. Los cartagineses, en vista del resultado de las negociaciones consideraron, con razón, que Régulo les había tomado el pelo, lo torturaron salvajemente arrancándole los párpados y luego fue pateado por los elefantes hasta morir. Los cartagineses, ciertamente, tenían unos prontos terribles.
En vista de que Roma no puede acabar la guerra por la vía rápida, decide centrarse en la segunda opción, la dura, larga y costosa segunda opción: conquistar Sicilia palmo a palmo.
Pero antes debía rescatar a los supervivientes de Clipea. Y hacia allí se enviaron 350 naves al mando de los cónsules Servio Fulvio Paetino Nobilior y Marco Emilio Paulo. Los cartagineses les cerraron el paso con 200 buques, y el resultado fue un nuevo desastre púnico, 114 barcos acabaron en el fondo del mar; y aún podían darse por contentos, pues la expedición latina se limitó a rescatar a sus compatriotas y nada más. Lamentablemente, al regresar, pasaron por la traicionera costa sudoeste siciliana con la intención de impresionar a las ciudades que seguían afectas a Cartago, desoyendo los consejos de los capitanes experimentados, pues en esa época del año era muy fácil toparse con una tormenta, y ese lado de la isla no tenía puertos seguros. La fatal admonición se cumplió, un temporal deshizo la flota romana; sólo 80 barcos se salvaron.
254.- En tan sólo tres meses la República ha rehecho su armada, consiguiendo botar 220 naves. Como las incursiones a la costa africana son muy peligrosas por culpa de las impredecibles tormentas, deciden limitar sus ataques exclusivamente a Sicilia, así, logran arrebatar Palermo a los púnicos, que ya sólo conservan las plazas de Lilibea y Deprano.
251.- Por fin reacciona Cartago. Un ejército al mando de Asdrúbal desembarca frente a los muros de Palermo y le pone sitio; para amedrentar a los romanos hace ostentosa muestra de sus elefentes, poniéndolos a tiro de los arqueros, que no pierden la oportunidad y los fríen a flechazos, repitiéndose lo ocurrido en Heraclea: los paquidermos, enloquecidos, se precipitan entre sus propias filas sembrando el caos. Momento que aprovechó el jefe romano Lucio Cecilio Metello para contraatacar y lograr una nueva victoria. Gran número de elefantes fueron apresados y enviados a la Metrópoli para que acabaran sus días en espectáculo circense.
250.- Cartago busca la paz, pero Roma sigue contumaz en su empeño por conquistar toda la isla.
A estas alturas, convertida la República en una potencia imperialista, el mandato anual de los cónsules se está conviertiendo en un grave lastre para el buen fin de las prolongadas operaciones bélicas. Los máximos dignatarios de ese año fueron los ineptos Publio Claudio Pulcher y Lucio Junio Pullo.
El primero pretendía atacar sorpresivamente Drepano, pero realizado el ritual de echar grano a las gallinas sagradas, se consideró que el momento no era propicio porque las aves no querían comer. Ni corto ni perezoso, cogió el cónsul a las gallináceas y las arrojó por la borda, "¡pues que beban!" exclamó desafiante. Efectivamente el ataque fue un desastre, pues, en su arrojo, dejó desamparada la retaguardia y el comandante cartaginés Aderbal destruyó la flota romana; de 120 buques sólo 30 se salvaron. El Senado condenó a muerte al sacrílego Claudio Pulcher, aunque al final la cosa sólo quedó en multa. La litera de su hermana Claudia fue detenida por la multitud, y la niña, en vez de amedrentarse dijo, en un derroche de arrogancia, que deseaba que su hermano perdiese otra batalla para que se ahogaran unos cuantos ciudadanos pobres más. ¡Vaya familia!.
En cuanto a Lucio Junio Pullo, también fue vencido por Aderbal.
247.- A Drépano siguieron varios desastres más, se calcula que en 15 años de guerra naval, Roma había perdido 50 mil ciudadanos, sin contar los aliados. Pero Cartago seguía sin saber aprovechar estas ventajas, y se limitó a mandar a Sicilia al noble Amílcar Barca, padre del gran Aníbal y discípulo de Jantipo, con un grupo de mercenarios para que llevase una labor de guerra de guerrillas. Durante años, el anciano militar fue la pesadilla de Roma; aunque con esa táctica jamás podría Cartago arrebatarle la isla a la República.
243.- Roma está exhausta y el Estado ya no tiene recursos para construir nuevas flotas, entonces los ciudadanos en un acto de patriotismo encomianble aportan dinero, cada uno en la medida de sus posibilidades, para botar una nueva escuadra., y aunque todos reciben pagarés para que recuperen lo prestado cuando acabe la guerra, no deja de ser una acción ejemplar.
Logran construirse 200 quinquerremes, y el cónsul Cayo Lutacio Cátulo será quien intente el asalto definitivo contra los últimos bastiones cartigeneses. Tras entrenar con esmero y dedicación a sus tripulaciones se lanza al ataque.
241.- En cambio los cartagineses hace tiempo que se han dormido en los laureles y, por primera vez, tanto en calidad de barcos como en tripulaciones Roma aventajaba a Cartago. El encuentro se produjo en la Islas Égates; la victoria de la Urbs fue aplastante.
Con una flota diezmada y con Sicilia en poder romano, Cartago no está dispuesto a realizar un solo sacrificio más. Fue el propio Amílcar quien aconsejó a su Gobierno negociar la paz:
Cartago renunciaba a Sicilia y pagaría a Roma 2.200 talentos como indemnización de guerra, que los comicios romanos -¡vae victis!- subieron en mil más.
Así terminaba, después de veinte años de duración, la 1ª Guerra Púnica.

Roma no se olvidó de sus aliados itálicos, que tanta fidelidad habían demostrado. Para premiarlos concedió el voto a muchas ciudades, e inscribió a los nuevos ciudadanos en dos tribus, la Velina y la Quirina, con las cuales subió a 33 el número de aquellas, que ya fue inalterable.
El censo de este año dio 260 mil capita civum, o sea 32 mil ciudadanos menos que en el año 265. Este había sido el coste para Roma de la conquista de Sicilia.

Como a perro flaco todo son pulgas, los 20 mil mercenarios que Cartago tenía en Sicilia volvieron a África. Pero el Senado púnico no tenía dinero y les dio muchas promesas pero ninguna moneda. El resultado lógico fue un motín que puso en peligro la propia existencia del Estado. Tuvo que ser el viejo Amílcar quien, después de tres años de durísimo batallar, sofocase la sublevación.
238.- Los mercenarios de Cerdeña también se amotinaron, y sus jefes púnicos tuvieron que huir apresuradamente. Entonces los sardos, aprovechando la anarquía resultante se sublevaron, dieron muerte a los soldados y se declararon independientes. Roma pensó que no podía consentir esa situación y mandó una flota para pacificar la isla.
Cartago protestó por esta usurpación, y el Senado respondió declarándole la guerra. Los púnicos renunciaron a Cerdeña y hubieron de pagar 1.200 talentos más para aplacar a los insolentes romanos. A partir de entonces la familia Barca asume el liderato de la Metrópoli africana, con una nueva estrategia: la conquista de Hispania para conseguir dinero y soldados a fin de poder hacer frente a la orgullosa República. Será Amílcar quien comience la campaña.
Más complicado para la República fue reducir a obediencia tanto a los sardos como a los corsos, pero al final se logró. Sólo fue cuestión de sangre y tiempo.
La conquista de las tres mayores islas del Mediterráneo dio a Roma ocasión para introducir en su organización político-social el sistema provincial, poniendo al gobierno de cada provincia un praetor.
235.- Se cierran las puertas del Templo de Jano.
229.- Mientras tanto en Hispania el avance Cartaginés va siendo imparable. No obstante, Amílcar muere en una emboscada de los oretanos. Aunque una leyenda dice que se sacrificó voluntariamente para poder así salvar la vida a sus pequeños Aníbal y Asdrúbal. Lo substituye otro Asdrúbal, en este caso su yerno y lugarteniente, con quien, dicen las malas lenguas, mantenía el finado relaciones homosexuales. Ya puestos diremos que, nuevamente las malas lenguas, aseguran que Asdrúbal, por no perder la costumbre, era amante de su cuñado Aníbal. ¡Vaya usté a saber!.
Asdrúbal toma como esposa la hija de uno de los reyes iberos, con esto fortalece la adhesión de los indígenas. Firmará el Tratado del Ebro, por el que Cartago renuncia a cruzar el Ebro a cambio de que Roma reconozca las conquistas púnicas, excluyendo las ciudades helenizadas de la costa, aunque este particular no queda claro. Además funda la capital de la nueva Iberia y la llamó Cartago Nova, con intención de confirmar la posición autónoma del nuevo reino y proclamar la futura independencia de Cartago. Pero en el 221 caerá asesinado por oscuras intrigas.

227.- Las naciones griegas piden ayuda a Roma frente a la amenaza de la piratería iliria. Una embajada romana se entrevistó con la reina Teuta de Iliria. La muy ladina se excusó diciendo que ella poco podía hacer para contener la piratería, entonces uno de los embajadores le respondió con insolencia, y Teuta lo mandó matar. No hubo más remedio que abrir el Templo de Jano.
226.- Ante la vista de la potente escuadra romana los piratas se evaporaron. Incluida Dª Teuta. Pero pronto dieron con ella los romanos y le impusieron unas condiciones durísimas de paz.
Toda Grecia se volcó en muestras de gratitud hacia la República. Atenas confirió al pueblo romano la ciudadanía honoraria y su admisión a los misterios de Eleusis.

225.- Los galos de la Cisalpina vuelven a desenterrar el hacha de guerra, y se alían con sus colegas del alto Ródano. La razón de este repentino alzamiento fue una ley agraria propuesta por el tribuno Cayo Flaminio, y votada por las tribus a pesar de la oposición del Senado. Aquella ley mandaba el reparto entre los ciudadanos más pobres de las tierras que en el 471 (?) habían sido tomadas a los Senones. Y es que en Roma gran parte del pueblo estaba pasando hambre.
Desde Allia, cada vez que los galos empuñaban las armas, toda Roma era invadida por la histeria. Y eso no era bueno para los celtas, pues las medidas que se tomaban para reprimir las sublevaciones eran desmedidas. Por de pronto un oráculo anunció que los galos ocuparían suelo romano, así que el Senado, ni corto ni perezoso, hizo enterrar vivos a dos galos de distinto sexo. Hecha la salvajada, la República aprestóse para la guerra. Preparó un ejército de 150 mil infantes y siete mil jinetes, repartido en tres cuerpos. Los bárbaros contaban con 50 mil peones y 20 mil hombres tanto a caballo como en carros.
En un primer encuentro los galos deshicieron el primer ejército romano. Satisfechos con tan temprano éxito regresaron a su patria con el botín y los prisioneros, mas fueron interceptados por los otros dos ejércitos consulares. Esta vez los celtas fueron abatidos: 40 mil muertos y diez mil prisioneros les hicieron las legiones.
222.- Con la caída de Mediolanum (Milán) toda la Galia Cisalpina queda por fin sometida. El cónsul Marco Claudio Marcelo mató por su propia mano al jefe galo Britomaro en la batalla de Clastidium, despojándolo de su armadura y accediendo al spolia opima, el mayor honor para un romano, muy por encima del triunfo. Como manda la tradición, sus despojos fueron consagrados a Júpiter Feretrio.

2ª GUERRA PÚNICA (218 - 201)
221.- Asdrúbal es asesinado, y su hijo mayor Aníbal, de 26 años, asume el mando.




219.- Roma renueva su alianza con Sagunto, a pesar de estar en zona de influencia cartaginesa. Esta ciudad se había convertido en un nido de intrigas contra la dominación bárcida, y Aníbal cree llegado el momento de terminar con la política de contemporización de su tío Asdrúbal. La hora del desquite ha llegado: Aníbal pone sitio a Sagunto.
Roma no da crédito a la osadía del joven Barca, y envían una embajada para hacerle recapacitar. Aníbal ni se dignó recibirlos. En ocho meses cayó la ciudad ibera.
Afortunadamente para él, la República estaba ocupada en acabar con la rebelión del rey Demetrio en Oriente que ponía en peligro la hegemonía romana en Grecia, objetivo logrado en pocos meses.
Otra legación romana, encabezada por Marco Fabio, fue directamente a Cartago, exigiendo que se le entregase al díscolo Aníbal. Pero el senado cartaginés se declaró solidario con su general. Marco Fabio concluyó diciendo que bajo su toga traía la paz o la guerra que eligieran. La respuesta fue que eligiera él mismo.
Aníbal sabe que no hay tiempo que perder, su plan es tan genial como descabellado: invadir Italia desde el norte; sus aliados serán los galos, todavía resentidos por la reciente guerra en la que han salido perdedores y humillados. Con el ejemplo galo, piensa, pronto se le unirán etruscos y samnitas; una vez que toda la península esté amotinada, la orgullosa República caerá como un higo maduro. No obstante, antes de marchar, envía a Cartago un cuerpo de 14 mil infantes y 1200 caballeros iberos, para asegurarse la fidelidad de la urbe. Igualmente trae a Hispania un nutrido contingente de soldados libios que puso a las órdenes de su hermano Asdrúbal, pidió rehenes a las principales ciudades iberas y los pone a todos a buen recaudo en la fortaleza de Sagunto.
Roma tampoco se entretiene, arma 220 naves y las manda con cuatro legiones, unas a Sicilia y otras a Hispania.
Primavera-218.- Sale de Cartagena el ejército expedicionario: 90 mil infantes, 12 mil caballos y 37 elefantes (qué manía con los elefantes).
El primer problema surge al cruzar el Ebro, pues esas tribus están sin pacificar y ofrecen gran resistencia. Aníbal ha de emplearse a fondo y no escatimará medios ni crueldad para que sirva de aviso a navegantes. Luego deja un contingente de diez mil infantes y mil jinetes al mando de Hannón como fuerza pacificadora.
Entonces decide que su ejército sigue siendo muy numeroso y que así nunca va a llegar a Italía, por lo que elije un selecto contingente de tropas y deja que el resto se vaya o deserte. Sobre todo prefiere que deserten, pues así se ahorra las pagas. En total 10 mil hispanos son licenciados, tres mil carpetanos desertan junto con un número indeterminados de libios, que podrían ascender a varios miles.

Existe una teoría, según la cual, estos miles de libios no regresaron a su país, bien por miedo a ser ejecutados por los cartagineses, bien por el temor a cruzar toda Hispania plagada de tribus hostiles; el caso es que decidieron asentarse en la ribera alta del Ebro, viviendo del pillaje y el pastoreo y raptando a las mujeres de las tribus vecinas para tener descendencia. Éstos libios serían los antecesores de los vascos. Y la idea no es tan descabellada como pudiera pensarse.



El paso de los Pirineos supone también grandes pérdidas. Cuando Aníbal entra en el valle del Ródano su ejército está reducido a la mitad, y los galos de esta parte no siempre aceptan el paso por sus tierras de la soldadesca extranjera, pero consigue cruzar el gran río, junto con sus inseparables paquidermos.

En este tiempo, el cónsul Publio Cornelio Escipión había llegado a Massilia (Marsella) con su armada, camino de Hispania. Allí supo que el enemigo ya estaba atravesando el Ródano, y decide presentarle batalla cuanto antes. Aníbal también se entera, por los galos, de la presencia romana. Las dos vanguardias de exploradores se encontraron y enfrentaron, dejando varios centenares de muertos sobre el terreno. Los supervivientes regresaron a sus campamentos respectivos; Escipión, a toda prisa se dirige al encuentro de Aníbal, pero éste no quiere perder el tiempo combatiendo con el romano, toda su estrategia se basa en llegar rápidamente a Roma, y no le conviene este enfrentamiento, así que se aleja río arriba.
Esta noticia desorienta a Escipión, y no sabe si: continuar la persecución, volver rápidamente a Italia por la vía genovesa para darle cuartel en el Po antes de que los cartagineses se recuperen de las penalidades de la expedición, o dividir su propio ejército, enviando una parte a Hispania y la otra a Pisa para unirse al ejército pretoriano y así coger a Aníbal en tenaza.
Se decide por esto último, su hermano Cneo "Calvo" toma el mando del mayor contingente camino de España, mientras que Publio, con el resto vuelve a Italia por mar. ¿Hizo lo correcto? ¿Qué habría ocurrido de haberse decidido por cualquiera de las otras dos? Eso jamás lo sabremos, pero, habida cuenta la situación, Publió eligió lo más sensato.
Noviembre - 218.- Mientras tanto, Aníbal comienza a cruzar los Alpes. Parece ser que la ruta elegida fue la de Mon-Ginebra, aunque sobre este punto no hay acuerdo.
Fue una proeza colosal, enfrentado al frío, los terribles pasos alpinos y el constante acoso de las tribus hostiles, es un milagro que pudiera lograrlo. Pero a qué precio; al llegar al valle contó sus tropas y sólo halló 20 mil infantes (12 mil libios y 8 mil hispanos), 6 mil jinetes y siete elefantes (manda huevos lo de los elefantes). Desde que saliera de España ha perdido 33.000 hombres, aunque no todos han perecido, una gran parte de las ausencias es debida a las deserciones.
Así pues es prioritario encontrar refuerzos. Los primeros contactos con los galos no son muy alentadores, y mientras está negociando las reclutas se entera de que el ejército de Publio Escipión lo está esperando en el Valle del Po. Aníbal sabe que el cónsul no estará solo, y que los galos no se le unirán mientras no les demuestre que es un poderoso aliado capaz de vencer a los romanos. Así pues, en el primer encuentro tendrá que confiar exclusivamente en sus propias fuerzas.
Otoño-218: TESINO.- En la llanura de Tesino se produce el primer encuentro, sólo el ejército cartaginés contra el romano. Los galos están a la espectativa, no quieren correr riesgos.
Las fuerzas estaban igualadas en número, pero la superioridad de la caballería númida e ibera dan la victoria al cartaginés. Escipión cae, gravemente herido, pero es salvado por su hijo de 17 años: el joven Publio. Nadie podrá imaginarse que este mozlbete, en su día, será quien doblegue al líder cartaginés. Tampoco nadie puede imaginarse lo que se avecina. El ejército romano logra retirarse en relativo orden y no demasiado maltrecho, y se refugia al oeste del río Trebia. Aníbal no quiso arriesgarse a caer en una emboscada y lo dejó ir.
El gran éxito ha sido el moral, los galos quedan convencidos y suman sus fuerzas a las de Aníbal, en total 38 mil hombres. A los dos días se presenta desafiante ante los romanos, pero éstos todavía están lamiéndose las heridas y declinan la invitación al combate; Escipión ordena la retirada y se hace fuerte en Piacenza a la espera de refuerzos. Esta actitud anima a muchos galos a desertar y pasarse a las filas púnicas.
Diciembre-218: TREBIA.- El Senado ordena al otro cónsul, Tiberio Sempronio Longo, que abandone Sicilia y acuda raudo en ayuda de su colega. La misión de Tiberio era invadir África, y la operación iba viento en popa, pues ya había tomado el bastión cartaginés de la isla de Melita (Malta).
Los cartagineses se dedican a saquear la zona de Trebia, y las tribus damnificadas piden ayuda; Escipión, que no puede arriesgarse a seguir perdiendo prestigio, decide enviar tropas de castigo. Los púnicos, que no esperan el ataque, son arrollados; rápidamente llegan refuerzos por ambas partes y poco a poco se monta una desorganizada batalla campal. Y eso es lo que no quiere Aníbal. Este tipo de combate, estilo "topetazo de carnero", produce similar número de bajas entre uno y otro ejército, y es evidente que la guerra de desgaste sólo favorece a los romanos, que pueden reponer rápidamente las bajas. Así que el general cartaginés ordena la retirada. Esta pequeña victoria dispara la moral de los quirites.
Y en tal estado de excitación llega Sempronio Longo, ávido de gloria y ansioso por entablar combate. Escipión, todavía convaleciente, le aconseja prudencia y que no acepte las taimadas provocaciones del bárcida, pero el recién llegado piensa que sus palabras son fruto del miedo.
Tal y como Escipión ha pronosticado, Aníbal ha preparado una emboscada. Poco antes del amanecer la caballería númida ataca el campamento romano y a las primeras de cambio finge una deshonrosa retirada. La idea era que los romanos se pusieran en marcha sin desayunar y cruzaran las heladas aguas del río, mientras los cartagineses, alimentados y secos, los esperaban al otro lado del Trebia. Sempronio muerde el anzuelo y ordena a las legiones que persigan a los cobardes púnicos; se iba a enterar Escipión: las guerras se ganan echándole cojones.



Entonces los númidas se despliegan, rebasan las alas y caen sobre la retaguardia enemiga, a la vez, un escogido cuerpo de 2.000 infantes, hábilmente escondidos salen de improviso y atacan a los romanos que, en ayunas y mojados como estaban, apenas oponen resistencia. De 40 mil hombres sólo 10 mil logran salvarse y regresar a Piacenza. La Galia Cisalpina estaba perdida.
Cartago, libre por la llamada de Sempronio, manda una flota de 70 naves a Cerdeña, para desde allí desembarcar en Etruria. Afortunadamente, Roma tenía preparados 120 barcos en la desmbocadura del Tíber y repele a la armada púnica que ha de regresar a su patria.
Mientras tanto, Cneo Escipión ha desembarcado en Ampurias y se hace dueño de la orilla izquierda del Ebro, derrotando a Hannón. Asdrúbal llegó tarde con sus ocho mil hombres y se quedó al otro lado del río, confiando en poder detener desde allí al romano y luego contraatacar. El problema es que, con estos dos fracasos cartagineses, Aníbal quedaba incomunicado.
21-Junio-217: TRASIMENO.- En Roma salen elegidos cónsules Cayo Flaminio (un novus homo) y Cneo Servilio Gémino; el primero acampa en Arretium (en la Etruria) vigilando la salida de los Apeninos, el otro en Ariminum (Rímini), para cerrar el paso de la costa adriática; y quedan a la espera de ver por dónde amanecerá el bárcida. Esta vez han aprendido la lección de la caballería y la han reforzado con cuatro mil jinetes.
Sin embargo Aníbal elige un camino imposible: los pantanos del río Arno, en la Liguria; logrará cruzar a costa de graves pérdidas, él mismo sufre una infección ocular y se queda tuerto. Pero va a toda prisa, ha de impedir que se junten los ejércitos consulares, ahora que está localizado. Busca el cálido y saneado sur, donde obtendrá forraje y alimento.
El orgulloso Flaminio, ávido de gloria, no quiere esperar a su colega, que está a punto de llegar, y presenta batalla en el lago Trasimeno, adentrándose imprudentemente entre los brumosos estrechos. De improviso bajan de las colinas los hombres de Aníbal; los aterrados romanos sólo oyen los gritos de ataque, el choque de las armas y los alaridos de dolor. Aunque los centuriones logran mantener unidas las tropas, 15 mil quirites pagan con su vida la estupidez de Flaminio; el propio cónsul pronto es reconocido por los galos, saben que ése hombre es el responsable de que les hayan arrebatado sus tierras, también recuerdan que, en su cruel soberbia, adornaba su yelmo con un escalpelo galo.
Un celta llamado Ducario lo atravesará con su espada. Servilió huyó al encontrar deshecho el ejército de su colega, pero 4000 de sus caballeros fueron alcanzados y hechos prisioneros por Mahárbal. Sin la caballería, sería un suicidio entablar combate, así que el cónsul opta por lo más sensato y vuelve a la Urbs.

Roma quedó paralizada. El pretor urbano Marco Pomponio sube a la tribuna del Foro y anuncia: "Pugna magna victi sumus". La situación es alarmante; se elige un dictador, Quinto Fabio Maximo "Verrucosus", hombre severo, ajeno a la popularidad y con las ideas claras, que nombra como magister equitum a Marco Minucio Rufo.
Aníbal intenta sublevar a los pueblos de Italia, pero nadie lo secunda. No consigue ni tomar la ciudad de Espoleto, lo que tranquiliza a los romanos, pues está claro que los cartagineses no disponen de máquinas de asalto.
Con Quinto Fabio entra la guerra en una nueva etapa, en vez de presentar batalla en campo abierto, se dedica a hostigar al enemigo para ir asfixiándolo poco a poco hasta tenerlo encerrado en el "talón" de la bota peninsular. Era una táctica lenta y sin gloria pero eficaz y segura, lo que le valió al dictador el apelativo de "cunctator" (contemporizador).
Pronto las murmuraciones cundieron tanto en el ejército como en la Urbs, costaba mucho al espíritu romano aceptar que se permitiera al púnico saquear y pasearse a sus anchas sin que el poderoso ejército de la República osara pararle los pies; así que Minucio comenzó a intrigar para conseguir atribuciones iguales a las de Quinto Fabio. Y el pueblo se las dio. Éste aceptó lealmente el designio popular y le cedió parte del ejército. Mas al poco comprendió Minucio lo errado de su proceder y renunció al nombramiento, quedando todo como al principio.
A los seis meses se acabó el plazo legal de la dictadura, y Fabio regresó a Roma como ciudadano común y Aníbal prosiguió con sus fechorías, seguido de cerca por las legiones.




2-Agosto-216: CANNAS.- El pueblo pensaba que el sistema de Fabio era un ardid de la nobleza para prolongar la guerra y con ella su predominio. Así que la guerra vuelven a dirigirla dos cónsules, Cayo Terencio Varrón, hijo de un carnicero y violento demagogo, y Lucio Emilio Paulo, hombre prudente y sagaz.
A su disposición se ponen 80 mil infantes y 6.000 caballos. Aníbal sólo contaba con 50 mil hombres, pero con una aplastante superioridad en la caballería, y será ésta quien decida la batalla.
A 400 Kms. de la Capital, en la "espuela" de la bota italiana, se encontraba el castillo de Cannas, que Roma lo tenía como depósito de víveres. Aníbal, que andaba escaso de alimentos gracias a la táctica de Fabio, decide apoderarse de este depósito.
Tarde llegaron los romanos, por lo que Aníbal ya había elegido sitio, y una vez más los romanos cayeron en la trampa. De nuevo las legiones se lanzaron al ataque persiguiendo a la caballería enemiga que simulaba huir, para acabar encerrados y rodeados. Los romanos estaban aprisionados sin poder moverse, mientras los iberos con sus terribles gladios iban ejecutando a los inmóviles legionarios.
Fue la mayor derrota de la historia, si exceptuamos el desastre de los persas en Platea. Entre 50 y 70 mil romanos quedaron en el campo de batalla -entre ellos el cónsul Emilio-, apenas 4.000 pudieron escapar. Por parte cartaginesa sólo hubo 6000 bajas.
Aníbal había acabado con el ejército romano ¿y ahora qué? Sus consejeros lo animan para que asalte Roma, pero él sabe que no tiene medios para llevara a cabo un asedio de esas proporciones. Confía en que pronto le lleguen refuerzos y pueda tomar entonces, tranquilamente toda Italia. Entonces, y sólo entonces, Roma, aislada y exhausta, pedirá la rendición incondicional. Ese día será el más feliz de su vida. Hasta entonces hay que seguir siendo realistas.
Magón, su hermano, se dirige a Cartago. En la sala del senado extendió su manto repleto de los anillos de oro arrebatados a los aristócratas romanos caídos en Cannas para dar fe de la carnicería cometida. Expuso la situación: Roma estaba a punto de ser vencida, sólo hacía falta el envío de refuerzos, grano y forraje de modo inmediato, para acabar de una vez y para siempre con el secular enemigo. Hannón, el antiguo opositor a los bárcidas, se rió de las hazañas recién relatadas por el hermano de Aníbal y de la angustiosa petición de ayuda, añadiendo que más pareciera que estaba perdiendo la guerra, pero el Senado cartaginés comprende la situación y despierta de su letargo; por fin envía refuerzos: 4.000 caballos y 40 elefantes (!) ¿Eso era todo? Pues no, había más, mucho más, 12.000 infantes y 1.500 caballos, pero fueron enviados a Hispania al mando de su hermano Magón, pues la Piel de Toro importaba más a los púnicos que la quimera romana, y en cualquier caso se hacía imposible enviar por mar un numeroso ejército, ya que los romanos controlaban el Mediterráneo y los puertos de Italia; más factible era intentar recuperar Hispania y desde allí enviar refuerzos terrestres al glorioso Aníbal. También se logran importantes alianzas: Jerónimo de Siracusa y Filipo V de Macedonia abandonaron su dependencia romana y se unieron a Cartago, y algunas ciudades italianas se pasaron a la causa púnica. Pero hubo mala suerte, el primeró murió víctima de una conjura palaciega, y el segundo fue bloqueado por el pretor Marco Valerio Levino.
Roma no pierde la fe en sí misma. Se reclutan los jóvenes de 17 años, 8.000 esclavos y 6.000 presos por deudas, prometiéndoles la libertad tras la guerra. Fue Quinto Fabio Verrugoso quien promueve estas medidas, además pide que se restaure al desgraciado Varrón, el hijo del carnicero, no es momento de venganzas sino de soluciones. Éste nombra dos dictadores, el uno ordinario (rei gerundae causa), Marco Junio Pera; el otro extraordinario (Senatus legendi causa), Marco Fabio Buteón. Con la matanza de Cannas, el Senado estaba en cuadro, y Fabio Buteón decidió dar cabida al elemento plebeyo, en número de 117.
La estrategia romana va a cambiar radicalmente; en vez de tener un gigantesco ejército poco operativo, se optará por dividir las fuerzas en varios ejércitos consulares mucho más ágiles que actuarán de manera coordianda en diferentes teatros de operaciones.
Aníbal prosigue su periplo como alma en pena, esperando los refuerzos que no llegan, escaso de víveres, con un ejército reducido a la mínima expresión y sufriendo el constante acoso romano. Al llegar a la Campania, la ciudad de Capua se rinde sin ofrecer resistencia. Y aquí terminan los éxitos del gran capitán; de ahora en adelante todo serán reveses.
Junio Pera al frente de un ejército de 25.000 hombres se dirige a la Campania. Aníbal busca ganar Nápoles y Nola para tener un puerto que lo comunicase con Cartago, pero en Nola le cierra el paso el pretor Claudio Marcelo, y lo derrota. Este primer éxito romano llena de moral y esperanza a los quirites, si bien el daño producido al ejército cartaginés ha sido mínimo.
215.- Mal empieza el año para Roma, el pretor y cónsul Lucio Postumio Albino, cae en una emboscada de los galos cisalpinos y pierde la vida y un ejército de 25 mil hombres. Afortunadamente los vencedores ni fueron contra Roma ni se aliaron con Aníbal.
Llega a Locri una pequeña leva de refuerzo enviada por Cartago. El bárcida esperaba la llegada de un gran contingente terrestre, pero los reveses hispánicos lo hicieron de todo punto imposible.
Aníbal iba siendo estrechado por tres ejércitos consulares, que, esta vez habían aprendido la lección: rehusar presentar batalla, ¿para qué arriesgarse? Acabarían con el bárcida por asfixia.


214.- Desesperado, hace otra intentona contra Nápoles -estaba claro que pretendía huir- pero vuelve a fracasar. Un buen día se le presentan cinco aristócratas tarentinos asegurándole que si el ejército cartaginés se acercaba con una fuerza importante, la ciudad de Tarento le abrirá sus puertas; y hacia allí se dirige Aníbal, pero al llegar a la urbe las puertas siguieron cerradas. Así que dio media vuelta. A esto hay que sumar el desastre que sufre su hermano Magón, que pierde el ejército de 19 mil hombres reclutados en el Brucio y la Lucania.
Roma ya tiene 18 legiones, repartidas en cuatro ejércitos, sin contar las que se han enviado a España; la marina cuenta con 150 naves. Aníbal está acorralado, así que sólo se deja en la Campania un ejército consular vigilando al cartaginés; el otro se envía al mando de Claudio Marcelo a Sicilia, para tener la clave del Mediterráneo.
Siracusa, la ciudad más importante de la isla, estaba dividida en dos facciones, la aristocrática, que apoyaba a Hierón, y por tanto partidaria de Roma y republicana, y la plebeya, aliada a Cartago y monárquica. Tras varias intrigas y maquinaciones, son estos quienes se hacen con el poder.
214.- Marcelo sitia la urbe. Casualmente allí residía el gran Arquímedes, que a sus 74 años todavía tenía ganas de guerra, y ofreció su saber científico para construir todo tipo de máquinas que fueron la pesadilla de los romanos: grúas que podían asir barcos y, tras elevarlos a gran altura, los dejaban caer; espejos cóncavos que concentraban los rayos de sol permitiendo incendiar naves; catapultas prodigiosas... Para colmo desembarcaron tropas cartaginesas, 5.000 infantes y 3.000 caballos al mando de Himilcon, mientras 130 naves de Bomílcar bloqueaban la isla.
A pesar de todo, Marcelo logra tomar Siracusa, favorecido en parte por la epidemia que se extendió entre los siracusanos y que también afectó a los púnicos. El saqueo fue atroz, hubo miles de muertos, y entre ellos estaba el gran Arquímedes. Luego cayó Agrigento, que todavía fue peor tratada.
Mientras tanto en Hispania están juntos los dos hermanos Escipión, con un buen ejército. Sagunto es conquistada.
Cartago decide echar el resto, pues no está dispuesto a perder el control de la Piel de Toro, y envía un descomunal ejército. Los Escipiones se ven obligados a contratar 20 mil mercenarios celtíberos, pero Cartago les ofrece más dinero y se cambian de bando. Los dos hermanos morirán en el campo de batalla y sus tropas aniquiladas, es el año 210.
213.- Roma subió a 23 el número de las legiones. Todas las ciudades que han desertado, como Capua o Tarento, van siendo conquistadas.
Se destapa un repugnante caso de corrupción. Los empresarios pagados por el Estado para enviar suministros a los ejércitos de Hispania habían estado falsificando las cuentas y echando a pique barcos vacíos que se computaban como repletos de carga, cobrando la correspondiente indemnización.
212.- Se prepara en Tarento una nueva rebelión, y esta vez los sediciosos logran su objetivo, pues matan a los guardias y abren las puertas. Afortuandamente, gran parte de la población romana consigue hacerse fuerte en la ciudadela.
La toma de Tarento será un duro golpe para la República, mas, antes de pensar en recuperarla, hay que reconquistar Capua, la perla de la Campania. Aníbal se ve obligado a socorrerla, no puede permitirse el lujo de que el resto de sus aliados atisben rasgos de debilidad en su caudillaje. Logrará levantar el asedio, pero sus situación es tan delicada que, al final, debe retirarse.
211.- De nuevo prosigue el asedio a Capua, y su caída es inminente. Una vez más acude Aníbal, y otra vez más los romanos se niegan a presentarle batalla. Idea brillante: el bárcida se dirige a la Capital para ver si cunde el pánico y levantan el sitio, pero el sentido común se impone, todos saben que con su reducido ejército y sin máquinas de asedio la Urbe no tiene nada que temer.
Capua capitula; 53 senadores capuanos son ejecutados. En el 209 caerá Tarento; en todo ese tiempo la ciudadela ha logrado resistir.

210.- Como hemos visto, los Escipiones han caído y su ejército ha sido barrido. Es hora de que tome las riendas el genial Publio Cornelio Escipión, hijo del procónsul muerto. A pesar de su juventud -24 años- ya ha escrito pasajes gloriosos en la historia: En el Tesino, seis años antes, salvó la vida a su padre; en Cannas, espada en mano, hizo renunciar a los jóvenes nobles de Roma a su idea de abandonar Italia y buscar en otra parte nueva patria. Además pasaba horas enteras meditando en el Templo de Júpiter Capitolino.
Pero sigue siendo un misterio por qué se le concedió un imperium proconsular a un joven sin carrera política. La teoría más asentada es que nadie quería ir a España, y que el prestigio de su apellido ayudaría a recobrar la lealtad de tantos pueblos iberos que fueron fieles a su padre y a su tío. El historiador Polibio fue amigo del Africano, y lo admiraba con sinceridad.
209.- El nuevo procónsul, con 20 mil infantes y mil jinetes, en una flota de 30 quinquerremes mandada por su amigo Cayo Lelio, desembarca en Ampurias, colonia marsellesa, y fue a invernar a Tarragona; allí concibió la genial y descabellada idea de tomar Cartagena, la inexpugnable capital púnica en Hispania. Tan seguros estaban los cartagineses de la inviolabilidad de la urbe, que los campamentos más cercanos se hallaban a diez jornadas de distancia, y tan sólo la defendían 1000 hombres. Los púnicos contaban en la península con unos cien mil hombres, repartidos en tres ejércitos, muy atareados sofocando sublevaciones de los belicosos aborígenes.
El ataque romano tendría que ser muy rápido, para que no hubiese tiempo de que llegasen refuerzos de África o se llegasen a unir los tres ejércitos de Hispania. Solamente Lelio conocía el plan, así que éste por mar y Publio por tierra llegan a la vez ante las ciclópeas murallas de Cartago Nova. Nadie se lo esperaba. Neptuno se les mostró favorable con una marea baja que, poniendo en seco un gran trecho del puerto, facilitó a los romanos el escalo de los muros, que por allí eran más bajos, cogiendo desprevenida a la guarnición, pues el grueso de las tropas defendía el sector terrestre.
Bastó un día para tomar Cartagena. La moral cartaginesa quedó hundida, pero además, la toma de la ciuad reportó a los romanos inestimables ventajas de todo tipo: apresamiento de una ingente cantidad de naves, armas, víveres (era depósito general de municiones y alimentos) y dinero (600 talentos); también puso en sus manos a todos los rehenes de las tribus hispánicas, allí encerrados para evitar el levantamiento de los aborígenes. Escipión los dejó marchar a todos; este acto hizo que tribus enteras se alzaran contra el dominio cartaginés y pusieran sus armas al servicio de la República, como por ejemplo los Ilergetas (Indíbil), jacetanos, ilergavones (Mandonio) y edetanos (F. Descon).
208: BAECULA.- El siguiente objetivo del procónsul es obtener una espectacular victoria que comience a minar la hegemonía cartaginesa en España.
En la primavera, Escipión saca su ejército de Tarraco y marcha en busca de Asdrúbal Barca, que mandaba el principal ejército y lo encuentra en Baecula (Bailén).
El bárcida acampa en terreno elevado; con la retaguardia protegida por el río y los flancos por las colinas rocosas piensa que no tiene nada que temer, pues el romano no va a cometer la locura de atacar de frente cuesta arriba. La idea es quedarse así, como D. Tancredo, hasta que lleguen los refuerzos de sus otros colegas, entonces los romanos serán cogidos en pinza y aniquilados. Pero el pobre Asdrúbal vuelve a equivocarse; Escipión comete de nuevo otra genial locura y ataca de improviso, de frente y cuesta arriba, logrando llegar a la cima del montículo antes de que los cartagineses tengan tiempo de organizarse. El resultado: 8 mil muertos y 10 mil prisioneros púnicos. Afortunadamente, la mitad del ejército de Asdrúbal logra escapar.
Los generales cartagineses convienen en que es absurdo seguir presentando batalla a este nuevo Alejandro, y deciden que vaya Asdrúbal a unirse con su hermano Aníbal a ver si de este modo alejan la pesadilla de Escipión; la defensa de Hispania se confía al otro Asdrúbal; y el tercer general, Magón, fue enviado a las Baleares para reclutar nuevas milicias.
A duras penas logra Asdrúbal Barca atravesar España y el sur de Francia, pero al fin llega a la Galia Transalpina, allí recluta gran cantidad de mercenarios.
208.- El gran Marcelo, el conquistador de Sicilia, cae en una emboscada tendida por Aníbal y muere en combate; otros 2.000 legionarios también perecerán en otra trampa; el genial cartaginés sigue siendo un rival muy peligroso. Cuando se reúna con su hermano, el futuro de Roma se va a poner muy negro.
El Senado mantiene la calma. Lo primero es impedir que ambos ejércitos se unan. Vuelven a aumentarse las legiones hasta 23, de las cuales 15 van a operar en Italia y el resto en España. Los cónsules son Cayo Claudio Nerón y Marco Livio Salinator (apodado así por haber instaurado un impuesto sobre la sal).
207.- Livio se encargará de Asdrúbal, Claudio Nerón de Aníbal. Es probable que el hermano de Aníbal contara con un ejército de 50 mil hombres, la mayoría mercenarios galos y ligures, por ello decidió Livio dar la batalla en territorio itálico.
Asdrúbal atravesó el Po sin obstáculo y siguió hacia el Adriático por las vías Emilia y Flaminia. Esperaba unirse con Aníbal en la Umbría, y le envió seis mensajeros (dos númidas y cuatro galos) para comunicarle el camino a seguir. Pero son interceptados por Claudio Nerón, enterándose de que el encuentro se producirá en Umbría.
22-junio-207: Batalla de Metauro.- Conocidos los planes de Asdrúbal, ambos cónsules unen sus fuerzas y le presentan batalla. Éste, al ver llegar las legiones, pensó que su hermano había sido derrotado, y ordenó la retirada hacia la Cisalpina. Mas, abandonado traidoramente por los guías, fue alcanzado por el enemigo en el río Metauro, y tuvo que presentar batalla en situación altamente desfavorable; desesperado se lanzó en cabalgada suicida contra las filas romanas. Honor y gloria pora el valiente y desgraciado Asdrúbal.
Aníbal, al conocer la derrota de su hermano, comprende que ahora sí estaba todo perdido definitivamente; de todos modos se niega a abandonar la península y se refugia en el sur de Calabria, donde aún resistirá cuatro años.
A la vez que Asdrúbal Barca iba en ayuda de su hermano, desembarcó en Hispania un gran ejército mandado por Hannón, que aumentó el magro reclutamiento hecho por Magón en las Baleares. La idea era unirse a las fuerzas de Asdrúbal Giscón, mas de nuevo Escipión apuesta por la genial locura y decide interceptarlo, para lo que envía al pretor Marco Silano, éste cumple a la perfección su cometido y en genial batalla vence a los púnicos. El propio Hannón cae prisionero.
206: ILIPA (Alcalá del Río).- Pero aún queda Giscón, con quien ha logrado reunirse Magón y los restos del ejército de Hannón. En total 70 mil infantes, 4.000 caballos y 32 elefantes, acampados sobre un altozano cerca de Iipa (en la actual Alcalá del Río).
En cierto modo, a Escipión le estaba ocurriendo como a Aníbal en Italia, se encontraba vencedor en territorio hostil, en inferioridad numérica y con grandes dificultades para conseguir aprovisionamiento.
E igual que Anibal, Escipión no se arreda por la superioridad numérica y acepta el combate, a pesar de que sólo cuenta con 45 mil infantes y tres mil jinetes, piensa que puede ganar; ya estuvo en Cannas, y allí pudo comprobar que los ejércitos mastodónticos pueden ser más un inconveniente que una ventaja.
Publio sabía que los cartagineses usarían su vieja táctica del ataque de la caballería númida que finge al poco una retirada, así que embosca a sus propios jinetes a la espera de la cabalgada enemiga. Y, en efecto, Magón ordena a Masinisa que inicie la maniobra, y menuda sorpresa se llevan al verse rodeados por la caballería romana, de la que logran huir a duras penas y con graves pérdidas. De esta forma, la caballería de ambos ejércitos ha quedado igualada.
Durante los días siguiente, ambos ejércitos se ponían en formación, frente a frente, pero nadie iniciaba las hostilidades. Tras el descalabro del primer día todos saben que, esta vez, la batalla será dirimida por los infantes, y, en ese punto, las legiones son muy superiores.
Un buen día, Escipión toca diana antes del alba y ordena a sus hombres que se alimenten bien, a continuación se inicia el ataque. Aunque los púnicos son cogidos por sorpresa, logran contener el empuje romano, pero, con el tiempo, el hambre va haciendo mella entre los púnicos y se hunde el centro del ejército; a partir de ahí es el sálvese quien pueda. Afortunadamente se desata una espectacular tormenta de verano que impide que los quirites acaben con el enemigo.
Tras una noche desastrosa bajo la lluvia, Asdrúbal se encuentra al día siguiente con que los hispanos están desertando en masa. Los generales púnicos entienden que es la hora de marchar: Asdrúbal y Masinisa logran embarcar hacia Cartago, mientras que Magón se hace fuerte en Gades. Todo está consumado; Hispania queda por entero expedita para Escipión. Y ahora sí que ya no hay esperanza alguna para Aníbal.
Sin embargo, el hombre propone y Dios dispone: Escipión cae gravemente enfermo y se detienen todas las operaciones bélicas. La consecuencia será que Indíbil se subleva y ocho mil romanos se amotinan exigiendo sus pagas atrasadas o la reanudación de los combates para conseguir botín. Pero el procónsul se recupera y todo vuelve a la normalidad: Indíbil es doblegado y los cabecillas del motín pierden su cabeza.
Magón recibe la orden de dirigirse a Italia (a buenas horas) lo que permite a Escipión hacerse con la Tacita de Plata.
Publio vuelve a Roma, donde es recibido de modo apoteósico pero sin triunfo, pues no era cónsul, aunque es nombrado para el máximo cargo para el año siguiente, como era de esperar.
205.- Cartagineses y quirites deseaban la paz, pero Escipión sólo quiere acabar para siempre con la pesadilla africana y exige se le envíe al África con una fuerza expedicionaria, asegurando que acabará definitivamente con esta larguísima guerra.
Fabio Máximo, el anciano "Verrugoso", el prudente Cunctator se opone a la idea, y no sin razón, pues era sumamente arriesgada, tanto más cuanto que Aníbal seguía invicto en suelo italiano esperando los refuerzos de Magón. Pero no sirve de nada, al final el Senado cede a las pretensiones del joven Publio y se le envía a Sicilia, con la facultad de hacer una expedición a Cartago si lo considerase oportuno ¡pues claro que lo considera oportuno!. Licinio Craso irá al Brucio para controlar a Aníbal,
Con la llegada de Escipión a la isla, un enjambre de aventureros acuden, ansiosos de botín, y se alistan en las legiones; todos confían ciegamente en el nuevo Alejandro. Los astilleros de Siracusa hervían de actividad.
El núcleo del ejército lo compondrán las dos legiones de Cannas, que seguían desterradas en Sicilia, pero que tenían una preparación soberbia tras tantísimos años de combates. Los más viejos e incapaces son eliminados y se completan con lo mejor de los voluntarios. El resultado será la creación de una fuerza temible: cada una de las dos legiones estará compuesta por 6200 infantes y 300 jinetes. Aunque, sumando aliados, refuerzos y tropas auxiliares, en total se embarcarán 30 mil hombres.
Cartago asistía aterrada a tales preparativos y movía resortes y alianzas para desviar la atención del romano. Todo en vano.
Como anécdota digamos que ese año lo pasó Escipión vistiendo el manto griego, acudiendo al gimnasio, y comportándose más como un reyezuelo griego que como un austero cónsul republicano.
Incluso el Senado envió una comisión a investigar, mas todos convinieron en que sólo con aquel jefe y ese ejército podía conquistarse Cartago. La verdad es que, a pesar de esas actitudes "extravagantes", Escipión se pasó todo ese año entrenando duramente a sus tropas, trabajándolas y puliéndolas hasta conseguir que sus legiones fuesen una máquina de guerra perfecta.



Verano - 204.- Zarpa Escipión de Lilibea, con 30 mil hombres, 40 buques de guerra y 400 de transporte. Los vientos lo desviaron de su objetivo, lo que fue una suerte para él pues los cartagineses no pudieron interceptar su desembarco.
Bien pronto fue a su encuentro Hannón, que fue vencido y hecho prisionero. Y entonces se produce el más espectacular golpe de suerte que Publio podía soñar: recibe la visita de Masinisa ofreciéndole sus servicios. La historia es bastante compleja y no menos fascinante. Merece la pena que nos detengamos en ella.
Escipión era consciente de la crucial importancia de la caballería númida en cualquier encuentro armado, por lo que buscaba desesperado aliarse con algún príncipe de esta nación que le proporcionara unos cuantos jinetes. Al final logró ganarse a Sífax, pariente de Masinisa, que aspiraba al trono númida, y confiaba que Publio podría dárselo.
Pero héte aquí que Asdrúbal de Giscón tenía una bellísima hija llamada Sofonisba, la cual encandiló de tal modo a Sifax, que acabó por romper su alianza con Escipión y se alió con los púnicos. Asdrúbal no tuvo más remedio que sentarlo en el trono númida a costa del viejo y fiel aliado ¡todo sea por las hijas!.
Podemos imaginar cómo quedó Masinisa, compuesto, sin trono y lleno de rencor, así que no es de extrañar que, en cuanto se enteró de la llegada de Escipión, le faltara tiempo para aliarse con éste. La intervención del viejo rey será decisiva para la victoria de Zama. ¡No sabía Cartago lo que había hecho con ceder a los caprichos de la niña de Asdrúbal!
Rápidamente, como era habitual en él, Escipión se lanza al interior del país, poniendo sitio a Útica.
Dos ejércitos se le acercaron para cogerlo en tenaza.
- El 1º, de 50 mil infantes y 10 mil caballos, conducidos por el propio rey de Numidia, el traidor, Sífax,
- El 2º, de 30 mil hombres, al mando del padre de Sofonisba.
203.- Masinisa planea un sucio ardid; aconseja a Publio que finja entablar negociaciones de paz para ganar tiempo y conocer la situación exacta del enemigo, por la noche se prendió fuego a sus tiendas de juncos y caña, produciendo un terrible incendio, aprovechando el caos reinante para llevar a cabo una terrible matanza.
Sifax fue vencido y hecho prisionero, Masinisa recuperó su reino, y Sofonisba también fue capturada. Pero éste fascinado por su belleza la hizo su esposa, confiando así que Escipión le respetara la vida. Pero éste, impasible exigió que se la entregara. Masinisa le dio a Sofonisba un veneno que ella tomó con entereza. Gloria y honor a la bella y valiente Sofonisba. Y toda esta historia me recuerda, de algún modo, la de Cleopatra.
Cartago condena a muerte al inepto Asdrúbal (aunque logró escapar) y propone conversaciones de paz a Escipión; a la vez se envían mensajeros a Magón y Aníbal para que vuelvan a defender a la patria.
Magón, herido en el norte de Italia, no pudo llegar a la metrópoli. Aníbal a duras penas logra embarcar su mermado ejército en unas pocas naves; tan pocas eran que tuvo que sacrificar 4000 caballos por falta de espacio. Desembarcó en Leptis, al poco se le unió el desterrado Asdrúbal con un ejército de mercenarios pagados de su bolsillo, y los pocos mercenarios de Magón que habían podido arribar a la costa. También logró la alianza de Vermina, hijo de Sifax, que aspiraba a recuperar el trono de Numidia.

19 - Octubre - 202: ZAMA.- Escipión, al conocer todo esto, llama de nuevo a Masinisa y le presenta batalla al bárcida en el lugar que la historia ha denominado Zama.
Ambas fuerzas estaban equilibradas en número, unos 50 mil hombres cada uno, pero la caballería de Masinisa era notablemente superior y fue la que decidió el resultado final. También se cuenta que hubo un eclipse de Sol que aterró a los púnicos. El caso es que Escipión planteó mejor la táctica, disponiendo sus legiones en grupos autónomos que pudieran moverse libremente dejando pasar la embestida de los paquidermos (¡siempre los elefantes!).
Los romanos atacaron cuando todavía faltaba la caballería de Vermina. Los elefantes, fueron hábilmente toreados, dejándolos pasar de largo, y luego hostigados por todos lados con lanzas y flechas incendiarias, precipitándolos contra la caballería enemiga que iba por detrás.


Antes de que los cartagineses se recuperaran del estropicio, cayó como un rayo la caballería de Masinisa, destrozando el centro enemigo y contraatacando luego por retaguardia. Entonces comenzó la carnicería.
Aníbal logró escapar. Aún pudo llegar a Cartago para dar parte del desastre y recomendar al Senado que aceptasen la paz. Fue una sarcástica paradoja que fueran las legiones de Cannas las que ganaran la batalla definitiva.
Pero las condiciones impuestas por la República son durísimas, de hecho Cartago deja de existir como Estado, para pasar a ser una nación aliada de Roma. Un senador púnico comenzó una arenga para llamar a la resistencia, entonces Aníbal lo apartó de un empujón derribándolo al suelo, le pidió excusas no obstante, alegando que después de 36 años ausente de Cartago ya había olvidado las normas de etiqueta de tan insigne y respetable institución, para a continuación dejar el tono irónico y manifestar que todavía podría haber sido peor el acuerdo de rendición. Todos callaron y comprendieron que no tenían flota, no tenían ejército y no tenían ganas de seguir combatiendo, así que aceptaron la capitulación.
El triunfo que se dispensó a Publio Cornelio Escipión -que recibirá del Senado el apelativo de "Africano"- superó todo lo imaginado hasta la fecha. Verdaderamente ningún ciudadano había prestado a la patria servicios tan eminentes: había librado el suelo de Italia de una invasión de 16 años, había dado a Roma la Hispania, y por último había terminado con aquella pesadilla, con aquella Cartago que había osado herir a la República en el corazón de su poder. Tras medio siglo de luchas durísimas e ininterrumpidas, el ejército de la República se ha convertido en una máquina perfecta e imbatible. Desde este momento, y hasta que llegue el final del Imperio a manos germánicas, ya nada habrá de temer Roma de potencia alguna. Durante 600 años su hegemonía y su absoluto poder serán indiscutibles.
Los tres primeros años de la guerra de Aníbal habían costado a Roma más de cien mil hombres entre quirites y aliados. Al acabar la guerra habían caído treinta mil más. El gran número de bajas entre los patricios obligará al Senado a abrir definitivamente sus puertas a la clase equestre
Al sacrificio de las vidas humanas se había unido el de las pequeñas fortunas: si los ricos soportaron sin gran esfuerzo las graves exacciones impuestas por las necesidades de la patria, la clase media y la plebe agrícola quedó arruinada. Además, la Italia meridional que fue el teatro de operaciones, sufrió daños incalculables; más de 400 poblaciones quedaron arrasadas. Ello provocó el éxodo de miles de parias a la Urbs.
Y ésta es la razón del poco precio que tuvieron después de la guerra las pequeñas propiedades. Igualmente, Roma va a quedar con el monopolio del comercio en el Mediterráneo en beneficio de los equites (el patriciado no puede comerciar), un beneficio desmesurado y colosal.
Las ciudades itálicas, que han sufrido tanto o más que la Capital y que han contribuido con su esfuerzo, su trabajo y su sangre a la victoria final, exigen la ciudadanía, y a fe que se han hecho merecedores de ella. Pero la Urbs no estará a la altura de las circunstancias y responderá con ruin cicatería.
Todo lo anterior será el germen de nuevos antagonismos que desembocarán en las terribles guerras civiles de los próximos años.
Esta Roma que ahora queda como dueña de los destinos del Mundo, va a convertirse en un inevitable monstruo de corrupción y codicia. España será quien primero lo sufra. Se acabaron los Cincinatos y los Escévolas y comienza la era de los Escipiones. Los generales confirmados en sus mandos por la necesidad de guerras lejanas, habituados al ejercicio absoluto del poder, embriagados por la devoción fanática de los soldados a su persona, no podrán soportar volver a Roma como simples ciudadanos. El que ha sido por largos años monarca absoluto en España, en África o en Asia, no se avendrá a ser cónsul un año y simple senador el resto de su vida. Poco a poco, las instituciones republicanas se convertirán en una patética parodia, y serán utilizadas y prostituidas para servir a los fines de los más astutos y perversos, de los más ambiciosos en la lucha despiadada por lograr el poder absoluto. Y la más curiosa paradoja es que no había otra posibilidad: por definición, una república no puede ser imperialista.

ÚLTIMA GUERRA GALO-ROMANA
200.- La guerra de Aníbal había abierto dos heridas que casi se creían cerradas: la rebelión de los galos en Occidente y de Macedonia y Siria en Oriente.
Tropas irregulares cartaginesas lideran la revuelta de boyos e insubros, que costó diez años sofocar.
La verdadera razón que prolongó la conquista de la Galia Cisalpina fue la gran cantidad de frentes abiertos en Oriente que tuvo que acometer la República.
Durante toda la guerra púnica, Filipo III estuvo aliado con Cartago, su objetivo era lograr la hegemonía en toda Grecia. Acabada la batalla de Zama, Roma le exige que cese en sus ansias expansionistas. Filipo respondió con insolencia.
En el año 200 el cónsul Sulpicio Galba se presenta en Apolonia con dos legiones, 1000 númidas de la selecta caballería de élite de Masinisa y unos cuantos elefantes tomados a Cartago.

NOTA.- Los elefantes, que demostraron ser un fracaso contra las ágiles legiones, eran en cambio tremendamente efectivos contra las estáticas falanges, pues la única forma de poder destripar el erizo de sarisas era lanzar a estos mónstruos sobre ellas. De ahí que los utilizara Roma en Oriente pero no contra los galos o los iberos.

Durante dos años, sin embargo, anduvo Galba sin pena ni gloria, llevando a cabo saqueos y correrías inútiles.



198.- Las cosas cambian con la llegada de Tito Quincio Flaminio. Este culto y apasionado helenista de 30 años, educado en la escuela de Escipión Africano, conjugará con igual habilidad diplomacia y actividad bélica.
Filipo le pedirá la paz, pero al exigirle Flaminio que dejase libres las ciudades griegas, el macedonio optará por seguir la lucha, aunque los primeros encontronazos son desastrosos para él.
197: CINOCÉFALOS.- Flaminio refuerza sus legiones con tropas auxiliares de Etolia y Tesalia, y va en busca de Filipo. Durante dos días caminaron uno y otro ejército dividos paralelamente por los montes Cinocéfalos, sin saber uno del otro. Al tercer día toparon bruscamente las vanguardias, llevando la romana la peor parte, sin embargo, el terreno montañoso hacía imposible la maniobrabilidad de las falanges. Filipo perdió los dos tercios de su ejército; ejército formado a costa de reclutar incluso a críos de 16 años, es decir, ya no tenía más recursos humanos; y no tuvo más remedio rendirse sin condiciones. Los griegos deseaban que Filipo y su reino fuesen aniquilados, pero Flaminio que no sentía especial predilección por nadie, pensó, con buen criterio, que era necesario un tapón que frenase las incursiones de ilirios y gálatas, así que se le permitió seguir en el trono al mando de un ejército defensivo de 5.000 hombres, una flota de 5 naves y el pago de 1.000 talentos, junto con entrega de rehenes, su propio hijo Demetrio, entre ellos.

HISPANIA es dividida en dos provincias: Citerior y Ulterior, gobernadas por dos procónsules.
Será el inicio de un sinfín de sublevaciones, que sólo terminarán en el 133 con la toma de Numancia.
196.- Flaminio declara, en medio de la solemnidad de los Juegos Ístmicos, la libertad e independencia de todos los pueblos de Grecia. Alegría desbordante de los helenos y sonrisa maliciosa del romano que sabía de sobra lo que iba a pasar.
Por de pronto, los etolios, que se vanagloriaban de haber logrado la victoria de Cinocéfalos con su caballería, acusaban a Roma de haberlos ninguneado. Este fue el comienzo de una ensordecedora jaula de grillos. Lamentablemente, los acontecimientos en la Galia requerían aparcar de momento los problemas de Oriente, y Flamino se marchó con gran alegría de los helenos.
Los tres grandes reinos diádocos eran: Macedonia, Siria y Egipto. Los tres aspiraban a poder reconstruir algún día el imperio de Alejandro.

El más poderoso monarca de Oriente era Antíoco III el Grande, que llevó a cabo una política expansiva muy agresiva, logrando que su reino se extendiera desde el Cáucaso hasta Arabia y el Egeo. Su capital era Éfeso.
Mientras duró la guerra macedónica, Roma no quiso abrir un nuevo frente (bastante tenía con el dolor de cabeza galo), y evitó enfrentamientos con el sirio; con gran pena negó auxilio a su buen aliado, el rey Atalo de Pérgamo, y así continuaron las cosas hasta que por fin se logró doblegar a Filipo.
Entonces Roma cambió el lenguaje, y exigió al rey Antíoco que devolviese lo conquistado a Ptolomeo y a Filipo. Era una cuestión de equilibrio. Si el sirio hubiese respondido con un ataque fulminante a Grecia, seguramente Flaminio no hubiese podido soportar el órdago, pues Roma aún seguía bastante apurada con la rebelión gálica. Pero este pájaro era fuerte con los débiles y débil con los fuertes, así que se enredó en excusas y tanteos, justamente lo que necesitaba la República. Entre los que animaban a Antíoco a no demorar el ataque se encontraba Aníbal.
Después de Zama, Aníbal fue elegido sufete, y tomó el mando de Cartago, con la única obsesión de ver cómo rehacerse y poder plantar de nuevo cara a Roma; la idea era buscar alianzas con Macedonia y Antíoco, las mayores portencias de Asia. Además luchó contra la corrupción, asegurando que sin la rapiña de los funcionarios corruptos la deuda con la República se pagaría fácilmente.
Los oligarcas, llenos de miedo, y deseosos de quitarse de encima a personaje tan molesto, delataron a Roma las intenciones del bárcida.
Aníbal logró asilarse en Tiro, la madre patria. La concienzuda labor de saneamiento de las arcas públicas llevada a cabo por el vencedor de Cannas, sirvió para que Cartago pudiese pagar sus deudas ese mismo año, pero Roma prefirió que continuase el plazo, hasta cumplir los 50 años prescritos, como humillante recordatorio; pero la rapidez con que la metrópoli africana se había rehecho inquietaba grandemente a la República.
De Fenicia, pasó Aníbal a la corte de Antíoco; allí le pide una armada para invadir Roma. El sirio le dice que no; en cambio acepta su consejo de ir sobre Grecia, atendiendo a la llamada de los agraviados etolios, convenciéndolo de que toda la Hélade se levantará, aclamándolo a su paso.

Cuenta la leyenda que en una de las embajadas que Roma envió a la corte de Antíoco estaba Escipión Africano. Allí se encontró con su viejo enemigo Aníbal, y se pusieron a charlar. Al poco le preguntó el romano que quiénes consideraba como los más grandes generales de la Historia. El púnico respondió que Alejandro, Pirro y él mismo, o sea, Aníbal. Entonces Escipión le dijo, irónico, que cuál habría sido su opinión entonces si hubiese salido vencedor en Zama, y el otro le contestó impasible que, en tal caso, él se habría situado en primer lugar. Esta fascinante historia, es falsa con toda seguridad, pero "si non e vero e ben trovato".

194.- Toma de Iaca (Jaca), y fin de la guerra de la Citerior.
192.-Antíoco sólo llevó a Grecia 10 mil infantes y cinco mil caballos con 40 naves. Halló la nación sumida en plena anarquía. Los etolios, echaron las campanas al vuelo y comenzaron las hostilidades contra Roma, atacando a Demetriades, aliado de la República. Otros no lo tenían tan claro: Esparta, aqueos y atenienses permanecen fieles a Roma, y Filipo, que era la principal esperanza de Aníbal, se abstuvo.
191.- Termina la pacificación de la Galia Cisalpina. El Senado envía 40 mil hombres a las órdenes del cónsul Manio Acilio Glabrión. A su llegada a Grecia, la desbandada helénica es general. Antíoco se refugia en las Termópilas, y encarga a los etolios que protegan el monte Oeta, único lugar por donde podrían atacar su retaguardia (como le sucedió al bravo Leónidas). Pero los etolios se fueron a saquear la zona, así que al final los romanos pillaron a traición al ejército sirio, con la consiguiente carnicería: sólo el rey y un grupo de 500 hombres se salvaron y pudieron llegar a Éfeso.
Antíoco encomendó a Aníbal la tarea de recoger las naves de Fenicia y Cilicia y conducirlas al Egeo. Rodas unió su flota a la de Roma, cuyo jefe era el pretor Cayo Livio. Ambas escuadras se encontraron en el río Eurimedonte. La victoria se decantó hacia Roma, debido a unas curiosas máquinas de las naves rodenses que arrojaban fuego sin cesar al enemigo. Ésta fue la última acción bélica del bravo Aníbal. No era ya sobre el mar, sino sobre el continente asiático donde debía decidirse la suerte del gran rey sirio.


190: MAGNESIA.- El Senado envía para esa tarea al cónsul Lucio Cornelio Escipión. Una de las razones para ello es que irá acompañado por su hermano, el Africano, como legado.
Las tropas romanas, junto con sus aliados de Macedonia y Pérgamo, apenas sumaban 30 mil hombres, frente a los 70 mil infantes del sirio, 14 mil caballos, 54 elefantes y un buen número de carros. Un gran ejército el de Antíoco, pensado para una táctica lenta basada en el erizo de las falanges. El choque se produjo en la llanura de Magnesia.

Cornelio estaba enfermo y asumió el mando de las operaciones el gran Escipión Africano; con un planteamiento táctico genial, basado en la movilidad y la rapidez, formó a todo su ejército en una sola línea. Antíoco las dispuso en tres: en la primera las tropas ligeras, luego los elefantes, y en la tercera la falange y la caballería.
De nuevo fue la caballería el elemento decisivo, en este caso la mandaba Eumenes, hijo del malogrado Atalo I, rey de Pérgamo; su impetuosa embestida deshizo la primera línea siríaca, entonces los arqueros romanos azuzaron a los elefantes que, una vez más, volvieron grupas desesperados por la lluvia de saetas, arrollando a las falanges, mientras tanto la ágil caballería del rey de Pérgamo rebasó las alas enemigas cayendo de improviso sobre la retaguardia. Eso fue el pistoletazo de salida para la desbandada general: sólo una sexta parte del ejército sirio pudo salvarse. En esta jornada reconoció Antíoco que su suerte estaba cumplida, y aceptó las onerosas condiciones de paz que le impuso Roma.
Escipión se pudo enorgullecer de haber puesto a los pies de su patria la corona del más poderoso rey asiático como once años atrás había puesto a la gran república africana. A su título de "Africano" se le añadió el de "Asiático".
Para el gobierno de Asia siguióse el mismo esquema que en África: anular a los enemigos y exaltar a los amigos; tras Zama la República engrandeció a Masinisa, y aquí se hará lo propio con Eumenes, al que la República, generosa, le anexiona extensísimos territorios.
183.- Y vecino de Eumenes era el rey Prusias, monarca de Bitinia, con el que, siguiendo estrictamente las seculares leyes de la vecindad, estaba en guerra.
En Bitinia buscó refugio Aníbal, tras el desastre de Magnesia. Prusias lo acogió gustoso, pensando que podría ajustarle las cuentas a su rival. Eumenes no quiso complicarse la existencia y alertó a Roma de la nueva situación. Le faltó tiempo a la República para enviar una legación a Bitinia, presidida por Tito Flaminio, y exigir la entrega de Aníbal. Prusias, que sabía con quién se estaba jugando los cuartos, ordenó que rodearan la torre en la que se alojaba el bravo cartaginés para que esta vez no pudiera escaparse. Aníbal bebió una copa de cicuta.
Este mismo año muere también el genial Escipión Africano, su gran enemigo, y lo hará en en destierro, víctima de su orgullo y de los temores que despertó su grandeza. Sus adversarios, capitaneados por Catón y por medio de los hermanos Petilio, tribunos de la plebe, exigieron que rindiera cuentas de las sumas pagadas por Antíoco y de las presas hechas en Asia. La base de las acusaciones estaba en que el hijo de Escipión cayó prisionero de Antíoco, y se rumoreó que el Africano fue indulgente con el rey sirio para lograr su liberación, cuando lo cierto es que lo soltó sin rescate alguno. La respuesta de Publio fue rasgar públicamente los registros oficiales mientras declaraba altivo que quién había dado 15 talentos al Erario no tenía cuentas que rendir. El caso acabó en una acusación de traición (proditio), incidiendo en el asunto de la liberación de su hijo.
Escipión se retiró desdeñosamente de la tribuna y antes del día en que se iba a celebrar la vista se impuso voluntario destierro en Literno.
En cuanto a su hermano, declarado por el voto de las tribus reo de peculado, debió a la protección del tribuno Tiberio Sempronio Graco que su pena se limitase a la confiscación del patrimonio y se librase de la prisión (187).
181.- Filipo, como hemos visto, había aprendido la lección y durante la guerra contra Antíoco III se mantuvo fiel a Roma. Por ello fue recompensado con una condonación de su deuda, restauración de algunos de sus territorios y devolución de su hijo Demetrio que permanecía como rehén. Sin embargo tenía Filipo otro hijo, mayor que Demetrio, Perseo, pero concebido con una concubina, lo que, a priori lo inhabilitaba para sucederlo. Sin embargo Perseo era hombre inteligente, taimado, ambicioso y sin escrúpulos, que logró arrancar de su padre la sentencia de muerte contra Demetrio, acusándolo de conato de fratricidio. Ya agonizante se dio cuenta Filipo de su error pero ya era tarde.
179.- Perseo es coronado nuevo rey. Se fingió fiel aliado de Roma y comenzó a intrigar sin tardanza. Aspiraba a unir a todas las naciones conquistadas por la República para sublevarlas al unísono. Más o menos todos le daban esperanzas, desde el senado cartaginés hasta el sucesor de Antíoco III, su hermano Antíoco Epífanes. Pero cuando la Urbs descubrió sus insidias y le declaró la guerra, se quedó con el culo al aire.

HISPANIA.- Tiberio Sempronio Graco, tras derrotar a los celtíberos junto al Moncayo, funda Graccuris (Alfaro) y reparte tierras para fijar a los hispanos nómadas. Gracias a su política contemporizadora logrará 25 años de paz relativa.
171.- El cónsul Publio Licinio Craso zarpó de Brindisi con una flota de 40 naves que transportaban 40 mil hombres, dispuesto a invadir Macedonia y pararle los pies a Perseo. La guerra comenzó con ventaja del griego, aunque éste sabía que los recursos de Roma eran ilimitados.
169.- Llega a Roma una embajada egipcia reclamando ayuda ante la agresión de Antíco IV, que amenazaba Alejandría. La República comprende que hay que terminar enseguida con la guerra de Perseo, antes de que el incendio pueda volverse incontrolable.
HISPANIA.- Fundación de Cartaya (Algeciras) para libertos y para los hijos de soldados romanos e hispanas, y de Corduba (Córdoba) para los patricios. Córdoba será la capital de la Bética con la Administración de Augusto.
22-Junio-168: PIDNA.- El cónsul Lucio Emilio Paulo fue el encargado de la campaña contra Perseo. Y encontró al macedónico en la murallas de Pidna.
Como en Cinocéfalos, las fuerzas estaban muy igualadas, unos 40 mil hombres por bando, y, como allí, fue lo abrupto del terreno lo que rompió las formaciones de la falange acabando la lucha en exterminio: la mitad de los griegos perecieron.

165.- Roma hace balance de las diferentes actitudes de las ciudades griegas y obra en consecuencia:
- Macedonia deja de existir como Estado, que es desmembrado en cuatro regiones, prohibiéndoles connubio y comercio entre ellas, e igual suerte corrió la Iliria. 150 mil epirotas acabaron vendidos como esclavos, entre ellos Polibio, el gran historiador, a quien Emilio Paulo hospedó en su casa. Eso que salimos ganando.
- Eumenes, sospechoso de no haber sido fiel a Roma fue desalojado de la Panfilia, y se le negó venir a Roma a disculparse, aunque ya estaba en Brindisi. Antíoco es obligado a dejar Egipto.
- Mientras Atenas ha apoyado la causa de la Urbs -bien es verdad que de modo simbólico, pues su ejército daba para muy poquito- Rodas ha desarrollado una conducta que deja mucho que desear. Y como la República -igual que el Sumo Hacedor- premia a los buenos y castiga a los malos, creó un puerto franco en la isla de Delos que puso bajo control ateniense. Resultado: Rodas se arruinó irremediablemente mientras Atenas subía como la espuma del champán. Tanto que su moneda se estableció como medio de pago en todo el mundo griego. Los sistemas de medidas utilizadas en Italia y Atenas se sincronizaron mediante tablas de conversión, y todo el mundo salió beneficiado.... todo el mundo menos los enemigos de Roma.
En Atenas, la clase dirigente estaba encantada, no tanto el pueblo, que apenas se beneficiaba de la venturosa situación. De todas formas se mantenían las insitituciones democráticas, aunque sólo porque beneficiaba al turismo. Los romanos que visitaban la ciudad, disfrutaban viendo el estrambótico esperpento de la democracia en acción. Atenas ya no era un museo, sino un zoo.

155.- Los lusitanos, acaudillados por Cesaro, penetran en el valle del Betis, cruzan el estrecho de Gibraltar y llegan hasta Okile (zona de Tánger), mandados ahora por Cauceno.
Servio Sulpicio Galba cerca a los rebeldes y les promete tierras si se rinden. Acuden siete mil, que son cercados y masacrados.
Viriato logra huir y reúne las fuerzas lusitanas dispersas. Desde ese momento será la pesadilla romana.

153.- Los belos, aliados a los tittos, fortifican Segeda, Roma protesta y, en castigo, les impone nuevos tributos. Estalla la guerra. Los jefes celtíberos se reúnen en Numancia, capital de los arévacos.
Acude el cónsul Quinto Fulvio Nobilior que sufre una estrepitosa derrota.
148.- Un levantamiento macedónico anula la división tetrarregional y se convierte en provincia romana.
147.- Viriato logra una aplastante victoria en Trigola (zona de Ronda)
146.- La Liga Aquea ataca a Esparta, que siempre se mantuvo fiel a la República y Roma interviene. Corinto es arrasada. Grecia entera pasa a ser provincia romana con el nombre de Acaya.

3ª GUERRA PÚNICA (149-146).- Las constantes disputas, atizadas por Roma, de Cartago con Masinisa, arrastraron a Cartago a una guerra defensiva. Hacía tiempo que Roma quería acabar con la capital púnica por muchas razones: por su resurgimiento económico, porque seguía presente el humillante espectro de Cannas y porque era una buena cabeza de turco para desvíar otros graves problemas internos; así que esta guerra fue la excusa para acusar a los púnicos de haber llevado a cabo un conflicto bélico sin autorización y proceder a su exterminio: "Ceterum censeo Carthaginem esse delendan", decía constantemente Catón, el novus homo que pretendía subir en la escala social a costa de dárselas de patriota. Esta obsesión le vino tras el viaje a Cartago que realizó como miembro de una embajada para mediar entre las disputas que la capital africana mantenía a todas horas con Masinisa; y quedósobrecogido por las enormes riquezas de la antigua enemiga.
A su regreso, Catón subió al estrado de oradores y unos enormes higos cayeron de los pliegues de su toga; impresionados los demás senadores por su exhuberante tamaño sentenció aquél: "Han crecido en un país que se encuentra a tres días de viaje por mar". Toda una simbólica referencia a los peligros de la próspera Cartago.
De todos modos cofluían varios factores en el deseo de acabar con la vieja enemiga, y ninguno noble.

Recordemos que tras la victoria de Zama, los ejércitos romanos fueron desmovilizados, y poco a poco se perdió la experiencia y ardor guerrero de las antiguas legiones. El orgullo irreflexivo fue creciendo, y se pensaba que los ejércitos eran invencibles por el hecho de ser romanos; las aplastantes derrotas en Hispania los sacaron de su error. Y vino entonces la segunda parte, los quirites se negaban a servir en los ejércitos que iban al matadero español. Es posible que ese fuera el motivo por el que Roma acabó con Cartago: encontrar una guerra fácil que diera prestigio e innumerables riquezas a la decadente Urbs.


143.- Los celtíberos se alían con Viriato, y las cosas se ponen muy feas para los romanos.
140.- El Senado envía a Hispania a Servilio Cepión, que ayudado por Marco Pompilio Lenas derrota a los lusitanos. Viriato pide la paz, mas tres de sus emisarios Ditalco, Audax y Minura son sobornados por Cepión y lo asesinan


136: 1ª GUERRA DE LOS ESCLAVOS.- El sirio Euno organiza a los esclavos de los grandes latifundios sicilianos, y los acaudilla en su lucha por la libertad. Tras formar un ejército de 200 mil hombres, Euno se proclama rey a la usanza helenística.
En el 132 será apresado por los romanos. Más de 20 mil esclavos son crucificados.

133: NUMANCIA.- El cónsul Publio Escipión Emiliano, el vencedor de Cartago se traslada a Hispania, acompañado de Cayo Mario, Cayo Graco y Yugurta. Reorganiza las tropas romanas, corta los abastecimientos al enemigo, y, tras un sitio implacable de ocho meses, la ciudad se rinde agotada por el hambre y es reducida a cenizas.

Así terminan las guerras celtibéricas y se cierra una etapa decisiva en la Historia de la República.
Roma es la más grande potencia del Mediterráneo, sin que nación alguna pueda hacerle sombra. La antigua Roma ha desaparecido y se abre camino la nueva Roma imperial, señora del Mare Nostrum y del continente europeo. Todos los esquemas e instituciones políticas y sociales han de reformarse para poder acometer esta nueva empresa. Aquella vieja urbe de sobrios y venerables patres que veían en la agricultura la fuente de toda virtud se ha transformado en una monstruosa ciudad-Estado donde el dinero de las conquistas llega imparable. La agricultura deja de ser la base de la economía romana, ocasionando la ruina de la plebe; aunque no de toda, debido a que la Lex Claudia prohibía a los senadores actividades mercantiles, una buena parte de la nobleza terrateniente que no pertenecía al patriciado se ocupó de los prosaicos negocios asociados al vil metal.
Esta enriquecida clase de la orden ecuestre convivirá en buena armonía con los viejos patricios dueños de miles y miles de hectáreas cultivadas y de miles y miles de esclavos. Los perjudicados eran los modestos campesinos que no podían competir con este sistema esclavista y terminaban vendiendo su terruño y marchándose a la ciudad.
Otro sector decepcionado será el de los socii, los aliados de Roma, que constituían la mitad del ejército y que, al fin y a la postre, sólo eran peregrinii.
Y por último, desde el punto de vista humano, la situación más lacerante era la de los esclavos. A raíz de las continuas guerras de las últimas décadas, su número es abundantísimo, y tenía como consecuencia un abaratamiento que redundaba en un trato cruel y desconsiderado: siempre era más barato comprar otro que velar por la salud y longevidad de los existentes. No es de extrañar, por tanto, que las revueltas de esclavos fuesen algo habitual; aunque, por carecer de ideales políticos y buscar sólo la libertad, estas rebeliones estaban condenadas al fracaso de antemano.
Mas, para Roma como Estado, la cuestión más grave fue la desaparición del campesino, el puntal del ejército, la gran cantera de la infantería legionaria a quien la Urbe debía su dominio del mundo. Había que hacer una reforma agraria que devolviera al campesino el protagonismo de la sociedad romana.
En un principio se pensó en Escipión Emiliano, el reciente triunfador de Cartago y Numancia, como el hombre ideal para acometer tan delicada tarea, tanto por su prestigio como por su inteligencia y entereza. Pero al final el proyecto no llegó a cuajar. Probablemente Escipión calibrara de modo certero las consecuencias de esta empresa y los muchos e importantes enemigos que iba a ganarse quien llevase adelante la medida.

Este destino parecía reservado a sus dos cuñados, Tiberio y Cayo Graco, hijos de aquel Tiberio Sempronio Graco, el mejor gobernador romano que hubo en España, y de la nobilísima Cornelia, la hija de el gran Escipión Africano.

Los muchachos recibieron una esmerada educación griega; quizá en Tiberio influyera Diófanes de Mitilene, desterrado de su patria por preconizar una especie de comunismo utópico, aunque no deje de ser una especulación más.

- Muere Atalo III de Pérgamo. Era Pérgamo una ciudad-Estado de cultura helénica que controlaba toda Anatolia. Era famosa por sus enormes riquezas y por el esplendor inigualable de sus monumentos. El fallecido rey, en un ataque de locura, de estupidez, de calculada lucidez o de síndrome de Estocolmo, decide dejar el reino como herencia al pueblo de Roma.

- Tiberio se presenta a tribuno de la plebe. Su plan es hacer un reparto más equitativo del ager publicus, que se vendiera trigo por debajo del precio del mercado y que la República diera ropas a sus soldados más pobres. Las enorme riquezas que Atalo ha dejado al pueblo romano, bastarán para financiarlo.
El principal problema fue que presentó la ley directamente a los Comicios sin consultarla previamente con el Senado. Parece ser que no confiaba mucho en los nóbiles, pero esta arriesgada apuesta los ponía irremisiblemente en su contra.
El Senado no pierde la calma y echa mano de un tribuno afecto, Marco Octavio, para que ejerciera el veto. Cuando Tiberio va a leer su propuesta de ley, su colega se levanta y ordena al orador que guarde silencio. Hasta aquí todo tortuoso pero legal.
Entonces Tiberio Graco decide quemar sus naves: reúne a los Comicios y les propone la destitución de Octavio. La Asamblea aceptó y nombró un substituto. Gracias a esta medida, de más que dudosa legalidad, salió adelante la Reforma Agraria. Los encargados de llevarla adelante serán Tiberio, su hermano Cayo y su suegro Claudio Pulcher, el consular más antiguo y, por tanto, princeps senatus.
Unos 70 mil campesinos salieron beneficiados con la medida, no mucho, para las necesidades del momento, pero, a pesar de todos los obstáculos que puso el Senado, la Ley salió adelante. Como sabía que, al acabar su mandato, al Senado le faltaría tiempo para revocarla, prosigue con su huida hacia adelante y se presenta a la reelección, alegando que la Lex Villia Annalis del 180 que regulaba el desempeño de las magistraturas no mencionaba expresamente el tribunado. En cualquier caso, Tiberio sabía que estaba violando la Ley; las consecuencias serían fatales.
Sus seguidores comenzaban a desertar, el proletariado urbano se desentendió de una ley que no le afectaba directamente, y el campesinado estaba muy ocupado con la cosecha como para acudir a los comicios. Tiberio estaba solo ante el peligro.
Un grupo de senadores comandados por su primo, Cornelio Escipión Nasica, arrancaron las patas de sus asientos senatoriales y apalearon a Tiberio hasta matarlo. Su hermano Cayo cogerá el testigo gritando: "¡El Capitolio está chorreando la sangre de mi hermano!".
Por aquel entonces, Cayo sólo tenía 21 años; poco a poco irá preparando el camino para llegar a tribuno.
Muerto Tiberio, el Senado seguía sin saber qué hacer con el regalo de Pérgamo. Pronto se entera de que el reino se está sumiendo en el caos, y es entonces cuando se decide a intervenir. Y es entonces (bis) cuando se dan cuenta de que no es necesario saquear para obtener substancioso botín; en Pérgamo aprenderán los romanos que se puede (se debe) sangrar a los súbditos con asfixiantes impuestos ¿cómo si no creían los palurdos de la Urbs que habían amasado sus insultantes fortunas los reyes pergamitas? Y de nuevo son los Gracos los que han de aguar la fiesta.
123: TRIBUNADO DE CAYO SEMPRONIO GRACO.- Era un gran orador y el pueblo lo idolatraba. Tiene una gran idea con respecto a Pérgamo: puesto que el reino es propiedad del pueblo romano, logra que se apruebe una ley por la que se somete a Pérgamo a impuestos organizados. Y ya que Roma carecía de las grandes burocracias que los monarcas orientales tenían a su disposición para exprimir a los súbditos, recurrirá al sector privado, a los famosos "publicani". El beneficio lo será todo, cuando el súbdito ya no pueda pagar los impuestos será esclavizado.
Y mientras en Oriente se saquean las ciudades en busca de tesoros, en Occidente se saquea la tierra. En nigún lugar fue esa devastación más espectacular que en España. Miles y miles de esclavos dejaban su vida arrancándole al subsuelo los preciados metales: por cada tonelada de plata extraída se tenían que procesar en la cantera diez mil toneladas de roca. Y la casa de la moneda romana usaba entonces unas 50 toneladas de plata anuales.
Pero la principal obsesión de Cayo, la idea a la que todo queda supeditado es la creación de una nueva Ley Agraria; y será más ambiciosa que la de su difunto hermano: pretende repartir parcelas tanto en Italia como en ultramar.
Buscará el apoyo de la clase ecuestre, ansiosa como estaba de tomar a fondo las riendas del poder. Eso sí, volverá a cometer la torpeza de presentarse a la reelección, igual que su hermano. Muchos sospechan que tras tanto altruismo se encierra un velado deseo de acceder a la tiranía, al más puro estilo griego.
El Senado usa de nuevo la vieja táctica de comprar tribunos, y el elegido esta vez será Marco Livio Druso, quien finge aliarse con Cayo y pretenderá adelantarlo por la izquierda con medidas escandalosamente demagógicas que incrementan su popularidad en detrimento de Cayo.
Para cuando se quiere dar cuenta de la jugada es ya tarde. Una de las principales medidas del Graco era la concesión de ciudadanía a todos los latinos, y Druso impondrá su veto; estaba claro que, cuantos más ciudadanos hubiese, menores serían los repartos de trigo y las entradas gratuitas para los espectáculos. La partida de la demagogia la tenía ganada el Senado, ya sólo quedaba esperar un paso en falso de Cayo para acabar con él.

Y no tardó en hacerlo; uno de sus principales seguidores, el ex-cónsul, y ahora tribuno, Marco Fulvio Flaco, reunió a los más exaltados y, provistos de armas, se hicieron fuertes en el Aventino.
El Senado decretó el estado de excepción: la República estaba en peligro. Rápidamente se crea el Senatusconsultum Ultimum, por el que se da a los cónsules poderes especiales. El cónsul Opimio reparte armas entre los ciudadanos y el Aventino es tomado al asalto.
Fulvio morirá despedazado, y Cayo, que nunca estuvo de acuerdo con el golpe de Estado, ordenó a un esclavo que acabase con su vida. Sus enemigos verterán plomo fundido dentro de su cráneo. Por si acaso. Era el final de la bonita aventura progresista.

Pero ahí no quedó la cosa, siguiendo con la aplicación del Senatusconsultum Ultimum se procede a una feroz represión: tres mil personas son ejecutadas, muchas de ellas sin juicio previo. La República estaba salvada y todos sus problemas se habían acrecentado. Tarde o temprano se hacía inevitable la guerra civil.

Una de las predicciones de la Sibila aterraba especialmente a los romanos: "No invasores extranjeros, Italia, sino tus propios hijos te violarán, una brutal e interminable violación en grupo, castigándote, famoso país, por tus muchas deprevaciones, dejándote postrada, tirada entre las ardientes cenizaas ¡Asesinada por ti misma! ¡Ya no la madre de hombres cabales, sino la nodriza de voraces bestias salvajes!"

NOTA SOBRE LA SIBILA.- Por todo el Mediterráneo circulaban libros y oráculos de la Sibila, se ve que la "abuela" no sólo visitó a Tarquino Superbo. Por eso, aunque los libros seculares estaban a buen recaudo en el Templo de Júpiter, todo el mundo era sabedor de esas catástrofes; y aunque algunas profecías eran favorables a la República: "Un imperio se alzará en el mar occidental, llevando la ruina y el terror a los reyes, saqueando oro y plata de ciudad tras ciudad", otras pronosticaban un espantoso final: "Se hundirán en un pantano de decadencia, los hombres dormirán con los hombres, y los niños serán prostituidos en los burdeles; surgirán disturbios civiles y todo caerá en la confusión y el desorden". Se supone que estos vaticinios se escribieron hacia el 140 a.C. por manos helénicas, cuando ya Macedonia era provincia romana, Cartago y Corinto habían sido destruidas y ya nadie dudaba de que Roma era una potencia invencible a la que ninguna otra nación podía siquiera hacer sombra.

119.- Muere Micipsa (el hijo de Masinisa) y surgen luchas sucesorias por el reino de Numidia. Como ya hemos visto durante las guerras Púnicas, Numidia tenía un gra valor para la República, y no se la podía dejar descontrolada, así que una comisión senatorial reparte el reino entre Yugurta y su primo Aderbal.

113: INVASIONES DE CIMBRIOS (O CIMERIOS) Y TEUTONES.- Estos pueblos germánicos, procedentes de Jutlandia, invaden Europa central, sur de la Galia y península Balcánica. Los romanos intentan detenerlos en Noreia (Carintia), pero no lo consiguen, y sufren una humillante derrota.

112.- Yugurta ataca a su primo por sorpresa y se queda con todo el reino, en la confianza de que sabrá ganarse el favor de la corrompida clase senatorial y podrá mantener su statu quo. Mas los intereses comerciales eran muy complejos y los equites logran que se le declare la guerra.
Yugurta, hombre inteligentísimo, no se arreda y, con una adecuada mezcla de habilidad militar y soborno calculado, mantiene a raya a las legiones agresoras.
Por fin, se hace cargo de las operaciones Metelo "el Numídico"; uno de sus oficiales era un novus homo, Cayo Mario, su amigo y mano derecha. Mientras Metelo iba enderezando la situación, su mano derecha le segaba la hierba por los pies enviando despachos secretos a Roma que ponían a parir a su queridísimo jefe. En otros tiempos esa conducta habría sido la tumba política del siniestro Mario, pero la época de los Cincinatto y los Scévola había pasado; al revés, Mario se estaba labrando un sólido prestigio de hombre sencillo entre el populacho, capaz de darle a la clase senatorial la bofetada que merecía.
107.- Y los desvelos conspiratorios de Mario obtuvieron su merecida recompensa: sale elegido Cónsul. La venganza del Senado será no enviarlo a Numidia.
Mario, se salta la ley a la torera y logra que los comicios lo designen para dirigir la guerra africana. Estaba claro que el Senado cada vez pintaba menos, y sólo era el principio.
106.- Nace Marco Tulio Cicerón (3-enero), en una acomodada familia ecuestre de Arpino, municipio cercano a Roma. También viene al mundo Pompeyo Magno.

Mientras tanto, Mario, excelente militar, se las ve y se las desea para doblegar a la excepcional caballería númida, así que recurre a un repugante ardid sugerido por su cuestor, el no menos repugnante Lucio Cornelio Sila, consistente en ofrecer una cita a Yugurta y luego, traicionarlo y cogerlo preso ¡qué lejos quedaba el regreso de Clelia al campamento de Porsena!
Sila era un patrico venido a menos que sentía una extraña mezcla de admiración y odio por su jefe, mientras que Mario, lo despreciaba abiertamente, sin otros matices.





Mario había nacido en provincias, su familia no era de abolengo, sus modales no estaban pulidos, había ganado su prestigio a base de habilidad pura y dura. Su estatus en la sociedad romana era indiscutible; no sólo era inmensamente rico, sino que había ganado las elecciones a prácticamente todas las legislaturas y había matrimoniado con una auténtica Julia (de los Julios de toda la vida, descendientes de Venus y eneas), una tía de Julio César, para ser más exactos.

















La vida de Sila tampoco había sido fácil. De rancia familia patricia, pronto se encontró huérfano y en la ruina absoluta. Frecuentó el hampa y los bajos fondos -cómicos, prostitutas, travestidos, borrachos...-, y siempre mostró una conmovedora lealtad hacia ellos.
Al final fue su atractivo sexual y sus dotes de gigoló los que salvaron a este rey de la noche romana de la marginalidad. Una de las cortesanas más caras de Roma se enamoró perdidamente de este calavera y lo nombró único heredero en su testamento, al poco hizo lo mismo su madrastra, y se encontró de pronto, a sus treinta años, con una enorme fortuna para poder financiar su ansiada carrera política.

El noble Yugurta fue llevado a Roma y paseado en triunfo, luego se le arrojó a una mazmorra del Carcer Mamertinum y se le dejó perecer de hambre.



105.- Los Cimbrios (Cimerios) y Teutones se dirigen a la Galia, donde los romanos salen a interceptarlos, pero de nuevo las legiones hacen el ridículo cayendo derrotadas en Arausio, muy cerca de Massilia. Se extiende el pánico en la Urbs ante la perspectiva de una 2ª invasión celta.
Sólo un hombre puede hacer frente a las hordas germánicas: Mario el vencedor de Yugurta. Y así será elegido cónsul año tras año entre 105 y 101.

NOTA.- Este año se produce el primer combate de gladiadores. El espectáculo tiene lugar en el Foro, y fue un éxito sin precedentes.

104.- Mario será el gran reformador del ejército, en todos los sentidos: reclutado entre los proletarios, y no entre los campesinos, dejó de ser una milicia temporal para convertirse en un ejército profesional y permanente, abierto a todo el que quisiera alistarse.
Igualmente se cambió el equipo y la organización. Además de las armas, el soldado era portador de un pesado equipo (en total unos 50 kilos) sujeto a un bastidor que le granjeó el nombre de mulus marianus; recibía el entrenamiento de un gladiador y se convertía en una despiadada máquina de matar.
102.- Los teutones son interceptados en Aquae Sextiae (Aix-en-Provence) y totalmente masacrados. El invento de Mario funcionaba.
101.- Esta vez les toca el turno a los cimbrios que sufren idéntica suerte en Vercellae, al norte de Italia. Fue una auténtica escabechina. El mercado de esclavos cayó en picado ese año.

100.- Nace Cayo Julio César (13-Julio). Su madre, Aurelia, era una mujer modélica, dechado de virtudes romanas. Su padre era un hombre influyente y rico, orgulloso de su linaje, con una gran clientela; pero sólo llegó a pretor. No era como los Pompeyo, dueño de extensas provincias en Italia, pero tuvo suerte, tras su año de pretura fue nombrado gobernador de Asia; era la oportunidad que todo romano esperaba. Obviamente, el hecho de que Mario estuviese casado con una Julia, facilitaba mucho las cosas.

El prestigio de Mario subió en idéntica proporción al retroceso que sufrió el Senado. Ello facilitó la formación de un grupo político que, inspirándose en los míticos Gracos, atacaba el Senado de modo inexorable utilizando las asambleas populares, y que, en definitiva, pretendía utilizar al populacho para encumbrar a la clase ecuestre. Se les llamó los "populares", por oposición a los "viri boni" u "optimates", como ahora gustaban llamarse los señores senadores. Por lo demás, los populares se detestaban entre sí.
El tribuno Lucio Apuleyo Saturnino logró que se aprobara el cargo criminal de la maiestas, para las acciones que redundaban en pérdida de prestigio de la República. Esta ley, nacida del despecho y deseo de venganza de un cretino, servirá para reprimir de modo indiscriminado.
Saturnino hizo cuantas leyes fue menester para que los soldados tuviesen tierras al finalizar su servicio; loable medida con la que se granjeó la adhesión incondicional del ejército. Así, pudo utilizarlo sin problemas contra una revuelta del populacho en este mismo año, lo que sentaba un mal precedente.
También pasó a la Asamblea Popular la designación de los jefes militares, que antes correspondía al Senado. Ello cortaba todos los lazos de lealtad entre el ejército y la magna institución.
92.- La corrupción administrativa va creciendo imparable, teñida de una repugnante hipocresía que prohíbe a los nobilísimos senadores el ejercicio del comercio exterior.
Hay administradores honrados, como Rutilio Rufo, que intentará defender a sus súbditos contra los recaudadores de impuestos; el resultado fue que ¡lo procesaron por extorsión a la provincia que gobernó! Obviamente fue declarado culpable y desterrado, mas, como podía elegir el lugar del exilio, decidió volver a su "extorsionada" provincia, que, para colmo, era Pérgamo. Allí fue recibido como un héroe.

91.- Es elegido tribuno, a propuesta del Senado, Marco Livio Druso, el hijo de aquel canalla que provocó la desgracia de los Gracos. En la creencia de que "de tal palo tal astilla" el Senado apoyó sin reservas su nombramiento. Pero el chico salió rana y de ideología "gracista".
Primero propuso aumentar el número de plazas del Senado a 600, la mitad para los equites. La medida no agradó a nadie, y menos aún a los propios equites que se veían entonces privados de ejercer actividades mercantiles.
Tras este éxito, decide proponer que se extienda la ciudadanía romana a todos los itálicos. Y esta vez se unen como una piña senadores, equites y plebs; ningún quirite estaba dispuesto a repartir prerrogativas. Druso fue asesinado.
Pero la mecha ya estaba prendida. Marsos, marrucinos, peliños, picentinos, frentanos, samnitas y lucanos, exigen que se cumpla la ley del extinto Druso. Una matanza de romanos en Ascoli (Piceno) será el desencadenante de la guerra.
Ninguna diferencia había entre los ejércitos. Era el Senatus Populusque Romanus, escindido en dos y luchando a muerte entre sí.
Pronto los rebeldes bautizan la federación en lucha como "Itálica", crean un senado de 500 delegados y ponen en pie de guerra un ejército de cien mil hombres. Comienzan a recaudarse los fondos necesarios para la guerra, con acuñación de moneda propia, como la que hace el general samnita Cayo Papio Mútilo, donde aparece el toro samnita embistiendo feroz a una inerme loba romana.
Mas no todo eran mieles dentro de la confederación, los objetivos no eran iguales para todos. Mientras los montañeses del norte, latino-parlantes, sólo aspiran a la ciudadanía, los samnitas, de lengua osca, buscan la independencia ¡y es que las lenguas tiran mucho!
90.- Roma está inmovilizada. Por el norte está el frente de los marsos, con el general Pompedio Silón a la cabeza; en el sur dirige las operaciones el samnita Papio Mútilo. Y aunque Roma es un hueso duro de roer, el éxito se iba decantando a favor de los rebeldes.
Así las cosas, Mario establece negociaciones con su antiguo compañero Pompedio y parece que la paz puede llegar.
A finales de año, el Senado da instrucciones al cónsul Lucio César (padre de Julio y gran militar, que ha logrado detener el empuje samnita) para otorgar la Lex Iulia, o sea la ciudadanía, a todos los itálicos fieles a Roma, y lo mismo a todo soldado afecto a la causa senatorial. Con esto se logran multitud de deserciones a favor de Roma.



7-Noviembre-89.- El Senado "virtutis causa equites hispanos cives romanos fecit in castreis apud Asculum" (a causa de su valor, los jinetes hispanos fueron hechos ciudadanos romanos en el asalto al castillo de Áscoli), y los agraciados fueron los integrantes de la Turma Salluitana; y es que con la rendición de Auscullum, la sedición quedaba sofocada en el frente norte.
En el sur, el cónsul Lucio César entrega el mando a su sucesor: Lucio Cornelio Sila. El avance de este resentido y genial canalla fue arrollador; el hecho de que uno de sus antepasados hubiese brillado en las Guerras Samnitas del s.IV, le dio alas para masacrar a este heroico pueblo. Pero de repente se topó con el general marso Silón, y su suerte se eclipsó. Lleno de rabia ha de ceder el testigo al gris Metelo Pío, el futuro fundador de Metellium (Medellín), al que Sertorio apodaba "La Vieja".
El caso es que "La Vieja" paró los pies al terrible Silón, aunque nadie se lo esperaba, pero el fútbol y la guerra son así. Con la muerte de Silón acaba la resistencia rebelde.

88: Epílogo y proemio: MARIO Y SILA.-

CAPÍTULO 1º.- Una vez ganada la guerra, el Senado, como ya venía siendo habitual, se desdice de sus promesas y decide que la ciudadanía no se dará a las 35 tribus existentes, de cuyos comicios dependían las leyes, sino sólo a ocho de ellas. Los itálicos vuelven a echarse a la calle.
CAPÍTULO 2º.- El tribuno Publio Sulpicio Rufo vuelve a reactivar las propuestas de su antecesor Livio Druso (los Gracos nunca mueren). El Senado se echa las manos a la cabeza.
Este personaje, al principio de su carrera contaba con la amistad y el beneplácito de los cónsules Sila y Pompeyo Rufo; cuando salió con la milonga de ampliar la ciudadanía a los itálicos, éstos lo toman como una desleal traición y le retiran su apoyo.

CAPÍTULO 3º.- Aprovechando las revueltas que está sufriendo la República, Mitrídates VI Eupátor, rey del Ponto, decide sublevar a los griegos. Según otras versiones es el comisionado romano en Asia Manio Aquilio quien se inventa una excusa para invadir su reino.
Mitrídates es un tipo fascinante. Casi un personaje mitológico. Siendo niño fue perseguido por su malvada madre y se vio obligado a vivir varios años en el bosque; allí aprendió a correr más rápido que los ciervos, y a luchar mejor que los leones.Temiendo que su madre lo envenenara fue tomando pequeñas dosis de venenos hasta hacerse inmune a cualquier tóxico.
El caso es que consigue reunir un poderoso ejército y asalta la capital del reino, haciéndose con el trono y asesinando a su madre, lo cual está muy feo, que una madre es una madre. También se carga a los hermanos, pero eso, aun estando mal, se puede perdonar (pero lo de la madre, por muy mala que fuera, es muy fuerte, que madre no hay más que una y a Mitrídates lo encontré en el bosque umbrío).
Sin nadie que le haga sombra se aferra al trono, codicioso y cruel. La agresión de Aquilio es repelida sin mayores problemas y para que no hubiese posibilidad de marcha atrás, despacha correos para que se acabase con todo romano o italiano que hubiese en Asia. Mitrídates promete la liberación del yugo romano, la restauración real de la democracia y el enriquecimiento de todos. En Grecia, la plebe berreaba de júbilo. Los romanos salieron en estampida de la Hélade, y entonces estalló la revolución popular, liderada por el filósofo Aristión, que con sagaz inteligencia -por algo era filósofo- vaticinó que la victoria era segura, puesto que Italia estaba desgarrada por la guerra y a Mitrídates lo tenían en el bolsillo.
En las Vísperas de Éfeso, según cuentan las crónicas de Valerio Máximo, son asesinados 80 mil romanos (cifra evidentemente exagerada), en su mayoría familias de comerciantes. Aún hubo más, Manio Aquilio se puso enfermo y no pudo huir. Fue arrastrado de vuelta a Pérgamo, encadenado durante todo el trayecto a un bárbaro de más de dos metros, luego atado a un asno para ser escarnecido por la multitud. Por último, acabado el ignominioso paseo en burro, se le abrió la boca y le vertieron oro fundido, como simbólico escarmiento. Así acabó sus días el pobre romano.
El Senado designa a Sila para que le dé su merecido; es la ocasión que estaba esperando para cubrirse de gloria y de oro.
CAPÍTULO 4º.- Pero Mario no quiere dejar pasar esta oportunidad, y busca el apoyo del tribunado para que se deroguen las leyes senatoriales y le adjudiquen a él la operación de castigo. Y es que un mando en Oriente era como un sueño, de hecho había sido el propio Mario quien, en otro tiempo le dijera a Mitrídates "o te haces más fuerte que Roma u obedece mis órdenes". Parece ser que el mítico rey había tomado buena nota del consejo. Así que D. Mario se va a ver a Sulpicio Rufo y le promete apoyar sus propuestas de ciudadanía si logra que le adjudiquen la campaña de Asia.
Sulpicio Rufo llega al Senado con una escolta de 300 caballeros y un enjambre de iracundos itálicos (o sea una "partida de la porra") para poner en marcha sus reformas.
Primero hace que se distribuya a los nuevos ciudadanos itálicos por las 35 tribus existentes; segundo, se expulsa del Senado a todos aquellos miembros cuyas deudas superen los dos mil denarios; esta medida iba claramente contra Sila, Cónsul ese año, pues gran parte de sus aliados pertenecían al patriciado arruinado. Y, por último, se concede a Mario la dirección de la guerra contra Mitrídates del Ponto.
Las noticias de los disturbios llegaron al campamento de Sila, cerca de Nola. Alarmado regresa a Roma y se reúne con su colega, Pompeyo Rufo. Pero la banda de matones de Sulpicio irrumpe en plena reunión; en la trifulca cae asesinado el hijo de Pompeyo Rufo, y él mismo quedó malherido. Sila logra llegar a duras penas a casa de Mario, y allí recibe asilo.
Roma está tomada por la banda de Sulpicio, y las fasces de los líctores no pintaban nada. Sila tuvo que pasar por la vejación de aceptar todas las propuestas del tribuno; incluso permitir que su colega Pompeyo fuese desposeido del consulado, acusado de traidor.
Al menos, Sila pudo salvar el cargo y se le permitió volver al sitio de Nola. Y casi no había llegado al lugar del conflicto cuando un mensajero irrumpe a galope tendido desde Roma para anunciarle que le han arrebatado la campaña de Oriente para dársela a Mario.
CAPÍTULO 5º.- Sila, fuera de sí, no se lo piensa dos veces y manda formar a las seis legiones que allí están acantonadas. Les dice que a él lo han destituido del mando y a ellos los han privado del honor y el botín de la guerra.
La soldadesca, enfurecida, mata a pedradas al pobre mensajero y pide a gritos que Sila sea su jefe y que los lleve a Roma para dar un golpe de Estado. Si la tropa había perdido el honor y la vergüenza, no así los jefes y oficiales, que todos, salvo uno, se negaron a secundar la rebelión. Deja una legión en el sitio de Nola, y con las cinco restantes se dirige a Roma.
En la Capital no daban crédito a las noticias que iban llegando. Pompeyo Rufo reune cuantas tropas puede para apoyar a su amigo y poder tomar luego amplia venganza. A Mario y a Sulpicio Rufo no les llegaba la camisa al cuerpo, y no cesaban de enviar embajadas al rebelde para que reconsiderase su acción. En la última prometió que no atravesaría el límite de la Ciudad, el sagrado pomerium; todos respiraron tranquilos. Pero Sila pensaba guardar su palabra tanto como la habían guardado Mario y Sulpicio.
Las legiones se divideron para entrar a la vez por las tres puertas de la Urbs. Algunos quirites ofrecieron resistencia arrojando tejas desde sus casas; Sila ordenó que se lanzaran flechas incendiarias.
El espectáculo era dantesco: A ambos lados de la Vía Sacra las casas ardiendo, mientras Sila, imponente y aterrador, desfilaba a caballo por el centro.
¿Por qué Mario no cayó en la cuenta de que Sila podía sublevarse con las legiones? Pues porque era impensable. Y éste tomó tan tremenda decisión porque sentíase inspirado por la diosa Venus, y sabía que los dioses bendecían el sacrílego acto de un golpe de Estado contra la Mater Roma.
Obviamente, los comicios votaron la supresión de la legislación de Sulpicio Rufo, declararon a Mario enemigo público y renovaron el mandato de Sila para la guerra de Asia. Sin embargo todos lograron escapar, excepto Sulpicio Rufo, traicionado por un esclavo (suponemos que para obtener la libertas vindicta, y que fue cazado y asesinado como un perro. El anciano Mario, con dos cojones, sufrió todo tipo de rocambolescas aventuras: huir por pantanos, luchar contra asesinos a sueldo... mas al fin logró llegar a sus posesiones africanas; allí preparará el desquite.
Antes de emprender la marcha, Sila espera a ver quiénes salían elegidos cónsules para el año siguiente (el 87). Le preocupaba sobremanera que no lo consideraran un tirano, y se esforzaba por demostrar que era el salvador de la Patria, por eso no se atrevió a intervenir en las elecciones consulares. Así tuvo que tragarse la humillación de ver que ninguno de sus candidatos salía elegido. Afortunadamente uno de los cónsules, Cneo Octavio, era hombre conservador, pero Lucio Cornelio Cinna tenía claras tendencias populares. Sila les hizo jurar a ambos, en público, y en la sagrada colina del Capitolio, que respetarían la situación vigente.
Antes de partir le dio el mando de las tropas que quedaban en Italia a su amigo y antiguo colega Pompeyo Rufo. Y allí va este pobre desgraciado, armado tan sólo con su carta de nombramiento, a presentarse ante las seis legiones que están en la otra punta de Italia y a decirle a su actual jefe, el general Pompeyo Estrabón, que era relevado del mando. Estrabón aceptó sonriente; nada, nada, oye, las órdenes son las órdenes.
Al día siguiente, al hacer el sacrificio ritual, los soldados rodearon al infeliz Rufo y lo asesinaron, como si él mismo fuese la ofrenda sacrificial.
Ahora quedaba Pompeyo Estrabón como dueño de Italia, así que se dedicó a mercadear su poder y ofrecerlo al mejor postor. Esto lo hizo abyecto a los ojos de todos, y los dioses lo castigaron: una epidemia lo mantuvo postrado en su tienda hasta que un rayo lo fulminó. La multitud atacó la procesión de su funeral y arrastró su cadáver por el barro. Un tribuno evitó que el muerto fuera despedazado. Luego, todo volvió a la normalidad.


87.- A Cinna le faltó tiempo para anular todas las disposiciones silanas y restablecer las del finado Sulpicio Rufo. Claro que su colega no estaba por la labor de que se ampliara alegremente la ciudadanía, y en eso contaba con el apoyo tanto de la plebe como del Senado, así que declararon a Cinna fuera de la ley.
CAPÍTULO 6º.- Cinna se dirige a la Campania para reclutar un ejército de itálicos. De regreso a Roma se encuentra con Mario, que volvía de África, muy resentido, al frente de una temible tropa de veteranos y esclavos ilirios liberados.
El cónsul Octavio dispuso la defensa de la Urbe, pero el hambre y la peste forzaron su rendición a finales de año. Cneo Octavio se negó a huir y se quedó sentado en su trono consular. Fue asesinado cobardemente; su cabeza fue llevada como trofeo a Cinna, que la exhibió como un trofeo junto los "rostra". Lamentable
A Mario ya no le movía otra cosa que el odio a Sila y su sed de venganza, y autorizó a los salvajes ilirios el saqueo. Fue tal la desmesura que un oficial de las tropas regulares arremetió asqueado contra los bárbaros; era Sertorio, el futuro cabecilla de la insurrección lusitana en España; un tío con dos cojones.
Uno de los que mueren por la epidemia de peste será Cneo Pompeyo Estrabón, padre del que luego será el famoso Pompeyo Magno. Fue general destacado en la guerra de los confederados, y logró el consulado, pero era una mala persona; Cicerón lo consideraba "hominem dis ac nobilitati perinvisum" (hombre, de los dioses y la nobleza, aborrecido). Tenía el joven Pompeyo 19 años. Tras superar un juicio por los cohechos de su padre, decide permanecer agazapado en sus posesiones del Piceno y esperar que las aguas se calmen.

GRECIA.- En la primavera del 87 Sila desembarca en Grecia. Lo primero que hace es dirigirse hacia Atenas. Desde la muralla, Aristión -el sagaz filósofo- no tiene otra ocurrencia que contar chistes y bufonadas sobre el rostro de Sila, comparándolo a una mora salpicada de harina. Por si esto no hubiera enfurecido al romano, siguió gritando obscenas agudezas sobre Sila y su esposa, aderezando las sesudas observaciones con aparatosas gesticulaciones. Los atenienses se morían de risa; comentario retórico, pues de lo que de verdad comenzaron a morir, al cabo de los meses, fue de hambre. Sólo entonces ordenó Sila el asalto, dando carta blanca a sus tropas para que actuasen según les dictara su noble corazón.
La ciudad no fue arrasada, pero su esplendor se arruinó para siempre.
Luego, el romano prosigue su marcha hacia el norte.
86.- Por fin Cinna dio fin al régimen de terror en Roma y acordó con Mario autonombrarse cónsules. La República iba de mal en peor.
Mario vuelve a ser cónsul por 7ª vez, pero sabe que todo está corrompido, empezando por su acceso al poder, y se da a la bebida para ahuyentar las terribles pesadillas que lo acosan. Fallecerá dos semanas después.
Cinna hace que lo sigan reeligiendo año tras año, perdiendo los papeles y gobernando de facto como un dictador.
GRECIA.- Mitrídates envia un ejército que es aplastado en Queronea.
85.- Derrota definitiva de Mitridates en Orcómenos.
84.- Paz de Dárdano. pero las noticias que llegaban de Roma no eran nada halagüeñas; Sila quiere regresar a la Capital cuanto antes, y Mitrídates, que ha comprendido que no tiene nada que hacer ante la insultante superioridad de la máquina de guerra romana, sólo aspira a conservar su reino. Así que entablan negociaciones: El rey del Ponto devolverá sus conquistas y permitirá un control romano a su capacidad militar, a cambio Sila olvida la masacre de Éfeso y sella el pacto dándole al griego un beso en la mejilla; mariconada que le saldrá bien cara.
Sila, para resarcirse, sube los impuestos a los griegos, despoja a Atenas de tesoros artísticos y fondos bibliotecarios y se dirige a Roma, dejando en Grecia al propretor Lucio Licinio Murena, que aún tendrá que sofocar un nuevo levantamiento del inquebrantable Mitrídates.
En la Urbs sabe que se va a encontrar sus propiedades arrasadas, su familia exilada, y él condenado a muerte in absentia. Una vez más, Sila confía en el poder de su adorada Venus para tomar cumplida venganza (y en las cinco legiones que traía consigo).

CÉSAR.- Muere el padre de Julio. El cónsul Cinna confirma a éste en el puesto de Sacerdote de Júpiter que se le reservaba desde hacía 3 años.
Suponemos que el peso específico de los Julios debía de ser enorme, porque Cinna le ofrece al joven César la mano de su hija Cornelia. Lo que entonces fue un triunfo, se tornará en un regalo envenenado cuando llegue la represión silana.
CAPÍTULO 7º (y último)
6-Julio-83.- Un rayo alcanza el más grande y emblemático de los monumentos romanos: el Templo de Júpiter Capitolino. Desde luego, no era una buena señal. Los quirites se preguntaban los motivos por los que el dios había decidido destruir su templo. Para Sila estaba clarísimo, el juez supremo ardía en cólera por el juramento roto de Cina y sus secuaces marianos.
Cinna prepara un ejército para hacer frente al victorioso Sila, pero las tropas se amotinan y lo matan.
Todos creían que la muerte de Cinna calmaría a Sila, pero sus ansias de venganza siguieron intactas.
Y aquí estamos, con el pueblo romano viendo cómo arde el Capitolio, y sin saber nadie qué hacer. De repente, un joven arrojado, con gran desprecio de su vida se mete entre las llamas ¿será para salvar la estatua de Jove? ¡y una mierda! Sale con los tesoros del Templo, que le servirán para comprar mercenarios; este héroe de 26 años es el hijo de Mario, un playboy calavera que se la tiene jurada al secular enemigo de su padre.
82.- El hijo de Mario sale elegido cónsul.
Pompeyo, hombre inteligentísimo sabe que en esta ocasión no valdrá mantenerse neutral, así que se inclina por Sila, y acude a su encuentro con su ejército de veteranos, que Sila recibe encantado, y lo nombra imperator. Buena elección.

Recordemos que Pompeyo, a sus 26 años, poseía la finca privada más grande de Italia, y puede permitirse gastar sumas exorbitantes de dinero; gracias a eso tiene su nuevo juguete, el ejército privado, con el que está exultante. A Pompeyo lo llamaban "Adulescentulus carnifex" (niñato carnicero), y es que era un joven encantador.
Pero hay más apoyos, por ejemplo Marco Licinio Craso. Su padre había sido el jefe de la oposición a Mario, y fue ejecutado en la represión del 87 junto con su hermano; él logró exilarse en Hispania, pero su extenso patrimonio fue incautado. Cuando Cinna llegó al poder pudo recuperarlo. Los Craso eran los más ricos de Roma, así que pudo permitirse reclutar un ejército de 2.500 hombres y unirlos a las legiones de Sila. Éste lo recibió con los brazos abiertos (no era para menos).
Sila, para poder presentarse como salvador de la patria y también por un orgullo ancestral, pues un antepasado suyo luchó en las primeras guerras samnitas, decidió provocar un levantamiento en la Samnio, para ello ordena a sus tropas que cometa una salvaje masacre. El valeroso pueblo que otrora tuviese a la República en un puño volvió a coger las armas por última vez, y se alió a la causa del hijo de Mario.
Los samnitas no habían perdido el genio militar y se lanzaron contra Roma, que estaba totalmente desprotegida. Cuando Sila se dio cuenta, lanzó a todo el ejército a marchas forzadas a detenerlos.
El encuentro fue justo a tiempo, pues ya estaban en la muralla. La lucha fue tremenda, la victoria no terminaba de decantarse; el mismo Sila quedó acorralado, y, cuando ya pensaba que su hora había llegado, el ejército de Craso lo salvó en el último instante. Su apodo de "Félix" no era desacertado.
Al amanecer, los samnitas habían sido derrotados, fue la batalla de Porta Collina.
Señalemos la actuación del repugnante Publio Cetego, mariano convencido que en cuanto vio la tostada se pasó al bando de Sila; para ganar méritos convenció a varios miles de samnitas para que se rindieran prometiéndoles que serían perdonados. Tan pronto se entregaron fueron encerrados la Villa Pública, el lugar donde cada cinco años debía presentarse todo ciudadano para ser censado. A continuación, Sila reúne al Senado en el cercano templo de Belona (la diosa latina de la guerra), y mientras les narraba a sus señorías la victoriosa campaña contra Mitrídates, comenzó la ejecución de los seis mil prisioneros (otras fuentes hablan de ocho mil). Desde allí se podían ver las siluetas y oír los alaridos de los agonizantes.
La elección de la Villa Pública, el lugar más importante de Roma, donde se garantizaba el funcionamiento de la sociedad, no había sido casual. Todos comprendieron con qué tipo de censo pensaba reorganizar Sila la República.
Los miles de cadáveres son arrojados al Tíber, contaminando las orillas de hedor y muerte, "hasta que al fin las corrientes del río lograron empujar la sangre hasta el azul del mar abierto" (Lucano 2:220).
Pero ahí no se detuvo, luego vino la terrible represión contra los marianos. Fue tan mezquino que exhumó las cenizas de Mario y las arrojó al río Anio. El hijo de Mario murió, y Roma quedó sin cónsules.
Sus escuadrones de la muerte se desplegaron por Roma. En el Foro colgó una lista de los condenados a muerte. Allí estaban todos los partidarios de Mario; sus bienes, para empezar, fueron confiscados. Luego hubo más listas, éstas, totalmente arbitrarias, sólo perseguían apoderarse de las riquezas de las mejores familias de Roma. Craso era quien las redactaba. Era el general que había salvado a Sila. Pero la gratitud tiene un límite, y al final Sila se hartó de la voracidad de Craso y de sus descaradas proscripciones. Pero Craso era ya tan increíblemente rico que podía permitirse el lujo de enfrentarse a Sila.
Los cazarecompensas eran una plaga omnipresente y terrible, tarde o temprano encontraban a sus víctimas, llevaban la cabeza a Sila, éste pagaba religiosamente, y se llevaba los trofeos a casa. Tan repugnante como siniestro.
Al revés que Craso, Sila vendía a sus seguidores las propiedades expropiadas a sus enemigos a precios ridículos. Aun con todo Sila era más rico que Craso. Hubo un tiempo en que dormía en sórdidos albergues para vagabundos y así se lo recordó un esclavo que lo reconoció de pasadas aventuras cuando lo condujeron a su presencia para ser condenado: "Hubo un tiempo en que apenas había diferencia entre nosotros".
A continuación decide cambiar la Constitución. Primero, piensa que no es tan mala idea conceder la ciudadanía a los itálicos; segundo, que él, como padre y salvador de la patria, no puede ahora dejarla sola y desamparada, así que se nombró "dictador", pero no al estilo clásico, no fueran a pensarse los quirites lo que no era (estamos hablando de monarquía, claro), sino "dictator legibus scribendis et republicae constituendae" (dictador para la redacción de las leyes y el ordenamiento de la República). Un cónsul tenía 12 líctores, Sila 24, y a las fasces se unían unas hachas que simbolizaban que él tenía poder sobre la vida y la muerte.

CÉSAR.- Ser sobrino y yerno de Mario no es lo mejor en estos momentos. Sin embargo Sila le debía muchos favores a Dª Aurelia, y se conformó con humillar al joven Julio exigiéndole que se divorciara de Cornelia. Mas, para cojones, los de Julito, que le respondió desafiante al mensajero: "Dile a tu amo que en César sólo manda César".
Sólo la intercesión de los parientes de Aurelia lograron que la cabeza de su primo siguiera unida al tronco. El dictador les dice: "¡Habéis ganado, quedaos con él! un día os daréis cuenta de que aquel a quien queréis salvar a toda costa será nefasto para el partido de los aristócratas que todos hemos defendido. No os dais cuenta que en César hay muchos Marios". Aunque en el fondo sabía que no eran Marios, sino una extraña mezcla de Marios y Silas lo que bullía en el interior del joven. Y eso no le gustaba.
A pesar de todo, César tuvo el buen criterio de abandonar Roma.

Sila encomienda a Pompeyo que termine con los varios focos de resistencia, sobre todo los de África. Lo hizo con acierto, y algún adulador le recordó que su edad era la misma que la de Alejandro cuando conquistó el Imperio Persa, eso y un mechón rebelde que tenía en la frente y que recordaba la famosa "Anastolé" del Macedonio, lo indujo a adoptar el famoso cognomen de Magno. Terminada la campaña de África, sus tropas lo animaron a que entrase triunfal en Roma. No se sabe muy bien por qué Sila accedió a ello. Era la primera vez que alguien ajeno a la clase senatorial celebraba un triunfo.

Sila seguía con su obsesión de parecer tolerante y respetuoso con las instituciones: rápidamente ordena que se celebren elecciones consulares. Él mismo eligió a dos candidatos, pero uno de sus generales, el héroe de guerra que tomó el Preneste (¡nada menos!), decide presentarse también. Sila le aconsejó que se retirase, pero el aguerrido militar se negó, así que el tolerante y respetuoso dictator legibus scribendis et republicae constituendae no tiene más remedio que hacer que lo asesinen públicamente en el Foro; y es que los héroes de guerra son muy peligrosos. El personal toma nota.
Dos tareas preocupaban de modo especial a nuestro salvador de la Patria; que nadie pudiese repetir su golpe de Estado (entrando con las legiones en la Urbe) y que no surgiese un nuevo Mario.
Subió la edad mínima para poder presentarse a los cargos y exigió la estricta carrera política con un escalafón a cumplir: del cuestorado se pasaría a la pretura, y de ahí al consulado. Se primaba la madurez y la veteranía, nada de jóvenes brillantes como en Grecia.
Restableció la autoridad del Senado (patrum auctoritas), a quien devolvió el poder de veto sobre los acuerdos y disposiciones de la Asamblea del Pueblo. Sin embargo, el Senado estaba diezmado con tantas persecuciones, apenas quedaban 100 de los 300 venerables miembros iniciales. A grandes males grandes remedios: abre las puertas a todo tipo de ecustres arribistas y adictos a la causa. También amplió el número de cargos: las preturas pasaron de seis a ocho, las cuesturas de ocho a veinte. En cambio recortó el poder de los tribunos (Sila detestaba a la plebe), que ya no podrían presentar leyes ni optar a ningún otro cargo posteriormente. Quien eligiera ser tribuno dejaría truncada su carrera política para siempre.
Amplió la Urbe, derribó edificios, como el del Senado para ampliarlo (hecho que molestó muchísimo a sus señorías) y reconstruyó otros, como el incendiado Templo de Júpiter.
También dio al pueblo fiestas pantagruélicas, donde sobraban toneladas de comida que eran arrojadas al Tíber. Con cosas así se ganó el afecto del populacho.
81.- Nunca había reinado en Roma y en el mundo hombre con más poder que el suyo, y, sin embargo, contra todo pronóstico, un buen día apareció paseando por el Foro sin sus líctores. El mayor asesino de la historia de Roma dejaba la dictadura y pasaba a ser un ciudadano más. Pero nada le ocurrió ¡tanto miedo seguía inspirando!
Marco Minucio Termo es destiando a la provincia de Asia y se llevó consigo a Cayo Julio César como legatus. Pronto causó impresión ese dandi amanerado pero enérgico. Sus superiores pensaron que sería un buen diplomático, así que lo enviaron a la corte del rey Nicomedes de Bitinia con la misión de ganarlo a la causa romana. Dicen las malas lenguas que César se convirtió en su amante, aunque es más probable que todo fuera un burdo rumor. En cualquier caso logró su objetivo y D. Nicomedes prestó su flota a la República.
Posteriormente, por su valor en el asalto de Mitilene, y por salvar a un grupo de patriotas romanos, César recibió la corona cívica; una diadema de hojas de roble (es de suponer que sería de oro) que obligaba a todo el mundo -incluidos senadores- a ponerse en pie cuando entrara su portador a los espectáculos públicos. Era éste un honor con el que todo ciudadano soñaba. Pero como no se fiaba de Sila, siguió en Asia ganando experiencia militar, gloria y prestigio; no regresará en tanto el dictador siga vivo.

80.- Sila es elegido cónsul, pero ya no le llenaba el poder.
79.- Se retiró a la Campania, dedicado por entero a celebrar fiestas con sus antiguos compañeros del arroyo. Como dice Plutarco: "Metrobio, el travestí, había conocido mejores tiempos, pero Sila nunca dejó de insistir en que, de todos modos, seguía enamorado de él".
Murió al año siguiente (78) sin volver a poner el pie en Roma.
Sila demostró a los romanos que la República era vulnerable y que servía para que cualquier hombre pudiera llegar a ser lo que quisiese. Siempre y cuando tuviese un poco de suerte, claro.
78.- Muere Sila. Regresa Julio César, que estaba en Cilicia al servicio de Servilio Isáurico, combatiendo a los piratas.
Pronto su carisma hará que el pueblo lo adore, así que decide recoger el testigo de Mario y liderar el partido de los "populares", que ya todos creían extinguido. Arriesgada pero brillante apuesta la de César (como todas en su vida).
77.- El gran Quinto Sertorio, el oficial del ejército de Cinna que había abandonado España ante la presión de los agentes de Sila, regresa en el año 80 y promueve un formidable alzamiento de los lusitanos que hacen temer en Roma hallarse ante un nuevo Aníbal. Nadie es capaz de vencer a Sertorio y sus hispanos, así que el Senado recurre a Pompeyo, que era un condottiero, y no un magistrado, y cometió el error de mandarlo como procónsul al lado de otro jefe que lo era con pleno derecho: Metelo Pío.
Se logra la victoria gracias a que el traidor Perpena asesina al gran Sertorio; pero los cinco años que estuvo Pompeyo en Hispania sirvieron para hacerse con una enorme clientela.

75.- La obra de Sila comienza a desmoronarse. Sólo tres años después de su muerte se deroga la ley que vetaba a los tribunos el acceso a las magistraturas.
Vuelve a brillar con viscosa luz aquel miserable Publio Cetego, el que traicionó a sus compañeros samnitas entregándolos al matadero, ahora vive -como no podía ser menos- de la conspiración y el soborno; hasta Quinto Lutacio Cátulo, jefe del partido silano, lo desprecia profundamente. Cada vez que había que concertar una cita o perfilar una ley, a media noche comenzaba un ir y venir de personajes entrando y saliendo de la casa de Cetego.

Aunque, ya puestos en harina, un tipo mucho más miserable y ambicioso que Cetego era el hombre más rico de Italia, que también aspiraba a ser el primer ciudadano; estamos hablando de Marco Licinio Craso. Nunca se implicaba directamente en nada, contaba con una legión de hombres de paja que actuaban y asumían los riesgos por él, aún no había sido siquiera pretor, pero los años pasaban y estaba desesperado por obtener el consulado. Craso siempre tenía su puerta abierta para ayudar a quien requiriese de sus humildes servicios, educado y amable hasta el empalago nadie salía con las manos vacías. En los tribunales de justicia abogaba incansable por cualquier acusado que pudiera serle útil, no importaba cuan abyecto fuese el reo. Las deudas contraídas con Craso siempre se pagaban con un interés muy alto.
Y sin embargo un muchacho brillante le estaba ganando la carrera consular, y ese muchacho no es otro que el adulescentulus carnifex; y es que Pompeyo tenía un encanto inocente que hacía que todos lo adorasen. Hasta Sila tuvo que aceptar el hecho de que el niño era una superestrella; nadie había puesto más a prueba la paciencia del viejo dictador que el mimado niñato. Recordemos que, tras vencer la resistencia mariana en Africa, se negó a licenciar sus legiones al regresar a Italia, no porque pensara dar un golpe de Estado, sino porque se resisitía a soltar su juguete nuevo. Luego exigió un desfile triunfal, y Sila, agotado, acabó por ceder, no sin antes haberle soportado todo tipo de comentarios insolentes.
Como no quería soltar sus legiones, pidió ir a España para acabar con los últimos elementos de la resistencia mariana. Todos accedieron encantados; esa campaña prometía ser peligrosa, ingrata, incómoda y poco prestigiosa. También Craso deseaba librarse del brillante "carnifex" y aplaudió su decisión sin reservas.
Pero, una vez más, Pompeyo demostró que era insufriblemente propenso al éxito, para decepción de toda la aristocracia romana. Ya todo el mundo se habituaba a llamarlo por su apodo de "Magno".
74.- 3ª Guerra contra Mitrídates. El rey del Ponto sabía que Roma no tardaría en ir a por él, así que era mejor recibir a las legiones bien preparado. Eliminó la pompa, el boato y las joyas en las armaduras, para dejar paso al estilo romano, austero y eficaz.
Claro que si lo que pretendía era tener un ejército romano, lo mejor era contratar instructores romanos, por lo que se puso en contacto con los rebeldes marianos en España. De paso encarga miles de gladius, la terrible espada corta ibera, de doble filo, capaz de atravesar las armaduras y que producía espantosas heridas que siempre terminaban en gangrena gaseosa.

El Senado, escandalizado con esta noticia decide no demorar la campaña de castigo. Pero ¿quién se haría cargo de la guerra? Los silanos, dirigidos por Cátulo, no quieren personajes poderosos, como Pompeyo o Craso (ya se sabe, Oriente es Oriente). Afortunadamente uno de los cónsules, Lucio Lúculo, era del grupo de Cátulo; hombre inteligente y culto, filósofo, historiador, amante de la cultura griega, se preocupaba sinceramente por el bienestar de sus conciudadanos, y también era sinceramente fiel a Sila, motivo por el que éste le dedicó sus memorias, lo nombró ejecutor de su testamento y le encomendó la tutela de sus hijos.
Estaba casado con Claudia Pulcher, de los Claudios Pulcher de toda la vida, una de las más prestigiosas familias de Roma. Esta Claudia era la menor de varias hermanas (todas llamadas Claudia, por cierto) y sentía una especial debilidad por su hermano pequeño, el púber Claudio Pulcher, alias Clodio, y tanto éste como el resto de hermanos, sólo pretendían trepar aprovechando la coyuntura familiar. Y otro tanto puede decirse del marido, el sin par Lúculo. Pero incluso con el apoyo de Cátulo y los Claudios, la mayoría de los senadores se oponía a que Lúculo comandase la campaña. Así que Lúculo no tuvo más remedio que recurrir al intrigador oficial del Senado, el repugnante Cetego. Y lo hizo seduciendo a la amante de éste (una golfa llamada Precia); la artimaña funcionó perfectamente. Precia abogó ante Cetego, éste movió los hilos y el Senado otorgó la ansiada campaña a Lúculo. Aunque también iban en la procesión los dos cuñados trepadores (que andaban por la veintena) y el otro cónsul, Marco Cotta.
Cotta era un absoluto inepto, que en el primer encuentro con Mitrídates perdió una flota; el ejército escapó por los pelos, aunque quedó bloqueado en el Bósforo. Lúculo acudió al rescate y Mitrídates tuvo que levantar el sitio. La táctica de Lúculo era no presentar batalla directa (la superioridad numérica de Mitrídates era de 5 a 1), en lugar de ello se dedicó a cortar los suministros del griego. La llegada del invierno obligó a Mitrídates a retirarse, abandonando sus máquinas de asedio y dejando desamparados a miles de soldados.
Lúculo no tenía prisa. Poco a poco iba destruyendo los puntos neurálgicos de Mitrídates, hasta que éste acabó huyendo y refugiándose en Armenia.

CÉSAR.- Inicia varias causas judiciales contra los silanos, que siempre salen absueltos (así estaba de corrompido el sistema judicial romano), lo que le vale granjearse tal cantidad de enemigos que decide "desaparecer" de Roma por una temporada y acude a la escuela del famoso Molón de Rodas para recibir clases de oratoria.
A la altura de la isla de Farmacusa (una de las Espóradas, al sur de Mileto) su embarcación es apresada por los piratas quienes, al verlo purpurado piensan que es un rico personaje y piden 20 talentos por su rescate; él, indignado, les dice que por lo menos vale 50. Envía a miembros de su séquito para que reúnan el dinero, permaneciendo con él solamente su médico personal y dos esclavos. Durante los 38 días de espera se comportó con total superioridad y arrogancia, divirtiendo mucho a sus captores. Su pobre madre se las vio y deseó para reunir el rescate, aunque según Veleyo "fue rescatado con dinero público de las ciudades costeras -Polieno precisa que fue Mileto- pero a condición de que antes de la entrega del dinero tuviese lugar la liberación de los rehenes", y esto era así porque las civitates estaban obligadas a patrullar los mares, si un ciudadano romano caía preso se consideraba que no habían realizado correctamente su misión.
Antes de despedirse de los piratas les aseguró, entre risas, que volvería para ahorcarlos a todos. Los corsarios lo tomaron como una broma más de su campechano amigo. Pero Julio nunca bromeaba. Apenas liberado va a Mileto y logra pecunia publica para botar unas naves -de cuyo mando se ocupa directamente aún sin revestir en aquel momento ningún cargo que lo autorizase para ello- y se dirige rápidamente a la guarida de los piratas, que todavía están fondeados en la misma isla. Hunde algunas naves, apresa muchas y unas pocas escapan, luego los lleva ante Marco Yunco, propetor de la provincia, para que los ejecute. Pero éste pretende venderlos como esclavos, acción mucho más rentable. César zarpa enseguida, y busca un lugar tranquilo donde crucificarlos a todos. Las promesas deben cumplirse.
73.- Craso consigue la pretura. Pompeyo está preparando en Hispania una sólida red clientelar que le va a asegurar un poder inimaginable. Pronto llegará a Roma con su ejército de veteranos exigiendo un nuevo triunfo.
Craso se desespera, mientras el niñato va a celebrar un segundo triunfo, él está, a sus 42 años, con una miserable pretura. Sabe que necesita prestigio, y para eso hay que combatir; necesitaba una victoria aplastante, pero ¿dónde? ¿contra quién? ¡la lista de enemigos era tan frustrantemente reducida...!

Y entonces, de repente, como una tormenta surgida de la nada, llegó su oportunidad. En el verano de ese año se produjo una fuga de unos cien gladiadores en la Campania; los dirige un tracio llamado Espartaco. Se envía a un pretor con tres mil soldados, y, ante la sorpresa general, son derrotados por los gladiadores. Esto sirvió de acicate a otros esclavos, las rebeliones se multiplican y, lo que empezó como una guerrilla de desesperados acabó convertido en un disciplinado ejército de 120 mil hombres perfectamente entrenados.
Espartaco había servido como mercenario en las legiones, y se las sabía todas. Por ejemplo, tenía claro que, si seguían en Italia, sería cuestión de tiempo que los derrotaran, así que se dirige hacia el norte. Su último obstáculo son las tropas que protegen la Galia Cisalpina y también obtienen la victoria ¡por fin son libres! Y entonces se produce lo inesperado, el resto de esclavos, enloquecidos por la soberbia se cree invencible; su nuevo objetivo será la conquista de Italia. Espartaco intenta sacarlos de su error pero es imposible, así que acepta los planes de la mayoría y vuelven grupas.
Pronto se topan con el ejército del cónsul Gelio Publícola -que les iba pisando los talones- y también es masacrado. Los esclavos están seguros ya de que esto va a ser coser y cantar. Entre tanto, en la Urbs, comienza a cundir el pánico.
Sin embargo, el único que luchaba por un ideal era Espartaco, intentando imponer una estructura igualitaria entre todos, prohibiéndoles poseer oro y plata, y compartiendo con ellos el botín a partes iguales. Pero sus compañeros no pensaban así, ellos no querían abolir la esclavitud sino convertirse en amos. Así es la vida. Entonces comprendió Espartaco que todo estaba perdido.
Craso entra en acción. Tras un furioso debate en el Senado, los cónsules son desposeídos de sus dos legiones y le conceden a Craso el mando único. Abre un banderín de enganche y consigue multiplicar sus fuerzas por cuatro. Esta oportunidad no iba a repetirse y no pensaba dejarla escapar; por eso, cuando contraviniendo sus órdenes, las legiones se enfrentan con Espartaco y sufrieron una nueva derrota, resucitó la vieja costumbre del diezmo: uno de cada diez soldados fue apaleado hasta morir. Los supervivientes tomaron nota.
A partir de ese día la autoridad y la disciplina fueron totales.
Poco a poco, Craso fue acorralando a Espartaco hacia el sur, hasta tenerlos encerrados a todos en el "tacón de la bota"; luego construyó una barricada de punta a punta, dejándolos aislados. Los desesperados intentos de cruzar fueron vanos.
71.- Y entonces llega la peor noticia que podía desear Craso: Pompeyo regresaba de Hispania. Espartaco, sabedor de las intenciones de Craso le ofreció negociar, pero éste se negó desdeñoso. Confiaba en poder aplastarlo antes de que llegara el Magno.
Y a la tercera va la vencida, de noche, y en medio de una copiosa nevada, Espartaco pudo franquear la barricada junto con muchos de sus hombres. Craso le sigue desesperado, temiendo que Pompeyo dé caza a los rebeldes antes que él.
Por fin logra acorralarlos, esta vez no había escapatoria, y así lo comprendió el caudillo rebelde, que apuñaló a su caballo para hacer imposible la huída. A continuación, los esclavos realizaron una carga desesperada poniendo un glorioso punto final. Espartaco murió junto con miles de compañeros.


Y una vez más, Pompeyo le robó la gloria: el Magno, en su viaje hacia Roma, se topó por casualidad con 500 rebeldes que huian desesperados y que fueron fácilmente exterminados, luego envió un correo al Senado jactándose de que había acabado con la sublevación.
Craso, rabioso de impotencia, ordenó jalonar toda la Vía Apia con esclavos crucificados; durante más de 160 Kms. se topaba uno con una cruz cada 35 metros. Mas, de nada sirvió su cruel exhibición de poder, los quirites deseaban olvidar este lamentable incidente, tan vergonzoso para ellos. Y aunque se concedió a ambos la corona de laurel, Craso hubo de conformarse con un desfile de segunda a pie, mientras Pompeyo celebraba un nuevo triunfo, con la cara teñida de rojo, en cuádriga tirada por caballos blancos mientras el pueblo lo vitoreaba entusiasmado.
Pompeyo, fiel a su costumbre, deja a su ejército a las afuera de la Urbe sin licenciar. El Senado está aterrado y tiene una idea "genial", pretende que Marco Licinio Craso, utilice los 40 mil hombres de su ejército para atar de manos a Pompeyo. Mas, para "genial", el amigo Craso; él sabe que el uso de la fuerza conducirá a la guerra civil, y el resultado sería incierto, así que se alía con Pompeyo y solicita también el consulado.

CÉSAR.- El año anterior ha salido elegido tribuno militar, actividad que desarrollará en el 71. Es su primer éxito electoral.

ASIA.- Vuelve a ser provincia provincia romana. Una embajada presidida por Apio Claudio exigió a Tigranes, el histriónico y poderoso rey de Armenia que se hacía servir por cuatro reyes vasallos, que entregase a Mitrídates. Tigranes no acababa de creerse la arrogancia de aquel petulante embajador de veintitantos años. El rey armenio estaba seguro de que Roma no iba a cometer la locura de atacarlo.
Pero ahí estaba Lúculo, con dos cojones, en los confines del mundo, con un reducido ejército, dispuesto a patearle los hígados a Tigranes. Éste se burlaba de las legiones invasoras diciendo que "eran demasiados para ser una embajada y demasiados pocos para ser un ejército". Los turiferarios le rieron la gracia, pero la sonrisa se les heló a todos cuando Lúculo logró una de las victorias más impresionantes de la historia de la República. Tigranocerta, la capital del reino, fue saqueada a conciencia y arrasada hasta los cimientos, luego, el romano liberó a todos los deportados que allí estaban, con la esperanza de que provocaran estallidos separatistas al volver a sus poblados de origen. Buena la había hecho el bobo de Tigranes. Prosiguió Lúculo con su política de honradez y baja presión fiscal para con Asia y Grecia, con lo que se ganó el apoyo del pueblo conquistado y la inquina de los halcones romanos. Pero Mitrídates, el incombustible Mitrídates, seguía libre.
70.- Pompeyo tenía 36 años, y no era senador, así que no cumplía ninguno de los dos requisitos mínimos para ser cónsul, pero es igual, el pueblo lo adoraba.
Al principio tenía miedo de meter la pata, y aún le pidió a un amigo que le escribiera una guía para novatos sobre el Senado. Pero pronto se desmelenó, y ya no hubo forma de pararlo. Para adular al populacho decide restringir el poder senatorial:
- Se restablecen las antiguas atribuciones de los tribunos, ahora al servicio de los cónsules.
- Se sanea la justicia, quitándole al Senado el monopolio que ostentaba y que había llegado a extremos escandalosos de corrupción.
- Se abren elecciones a censores.
Craso, que también quería ser amado por la plebe, apoyó la reforma, y hasta el mismo Cátulo, el heredero político de Sila no quiso presentar oposición; no soplaban buenos tiempos para el partido aristocrático.
A pesar de todo, el Senado temía y odiaba a Pompeyo a partes iguales, así que Craso se dedicó a segarle la hierba por los pies. Por un lado celebró fastuosos banquetes públicos y repartió grano entre los pobres, por otro envenenaba la oreja de sus colegas senadores tachando a Pompeyo de ser un demagogo peligroso, y maniobrando para bloquear sus atrevidas leyes en favor de la plebe. Y así transcurrió el año.
Al finalizar ambos su mandato, un ciudadano pidió permiso para hablar y contar un sueño que había tenido: "Júpiter se me apareció -declaró el espontáneo- y me dijo que anunciara en el Foro que los cónsules no deben abandonar su cargo hasta que reine entre ellos la amistad". Hubo un largo silencio. Entonces Craso se acercó a Pompeyo, le estrechó la mano y elogió públicamente a su rival.
El episodio apesta a montaje, pero deja claro que ambos candidatos se temían y respetaban y eran lo suficientemente inteligentes para saber que, enfrentados, ambos perdían, y que unidos eran imbatibles. El pueblo lloraba emocionado ¡Qué grande era la República!

Restringidos así los poderes que Sila había otorgado al Senado, cualquier observador inteligente -como César, entonces todavía a la sombra y a sueldo de Craso- podía percatarse de que los resortes del poder personal, que se estaba imponiendo en política consistían en ser Cónsul, disponer del ejército y tener en el puño a los tribunos.

Pompeyo se hallaba en la cúspide del poder, el electorado de Roma estaba en sus manos, nada escapaba a su control.

Los sicilianos encargan a Cicerón que lleve la acusación contra el abyecto Verres, antiguo pretor que cometió todo tipo de atrocidades en la provincia. La defensa corría a cargo de Hortensio. Cicerón gana el juicio y su fama crece como la espuma. Pero éste sabía que tenía derecho a reclamar el rango del condenado, y por tanto en el Senado iba a ocupar un puesto preeminente que le permitiría siempre ser de los primeros en hablar, lo que en su caso se convertía en un privilegio crucial. Él mismo se decía: "Cada día, mientras camines hacia el Foro, reflexiona una y otra vez sobre lo siguiente: '¡Soy un hombre nuevo! ¡Quiero el Consulado! ¡Esto es Roma!'".

68.- Lúculo prepara una espectacular caza del hombre por todo el desierto armenio en busca de Tigranes.
Mientras tanto, los chacales de Roma deciden despojar a Lúculo de su provincia para poder sangrarla a placer. Para colmo, Mitrídates reaparece con un nuevo ejército y consigue varias victorias en otras tantas escaramuzas. Pero el mayor enemigo de Lúculo no era Mitrídates sino el propio ejército. Llevaban años y años peleando con valentía y sufriendo calamidades a cambio de una miserable paga, mientras que los veteranos de Pompeyo sólo por haber luchado contra rebeldes y escalvos ya estaban licenciados disfrutando de familia y fértiles tierras.
El promotor del motín no era otro que Clodio Pulcher, el pequeño Clodio, el hermanito mimado de Clodia, despechado porque Lúculo, su cuñado, no contaba con él para nada; "el amigo del soldado raso" se autotitulaba.
Y, mientras los legionarios permanecían sentados sin tocar las armas, llegaron noticias de que Mitrídates había recuperado su reino. Lúculo, el altivo y orgulloso cónsul, tuvo que ir de tienda en tienda, tomando la mano de cada soldado como un suplicante, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Clodio, el amigo del soldado raso, se largó presuroso del campamento de su cuñado y recaló en Cilicia, a ver si su otro cuñado, Marcio Rex, gobernador de dicha provincia, le daba una tarea acorde con su talento. Le dio una flota para que persiguiera a los piratas, y tuvo éxito pues los encontró... pero lo apresaron y lo sodomizaron.
Los piratas eran un grave problema, pero quien más los necesitaba era la propia Roma. La boyante economía de la República se sustentaba irremediablemente en los esclavos, y siempre era superior la demanda a la oferta (salvo periodos puntuales de espectaculares victorias); el gran puerto libre de Delos ofrecía hasta diez mil esclavos en un solo día (algo exagerado lo veo yo, pero bueno).
Estos mismos piratas eran la consecuencia de la política guerrera de Roma; con sus deportaciones en masa y la esclavización de la gente sólo se conseguía fabricar legiones de desheredados dispuestos a todo. Eso eran los piratas, y no tenían nada que perder.
Y mientras Lúculo se hallaba enzarzado con Tigranes, los piratas llegaron a Ostia y quemaron la flota consular en los muelles. El pueblo, que estaba famélico porque el grano no llegaba (por culpa de los piratas, obviamente) exigió una solución. Y César, que estaba aliado con Pompeyo, propuso al "carnicerito" para la hazaña.
67.- Guerra contra los piratas.
500 barcos y 120 mil hombres se pusieron bajo su mando. El mayor poder de la historia. Se le dio un plazo de tres años, y nadie sabía qué podía pasar. Y pasó que, en tres meses, el procónsul de flequillo rebelde limpió el Mare Nostrum de piratas.
Acciones como ésta levantaban la admiración de ciertos filósofos helenos, como Posidonio, para el que Roma encarnaba una cercana unidad de todos los pueblos. Pero le dolía la corrupción, y las injustas extorsiones a que eran sometidas las colonias. Pompeyo habló con Posidonio, y es posible que el Magno quedara influido por el maestro griego; "lucha siempre con valor -le aconsejó cuando partía- y sé siempre superior a los demás", una advertencia que Pompeyo siguió encantado. Con este espíritu perdonó a los piratas y los asentó como granjeros. Había comprendido que el bandidaje era la consecuencia inevitable de la falta de raíces y de la anarquía social.
Sin embargo, Pompeyo no se conformaba con regresar a Roma y pasar a la Historia como el pacificador de los mares. ¿Acaso no había soñado toda la vida con ser el nuevo Alejandro? Pues ahí tenía una Asia levantisca y... 120 mil hombres a sus órdenes.


66.- 4ª Guerra contra Mitrídates.
Lúculo, que había ido retirándose poco a poco, y que ya casi no se hablaba con sus hombres, ve una polvareda que se acerca en lontananza; es Pompeyo, que viene a relevarlo.
Pompeyo abronca a Lúculo, acusándolo de inepto -algo totalmente injusto- y éste le corresponde tachándolo de carroñero, siempre aprovechándose de las victorias ajenas. Casi llegan a las manos, y tienen que separarlos. Lúculo queda destituido, y habrá de volver a la Patria como un ciudadano particular (eso sí, con una escolta de varios miles de leales).
Y sin embargo, Lúculo tiene razón, tanto Mitrídates como Tigranes están acabados, y ello ha sido por obra y gracia de Lúculo y su exiguo ejército. Al ver llegar los cien mil soldados de Pompeyo, Mitrídates acaba escondido en las montañas, regresando a los orígenes, y Tigranes, muerto de miedo, se postró a los pies de Pompeyo, éste, todo mieles, lo confirmó en su puesto; eso sí dejándole claro que era vasallo de Roma y que su hijo quedaba como rehén.
Ahora que tenía el camino libre hacia la gloria, el primer paso era reorganizar Siria. Depone al débil Antíoco, no sólo porque lo hubiera confirmado Lúculo en el trono, sino porque era incapaz de controlar su reino.



65.- César tiene 35 años y ocupa el cargo de edil. Para muchos un cargo menor, para Julio la oportunidad de su vida. Los ediles eran los responsables de organizar los juegos públicos, y César echó el resto para ganar la máxima popularidad.



Vistió a 300 parejas de gladiadores con armaduras de plata y montó un espectáculo como jamás se había visto; al acabar las fiestas, las masas adoraban a este dandi afeminado, para mayor pesadilla de sus enemigos del Senado.
64.- Pompeyo ocupa Antioquía, la capital de Siria. Antíoco huye al desierto, donde fue ignominiosamente asesinado por un jefe árabe. Sobre su tumba le pondrán la corona de su reino. Bonito gesto pompeyano.
La era de la explotación salvaje había llegado a su fin, pero todas las provincias sometidas habrían de pagar un impuesto, convenientemente controlado. Todos comprendieron que la política practicada por Roma hasta entonces estaba matando la gallina de los huevos de oro.
En Judea había fallecido el año anterior Alejandro Janeo, y se disputaban el trono sus dos hijos, Hircano y Aristóbulo. Ambos pidieron ayuda a los romanos; el que más dinero ofreció fue Aristóbulo, y éste fue el que recibió el desinteresado apoyo pompeyano. El Magno recibió del nuevo reyezuelo una vid de oro de ¡500 talentos!
Pero Hircano, con el apoyo de su intrigante amigo Antípater (o Antipas) seguía insistiendo en conseguir el favor de Pompeyo. En vista de que ninguno de los dos hermanos tenía talla de estadista y que el pueblo se rebelaba con facilidad, el romano decide erigirse en árbitro de Judea. Aristóbulo se siente engañado y se rebela. Todavía no conocía el poder de la República. Tras asediar Jerusalén, Pompeyo, toma el Templo al asalto, luego, a pesar de las amenazas de los escandalizados sacerdotes, penetró en el Sancta Sanctórum para ver qué misterio escondía ese lugar, y se asombró al ver que estaba vacío. Para no soliviantar a la población respetó sus tesoros. Hircano, convertido en un títere de Roma, fue repuesto en el trono. Aristóbulo e hijos fueron deportados a Roma. No obstante uno de ellos, Alejandro, logró escapar y preparó una rebelión contra Hircano. Pero el pretor Gabinio lo acorraló y hubo de rendirse; "una vez arreglado este asunto -nos dice Flavio Josefo-, condujo a Hircano a Jerusalén para confiarle la guarda del Templo. Estableció cinco consejos y dividió el pueblo en 5 fracciones iguales; sus sedes fueron Jerusalén, Gazara, Amato, Jericó y Séforis (en Galilea). Los judíos, libres del gobierno monárquico, fueron organizados en forma de aristocracia". (Lo cual concuerda con los relatos evangélicos sobre el Sanedrín).
De esta forma, Jerusalén quedó convertida en ciudad tributaria de la República.
Y cuando Pompeyo pensaba dirigirse a Petra para tomar la mítica ciudad, le llegó la gran noticia: Mitrídates había muerto. Su propio hijo se había vuelto contra él encarcelándolo; pero el anciano héroe, desnudando su pecho, pidió a uno de los guardias que le evitase esa humillación. Bravo por el noble Mitrídates.
El Magno regresa al Ponto y busca entre las pertenencias del extinto rey algo que para el romano es más preciado que cualquier tesoro; y al fin lo encuentra, se trata de la capa de Alejandro Magno. Embargado por la emoción se la pone, sintiéndose digno heredero del Macedonio.
La misión estaba ya cumplida: Oriente pacificado y organizado, una sólida economía impositiva establecida (que servirá de modelo de ahora en adelante) y un cargamento inimaginable de oro, obras de arte y todo tipo de tesoros con destino a la República ¿qué más se podía pedir?
Y todo gracias a Pompeyo, un ejemplar ciudadano. Pero ¿podía considerarse un ciudadano más a este hombre que volvía más rico que el propio Craso, comandando 120 mil soldados y cubierto por la capa roja del mitico Alejandro Magno?



63.- Conjura de Catilina.
En este año ocurrieron muchas cosas. Por ejemplo viene al mundo en Roma, Octaviano, el futuro César Augusto. Su padre era un tal Octavio, equite de Vélitras (Velletri) y de Atia (o Accia). Ésta, a su vez, era hija de Marco Accio Balbo, natural de Aricia, el cuál se había casado con la hermana de César, Julia. Así que el muchacho era pariente de César por vía materna. El abuelo de Octavio había hecho fortuna como prestamista, y el bisabuelo fue un liberto, gerente de una pequeña cordelería en Turi, pueblo perdido de la Italia meridional. En el año 60 la familia se instalará en el Palatino, acorde con su rango social.

A Lúculo se le negó el triunfo. Los amigos de Pompeyo estaban dispuestos a que nadie le hiciera sombra al ausente, y Lúculo se hundió; de ser un claro ejemplo de austeras virtudes republicanas pasó a ser un excéntrico hedonista que sólo aspiraba al placer, el lujo y la ostentación. Era su forma de manifestar a los quirites cuánto los despreciaba. En sus extensas villas, llenas de fuentes y construcciones extravagantes, crecían las plantas más exóticas, entre ellas un árbol de extrañas y bellísimas flores blancas como la nieve y sabrosos frutos rojos: el cerezo.
También Hortensio el gran orador, el otrora indiscutible número uno de la abogacía, andaba deprimido y su carrera acabada. Desde que Cicerón lo desbancara no había vuelto a levantar cabeza. Evidentemente la República ya no es lo que era.

La "Marbella" romana era Baiae, en la costa de Nápoles. Allí veraneaba la aristocracia romana, y allí convergía todo el lujo y la corrupción más extremada.

Y la reina de Baiae era Claudia Metela, esposa de Metelo Celer, (de los Metelo de toda la vida) y hermana de la pequeña Claudia Pulcher (la esposa de Lúculo) y del jovencito Clodio. Este Metelo Celer se pasó toda la década de los sesenta como legado fiel a las órdenes de Pompeyo, así que la pobre Claudia estaba sola y aburrida. Y Claudia podía soportar muchas cosas (bueno, tampoco tantas), pero el aburrimiento jamás. Una de las modas que había impuesto, por ejemplo, era hablar en la jerga barriobajera, y transformó su nombre en Clodia Metelli. Muy "chic".
Lo primero que hizo Lúculo en cuanto llegó a Roma fue repudiar a su esposa, la pequeña Claudia, acusándola de incesto por haber dormido con su hermano Clodio (el sodomizado "amicus milites"). Rápidamente la sospecha se extendió también a la hermana mayor, la sin par Clodia Metelli, la de los "ojos de buey"; y es que a los romanos les encantaban los chismes y las historias morbosas; aunque Celio intentó quitarle hierro al asunto al decir de la reina de Baiae que "en el comedor es una puta, en la cama un témpano de hielo". Y no tenemos motivos para dudar de su palabra.

Y mientras las altas clases sociales se emborrachaban y bailaban desnudos sobre la mesa al son de la música ensordecedora -según se lamentaba Cicerón-, un cuestor de 30años abominaba del lujo y el libertinaje y hacía apología de la moral férrea, la austeridad y las viejas tradiciones: Marco Porcio Catón, de los Catón de toda la vida, como no podía ser menos. Era bisnieto de aquel otro Catón que promovió la destrucción de Cartago. Vestía de negro porque los juerguistas iban de púrpura, caminaba porque ellos iban en litera, y despreciaba el lujo hasta el extremo de ir a veces sin zapatos; y aunque había mucho de medida teatralidad en su conducta qué duda cabe que Catón quería un cambio radical, regresar a la gloriosa época de las Guerras Púnicas, de los Escévolas y los Cincinatos, retomar, en suma, el glorioso espíritu que animó a los quirites a convertir la República en la más grande nación de todos los tiempos, ese espíritu que dictaba que el deber y el servicio a la patria lo eran todo.
Pronto se labró entre sus conciudadanos un aura de respeto y admiración y su cotización política comenzó a subir como la espuma; así que Lúculo no se lo pensó dos veces y decidió casarse con la hermana del virtuoso hombre de moda. Claro que la hermanita no estaba a la altura de las circunstancias; al menos, las infidelidades de la nueva no eran incestuosas, y si no se divorció enseguida fue por respeto a Catón. Aunque a éste le daba igual, él no tenía amigos, su único amigo era el deber y la entrega incondicional a la República.
Cicerón, al igual que todos, también sentía por él una extraña mezcla de admiración y rechazo: "se dirige al Senado como si viviéramos en la República de Platón, en lugar de en este agujero de mierda de Rómulo" (Cicerón "A Ático" 2:1).
Mientras tanto, jóvenes como Julio César (aunque Cayo era cinco años mayor que Catón) optaban por lo contrario, ser el más atrevido, el más fascinante, el árbitro de la moda y los hábitos de conducta. Pero tampoco en César había nada de casual o alocado. Sus enemigos más astutos ya se habían dado cuenta de que, a pesar de que no se perdía ninguna juerga y era el último en volver a casa, luego dormía a pierna suelta, comía de modo frugal y apenas tomaba vino. Cuando jóvenes de su condición, totalmente arruinados por las deudas solicitaban su ayuda, Cayo les respondía con cruel ironía: "para vosotros el remedio es la guerra civil".
Se le achacaban toda clase de aberraciones sexuales, pero sus esposas eran figuras clave de la sociedad romana: Cornelia había muerto en el 69, y se casó en el 67 con Pompeya, hija de Quinto Pompeyo Rufo y nieta de Sila. Su gran amante fue Servilia, hermanastra de Catón, cuñada de Lúculo y prima de Cátulo ¿Qué secretos de familia no irían a parar a los oídos de César por boca de su amada?
Se celebran las elecciones a Pontifex Maximus, el más prestigioso cargo de Roma, pues era vitalicio, y traía de regalo una mansión en la Vía Sacra, en el Foro, en el ombligo de Roma. En el ombligo del mundo. Y aunque César era escéptico en materia religiosa, y profesaba el epicureísmo, tenía muy en cuenta lo que dijo Polibio: "Aquello que en los otros pueblos es objeto de reprobación, es decir, la superstición religiosa, es lo que mantiene la cohesión del Estado Romano", y añade que, tal elemento, "se ha introducido en todos los aspectos de la vida privada y pública [...] los romanos lo han hecho para impresionar a las masas. Cierto, si realmente existiese la posibilidad de constituir una comunidad política hecha únicamente de sabios, no sería necesario recurrir a este modo de proceder. Pero visto que las masas son volubles, codiciosas, desenfrenadas, irracionalmente coléricas, inclinadas, hacia la violencia pasional, no queda más remedio que tenerlas dominadas mediante el miedo a entidades que no son visibles y con otros engaños similares".
Por tanto, lograr este puesto es vital para la carrera política de César. Su rival no era otro que Quinto Lutacio Cátulo, y se consideraba un escándalo que ese novato sin gloria ni decencia aspirase a un cargo que por tradición venía a coronar una intachable y prestigiosa carrera al servicio de la República.
César lo apostó todo a una carta, se endeudó hasta las cejas y sobornó de modo escandaloso a diestro y siniestro. El día de la publicación de los resultados le dio un beso a Dª Aurelia y le dijo: "Madre, hoy me verás como sumo sacerdote o camino del exilio". Y el camino que tomó fue el de la Vía Sacra, en dirección al Foro, a su nueva mansión vitalicia.
Uno de los lechuguinos que aspiraba a ser alguien era el joven Celio Rufo, su papá era un prestigioso banquero que le buscó buenos padrinos para que no naufragara en los procelosos mares de la cruel sociedad romana, y no eran otros que Craso y Cicerón.
A pesar de los buenos consejos de sus mentores, Celio se embarcó en un tren de vida que sólo podía mantener a costa de firmar letras, para mayor felicidad de la legión de usureros que lo seguían como las moscardas a la herida. Pronto se lo consideró como uno de los 3 mejores bailarines de Roma.
También comenzó a frecuentar a un patricio de dudosa reputación llamado Lucio Sergio Catilina, su único antepasado glorioso fue un bisabuelo que con un garfio de hierro en vez de mano luchó contra Aníbal, por lo demás, 400 años de mediocridad.
La mayor habilidad de Catilina consistió en ayudar a Cátulo a dar caza al asesino del padre de éste, en los días de las proscripciones silanas. El desgraciado fue torturado salvajemente sobre la tumba del finado Cátulo senior. Esta mezcla de vileza, crueldad y cobardía, tenía un cierto atractivo para gran parte de la decadente juventud romana, pero eso no bastaba para labrarse una carrera política. Así que, buscando apoyos, recaló en la hospitalaria morada de Lucio Licinio Craso. El riquísimo D. Lucio ya empezaba a estar más que harto de Pompeyo; bien estaba que le hubiera robado todos los triunfos militares ¡pero que lo hubiera desbancado como el más rico de la aldea ya era demasiado!, y Catilina era una pieza del ajedrez a tener en cuenta; era popular en las fronteras más sórdidas de la vida política, se movía como pez en el agua entre delincuentes, mafiosos, prostitutas de alto standing y calaveras de la alta sociedad.
En el año 65 Catilina tuvo que rendir cuentas como gobernador de África cuando Clodio -siempre ansioso de protagonismo- lo acusó de extorsión. Secreto a voces, por cierto.
Cicerón, el trepador novus homo, estaba armándose de valor para iniciar su carrera que lo llevara al consulado; sabía que Catilina también iba a presentarse al cargo, por lo que se ofreció a ser su abogado, de esta forma lograría la complicidad necesaria para hacer campaña juntos. Pero el inefable Catilina rechazó su oferta con una mezcla de desdén patricio y calculado desprecio del que se sabe participante de otra liga. Bueno, pensó, Cícero, habrá que ir por libre, de todos modos -siguió pensando- arrieros somos.
Efectivamente, el siniestro Catilina no necesitaba defensor. Salió inmediatamente absuelto. Seguramente Craso había engrasado con el "unto" apropiado la maquinaria judicial.
Una vez libre de cargos, siguió cometiendo torpezas, y no se le ocurrió otra que buscarse como aliado en las elecciones a Antonio Hibrida, un patricio tan libertino y violento que costaba creer fuera hijo del gran héroe de Cicerón: Marco Antonio.
La mezcolanza era tan nauseabunda que ni los patricios la aceptaron. Cicerón, frente a todo pronóstico, arrasó, seguido muy de lejos de Híbrida. Catilina obtuvo un honroso tercer puesto.
Fue el desastre; podrido de deudas como estaba, recurrió a su riquísimo amigo, Craso. ¿Amigo? Bueno, todo el mundo sabía que Craso no tenía más amigo que el dinero, así que el plutócrata abandonó a su suerte a este inútil que ya no le servía para nada.
Desesperado, echó su último cuarto a espadas: el de líder revolucionario. En público iba clamando de modo patético que nadaba en la miseria, y con ese aura de marginado iba ganándose a todos los desheredados de Italia -o sea, la inmensa mayoría de la plebe- y les vendía que si obtuviese el apoyo suficiente se convertiría en el paladín justiciero que haría realidad sus demandas y reivindicaciones (o sea conceder a todos la ciudadanía lo que les daría derecho a trigo gratis).
Cuando Cicerón lo acorraló en el Senado pidiendo explicaciones de lo que estaba tramando, Catilina, en un acto de insconciente bravuconería dijo: "Puedo ver dos cuerpos, uno pequeño pero con una gran cabeza y otro enorme pero sin cabeza ¿Es tan terrible que me ofrezca yo mismo al cuerpo que carece de cabeza?". Esta estupidez, que pretendía ser ingeniosa, no hizo gracia a nadie. Ningún senador estaba por apoyar nuevas revoluciones, y el gran cuerpo -la plebe- no necesitaba ninguna cabeza manipuladora, y menos la de Catilina. Bastante había costado superar la guerra civil. Así que Catilina perdió su segundo consulado. Ahora sí que era un cadáver político, y sus deudas eran ya astronómicas. Y es que cuando uno se lo juega todo a una carta no siempre va a tener el ascendiente de César; además, de todos es sabido que la suerte hay que labrársela.
Pero los parias de toda Italia habían albergado demasiadas esperanzas en la victoria de Catilina, y ya estaban ansiosos por empuñar las armas. También muchos jóvenes patricios llenos de deudas y de pájaros en la cabeza apoyaban al zombi político. Entre ellos estaba Celio Rufo.
¿Y qué diablos pintaba allí Celio, el amante de Clodia, la de los ojos de buey? ¿Era un idealista ingenuo que creía en la revolución? ¿Era un calavera arruinado que sólo de esta forma veía una salida a su negro porvenir? ¿Era un espía de Cicerón? ¿O tal vez de Craso?
Cicerón sabía que Catilina estaba tramando un golpe de Estado sublevando a las masas, pero no tenía pruebas. Y cuando la inquietud general estaba transformándose en burla, apareció en la casa de Cicerón un misterioso legajo de cartas. Alli se pormenorizaba, con pelos y señales, toda la conjura.
El hombre que entregó los documentos no fue otro que Craso, pero, como siempre, él no tenía nada que ver con nada. Y es que un "desconocido" se los había dado a su portero. Aunque no hay ninguna prueba histórica, Celio tiene todos los números para ser el correo "desconocido".





8-Noviembre-63.- Cicerón comenzó unos discursos demoledores contra el patético conspirador: "¡Quosque tandem, Catilina, abutere patientia nostra...!" (¡Hasta cuando, Catilina abusarás de nuestra paciencia!) Fue la cumbre de su carrera como orador, y el efecto fue letal. El cónsul estaba borracho de gloria, consideraba su intervención en el Senado "un pináculo de gloria inmortal"; él, con su oratoria y su fina astucia, había salvado la República. Pero no todo el mundo pensaba de igual modo; no parece probable que Catilina fuera mucho más allá, su objetivo era lograr el consulado, los parias y marginados de la península le importaban un bledo. De todos modos, Cicerón fue nombrado Pater Patriae; era el primero en obtener ese calificativo. Pocos años después César obtendrá el mismo título.
Catilina huyó de Roma esa misma noche pero deja a Léntulo como encargado para conseguir adhesiones. Éste, por medio de Umbreno contactó con los delegados de los alóbroges, que estaban esos días en Roma para manifestar sus quejas por el mal gobierno romano de la provincia. Temerosos, denunciaron a Umbreno, y aceptaron participar en una trampa.
2-Diciembre-63.- Los delegados exigieron una carta con la firma de los conjurados, para tener seguridad de que la conjura iba en serio, y luego se dejaron arrestar, según estaba pactado, en el puente Milvio. Con estas pruebas irrevocables pudo llevar arrestados ante el Senado a Léntulo, Cetego y demás cómplices.

Catilina, conduce su huída con bastante torpeza. Primero pone rumbo al norte, con intención de buscar refugio en Marsella (en el secular feudo de los Ahenobarbo) pero luego cambió de idea; quizás lo dominó el pánico y viera inminente su captura, con lo cual de "condenados al río", el caso es que se puso al frente de un ridículo ejército de harapientos campesinos y veteranos de guerra amargados.
Con esta acción se puso él solito la soga al cuello, y perdió toda credibilidad. ¡Ahora estaba todo claro, se dirigía al norte para sublevar a los galos (siempre los galos), los esclavos serían liberados, Italia entera se rebelaría contra la madre Patria! ¡De sus tumbas salían los fantasmas de Brenno, Espartaco, los samnitas! ¡sólo faltaba Aníbal! Toda Roma fue presa de la histeria. Cicerón era el héroe del momento.
Antes de huir, Catilina había escrito a Cátulo afirmando que era inocente y que le habían tendido una trampa. Las cosas se complicaban; si exisitía una trama, era imposible que Catilina estuviese solo. Las sospechas comenzaron a recaer en los "populares"; Cátulo pide que se investigue a César y a Craso. El encargado de hacerlo es Novio Nigro. Estaba claro que, de una forma u otra, estaban relacionados con la conjura, pero Cicerón no estaba dispuesto a poner a alguien tan poderoso como Craso contra las cuerdas.
Lucio Vecio un oficial de caballería declaró ante el investigador que tenía en su poder comprometedoras cartas autógrafas de César a Catilina. Cayo "imploró" la ayuda de Cicerón, y éste le dijo al Senado que César era fiel, ya que hacía tiempo le había facilitado a él mismo datos sobre la conjura. Esta defensa se podía haber vuelto contra Julio, pues ¿a santo de qué estaba César al tanto de las intrigas? Pero bueno, el caso es que salió bien la jugada, y sirvió para que Lucio Vecio pasase una temporada en prisión por difamación, y el mismo Novio Nigro también fue encarcelado "por haber consentido que un magistrado superior fuese citado para comparecer ante él" (lo que no dejaba de ser un aviso a navegantes).
César respiró aliviado, y supo que le debía una, y en esto como en otras cosas César era leal y no olvidaba un favor, por eso perdonó a Cicerón una y otra vez cuando llegó la guerra civil. La verdad es que en estos primeros momentos, Cayo fue grandemente favorecido por el Cónsul Óptimo, puesto que Cicerón también bloqueó la acusación que había presentado Quinto Curio. Era este Curio un grotesco personaje, pero ha pasado a la historia porque fue él quien -según Salustio- denunció la conjura. En realidad sólo quería la recompensa que se le había prometido por su delación, de modo que no tenía ningún motivo para falsear el nombre de César, pues caso de una acusación falsa perdería la recompensa y podía dar con sus huesos en la cárcel, porque además él era uno de los conspiradores.

En realidad, una primera revelación de la trama se habría filtrado como secreto de alcoba de la boca de una tal Fulvia (zorrón inquietante y siniestro que llegará a ser, años más tarde, la esposa de Marco Antonio), amante por aquel tiempo de Curio. La difusión del rumor provocó -según Salustio- la derrota electoral de Catilina en las elecciones del 63, para el consulado del 62. El Senado reaccionó dando plenos poderes a los cónsules Cicerón y Antonio para la defensa de Roma y la península.

Resulta cuando menos paradójico que Cicerón aceptara como buenos todas las delaciones de Curio salvo las de César. Curio perdió su recompensa y Cicerón se ganó un valiosísimo aliado.
Sobre la implicación de César en la conjura, lo más probable sería que, al principio, mantuviera estrechas relaciones con la facción catilinaria, pero habría comprendido a tiempo que no le servían y que se estaban metiendo en un peligroso berenjenal. Cicerón también debió de entenderlo así y decidió hacerle este inmenso favor.
Lo que César necesitaba era demostrar que no estaba relacionado con la máquina represiva que el Senado había puesto en marcha. Sabía que esos hombres gozaban de las simpatías del pueblo, y no pensaba perder esa baza, aun sabiendo el riesgo que corría defendiendo a los reos y cogiendo la antorcha del populismo. Pero supo navegar con habilidad entre Scila y Caribdis.
Catilina había cumplido su papel: un don nadie que había sido utilizado de pim pam pum por Cicerón para convertirse en héroe.
Pero la conjuración de Catilina la ve de otra manera el historiador Tanusio Gémino:
Catilina había proyectado la dictadura de Craso, con el apoyo de César. El plan era el siguiente: A principios del 65, al tomar posesión los nuevos cónsules, se asaltaría el Senado, asesinando a los nuevos mandatarios y a los adversarios políticos. Durante los graves desórdenes que seguirían a los hechos, Craso, se haría nombrar dictador rei publicae constituendae, al estilo silano. El magister equitum sería César; a partir de ahí se llevaría a cabo una radical reforma constitucional y, obviamente, la cosa degeneraría en guerra civil, pues el objetivo de César era lograr el mando único. Y también el de Craso, para qué nos vamos a engañar. Sin olvidar a Pompeyo, que ignoramos los planes que tendrían estos dos para con el Magno.
Pero la conjura fracasó porque en el último instante Craso se echó atrás.
Otros historiadores, como Curión y Marco Antonio Nasón, hablan de trama urdida por César y Cneo Calpurnio Pisón (su suegro), que debían provocar levantamientos al unísono, éste en Hispania, Cayo en Roma. Salustio afirma que el sangriento golpe de mano programado para el 1 de Enero del 65 y la intriga con Pisón son la misma cosa.
La verdad nunca estará clara, mas empieza a ser sospechosa tanta alusión a César -y Craso- en la conjura.



5-Diciembre-63.- Cicerón reúne al Senado y presenta una lista final con todos los conspiradores. En ella no aparecen ni Craso ni César.
Y el siguiente paso es ¿qué hacer con los conspiradores? Las leyes más sagradas de la República prohibían ejecutar a ningún ciudadano romano sin juicio previo. Y Cicerón lo sabía. César, a quien todavía no se le había pasado el susto, propone que sean condenados a cadena perpetua; Catón saltó indignado ¿cómo que cadena perpetua? ¡lo primero es la seguridad de la Patria! Nada, nada, se los ejecutará y no se hable más. Los ánimos se exaltaron hasta tal punto que los soldados de caballería que custodiaban la curia como servicio de orden, se abalanzaron sobre César con intención de matarlo. Y fue Cicerón quien les hizo señal de que le respetaran la vida, entonces unos amigos lo rodearon y lo sacaron fuera del Senado. ¿Por qué Cicerón le salvó la vida de nuevo? Probablemente temieron la airada reacción del pueblo.

El duro enfrentamiento entre César y Catón ocasionó un cómico incidente que nos cuenta Plutarco:
«Durante la sesión del Senado, en la que se trató de sobra la conjura de Catilina, Catón y César se encontraban sentados uno junto al otro defendiendo opiniones opuestas, cuando le entregaron a César una nota proveniente del exterior; él la leyó en silencio. Catón protestó ante este hecho inaudito: ¡César recibía instrucciones del enemigo!. Muchos de los asistentes se alborotaron, y César pasó el escrito, tal cual, a Catón, que lo leyó: ¡se trataba de un billete un tanto osado de Servilia, hermana de Catón! Éste lo devolvió desdeñosamente a César injuriándolo: "-¡Toma miserable!". Tras lo cual prosiguió el discurso».

El intento de linchamiento de César por parte de los guardias de seguridad no es un episodio irrelevante, significa dos cosas que juntas aportan luz para entender lo que fue realmente esta conjura: uno, que César tenía presente que no podía abandonar a aquellos hombres, y, dos, que Cicerón y sus aliados controlaban el debate. Por eso, cuando vieron que sus posiciones estaban siendo rebatidas brillantemente por César, echaron mano de la violencia. Lo cual de paso nos permite deducir que Cicerón y sus cómplices consideraban a César un conjurado más. No es casual que Plutarco afirme que Catón, con su discurso, "contibuía a hacer recaer sobre César las sospechas".
Al final se impuso el buen criterio de Catón, y, pisoteando las leyes que habían hecho grande a la República, cinco nobles romanos, entre ellos un ex-cónsul, fueron asesinados -que no ejecutados- de noche en una oscura mazmorra de la Urbs. Roma podía dormir tranquila, pero en ese día acababa de morir la República. Como dijo el propio César en el debate: "¡[Mis temores] no tienen que ver ni con Marco Tulio ni con nuestros tiempos!" (Atque haec non in Marco Tulio neque his temporibus vereor)
Un pasillo de antorchas flanqueaba el camino que iba del Foro a la casa de Cicerón; toda Roma lo aclamaba, mientras los más importantes ciudadanos lo escoltaban reverentes. Ni en sus más locos sueños podía haberse imaginado el provinciano de Arpinum una noche como ésta.
Muchos se preguntaban por qué no se investigaba al otro cónsul, Antonio Híbrida, uno de los mejores amigos de Catilina y con una abyección moral a prueba de bombas. Pero Cicerón dio el caso por cerrado; todo había salido como nunca soñó y no quería que se estropeara, así que sobornó a su colega para que fuera de procónsul a Macedonia, provincia riquísima que le permitiría saldar sus deudas, y, para que todos vieran su fidelidad a la Urbs, le adjudicó el mando de la campaña contra Catilina. Con esto, desde luego, Cicerón silenció a Híbrida, porque es seguro que éste indeseable sabía muchas cosas que convenía callar.
Pero como Híbrida, además de sospechoso era alcohólico y cobarde, hubo muchas protestas sobre la arbitraria decisión de concederle el mando del ejército en tan graves circunstancias. Los aliados de Pompeyo querían que regresara el Magno para acabar con la bestia ¿no era tan peligroso este enemigo público número uno de pacotilla? Pero Cicerón sabía que el único peligro para la República era Pompeyo; el pobre Catilina sólo era un mamarracho que tenía los días contados.
Enero-62: PISTOIA.- La chusma rebelde comandada por Catilina presentó una heroica resistencia en Pistoia (Toscana), pero al final fue barrida por las aguerridas legiones al mando de Híbrida, aunque bien es verdad que éste no pudo participar en la batalla pues una repentina enfermedad intestinal lo tuvo postrado en la tienda. Una vez lograda la victoria se repuso milagrosamente y partió feliz hacia Macedonia para llenarse los bolsillos.
Pero no fue el único en marcharse. Celio también cambió de aires (pues no se fiaba un pelo), sentando sus reales en el norte de África, donde papá tenía grandes negocios. Aunque la ausencia iba a ser pasajera, sólo hasta que se calmaran las turbulentas aguas del "agujero de mierda de Rómulo" (Cicerón dixit) cuyos entresijos ya conocía al dedillo ¡cuán lejos quedaba aquel joven imberbe que llegara a Roma con una carta de recomendación de su padre! Celio pensaba labrarse una gran carrera política, sólo había que esperar, pues si algo había aprendido es que las alianzas y los vientos políticos son efímeros, tanto los de barlovento como los de sotavento.

62.- A principios de cada diciembre se celebrabarn las fiestas de la Bona Dea, en ella sólo participaban mujeres. La presencia de un hombre se consideraría un terrible sacrilegio de impredecibles consecuencias, pues la ira de la diosa es seguro que recaería sobre toda la República.
Dos mujeres presidían ese año los ritos; Aurelia, la madre de César, y Pompeya, su esposa. Se celebraban en la casa del propio pontífex máximux, y todos los varones se habían marchado ya.
La mansión comenzó a llenarse con el olor del incienso y el ritmo de la música, y poco a poco iban llegando las venerables matronas. Entonces, una de las criadas de Aurelia se fijó en una extraña flautista que se ocultaba nerviosa en la penumbra; al preguntarle quién era, murmuró entre dientes el nombre de Pompeya. La esclava dio un grito, ¡un hombre se había infiltrado en la ceremonia! El intruso intentó huir pero fue capturado. Al quitarle el velo para desenmascararlo, resultó no ser otro que... ¡Clodio!
El escándalo fue monumental, y lo más grave es que salpicaba a César, pues había ocurrido en su casa. El rumor era que Clodio y Pompeya se entendían. Julio tenía dos opciones para acabar con el cretino de Clodio: enviarle unos matones que le ajustaran las cuentas (práctica habitual de los ciudadanos ostentosamente cornamentados) o llevarlo a los tribunales. Ninguna de las dos cosas convenía a la carrera política de César. Clodio tenía contactos importantes y no quería enemistarse con ellos. Por otra parte, un juicio no haría sino sacar a relucir la tortuosa conducta sexual del propio Julio. La solución era que pagara el pato Pompeya, y sin darle otra expliación que "la mujer de César debe estar por encima de toda sospecha" fue repudiada. La frase ha pasado a la historia convenientemente corrompida como "la mujer de César no sólo debe ser casta sino parecerlo" e incluso "no importa que sea casta, sino parecerlo".
Hecho lo cual, y para evitar seguir siendo la comidilla de toda Roma, partió como alma que lleva el diablo hacia Hispania, donde tenía que servir como gobernador.

Y por fin regresa Pompeyo de Asia, lleno de prestigio y de incalculables tesoros; y no se cumplió ninguno de los angustiosos temores de los agoreros de turno, pues el Magno licencia, inocente, a sus legiones, y entra en Roma acompañado de un grupo de íntimos y vitoreado por el pueblo.
Entonces comprueba que el Senado seguía vivo y fuerte, y tan ingrato y altanero como siempre. De nada servían sus triunfos ni las incalculables riquezas que había aportado al erario, sus señorías estaban planeando convertirlo en un cadáver político.
¿Y qué mejor maestro de ceremonias que Lucio Licinio Craso? Hacía demasiado tiepo que estaba esperando este momento. Comenzó por hacer un panegírico desmedido y descaradamente irónico sobre el hinchado Cicerón, que, ciego de vanidad, ni se enteró de que lo estaban poniendo de parapeto en un inmediato fuego cruzado. A Pompeyo no le hizo gracia oír en su propia cara que había otro salvador de la Patria, y el nuevo no necesitaba espadas para cumplir su misión.
Pero ahí no acabó la cosa, Craso quería que la mierda saliera a flote y luego ponerla delante del ventilador, a ver a cuántos salpicaba, así que tuvo una genial idea: deesempolvar el olvidado asunto de la sacrílega broma de Clodio. Y es que se empieza violando las castísimas reglas de la fiesta de la Buena Diosa, y se termina intrigando como Catilina. Clodio debía ser procesado, y aunque no había leyes claras al respecto, enemigos no iban a faltar, el principal, por supuesto, su cuñado Lúculo. Y ya puestos ¿por qué no dar espectáculo a la plebe? Él mismo organizaría la acusación, pero necesitaba un buen fiscal, y estaba dispuesto a elegir al mejor: el viejo Hortensio. Sería un golpe de efecto magistral y él no podría negarse a esa excepcional oportunidad que le iba a permitir rehabilitarse, y de paso se ganaría un buen aliado. Entre tanto empezó a reunir testigos, el más importante Dª Aurelia, la veneradísima madre de César, de la distinguidísima familia de los Julios. César seguía oponiéndose a dar publicidad a ese turbio asunto y se negó a testificar conta este indeseable. Y bien que hacía.
Pero Clodio también tenía amigos poderosos, su defensa la encomendó al prestigioso ex-cónsul Cayo Escribonio Curio, que se basó en una impecable coartada: un equestre iba a testificar que, ese día, Clodio estaba con él, en su finca a 150 Kms. de Roma.
Mira por donde, Hortensio sabía que, ese mismo día, Clodio había estado en Roma con su vecino, y ese vecino no era otro que Cicerón. ¿Aceptaría D. Marco Tulio testificar en su contra? En modo alguno le interesaba hacerlo; Clodio había sido aliado suyo durante el consulado, incluso le sirvió de guardaespaldas, sin contar con que pertenecía a la más ilustre de las familias romanas. Si no hablaba en el juicio, Clodio le debería un gran favor, si lo acusaba se ganaría un poderoso enemigo gratuitamente.
Paralelamente, el hijo de Escribonio (apodado por Cicerón "la hija menor de Curio") había reclutado una banda de matones para intimidar a los enemigos del defendido de papá.
Estas sucias tácticas, y el hecho de volver a aparecer como un héroe decidieron a Cícero a testificar. Sería el martillo de Clodio y nuevamente aparecería como el paladín de la justicia y la verdad. Al acabar su declaración, el pueblo lo escoltó hasta su casa entre vítores. La condena de Clodio estaba cantada.
Pero al día siguiente, un misterioso esclavo llamó a la puerta de cada uno de los miembros del jurado ofreciendo dinero y favores sexuales de jóvenes -de ambos sexos, of course- de la alta sociedad.
Misteriosamente también, Clodio fue absuelto por 31 votos contra 25. El escándalo fue tremendo, pero no pasó nada. Ahora vendría la venganza del crápula contra Cicerón.

28-septiembre-61.- Pompeyo celebra su tercer desfile triunfal. A sus espaldas lleva 45 años de existencia y la capa de Alejandro. Mantiene la anastolé y se empeña en hacer creer que tiene la edad de Alejandro antes de morir, o sea 33 años.
A los romanos, este culto a la juventud les parecía una estupidez enfermiza. También consideraban absurdo y afeminado el gusto griego por el teatro; por eso Roma no tenía teatro. Mas allí estaba Pompeyo dispuesto a poner remedio.
El lugar elegido para el primer teatro romano sería el Campo de Marte, y su aspecto como el de Mitylene, pero más grandioso y espectacular. Para no alborotar a los austeros y aburridísimos incondicionales de Catón, dijo que estaba edificando un templo a Venus. Aunque resultaba sospechoso que la planta llegase hasta las mismas puertas del "Ovile", el "redil" donde votaban los quirites. Esto era demasiado, y Catón, aliado con Craso, decidió frenar aquella colosal aberración. Había que pararle los pies a Pompeyo.
Por de pronto, el Senado se negó a ratificar sus acuerdos de Oriente, y se anulan las concesiones de granjas que el Magno prometió a sus veteranos. Incluso Catón se permitió menospreciar el valor de las victorias contra Mitrídates aduciendo que "había sido una guerra contra mujeres".
¿Por qué le hacía esto? Pompeyo siempre había buscado el reconocimiento de Catón, y como respuesta sólo recibía humillaciones. ¿Acaso no se divorció de su esposa, la hermanastra de Metelo Céler, para anunciar que él y su hijo pensaban casarse con dos sobrinas del adusto senador? ¿No estaban encantadas tanto la familia como las muchachas? ¿Acaso no sabía Catón que tal divorcio le había supuesto la enemistad eterna de Metelo, su viejo compañero de armas? Entonces ¿a qué vino aquel comentario de "Pompeyo debería saber que no me ganará ventaja a través del dormitorio de una niña"?
Tras este portazo en las narices, Cneo Pompeyo decide ganarse al pueblo con una serie de discursos bastante desafortunados. Cicerón dijo que Pompeyo, con estos discursos, "no llevó alegría a los pobres; fue vacuo para los pícaros, desagradable para los ricos, falto de seriedad para los buenos ciudadanos, y así dejó frío a todo el mundo".
Primavera - 60.- Ahí estaba el pobre Cneo, tirado sin hacer nada, mierando anhelante la capa de su admirado Alejandro. Estaba claro que necesitaba un aliado, pero ¿cuál? Pronto la diosa Fortuna oiría sus cuitas.
César, el dandi de cinturón flojo y afeminada perilla, había convertido su mandato en Hispania -para sorpresa general- en un gran éxito. Una guerra relámpago en Lusitania pacificó la zona en un santiamén. Ahora regresaba rico y merecedor de un triunfo.
Mas todo pasaba a un segundo plano. César comprendió la apurada situación de Pompeyo y entendió que era el momento oportuno para aliarse con él, y así se lo hizo saber. Pompeyo accedió encantado. No había tiempo que perder, pues los candidatos al consulado debían presentar su candidatura a principios de julio. A marchas forzadas llegó al Campo de Marte justo a tiempo. Y allí hubo de detenerse, mientras no celebrase su triunfo seguía en armas, y por tanto no podía entrar en la Urbs.
Catón lo sabía, y, como las votaciones habían de realizarse antes de la puesta de sol, tomó la palabra y siguió hablando hasta bien entrada la noche. César, furioso, debía elegir entre el triunfo o el consulado. Una vez más apostó por la carta ganadora; entró en Roma renunciando a su triunfo para presentarse a unas elecciones que sabía podía ganar.
Y empezó la batalla electoral, César era seguro ganador; para el segundo puesto, Pompeyo empezó a sobornar sin decoro al personal para que votase a su candidato. Y lo mismo hacían sus enemigos; la coalición Craso-Catón, echaba el resto para que saliese el yerno de Craso, un senador honesto y de pocas luces llamado Marco Bíbulo. Y fue éste quien quedó segundo por detrás de César. Entonces Catón tuvo una idea genial para neutralizar a César: encargó a los cónsules la tarea de controlar el bandidaje de la península. El Senado acogió favorablemente la idea y la propuesta se convirtió en ley.
César no podía rebelarse, so pena de convertirse en un nuevo Catilina (arrastrando en su aventura a Pompeyo), pero convertirlo en guarda forestal era una broma demasiado pesada. Catón creía tener las espaldas bien guardadas debido al apoyo de Craso, en cuya lealtad confiaba, no tanto por amor a él sino por su odio visceral a Pompeyo. Así que continuó con su plan. El siguiente paso fue bloquear la Ley que asignaba tierras a los veteranos de Pompeyo.
César aceptó la apuesta y, a imitación de los Gracos, decidió presentar la ley agraria directamente en el Foro. Saltarse el Senado suponía poner en cuestión las mismas bases de la República, pero no había otro remedio.
A pesar de todo Catón pensaba que César iba de farol. Roma se iba llenando de veteranos pompeyanos, y los ánimos se iban caldeando. En estas que Bíbulo no tiene mejor ocurrencia que decirle al pueblo que le importa bien poco lo que opinen. Catón no da crédito a la estupidez de su candidato.
En la recta final de la campaña, después de hablar César y Pompeyo, hubo un tercer senador que intervino en favor del reparto de tierras a los legionarios licenciados: ¡Marco Licinio Craso!
Y entonces Catón cayó en la cuenta de su propia estupidez ¡le habían tendido una trampa! César había logrado la alianza de estos tres pesos pesados con el fin de repartirse a sus anchas la República. Contra este "triunvirato" toda oposición era inútil; ciertamente había que admirar la endiablada habilidad política de César, pues él, y no otro, era el autor del astuto plan.
Aún jugó Catón una última baza a la desesperada. El día de la votación Bíbulo apareció en el Foro anunciando que la votación debía suspenderse, pues había observado presagios negativos en el cielo. César, rápido de reflejos, dio órdenes para que se cumpliera el presagio, y alguien le volcó a Bíbulo un cubo de mierda por la cabeza. A la vez, un grupo de veteranos comenzaron a apalear a sus líctores. Bíbulo y Catón fueron expulsados del Foro a empujones, y la Ley quedó aprobada.
Era el turno de César. Se crea una comisión para encargarse de la lucrativa tarea de gestionar la aplicación de la ley, que estará supervisada -cómo no- por Craso y Pompeyo. Ahora tocaba humillar al Senado; les exigió juramento de que obedecerían la Ley recién aprobada. Huelga decir que juraron todos sin excepción. Bueno, hemos de matizar el aserto, tan solo hubo dos senadores que mantuvieron el tipo y, con dos cojones, se negaron a esa ignominia. Uno fue Metelo Celer, que no perdonaba el ultraje de Pompeyo a su hermana. El otro, como no podía ser de otra manera, era Catón. El gran Catón, el orgulloso y digno Catón. Sin embargo fueron convencidos por Cicerón para que fuesen pragmáticos y se dejasen del quijotesco exilio a que se verían abocados; "Puede que vosotros no necesitéis a Roma -les dijo el Óptimo Cónsul- pero Roma sí os necesita a vosotros".
Pero Catón no dejaba de culparse por su torpeza, primero había presionado en exceso a César y Pompeyo, después se había comportado como un párvulo confiando en Craso; era el dueño absoluto de la situación y había dejado que todo se le fuera de las manos, para acabar cediendo todo el poder a este monstruo de tres cabezas.
Pompeyo logró que se ratificaran sus acuerdos en Oriente. Craso jugueteó a placer con las leyes impositivas, lo que multiplicó su fortuna de modo escandaloso. Y César logrará al año siguiente el mando proconsular de la Iliria y de las Galias, la Togata y -a la muerte de Metelo Celer- la Cisalpina; todo por cinco años. D. Julio tenía grandes planes.
Fue una amarga derrota para Catón y sus socios. Aún intentó Lúculo, por puro odio a Pompeyo, volver a la política activa, pero cuando compareció ante César, éste le trató con tal hostilidad y menosprecio que Lúculo se derrumbó y, llorando como un chiquillo, suplicó piedad de rodillas. Ni el mismo Julio se esperaba tal reacción, aunque el problema real era una demencia senil que no había hecho más que comenzar. Catón, aterrado, se prometió a sí mismo que no se permitiría sucumbir a la enfermedad.
¿Y qué había sido de Bíbulo? Pues, tras recibir el baño de excrementos, se volvió hacia su colega de consulado y, aflojando su túnica chorreante de porquería, dejó su cuello al descubierto. César renunció a rebanarle el cuello, pero ese gesto, por melodramático que pudiera parecer, sirvió para restaurar su honor.
Y desde ese día, tanto Catón como Bíbulo, jugaron a interpretar el papel de mártires, de víctimas íntegras y honorables golpeadas y acosadas por la pérfida hidra tricéfala. El golpe de efecto fue acertado, y poco a poco fueron ganándose a los quirites.

59.- Era el momento de estrechar más los lazos del Triunvirato, y César le dio a Pompeyo la mano de su adorable hija Julia.
Catón, con dos cojones, llamó a César proxeneta. Insultos como ése acaban pagándose con sangre. Aunque no andaba tan descaminado en su valoración el líder conservador. La boda de Julia fue un acto de vil cinismo; primero fue arrancada prácticamente de los brazos de su inminente marido, Servilio Cepión, para depositarla en los de Pompeyo. Luego éste, para aplacar a Cepión, le entrega su propia hija, que estaba casada con Fausto Sila, hijo del difunto dictador, con lo cual, por si había alguna duda, queda rota por siempre la alianza con los silanos. En tercer lugar César toma por esposa a Calpurnia, la hija de Lucio Calpurnio Pisón Cesonino, que iba a ser cónsul -¡oh casualidad!- al año siguiente (el 58), según acuerdos establecidos por los triunviros.
Por otra parte, Pompeyo llevaba muy mal su descenso de popularidad ¡Oh, cuán ingrata es la plebe! Y estaba hundido en la depresión. Cicerón le comentó a Ático que "Sólo Craso lo debía de estar disfrutando"; y no andaba equivocado el orador. El odio entre ambos estaba poniendo en peligro la viabilidad del triunvirato.
Catón no cabía en sí de gozo, después de todo, la República aún podía salvarse. Pero aún quedaba en pie la tercera cabeza de la hidra, la mas inteligente de Roma. Y la más peligrosa.
Dice Plutarco: "Pompeyo llenó el Foro de soldados, hizo ratificar las leyes por el pueblo y asignar a César toda la Galia de ambos lados de los Alpes, y a mayores la Iliria, con cuatro legiones por cinco años".
Por fin, Cayo podía desquitarse, y dijo orgulloso a los senadores que "había obtenido todo lo que desaba a pesar de la oposición y las lágrimas de los adversarios", y sentenció amenazador: "de ahora en adelante podré machacar vuestras cabezas". A lo que alguien respondió: "¡Será difícil para una mujer!", y César le espetó riendo: "¡Semíramis reinó sobre Asiria y las amazonas en Asia!"
Cicerón fue de los pocos que apoyaron la iniciativa cesariana de conquistar las Galias. ¿Fue por adulación? ¿por gratitud a Mario? ¿quizás porque esperaba que César sufriese una estrepitosa derrota que lo hundiera definitivamente? ¿o ciertamente era sincero en sus afirmaciones de que Julio estaba perfectamente capacitado para esa misión?

Se celebran los Compitalia, unos festejos populares que se desarrollaban en la calle, donde los gremios artesanos rinden culto a sus dioses locales. En tiempos era fuente de disturbios, pero ya hace mucho que son unas fiestas tranquilas y agradables.
En este ambiente populachero y festivo, vuelven los Claudio Pulcher a escena: Un amante despechado regaló a Doña Clodia Metelo (alias "moneda de cobre" por su vida licenciosa; recordemos que las prostitutas cobraban por sus servicios una moneda de ínfimo valor) un monedero lleno de calderilla; pronto se arrepentirá de su gracia; unos matones le dieron una paliza y lo sodomizaron en público. Lo cual demostraba que no se podía bromear con los Claudios. Obviamente el Senado despreciaba a estos mafiosos amigos del hampa y del populacho, por eso, el pequeño Clodio decidió labrar su carrera política apoyado por la plebe, y decidió presentarse a tribuno. Todo un escándalo, un patricio que aspiraba al tribunado. Pero además era ilegal. Un patricio no podía ser tribuno, para poder aspirar al cargo debía renunciar a su clase social. Para esto necesitaba una votación pública que aprobase su adopción por una familia plebeya. Una vez convertido en plebeyo el Póntifex Máximus debía refrendarlo, y César, que no tenía escrúpulos, y sabía que Clodio podía ser un tonto útil, sancionará el proceso, aunque aún tardará en hacerlo.
Ático, como sabemos, era el mejor amigo de Cicerón, y también un habitual de las cenas de Clodia "calderilla", así que estaba al tanto de todos los pormenores e intrigas familiares.
Cicerón invitó a su amigo Ático a pasear durante esos compitalia, era el marco para sondearlo y, de paso, confiarle sus cuitas. Por de pronto, hacía pocos días que un agente del Triunvirato le había ofrecido a él, al nobilísimo Cícero, unirse al grupo. Y le va comentando a su amigo cómo están las cosas:
"Ciertamente, el problema es seriamente comprometedor, por una razón: O debo hacer una oposición rígida a la Ley Agraria, lo que comportará una lucha sin tregua pero rica en gloria, o debo permanecer inerme y retirarme a Solonio o a Ancio, o bien debo apoyar las leyes, cosa que, como muchos dicen, es lo que César espera de mí hasta el punto de no tener la más mínima duda. Efectivamente, ha venido a verme Cornelio, es decir, Cornelio Balbo, el amigo de confianza de César. Vino para asegurarme que César, para todas las cuestiones se servirá de mi consejo y del de Pompeyo, y que hará todo lo posible para reconciliar a éste con Craso [...] embarcándome en este asunto obtengo los siguientes frutos: solidaridad completa con Pompeyo y, si lo considero oportuno, también con César, reconciliación con mis enemigos, relaciones pacíficas con el populacho, y una ancianidad serena y tranquila..."
Sí, sí, todo muy irónico, pero el Salvador de la República estaba encantado con que César lo cortejara. Y ya, más circunspecto y rebosante de vanidad sigue explicándole a Ático: "Y a pesar de ello [me digo:] la vía maestra que, desde la primera juventud y después como cónsul, con auténtico valor y coraje seguiste, continúala sin descanso e incrementa la fama y la gloria que ta dan los honestos". O sea, que le da calabazas a Cayo y sus triunviros. Ático por su parte lo tranquiliza diciéndole que Clodio todavía no era plebeyo.
La formación del Triunvirato fue entendida por todos como un golpe ignominioso a la República, para muchos, incluso, fue el inicio de la guerra civil (incluso Anneo Séneca padre comenzó su "Ab initio bellorum civilium" con la sedición de Tiberio Graco). En resumen, que los optimates habían temido la victoria de un Sila, y ahora tenían tres. Y ciertamente no había mucha diferencia entre los planes conspiratorios de Catilina y este vergonzoso Triunvirato. Y detrás de todo, siempre está César.
Tras la expulsión de Bíbulo, César gobernó solo y a su libre albedrío. No es de extrañar que Catón le pidiera explicaciones por esa conducta. La respuesta de César fue durísima e indigna (supongo que aún recordaba la acusación de "proxeneta"), ordenando a los líctores que expulsaran a Catón de la Curia y lo acompañaran directamente a prisión.
Entre las disposiciones legislativas cesarianas de este año, un lugar destacado corresponde a la "Ley de la Concusión". Si bien, hemos de recordar que César también esquilmó las provincias que le tocó gobernar.
Otra medida importante fue la ampliación de ciudadanía a los transpadanos, en un intento por afianzar la lealtad de esta importante zona fronteriza con la Galia.
El genio político de César le permitía ser un indiscutible demagogo, que se metía a la plebe en el bolsillo, y a la vez un sólido estadista capaz de llevar a cabo reformas dolorosas pero necesarias. En definitiva, un genio sin más.

OCTAVIO.- Muere el padre de Octaviano, cuando regresaba a Italia para acceder al consulado. Atia se casará al poco con Lucio Marcio Filipo, que será cónsul en el 56. No sabemos muy bien por qué, pero Octavio se queda con su abuela, Julia (la hermana de César), que lo crió hasta su muerte en el 51, momento en que volverá con su madre y su padrastro.

Abril-59.- Marco Celio procesa a Híbrida el ex-colega de Cicerón, el amigo que traicionó a Catilina y lo derrotó con un ejército consular. Cicerón llevó muy mal la defensa de Híbrida, y cometió la torpeza de atacar a los triunviros.
A las pocas horas César ratificó a Clodio como plebeyo, convirtiéndolo así en tribuno inviolable, por tanto ya podía romperle impunemente la crisma a Cicerón. Éste huyó despavorido a una de las villas de la costa; desde allí le enviaba mensajes a Ático preguntándole sobre las intenciones de Clodio.
A finales de mes le llegaron rumores de que Clodio se presentaba a tribuno pero, voluble como era, ya se había vuelto contra César. Cicerón, tan iluso como siempre, echa las campanas al vuelo y da todo su apoyo a Clodio. El amigo que le había confiado el rumor, no era Ático sino Curio, al que, casualmente, se había encontrado en la Vía Apia (suponemos que la maricona de Curio ignoraba que Cicerón había sido el creador del ingenioso mote "la hija pequeña" con que toda Roma lo conocía).
Curio era el aliado más próximo a Clodio, y destacaba por su falta de escrúpulos y su conducta disoluta.

Era notoria su relación con el sobrino de Híbrida, un joven y apuesto Hércules que respondía por Marco Antonio. Se decía que éste se vestía de mujer e interpretaba el papel de esposa de Curio, como más tarde se encargará de recordar Cicerón.
Curio decidió desafiar abiertamente a César. Ya no se hablaba de él como "la hija pequeña de Curio", sino que su atrevimiento se alababa como el coraje de un verdadero patriota.
Pero Clodio no estaba por la labor. Sabía que el caballo ganador era el Triunvirato, así que tenía un plan: hacerse dueño de la calle. Para eso tenía que atraerse al populacho. Una vez logrado su objetivo iba a venderse al mejor postor, y, por supuesto, pensaba machacar a Cicerón.

Enero-58.- Clodio consigue que se apruebe una ley que permite las asociaciones, los collegia, que daba vía libre a las bandas de matones.

Los collegia estaban basados en el sentimiento de grupo que conferían los numerosísimos barrios de Roma (los vici). Así se creó una estructura mafiosa en cada barrio que intentaba suplir el abandono administrativo a que estaba sometida la plebe.

Cicerón dio el plácet a esta ley, a cambio de la promesa de Clodio de no procesarlo por las ejecuciones de los conspiradores (Ahora, Catilina era un héroe para el pueblo). Ese mismo día, Clodio y sus macarras ocuparon el templo de Cástor. Ése iba a ser su cuartel general.
Pronto se hacen los amos de la ciudad. También intervienen en los juicios apaleando a los jueces hostiles.
Y por fin le tocó el turno a Cicerón; Clodio propone y logra que se apruebe una ley que decía: "Quien haya hecho morir a un ciudadano romano sin un proceso regular, que sea exilado".
Cicerón se da cuenta de lo estúpido que ha sido en confiar en esa sabandija, se ve solo y pide ayuda a César; éste se encogió de hombros ¡no podía hacer nada, tal vez si se uniera al Triunvirato...!
Entonces prueba suerte con Pompeyo. Todavía confiaba en que el Magno pudiera recuperarse para la causa republicana; a fin de cuentas siempre había licenciado sus imponentes legiones, y los triunfos en Oriente, la provincia más rica del orbe, no debían desdeñarse. Pompeyo, tan falto de cariño en esos días, se sintió halagado por las muestras de admiración del ilustre ex-cónsul, y en un momento de debilidad se sinceró con él y le reveló que estaba bastante arrepentido del invento triunviral. A Cicerón le faltó tiempo para cascarlo, lleno de entusiasmo y de esperanza. Como era de esperar, el rumor llegó a oídos de César que se ratificó, de forma inexorable, en que Cicerón debía largarse de la Urbs. Pompeyo accedió avergonzado, eso sí, avisó a Clodio de que no se pasara con el pobre orador; y ciertamente no le pusieron la mano encima, pero montaban guardia ante su casa para freírlo a boñigazos en cuanto salía a la calle.
En vista de que Pompeyo no se ponía en contacto con él, decidió ir a ver a su nuevo amigo. El portero le dijo que no había nadie en casa: el Magno, incapaz de mirar cara a cara al hombre al que había traicionado prefirió escapar por la puerta de atrás. Cicerón, que no era tonto, comprendió la situación.
Esa misma noche, al amparo de la oscuridad, buscará el exilio. Acabará en Macedonia.
Al día siguiente Clodio y sus ratas irrumpen en la masión de Cicerón y, tras saquearla, proceden a demolerla. Como tribuno, presenta una propuesta de ley para declararlo criminal. En el solar de su casa se erigirá un templo a la Libertad, el resto de la finca se la anexionará el propio Clodio, que jubiloso "se parangonaba a Pompeyo, el hombre más poderoso de la República".
¿De veras Clodio se había convertido en el cuarto triunviro? Debemos desechar esa idea común a muchos historiadores de que este personaje era un títere en manos de César. Su conducta era plenamente autónoma, si bien procuraba no enfrentarse con los triunviros, pero cada vez iba más lejos en sus acciones y estaba siendo un estorbo para todos.
Pompeyo estaba incómodo y rabioso consigo mismo. Tenía el poder, pero no el afecto de la gente, y a los pocos que aún sentían admiración por su persona los traicionaba. Menos mal que tenía el refugio de su jovencísima esposa, la sin par Julia, hija de su colega triunviral, con la que se había casado por conveniencia pero que pronto quedaron irremediablemente heridos por la flecha de cupido. Esa muestra de amor conyugal era rechazada en Roma; una esposa estaba para dar hijos y prestigio social. Para el amor ya estaban las esclavas y las "mujeres del cobre". Nadie mejor que Clodio para captar este giro de la opinión pública, ¿no sería Pompeyo un payaso sobrevalorado? Valía la pena correr el riesgo de comprobarlo.
El primer ataque fue revisar los pactos de Oriente, su más preciado logro, y el principal motivo por el que Pompeyo aceptó el Triunvirato. Clodio, por su cuenta y riesgo, secuestró al príncipe Tigranes que seguía de rehén en Roma y lo mandó directamente a su tierra. Los hombres de Pompeyo que intentaron evitarlo recibieron una paliza.
Luego, sus matones abucheaban a Pompeyo cada vez que salía al Foro, lo que equivalía, según las costumbres romanas, a una clara amenaza de muerte. Se hacían escarnios públicos del gran general, donde Clodio se burlaba de la pasión que sentía por su esposa acusándolo de afeminado, ¡precisamente Clodio, la maricona más afectada de toda Roma!
Marco Antonio, tras su desafortunada relación con Curio, decidió probar con las mujeres, y empezó con la de Clodio, la bella Fulvia, tan necesitada de cariño. Evidentemente la amistad entre ambos caballeretes quedó gravemente resentida, y acabaron amenazándose de muerte. A la vez, la hermana de Clodio, la inefable Clodia, viuda desconsolada, cayó en los brazos amorosos de Marco Celio, el gran calavera.
La chulería de Clodio llegó hasta el extremo de rodear la casa de Pompeyo sin dejarlo salir. Una situación increíble para el hombre más grande de la República. El Senado asistía impasible a las tropelías de este pandillero.
Mas Pompeyo no era Cicerón, y tenía preparado su pequeño ejército de violentos; el hombre de paja era Tito Anio Milón, un auténtico bestia, que esperaba ser nombrado tribuno en cuanto Clodio acabase su mandato ¡Qué dulce es la venganza!.

Marzo-58.- César parte hacia la Galia. Al poco llegan noticias preocupantes, 360 mil helvecios -hombres, mujeres y niños- querían asentarse hacia el oeste, para ello necesitaban cruzar la Galia Cisalpina. Mientras el gobernador de la provincia les da largas, César los ataca a traición y los masacra. Muchos senadores calificaron el acto de cruel y gratuito, pero el pueblo aclamó a Cayo como vencedor. Lo que más temían los romanos era un galo a caballo, todos los años conmemoraban la invasión de Brenno crucificando varios perros como castigo por aquellos canes que no ladraron en el Capitolio, en tanto que las ocas eran llevadas sobre cojines de púrpura y oro a contemplar el espectáculo. Cosas de romanos.
Los galos comprendieron que Roma estaba tramando algo y se prepararon para defenderse ante una posible invasión; ésta será la excusa que permita a César iniciar la guerra.
Con la campaña de la Galia, César va a cambiar la base de su fuerza -el apoyo popular- por el más efectivo y seguro apoyo militar. Y en todos los ámbitos se muestra Cayo como un genio: sea como demagogo, como estadista o como soldado. Eso por no hablar de sus triunfos amorosos.
Y como guerrero pronto demuestra que está a la altura de Alejandro o de Aníbal; la leyenda se va consolidando.
Lo cual no significa que abandone la política. En la Urbe tiene una nutrida red de agentes que lo mantienen puntualmente informado, a cuyo frente están Opio y Balbo.
Quien ya no tiene nada que ver con César es el canalla de Clodio, que termina su tribunado, y Milón, como era de esperar sale elegido. Lo primero que hace es procesarlo por violento, pero Apio, pretor y hermano de Clodio, logró que se retirasen los cargos. A continuación, para demostrar que lo de violento era una difamación, toma por asalto la casa del nuevo tribuno, pero le sale el tiro por la culata, porque Milón acude con su banda de veteranos pompeyanos y aguerridos gladiadores. Fue el principio del fin de la partida de la porra de Clodio.
Pompeyo ve con alivio cómo poco a poco las calles son suyas, pero necesita dominar también el Senado, y esa tarea sólo puede llevarla a cabo un hombre de prestigio inmaculado: Cicerón. Movió Roma con Santiago para recabar los votos necesarios para su regreso, incluso consiguió, a regañadientes, el plácet de César.

57.- La conquista de las Galias tuvo mucho de Far-West. Se comerciaba abundantemente con sus habitantes; uno de los productos que mejor se vendía era el vino: "acababan tan ebrios que, o se dormían o se volvían locos". Para Roma era un negocio tan lucrativo que se prohibió la venta de viñas a "las tribus más allá de los Alpes" (Cicerón), y a los galos no les quedaba otro remedio que morir al palo de los bodegueros romanos. En época de César, la tasa de cambio estaba en una jarra de vino por esclavo. Para los jefes de las tribus, el vino era más valioso que el oro, y las aldeas andaban guerreando entre sí para capturar esclavos y cambiarlos por moyate, con el consiguiente debilitamiento de su capacidad militar.
Los germanos aprendieron la lección y llegaron a "prohibir que [el vino ] se importara a su país, porque creen que los hombres se vuelven blandos" (César).
Así pues, las Galias no eran un país ignoto y misterioso, sino un territorio perfectamente explorado y documentado. César sabía dónde iba y con quien se las veía. Sus espías le informaron que se había formado una coalicion de Belgas -los más alejados de la influencia romana, y por tanto los más bravos- que reunía 240 mil hombres armados. No se dejó impresionar, confiaba en la demoledora eficacia de sus legiones, cuanto más al norte avanzaba más se fragmentaba la alianza de los Belgas. Las tribus que optaban por someterse eran tratadas con ostentosa magnanimidad, las que ofrecían resistencia eran exterminadas. Mientras César llegaba hasta el Mar del Norte, uno de sus generales, Publio Craso (brillante hijo del triunviro) alcanzaba la costa oeste. "La paz -escribió César triunfante- ha llegado a toda la Galia".



El entusiasmo en Roma fue apoteósico; se le concedieron a César quince días de agradecimiento público, cinco más que a Pompeyo en el 63.
Pero Cayo sabía que no debía dormirse en los laureles, la paz gala estaba asentada en muy inestables cimientos. La coyuntura romana era todavía más precaria, así que tenía un ojo puesto en los jefes galos y otro en los líderes romanos.

Verano del 57: CICERÓN.- Tras dieciocho meses de amargo exilio, por fin D. Marco Tulio regresa a la patria, lo acompaña su queridísima hija Tulia: "No sólo he vuelto a casa, sino que he ascendido a los cielos".
Pero sabía que, a pesar de todos los vítores plebeyos, el gran triunfador era Pompeyo; a partir de ahora sería la voz de su amo en el Senado.
Clodio no se daba por vencido y descargó su rabia contra el ex-cónsul, atacándolo físicamente y quemando la casa de su hermano. Además llevó a juicio a Milón. Allí se desató una descomunal batalla campal, en la que Clodio casi deja la piel y Pompeyó tuvo que huir magullado. El origen del altercado fue que Clodio empezó a cantar: "¿Quién quiere un viaje a Oriente?" -en clara alusión al gobierno de la provincia asiática- "¡Pompeyo!", gritaban los matones, "¿Y quién queremos que vaya?" La respuesta no pudo ser más odiosa para el Magno: "¡Craso!". Estaba claro que el tercer triunviro, bastante silencioso hasta el momento -como era habitual en él- estaba clavándole un puñal por la espalda. El Triunvirato estaba acabado. El Senado también se puso contra Pompeyo y lo acusó de ser el responsable de los disturbios. De paso, los enemigos de César comenzaron a afilar los cuchillos.

Primavera 56.- Lucio Domicio Ahenobarbo era hombre valiente, con una arrogancia que lindaba con la estupidez. Era además obscenamente rico, de impecable cuna y cuñado de Catón. Se presentó al consulado recordando que su hermano había sido ejecutado por Pompeyo en los oscuros días de la Guerra Civil y anunciando que anularía el mando de César; la Galia Transalpina había sido conquistada por su abuelo y consideraba el mando un derecho hereditario, y a Cayo un intruso. El Senado en pleno le dio su apoyo.
Parecía que se cerraba la etapa de César y Pompeyo. Pero César no pensaba lo mismo.

Abril 56.- A todo cerdo le llega su San Martín, y Marco Celio fue procesado por la muerte de un embajador. Detrás estaba la tortuosa mano de Clodia, ya cansada y enfrentada a su amante. Ninguno de los dos querían hablar de sus tormentosas relaciones, pues ambos tenían muchos trapos sucios que ocultar. Claro que no contaban con el recto Cicerón, que no pensaba desaprovechar la ocasión de atacar a sus queridísimos amigos los hermanos Claudio Pulcher (de los Claudio Pulcher de toda la vida).
El brillante orador comenzó acusándola de ramera, -un buen principio- y exculpó a su defendido de mala fe. Al centrar la atención en el escabroso tema sexual, la muerte del embajador pasó a un segundo plano, y Marco Celio salió absuelto. Protegiendo a Cicerón y a Celio estaba el intocable Craso, por lo que Clodio se tragó la rabia y no llevó a cabo ninguna de sus violentas monstruosidades.

Mientras tanto, César ejecuta su golpe maestro. Citó en Rávena, ciudad de su jurisdicción, a Craso y a Apio Claudio Metello (de los Claudio de toda la vida). Allí mantuvieron una reunión secreta. Luego Craso volvió a Roma, mientras que Apio y Julio se reunieron con Pompeyo en Lucca, quedando en secreto los pactos acordados. La clave residía en que a César le importaba un rábano la cota de dinero o poder que obtuvieran sus colegas, él tan sólo necesitaba cinco años más en la Galia. Luego ya se vería lo que podría pasar, pero la Galia era el medio que le iba a permitir hacerse inmensamente rico y absolutamente poderoso.
Cuando Pompeyo regresó a Roma, todos sabían que el Triunvirato se mantenía en pie.
Cicerón siguió aceptando su humillante papel de mamporrero triunviral en el Senado, y lo primero que hizo fue defender la prórroga de César como gobernador de la Galia. Ahenobarbo le dijo de todo, pero el éx-cónsul respondió cínicamente que "se movía con los tiempos", sabiendo, en su interior, que era un miserable.
¿Y qué había sacado Apio Metello de todo esto? Pues ser apoyado para el consulado del 54; a cambio, su hermanísimo, la maricona de Clodio, apoyaría a los triunviros. Ver para creer. Desde luego César era un genio.
Ahora el objetivo era asegurar que las elecciones consulares se pospusieran hasta el 55 para dar tiempo a que Roma se llenara con los votantes de Pompeyo y César que debían acudir desde todos los rincones de Italia y de la Galia (D. Julio les había dado pase pernocta a sus legías para que fuesen a Roma de paisano).
Todo el que pretendía adelantar las elecciones recibía la visita de los chicos de Clodio, que habían vuelto con fuerza renovada (no hay nada como una palmadita en la espalda por parte del poder). Incluso intentaron pegarle fuego al Senado. El escándalo iba creciendo, al igual que las sospechas ¿acaso pretendían Pompeyo y Craso presentarse al consulado del 55? Craso respondía con evasivas, pero en un momento dado Pompeyo cantó de plano.

Enero-55.- Catón y Ahenobarbo se niegan a abandonar la lucha; por la noche se colocan en lugares estratégicos para controlar la limpieza de las elecciones que van a producirse al día siguiente, pero son descubiertos por los granujas de Clodio. Catón recibe una brutal paliza, pero ambos consiguen escapar.
Pompeyo y Craso ganaron su segundo consulado, mas ahí no quedó la cosa, impugnaron la pretura lograda por Catón y se la adjudicaron a sus títeres. De nuevo escándalo, silbidos y terrible refriega. En la pelea, la túnica de Pompeyo queda salpicada de sangre; la prenda es enviada a casa para que sea lavada, y Julia al verla se teme lo peor y cae desmayada, perdiendo el hijo que esperaba. Era una señal inequívoca de los dioses: la República está siendo abortada.
Los tribunos títeres presentaban leyes escandalosas que daban un poder ilimitado a los triunviros, como el gobierno durante cinco años en las provincias más ricas, mando sobre legiones y capacidad para declarar la guerra y firmar tratados.

CÉSAR.- Mientras tanto, César sigue dando golpes de efecto que multiplican su prestigio. Así, para castigar a unas tribus germánicas que han osado cruzar el Rhin, ordenó construir un grandioso puente de madera. Día a día, desde la otra orilla, contemplaban atónitos los bárbaros el desarrollo de tan colosal artificio. Una vez concluido, cruzó César con las legiones, hizo una terrible razia de castigo y regresó a la Galia, destruyendo el magnífico puente que tanto esfuerzo había costado.
A D. Julio le encantaban los procesos destructivos, como aquella vez que arrasó su villa romana. Era como un niño.
Corrían rumores de que en el norte del mar de la Galia había una isla enorme sumida en brumas eternas. Se contaba que sus habitantes eran caníbales y, lo que es peor, ¡bebían leche!.

Julio-55.- César arriba a los acantilados de Kent.
El espectáculo es digno de maravilla, era como viajar en el tiempo: unos tipos de largos bigotes, con el cuerpo tatuado de azul, corrían a toda velocidad sobre sus carros de guerra, igual que Héctor y Aquiles en la llanura troyana.

Nadie se atrevió a saltar, hasta que un aquilífero se arrojó a las olas y fue hasta la playa. Por vergüenza lo siguieron sus camaradas.

Hubo escaramuzas saqueos, aldeas quemadas, toma de rehenes y rápido regreso a la Galia; sólo se trataba de propaganda.
Y funcionó. Para el pueblo romano, la payasada británica fue comparable a la conquista de la Luna en el s. XX. Todos deseaban que la isla entera fuese sometida y se civilizara a los salvajes. Menos mal que Catón mantenía la cordura y sacudía la cabeza, advirtiendo sombrío sobre la hybris y la cólera de los dioses.
Mientras César cruzaba el Támesis en busca de los escurridizos britanos, llegaron noticias alarmantes: la cosecha de la Galia había sido desastrosa y la rebelión era inminente. Regresó a toda prisa, todo lo conquistado se desmoronaba por momentos. Una legión ya había sido masacrada.
Y es que con razón se ha hablado, respecto a este primer bienio del conflicto de "Galia conquistada sin serlo". Los despachos que César enviaba a Roma mostraban una Galia sometida tras brillantes victorias, pero la realidad era muy otra.
Cuando Cayo llega a la Galia, la mayor parte de las tribus habían abandonado la monarquía e instaurado un gobierno aristocrático. Este régimen oligárquico iba ganando terreno, llegando hasta la misma Germania. Pero incluso donde se mantenían los reyes, su poder estaba muy limitado por las asambleas populares y, sobre todo, por los druidas, a quienes habían de consultar cualquier acción de gobierno.
Este cambio político puede achacarse a la formación de una clase económicamente fuerte y emprendedora que además de una clara toma de poder promoverá el desarrollo urbano. A esta prosperidad económica contribuirá de modo decisivo el comercio con Roma, que también transplantará modelos políticos y culturales.
La conquista de la Galia fue una complejísima y ardua filigrana de genio político y militar aderezada de crueles y salvajes matanzas, masacres indiscriminadas de población civil y viles actos de traición. No todo fueron luces en los actos cesarianos.

ROMA.- Una vez repuesto de las heridas infligidas por los matones de Clodio, Catón se dirige a casa de Pompeyo para advertirle que no dé más poder a César y que revoque las órdenes que ampliaban su mandato otros cinco años. ¿Acaso no veía que estaba alimentando a un mónstruo peligroso que pronto se volvería contra el mismo Pompeyo? Pero el Magno rió desdeñoso; estaba más seguro que nunca de su poder. Acababa de inaugurar en los Campos de Marte su fastuoso teatro-complejo inmobiliario. Aquello fue lo nunca visto.
Para celebrarlo organiza unos juegos con todo tipo de fieras: tigres, leones, monos, leopardos y elefantes. Veinte elefantes, veinte, que fueron muertos a lanzadas; su barritar lastimero enterneció a la plebe que, ahogada por el llanto, maldijo a su benefactor ¡vaya por Dios! Y es que estos romanos estaban locos; asistían entusiasmados a las carnicerías entre gladiadores y no soportaban la agonía de un elefante. Cicerón nos cuenta que se aburrió solemnemente.
No sabemos si debido a la matanza de elefantes, o al obsceno exhibicionismo de lujo y poder, pero el pueblo le retiró su afecto. En las votaciones de Noviembre salieron elegidos cónsules Domicio Ahenobarbo y Apio Claudio. Teóricamente, este último era hombre de Pompeyo, pero a estas alturas no era nada de fiar. También salió elegido Catón con el cargo de Pretor. Catón el insobornable, Catón el referente moral, Catón el Pepito Grillo de la conciencia nacional.

Primavera-54.- Cuando Craso marchó a Siria, nadie salió a las calles a despedirlo. Sólo un etrusco frente a un brasero encendido recitaba un terrible salmodio en su arcaica lengua: era una maldición.
Craso llegó a Oriente dispuesto a llegar hasta el nacimiento del Sol: donde no se había atrevido a seguir Alejandro llegaría él. Decían que en Persia había una montaña de oro puro, que la India entera estaba rodeada de una muralla de marfil, que en China unos pequeños animales tejían seda, bueno esto último nadie se lo creía, pero lo demás era absolutamente cierto. El hombre que conquistara estos países sería el ser más poderoso del Orbe.
Pero antes había que sortear una bagatela, un mero formalismo, una pequeña nación con la que tanto Lúculo como Pompeyo habían firmado tratados de paz: el reino de los Partos. La verdad, no comprendía Craso a santo de qué tantos miramientos con esos asiáticos cobardes y afeminados (todos los asiáticos eran cobardes y afeminados).
Verano-54.- Craso franquea el Eúfrates y toma varias ciudades fronterizas partas. Los afeminados partos exigieron su retirada inmediata. Perfecto, ya tenía la guerra que buscaba. Pero un avaro como él no podía seguir alegremente sin saquear cuantos tesoros encontrara a su paso, por ejemplo, desvalijó el Templo de Jerusalén, como dice Plutarco "los días se le pasaban encorvado sobre las balanzas"; con tanto dinero a su alcance, logró reclutar un imponente ejército: 50 mil hombres en total, comandados por su hijo, el brillante Publio, que tan bien sirviera a las órdenes de César.
Septiembre-54.- Y mientras Pompeyo va perdiendo el respeto del Senado y el amor del pueblo, también perderá en un mal parto a su amada esposa y al hijo que esperaba. Tanto César como Pompeyo quedaron destrozados, extinguiéndose a la vez el nexo que los unía. Cuando llegue la noticia del desastre de Carras, todo el mundo sabrá que la alianza César-Pompeyo está acabada.
Primavera-53.- Craso cruza el Eúfrates, la frontera del reino Parto; fue el alea jacta est de Craso. Pronto se las verá con el ejército de mariquitas. Pero los días pasan, y frente a las legiones sólo se abre el espació infinito y el sol abrasador del desierto. Casio Longino, cuestor y hombre sensato, apremia a su general para dar media vuelta. Aquello apestaba a emboscada. Y Craso, tan hábil para los negocios, ordena segir avanzando.
Hacía tiempo que seguían unas huellas de lo que parecía ser una división de caballería que, estaba claro, huían aterrorizados, pero pronto serán alcanzados y recibirán la primera lección del poder de Roma.
Y por fin aparecieron los cobardes afeminados, temblorosos en lo alto de las dunas, mientras las legiones, abrasadas por la sed, permanecían en una enorme depresión: la llanura de Carras. Pronto se dan cuenta de que el "temblor" es un efecto óptico del calor sobre el aire; en realidad están rodeados por la caballería parta. Publio intentó romper el cerco en un valeroso ataque al frente de su turma de élite de mil galos. Lo único que regresó fue la cabeza del bravo muchacho insertada en la pica de un jinete que, a pocos metros de las filas romana, se burlaba de las poderosas huestes.

De repente, una lluvia de flechas cayó sobre los extenuados y sedientos legionarios, y las tropas quedaron diezmadas.
Con la llegada de la noche, Casio Longino organizó la retirada. Cuando cruzaron el Eúfrates y pasó revista constató aterrado que atrás habían quedado 20 mil compañeros muertos, diez mil prisioneros; ni siquiera se habían salvado las águilas de las siete legiones. Era el mayor desastre desde Cannas.
Pero los males no habían terminado para Craso; los partos le ofrecen parlamentar, y picó como un pardillo. Fue rodeado y muerto.
La muerte lo salvó de un calvario mucho más humillante que tuvo que representar otro prisionero romano, al cual vistieron de mujer, escoltado por líctores cuyas fasces y hachas portaban monederos y cabezas de legionarios, luego lo hicieron desfilar jaleado por prostitutas.
Los partos conocían a la perfección las costumbres romanas, y la parodia del triunfo no podía ser más cruel y acertada.
La cabeza de Craso fue enviada al rey parto, y llegó justo cuando un famoso actor, Jasón de Tralles, estaba recitando una escena de un decapitado. Con los reflejos propios de un profesional, Jasón tomó el macabro trofeo e improvisó un adecuado monólogo que le granjeó una ovación apoteósica. No fue un mal final, después de todo.

ROMA.- Los consulados de Domicio y Apio habían sido un modelo de maldad y corrupción, intentaron amañar las elecciones para el 52. De nuevo reyertas callejeras entre bandas. La catástrofe frente a los partos había hecho valorar a los romanos las victorias del Magno en Oriente.
Siguen las peleas entre grupos rivales, nadie está seguro. Muchos murmuran que Pompeyo debería ser nombrado dictador. Pero éste, sabiendo que el tiempo juega a su favor lo rechaza ostentosamente. Fue la estrategia perfecta.
Catón, desesperado por neutralizar a Pompeyo tuvo el valor de apoyar a Milón, el turbio agitador de masas enemigo de Clodio. Tras haberle hecho todo el trabajo sucio, Pompeyo lo había abandonado en el arroyo. El Magno se alía con Clodio; pero esta vez, Milón decide que no va a ser cogido por sorpresa, y compra varias escuelas de gladiadores.
Por tercera vez en cuatro años se posponían las elecciones, y las bandas imponían su ley del terror.

CÉSAR.- A finales del 53 César puede anunciar al Senado que toda la Galia estaba pacificada.
Enero-52.- Nevaba sin cesar, las legiones estacionadas en el extremo norte del país quedaron aisladas. Un imponente noble galo llamado Vercingetorix logró una gran alianza de las tribus del norte y centro del país. Los organizó al estilo romano, tanto en lo militar como en lo impositivo. César les había enseñado a ser una nación, ahora ese logro se volvía contra él y lo amenazaba con destruirlo.
Aunque bien mirado podía ser una gran noticia; era la oportunidad para acabar de una sola vez y para siempre con la resistencia gala.
No había tiempo que perder; cruzando puertos de montaña cubiertos de nieve logró unirse a sus legiones del norte, luego se puso a buscar comida, pues la orden de Vercingetorix era la vieja táctica de "tierra quemada".
En el asalto a Gergovia César es rechazado. Será la primera y última derrota de su vida. Sus generales le aconsejan retirarse al sur. Eso nunca.
También Vercingetorix cree que está acabado, pero, una vez más, el romano le inflige una descomunal derrota. El jefe galo se refugia en la inexpugnable ciudad de Alesia (al norte de la actual Dijon) esperando refuerzos.

César la rodeó con un gigantesco muro de tierra de 25 Km. de perímetro. Bueno, pensó Vercingetorix, tenemos comida para 30 días. Pero el mes pasó inexorable, y, ante el hambre, el jefe galo tuvo que expulsar de la ciudad a mujeres, ancianos y niños. Allí quedaron, a la vista de los galos, viendo como sus famililares morían de hambre y frío. El prestigio y la autoridad del galo cayeron en picado.
Y por fin llega la tan ansiada noticia: 200 mil galos acudían al rescate. Entonces Julio construyó otra muralla exterior, frente a la que se estrellaron los ataques galos.

Al anochecer, los atacantes lograron romper las defensas del norte, las dos legiones, a pesar de todo, resistían con bravura. Los de Alesia, al verlo, salieron con la intención de coger a los romanos en pinza; la situación parecía perdida cuando, de repente, igual que en una película, todo el mundo divisó en lo alto la capa escarlata de Julio César que acudía al rescate al frente de las últimas reservas frescas de la caballería, machacando por la espalda a los asaltantes. Los hombres de Vercingetorix, al oír los gritos de agonía de sus paisanos, comprendieron lo que sucedía y regresaron a refugiarse tras las murallas. Fue la victoria más grande de César.
A la mañana sigiente, Vercingetorix salió a caballo de Alesia vistiendo su más reluciente armadura y se arrodilló a los pies de su conquistador.

Pero Cayo no estaba para nobles gestos, sin más contemplaciones, lo cargó de cadenas y se lo llevó prisionero. La guerra no había terminado pero estaba ganada.
La conquista de la Galia supuso un millón de muertos y otro de esclavos. Todo un genocidio.
César regaló un esclavo a cada soldado, para ganarse más aún su adhesión. Y Catón le gritaba al Senado: "Mucho más que los hijos de los britanos y de los celtas debéis temer a César".



ROMA.- El 18 de enero del 52, Clodio y Milón se encontraron cara a cara en la Vía Apia. Los gladiadores de éste los superaban en cantidad y calidad. Clodio acabó sus días desnudo y desmembrado junto a un santuario de la Bona Dea; la diosa lo castigaba por aquel lejano sacrilegio en la mansión de César.
Su cadáver fue colocado en una pira dentro del Senado y le pegaron fuego. Una vez más ardía el ediicio que simbolizaba la grandeza republicana. Alumbrados por el resplandor del incendio, la guerra entre bandas alcanzó una cima de embriagador salvajismo.
Ahora sí era el momento; incluso Catón le rogó a Pompeyo que asumiera la dictadura. Bíbulo, en nombre del Senado, hizo la petición de modo oficial.
Pompeyo metió en la ciudad sus legiones, que se merendaron a los pandilleros sin contemplaciones.
Milón fue llevado a juicio por el asesinato de Clodio. Cicerón se iba a encargar de su defensa. Roma estaba tomada por los soldados. El prestigioso orador esperaba dar el discurso de su vida, pero al ver la ciudad militarizada, y al hacer recapitulación de su vida y repasar las traiciones a sus principios, se vino abajo y empezó a tartamudear. El gran orador estaba acabado.
Milón fue desterrado a Massillia, y la paz volvió a la Urbs. Catón felicitó a Pompeyo; éste no cabía en sí de gozo, por fin tenía el amor del pueblo y el respeto de los senadores, y de entre todos, el que más ansiaba: el de Catón.
Entre tanto, César le buscaba una nueva novia; la afortunada sería Octavia, su sobrina nieta, hermana de Octaviano. Pompeyo, de nuevo con las riendas del poder firmes en su mano, declinó el ofrecimiento; seguían siendo amigos pero cómo y hasta donde quisiera él. La elegida fue la viuda de Publio Craso, la bella y cultivada Cornelia Escipión, de los Escipión de toda la vida. Su padre, Metelo Escipión, sólo tenía el nombre; por lo demás podría definírselo como empresario teatral en su versión de espectáculos pornográficos. Como dote, Pompeyo propuso a su nuevo suegro que compartiera con él su "consulado excepcional" (así se definió jurídicamente a instancias de Catón esta peculiar dictadura). Nadie se opuso. Pompeyo volvía a ser el "Magno" por derecho propio; todo el mundo buscaba su amistad, y estaba enamoradísimo de Cornelia. Esto era el paraíso.
En el terreno anecdótico diremos que un nuevo y monstruoso teatro le iba a hacer compañía al de Pompeyo; lo construyó Curio, el brillante calavera íntimo amigo de Clodio. Curio se especializó en representar combates contra panteras, afición que compartía con Celio, otro genial crápula. Había que ganarse al pueblo.
Curio, fiel a la memoria de su amigo Clodio, se dedicó a consolar a Fulvia, su viuda, y lo hizo con tanta entrega y dedicación que acabó casándose con ella.
Celio, erre que erre, seguía en su querella contra Clodia y su hermano. En el 52 obtuvo el tribunado, dedicándose a apoyar a Milón, aunque, como hemos visto, no sirvió de mucho.
También propuso, junto con los otros 9 tribunos que César pudiese presentarse a elecciones consulares sin salir de la Galia (In absentia). Ni Catón ni la legión de enemigos cesarianos estaban dispuestos a consentirlo; más bien estaban deseando que acabara su mando para llevarlo a los tribunales. Pompeyo quiere parecer neutral pero se le olvida la propuesta tribunicia y pone en vigor la "Lex de imperio magistratuum" que confirmaba la obligación de que los candidatos estuviesen presentes en Roma. César protesta y Pompeyo le pide disculpas por el lapsus, y dijo que ya no había remedio porque la ley ya estaba fundida en bronce y archivada en el erario.
Bueno, al menos este incidente sirve para confirmarle a Cayo que está totalmente solo, ya ni a sus tribunos hacen caso. Así que, para ganarse adhesiones, no cesaba de inyectar miles de sestercios en sobornos a través de sus partidarios.
El siguiente golpe bajo lo llevó a cabo el cónsul Marcelo, con una ley inaudita y llena de provocación: anulaba la concesión de ciudadanía a los colonos asentados por César en virtud de la rogatio Vatinia. Según Marcelo, la derogaba porque tal ciudadanía habíase concedido "per ambitionen" (o sea por intrigas electorales). Estaba claro que iban a por Cayo, pero él repetía una frase muy significativa: "Será más difícil conseguir sacarme del primer puesto y hacerme retroceder al segundo que, eventualmente, arrojarme después al escalón más bajo". También tenía a todas horas en la boca -según Cicerón- los versos de "Las Fenicias" de Eurípides, en las que Eteocles dice: "Si es necesario violar el derecho, hay que hacerlo por la conquista de la tiranía [...] en todo lo demás es necesaria la total corrección".
Un enemigo de César como era Tito Ampio Balbo citaba otra frase suya no menos esclarecedora: "Sila demostró ser un analfabeto desde el instante en que dejó la dictadura" (Sullam nescisse litteras qui dictaturam deposuerit).
51.- Todos esperaban que Pompeyo terminase de darle la puntilla, pero dudaba. Catón le advertía del peligro que suponía un César con más legiones que el "cónsul de excepción", y al final el Magno cedió: César abandonaría el mando en la primavera siguiente.
En la Galia la paciencia de César se agotaba, y por ejemplo en el asalto de Uxeloduno corta la mano a todo el que había empuñado un arma contra él. D. Julio está de mal humor, las cosas no están saliendo a su gusto.
Cicerón estaba de gobernador en Cilicia, y "descubrió con estupor e indignación -escribe con elegante ironía Arnold Toynbee- que Bruto, que en Roma presentaba una imagen de sí mismo tan austera e impecable, invertía su capital en la usura con intereses exhorbitantes en las propiedades y en los protectorados de Roma en Oriente". Y es que, ya en el 56, los amigos de Bruto en el Senado habían logrado que se aprobase una ley que aumentaba la tasa de interés de los habitantes de Salamina (o sea, de los deudores de Bruto) del 1% al 4% mensual, es decir, un 48% anual. "En un primer momento sentí un escalofrío" comenta Cicerón, pero al final no hizo nada, "de todos modos -concluia con amarga ironía- tendremos la aprobación de su tío"; con lo cual nos está diciendo que Catón era un solemne hipócrita.
50.- Ahora que la ruptura está consumada, Pompeyo necesita el apoyo de un gran tribuno, de un peso pesado, pues todos están en la nómina de D. Julio y no hacen más que vetar cualquier ley que pueda afectarle negativamente.
El más capaz y carismático es Curio, que cosechaba la recompensa de tanto teatro y tanta pantera despanzurrada, y era enemigo de Cayo. Así que Pompeyo no tuvo problemas para ganarlo a su causa; ya no habría más vetos. La estrella de César empezaba a declinar. ¿Seguro? A finales del invierno Roma se despierta convulsionada por la gran noticia: Curio se ha cambiado de bando. César seguía siendo el genio más endiabladamente astuto de la República.
Para explicar lo que estaba pasando tomaremos el análisis de Petronio acerca de la última generación de la República: "Para entonces, el conquistador romano tenía todo el mundo en sus manos, el mar, la tierra y el curso de las estrellas. Pero todavía quería más". Y para lograr "más", tarde o temprano había de sucumbir la República. Y aunque ninguno de ellos quería pasar a la Historia como su asesino, tampoco movían un dedo para curarla de su agonía.
Curio vetaba una tras otra todas las propuestas que pretendían privar a César de su mandato. Cuando Catón advirtió a Pompeyo de la gravedad de la situación, y de que tenía que hacer algo para traer a César a Roma como ciudadano particular, dio media vuelta y se fue a la cama. Y ahí estaba día y noche, sin levantarse ni querer ver a nadie. Fuese la enfermedad real o imaginaria, toda Italia se estremeció de angustia ante la posibilidad de que le ocurriese algo. A lo largo y ancho del país se ofrecieron sacrificios para su pronto restablecimiento.
Y los dioses debieron de escuchar las cuitas de los quirites, pues un buen día, Pompeyo se levantó radiante y feliz. Ahora que comprobaba cuánto lo adoraban sus conciudadanos ya estaba listo para la guerra. Pero, ¿dónde estaban las tropas que podrían hacer frente a los curtidos legionarios de Julio? se preguntaban los seguidores del Magno, y éste respondió tranquilo: "Sólo tengo que dar una patada y por toda Italia se alzarán del suelo legionarios y turmas de caballería" Frase tan preciosa como retórica.
Ahora que se avecinaba lo inevitable, había que tomar partido. Cicerón opinaba que "en tiempos de paz [...] es importante apoyar a la facción que lleva razón, en tiempos de guerra a la más fuerte".
Las elecciones consulares se prometían conflictivas. Por un lado se presentaba el epítome de la altanería, el resentido Domicio Ahenobarbo; por otro, la mano derecha de César, el brillante general Marco Antonio.
Mientras se enseñaban los dientes unos y otros, murió Hortensio, dejando el mayor zoológico privado de Italia, diez mil botellas de vino y el puesto de augur. Domicio consideró suya la plaza, pero se la pisó su rival de consulado (posiblemente sólo quería las diez mil botellas). Ahenobarbo se puso incandescente de furia.
Diciembre-50.- César propone al Senado por boca de Cayo Escribonio Curión (a quien le había pagado todas sus deudas, que ascendían a la friolera de 600 millones de sestercios) que tanto él como Pompeyo renuncien al mismo tiempo a sus mandos. Se aprobó dicha solución con 370 votos a favor por 20 en contra.
No corto ni perezoso, uno de los dos cónsules, Cayo Claudio Marcelo, anticesariano recalcitrante se dirigió a la Villa de Pompeyo en las colinas Albanas; allí, ante la mirada de un gran número de senadores y una expectante multitud, Marcelo le entregó una espada: "Te encargamos marchar contra César y rescatar a la República", y Pompeyo respondió: "Lo haré, si no se encuentrá otró medio".
Asumió el mando de dos legiones en Capua y empezó a reclutar nuevas levas. Todo esto era vergonzosamente ilegal, y los partidarios de César empezaron a denunciarlo y a tomar posiciones.
Cicerón fue de los pocos que valoró con certeza el peligro cesariano; muy pronto "temió las sonrisas de esa política suya como se temen las sonrisas del mar", sin embargo defendió in extremis las propuestas de compromiso que César no cesaba de elaborar con el fin de evitar el conflicto.
7-Enero-49.- Se proclama el estado de emergencia. Pompeyo trasladó sus tropas a Roma. Antonio, Curio y Celio se ven obligados a huir para salvar su vida, y parten hacia Rávena a uña de caballo. Allí seguía aguardando D. Julio con su única legión (la 13ª).

Entre el 10 y el 11 de Enero del 49.- Comprende que la persecución a sus tribunos significa la declaración de guerra y envía cinco cohortes al Rubicón. Pasó la tarde tomando un baño relajante y cenando animadamente con sus amigos, como si no pasara nada. Al anochecer alquiló el carro de un molinero, y con un puñado de fieles se dirigió al encuentro de sus hombres. Con tan mala fortuna que se perdieron, toda la noche estuvieron dando vueltas por el bosque, mientras en la frontera las tropas se impacientaban. Por fin, un pastor los guió hasta el río.
Allí estuvo un buen rato, sopesando los pros y los contras de iniciar una guerra fratricida. Un hombrón está tocando la flauta dulcemente, de pronto arranca una trompeta de las manos de un soldado y sopla con todas sus fuerzas, entonces César, como sacudido por los dioses grita: "¡Vayamos adonde nos llaman los prodigios de los dioses y la injusticia de los adversarios! ¡Lancemos el dado! (iacta alea est)", y las tropas, con devoción extática lo siguieron.
Evidentemente todo había sido un hábil montaje del genial Julito, desde el premeditado envío de las tropas a la orilla del río y tenerlas allí esperando todo el día para exacerbar su impaciencia, hasta el cornetazo final. Para ser exactos, la comedia se remontaba a varios días atrás. El encuentro con los tribunos "perseguidos a muerte" no fue en Rávena sino en Rímini, y hasta allí llegaron motu propio, sin que se les hubiera hecho violencia alguna. Y fue en Rímini donde César escenifica la parodia de que sus tribunos se han visto obligados a huir, y que la República y la libertad de la Patria está en peligro. Pero el objetivo era arengar a las tropas y lograr que se indignaran y que ofuscadas por la rabia y la impaciencia no les importase convertirse en proscritos e iniciar una guerra civil.
Y vive Dios que logró su objetivo.
La clave de las victorias cesarianas siempre había sido la sorpresa. Sirvió ante los bárbaros y serviría contra sus conciudadanos. Todos (yo el primero) habrían esperado la llegada de sus legiones de la Galia; en lugar de eso, César se precipitó hacia Roma en una carrera relámpago donde las puertas de todas las ciudades se le abrían de par en par (por delante enviaba carros de oro para ablandar los ánimos).
Eso no era lo que Pompeyo esperaba, y todos en la Capital estaban aterrados. César mantiene estrechos contactos con sus agentes en Roma -Opio y Balbo- y las cartas que reciben se las pasan también a Cicerón, para que constate el ánimo dialogante del rebelde. En el juego diplomático era César quien estaba ganando la partida, pues sus ofrecimientos de paz y conciliación eran notorios, en tanto que Pompeyo no movía un dedo por evitar el conflicto. Claro está que sólo a Cayo favorecía la paz.
La jugada maestra de César es dar una imagen magnánima y reconciliadora; no ejercerá represión sobre los vencidos, alejándose así del modo silano y logrando fervorosas adhesiones -síndrome de Estocolmo- entre los derrotados y provocando deserciones masivas entre las legiones pompeyanas. Esta solución, que resultará muy eficaz a corto plazo será, en definitiva, la causa de su muerte. Había olvidado la vieja máxima romana: "Ut quisque vicerit occidat".
Por eso, sus herederos políticos, con Octaviano a la cabeza, no cometerán el mismo error, y la represión será brutal. A la vez, en el campo pompeyano, nadie se corta un pelo en admitir que el futuro que a todos espera es el silano. Y así lo confirma el ínclito Cicero a su entrañable Ático: "Es increíble cómo ansía nuestro Cneo un dominio como el de Sila, te lo digo yo, que lo conozco bien".
En la Capital, todos esperan que Pompeyo tome una decisión, Favonio, íntimo amigo de Catón le dice a Pompeyo que a qué estaba esperando para dar la patada en el suelo. Pero éste ya daba la Urbs como perdida, y emitió una orden de evacuación, cualquiera que permaneciera en la Ciudad sería considerado traidor.
Para muchos, la elección era extremadamente difícil; por ejemplo Marco Junio Bruto, hijo de Servilia, gran amiga y amante de César (incluso se llego a especular con que era hijo suyo, lo cual es improbable, pues sólo se llevaban 15 años César y Bruto), sobrino y yerno de Catón, estaba estrechamente unido tanto a Cayo como a Pompeyo (a pesar de que el padre de Bruto había sido víctima de la represión pompeyana durante la 1ª Guerra Civil). De todos modos siguió al Magno; como decía César: "Bruto, no sabe lo que quiere, pero lo quiere intensamente".
Tampoco lo tenía nada claro Cicerón; y César que considera crucial el apoyo del orador para dar visos de legitimidad a su acción le escribe una carta solicitándole verlo "de modo que pueda valerme de tu capacidad de decisión, de la influencia que ejerces, de tu prestigio". César sabía dónde le dolía al Óptimo Senador, y con la adulación se derretía. El problema de Cicerón era que no sabía quién podía ser el ganador, pues su única preocupación era su propio pellejo.
Tras infinitas vacilaciones, nuestro Pater Patriae decide seguir a Pompeyo. Pienso que lo hizo porque si ganaba César sabía que éste le perdonaría la vida a pesar de que militase en el bando de su enemigo, pero si el vencedor era Pompeyo, la única garantía de salvar la piel era no haber apoyado a Cayo. Cicerón se va tras la estela pompeyana sin ninguna convicción y pensando que el Magno es un perdedor, y así se lo hace saber a Ático: "Pompeyo se deslizaba, mejor dicho se precipitaba hacia su ruina. Me di cuenta el 17 de Enero, cuando se había dejado dominar por el miedo. Aquel día entendí su modo de comportarse. Desde entonces no he logrado volver a apreciarlo, y él ha continuado cometiendo un error tras otro". Como podemos ver, la intuición de Cicerón no pudo ser más certera, Pompeyo era un perdedor porque no creía en su victoria. Luego, en la carta también deplora Marco Tulio que el Magno no haya intentado ponerse en contacto con él, y sentencia: "como en las cosas del amor suele alejarnos de una mujer el desaliño personal, la escasa inteligencia, la falta de delicadeza, así su vergonzosa fuga y su vergonzoso desinterés por mí han alejado el afecto que sentía por él [...] ¡no había nada digno por lo que valiera la pena que me asociase a él como compañero de fuga!".
Sin embargo, dejará claro ante César que él se mantiene neutral, pero que a la vez sigue siendo amigo de Pompeyo ¡Ay, pobre Cícero, siempre queriendo nadar y guardar la ropa!
Ha habido mucha polémica sobre la acción de abandonar Roma; yo creo que, visto lo visto, a priori no era una acción tan descabellada, pero desde el punto de vista psicológico supuso un golpe moral tremendo. Incluso se llegó al extremo de sugerir lo impensable: organizar la resisitencia desde las provincias; Sicilia sería para Catón, Siria para Metelo Escipión, España para el propio Pompeyo. Aquello parecía el reparto del imperio de Alejandro entre sus diádocos. El único que se negó a partir, dispuesto a plantar cara a César, fue Domicio Ahenobarbo, que se acantonó en Corfinium, aquella ciudad que los rebeldes italianos habían hecho su capital cuarenta años antes. Todo un símbolo. César llegó con sus cinco aguerridas legiones. Al verlos, los reclutas de Ahenobarbo se rindieron temblando. Cayo los perdonó encantado, aquello empezaba divinamente. Domicio fue entregado por sus propios oficiales, y también quedó libre; con esto se ganó la adhesión de muchos indecisos: César no era un nuevo Sila sediento de sangre. La noticia del "perdón de Corfinium" se extendió como mancha de aceite por toda Italia, y la península, que no quería guerra civil por nada del mundo, hizo causa común con Julio. En el fondo, a la gran mayoría les daba igual uno u otro contendiente. El mismo César comenta el grave error de Pompeyo de no enviar los refuerzos que le pidió Ahenobarbo, pues hubiera sido muy fácil bloquear a los rebeldes, pero Pompeyo no era tonto y no confiaba ni en la dos legiones que tenía en Roma (hacía poco que habían venido de la Galia) ni en los reclutas de Domicio; probablemente, de haber ido a su encuentro, la victoria de César habría sido aplastante y definitiva. El Magno prefería no correr riesgos, su táctica era la del lejano Fabio Verrugoso Cunctator frente a Aníbal: acosar y cortar los suministros. Yo creo que, ante un genio militar como César, era lo mejor.
Entre las filas de Pompeyo cundía el pánico. Estaban acantonados en Brundisium, fletando barcos de modo frenético para pasar a Grecia. Para huir a Grecia, decían todos. Las legiones de Cayo avanzaban a toda prisa para evitarlo.
Cuando llegó César, la mitad del ejército había partido. Intentó bloquear el puerto, pero la armada pompeyana era superior, y al final el Magno pudo escapar con todas sus fuerzas intactas.
La esperanza cesariana de una guerra relámpago se había esfumado. Ahora habría mucha, muchísima sangre.
Oriente, a diferencia de Roma, estaba acostumbrado a los reyes. Curiosamente, todos aquellos que por atacarlo sin piedad en los primeros tiempos lo habían echado en brazos de César, eran los que lo acompañaban en el exilio. El ejemplo más irónico, cuasi patético, era el del dignísimo Catón.
Afortunadamente, fue el prestigio "monárquico" del Magno el que permitió que las provincias orientales obedecieran sus requerimientos de refuerzos para la guerra. Ejércitos exóticos y variopintos comandados por príncipes como Deiotaro de Galatia, Ariobarzanes de Capadocia o Antíoco de Comagene, se sumaron a las clásicas legiones romanas. Y Pompeyo parecía, allí en Tesalia, el rey de reyes de todos estos archipámpanos, en vez de un austero cónsul romano.
Cicerón recelaba cada vez más de este Alejandro de pacotilla. Le cuenta a su querido Ático que Pompeyo le había confiado la estrategia para vencer a César: cortar el suministro de grano y dejar que Italia se muriera de hambre. Le dice a Ático: "No ha abandonado Roma porque no haya tenido la posibilidad de defenderla, ni ha dejado Italia porque haya sido expulsado; desde el principio, Pompeyo, ha fraguado el proyecto de revolver todas las tierras y todos los mares, de desencadenar a reyes bárbaros, de traer a Italia a pueblos salvajes armados, de juntar grandísimos ejércitos [...] ¡él aspira a un regnum sullanum!". ¿No había predicho la Sibila que Italia sería violada por sus propios hijos?
Y César tampoco se ganó el corazón de los romanos, por más que jugara la carta de la magnanimidad y repartiera grano a diestro y siniestro. César era la otra cara de la moneda, pero aunque disfrazara su ambición de demagogia, el resultado era que la República comenzaba a desangrarse. Y en el fondo de ese pecho latía el corazón de un déspota, como los hechos vinieron a demostrar en seguida.
Una vez entró en Roma, César exigió el derecho a apoderarse de los fondos de emergencia; después de todo, señaló cínicamente, ya no había motivos para temer una invasión gala (en clara alusión a su victoriosa campaña). Los senadores, muertos de miedo, iban a ceder, cuando el tribuno de la plebe Cecilio Metelo, con dos cojones, vetó la medida. César perdió los nervios, como en Uxeloduno, y ordenó a sus legionarios que reventaran las puertas del Templo de Saturno. Metelo se interpuso, y advirtió a Julio que, además de conculcar las leyes, estaba cometiendo sacrilegio. Pero César lo miró fijamente, y Metelo comprendió que la República había muerto, así que prefirió no pasar a la historia como un mártir, y dejó expedito el camino.
El botín ascendió a 45 mil lingotes de oro y plata (que substituyó por otros de bronce bruñido, según Suetonio) y más de 30 millones de sestercios. Y es que cuando D. Julio necesitaba dinero no reparaba en medios; ya se comportó como un execrable bandido en Hispania y en la Galia, donde saqueó muchas ciudades que le habían abierto las puertas de par en par, y expolió templos con el único objetivo de amasar una fortuna que le permitiese hacer frente a sus deudas.
Los soldados cantaban: "Has robado el oro de la Galia, aquí en Roma lo tomas en préstamo".
Verano-49.- Como dijo Napoleón, "para ganar una guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y más dinero". Ahora que César ya tenía esas tres cosas, era menester actuar con rapidez. Italia estaba cogida en una pinza entre Asia y España, Cayo decidió dejar a Pompeyo para el postre.
En Hispania, y tras durísimos combates, logra vencer a 3 veteranos ejércitos. Algunos generales de César llegaron a creerse dioses, pero la genialidad no se adquiere por ósmosis, y Curio llevó al desastre a dos legiones en África, muriendo rodeado de sus fieles como Custer en Little Big Horn; tan apretados estaban, que sus cadáveres quedaron en pie, como gavillas de trigo en el campo.
Celio, que sólo sabía intrigar, fue expulsado de Roma. Despechado, provocó una revuelta pompeyana en el campo. Sólo consiguió acabar ejecutado.
De los fieles que habían huido para reunirse con César, sólo quedaba Antonio. Y ese sí que era un genio en el campo de batalla... y poco más. Julio le dejó el mando de Italia. Allí se dedicó a volcar un harén de actrices-hetairas sobre los senadores, a vomitar en las asambleas públicas y a disfrazarse de Dionisio -¡lo perdía disfrazarse!- conduciendo un carro tirado por leones. Estaba claro que lo suyo era la guerra, aunque como veremos más adelante, también era un tipo muy inteligente con terribles destellos de genialidad en el terreno político.
A finales del verano, César se entera en Marsella -a su regreso de Hispania- que ha sido nombrado dictador por iniciativa de Marco Lépido. Nombramiento cuando menos dudoso, puesto que los cónsules se habían ido con Pompeyo, así que fue el pretor, Lépido, quien asumió el poder vacante. Cayo adulaba descaradamente a Cicerón buscando ganarse su apoyo; andaba desesperado a la captura de avales políticos. Y el más prestigioso era el del viejo orador. Éste, tan indeciso como siempre, no sabía que hacer.
Por otra parte, D. Julio aceptó la dictadura sin mayores problemas, icluso se olvidó de nombrar un magister equitum, de lo cuál deducimos que no fue tan espontánea la iniciativa de Lépido.
48.- César se hace elegir Cónsul junto con el antiguo pretor del año 54, Publio Servilio Isáurico, un ex partidario de Catón que se había pasado al bando cesariano a principios de la guerra civil, permaneciendo desde entonces como uno de sus fidelísimos, y después también lo seguirá siendo de Octaviano. De este modo, a principios de año se encontró César ejerciendo la doble función de dictador y de cónsul. Ahora que todo está "legalizado", pretenderá que no haya odios y poder recuperar todas las voluntades: "Omnium voluntades reciperare", ése será su lema.

Cayo pasa a Grecia creando una cabeza de puente. Antonio, en una gesta espectacular, logra eludir el bloqueo de Pompeyo, y cruza el Adriático dejando en la costa griega cuatro legiones de refuerzo. El Magno (cada vez más desprestigiado) se niega a entablar batalla campal, su táctica consiste, como siempre, en acabar con el enemigo por inanición. Pero los fieros soldados de César se alimentan con raíces.
En Dyrrachium, César logra sitiar a Pompeyo en una brillante maniobra tipo Alesia, pero mejorada. Dos cabecillas eduos de la caballería fueron descubiertos malversando fondos, huyeron al campo pompeyano y dieron los pormenores de los puntos débiles de la fortificación. En el ataque sorpresa consiguiente perdió César 500 hombres, pero logró hacer una retirada ordenada.
Julio-48.- Pompeyo le fue pisando los talones pensando que el higo ya estaba maduro, pero eso es lo que César deseaba, un encuentro en campo abierto lejos de la flota pompeyana. Las tropas estaban frente a frente en la llanura de Farsalia, y Pompeyo seguía sin aceptar el choque armado; el tiempo jugaba a su favor y seguía usando su aburrida y desesperante táctica de la asfixia. Pero sus generales estaban impacientes, doblaban en número al ejército de César ¿a qué tantos miedos?

9-Agosto-48: FARSALIA.- Tito Labieno era un genial estratega que había combatido con César y ahora estaba en el bando pompeyano; insiste en que hay que atacar, aunque Cneo opina que no es sensato combatir lejos de la flota que es el mejor recurso que tienen, pero Tito lo ve muy claro, César está contra las cuerdas, no hay que desaprovechar esta oportunidad. Al final Pompeyo cede.
El resultado ya lo conocemos: 1200 bajas cesarianas frente diez mil del ejército de Pompeyo, y éste huyendo a uña de caballo. Entonces todos comprenden las reticencias del Magno a presentar batalla.
Cuando el crepúsculo se fue apagando y las estrellas cubrieron el cielo de aquella tórrida noche de verano, César se levantó y se dirigió al campo de batalla. Miles de muertos cubrían las llanuras de Farsalia, y los gemidos lastimeros de los agonizantes llenaban el aire. "Eran ellos los que querían ésto", dijo con una mezcla de dolor y amargura; pero él sabía que eso no era cierto, y que era tan culpable como Pompeyo de aquellos muertos y de esa maldita guerra.
César perdonó a todos los que le juraron lealtad. Entre ellos estaba Marco Bruto, el hijo de su viejo amor, al que había buscado con desesperación temiendo que le hubiera ocurrido algo. Lo abrazó y lo incluyó en su círculo de íntimos. Actos como éste, al margen de que fueran o no sinceros, contribuian a subir su popularidad y provocaban deserciones en masa de los pompeyanos.
Cicerón, que se había quedado a cubierto en la costa Adriática con Catón, tuvo la ocurrencia de decir que tras el desastre de Farsalia la guerra había terminado. Catón tuvo que interponerse para que no lo pasaran a cuchillo. Después, el austero senador se embarcó con su guarnición hacia África; precisamente era ahora cuando la República iniciaba de verdad la lucha por la libertad, puesto que uno de los tiranos ya estaba eliminado.
Pompeyo logró esquivar a los cazarrecompensas y llegó a Mitilene, donde lo esperaba su adorada Cornelia para darle el consuelo que necesitaba. La última baza que le quedaba al Magno era el único rey de oriente que no había acudido en su ayuda, pero confiaba en que lo acogería con los brazos abiertos; era el más rico del Mediterráneo en dinero, provisiones y barcos. Además era un niño, y su hermana, una alocada veinteañera, pretendía derrocarlo. Hacerse con Egipto sería pan comido.


Septiembre-48.- Fondea frente a los bancos de arena del Delta con su pequeña flota, y envía emisarios al rey. Tras una larga espera, al fin llega una barca para conducirlo a la orilla. Besó a Cornelia y subió a bordo; ella, oprimida por un angustioso presagio, le recita un verso de Sófocles: "Quien acude a un tirano, se convierte en su esclavo". Remaban en silencio, nadie hablaba; intranquilo miró a tierra firme y vio que allí estaba el pequeño Ptolomeo, eso lo tranquilizó. Al llegar a la playa saltó del bote y entonces, un renegado romano, le atravesó la espalda con su gladius; más espadas relucieron "y Pompeyo, llevándose con las dos manos la toga a la cara, los resistió a todos, sin decir ni hacer nada indigno, emitiendo apenas un sordo gemido" (Plutarco).
Y así pereció Pompeyo Magno, haciendo honor a su apodo. Cornelia, impotente, lo vio todo desde la cubierta del trirreme, incluso cómo lo decapitaban, pero tuvieron que huir, era lo mejor. Sólo quedaron en tierra un fiel liberto y un viejo veterano que prepararon la pira funeraria.
Tres días después llegaba César a Alejandría, la más fascinante ciudad del orbe.
El asesinato de Pompeyo había sido urdido por Potino, un eunuco de palacio que confiaba ganarse el apoyo de César con esta acción. Cuando Julio vio la cabeza de Pompeyo, prorrumpió en llanto. ¿Eran lágrimas de cocodrilo? ¿Al final de los hilos que movían toda esta trama estaba la mano de César? Todo es posible y nada probable. En cualquier caso, Cayo tenía que hacerse con las riendas, y dejar claro que la cosa no iba con él. Además no podía dejar pasar por alto que una cuadrilla de incestuosos, castrados y degenerados egipcios hubiera osado poner sus manos sobre un ciudadano romano.

Desde el año 80, Egipto había sido un reino títere controlado por los gobernadores romanos de la vecina Siria. En el 51, cuando muere Ptolomeo XII, suben al trono Cleopatra Filópator, de 18 abriles, y su hermano Ptolomeo XIII, de 9 añitos. Pero la idea de la muchacha es gobernar solita, para lo cual decide incrementar la alianza con Roma. Cuando llegó el hijo de Pompeyo, al inicio de la Guerra Civil, pidiendo ayuda a Cleopatra, ésta envió 60 naves cargadas de trigo y 500 soldados en ayuda del Magno. Y eso que Egipto sufría una tremenda hambruna por culpa de las malas cosechas. Y de postre, para no dejar ningún cabo suelto, se hizo amante de Pompeyo junior, pero no le sirvió de nada, el romano se fue con el trigo y los soldados y la chica se quedó más sola que la una, afrontando una generalizada sublevación popular. Tuvo que salir por piernas y refugiarse en Siria para reclutar mercenarios.
Cuando llegó Pompeyo, derrotado, la guerra civil entre los amadísimos hermanos-esposos estaba en su auge. Con el magnicidio, Potino esperaba ganarse a César para la causa de Ptolomeo, pero Cleopatra no pensaba perder esta oportunidad de oro y también pide el apoyo del victorioso general.
Julio, que se cree dueño de la situación, exige a ambos contendientes que licencien sus ejércitos, le den enormes sumas de dinero y se reunan con él en el palacio real. Lo que César no sabía es que estaba a punto de inicarse la aventura más peligrosa de su vida. Durante nueve meses (lo que durará la gestación de Cesarión) Alejandría será una ratonera de la que Julio escapará vivo de milagro.
Potino convenció a Ptolomeo para que no disolviera el ejército y para que fuese a negociar con César.

También acudió Cleopatra, montando el conocido número de la alfombra, que parece ser que fue auténtico. D. Julio quedó hechizado; esa misma noche se acostó con ella.
Ptolomeo cogió una pataleta de órdago, se arrojó a la calle y pidió a sus leales súbditos que acabaran con los romanos. Una gran masa enloquecida al mando del general Aquila rodeó el palacio.
Ciertamente cuesta entender cómo pudo meterse Cayo en la guerra alejandrina disponiendo de tan sólo 3200 hombres (media legión). Pienso que subestimó el potencial armado de Egipto, tal vez creía que la guardia egipcia (los famosos milites Gabiniani), de origen romano, acabaría pasándose a sus filas, o que serían un débil adversario, pero ni lo uno ni lo otro.

César logra atrincherarse en el oppidum de palacio y mantener a Ptolomeo como rehén. Aquila intenta un golpe de mano atacando a la vez el palacio y el puerto, para apoderarse de las 72 naves romanas allí ancladas y bloquear la posible ayuda por mar.
Cuando Julio se da cuenta de la jugada, ordena que se arrojen flechas incendiarias y todos los barcos comienzan a arder. El incendio se generaliza y alcanza la ciudad. Uno de los edificios afectados fue un almacén de libros que iban a ser exportados, esto hizo creer a Plutarco que el pavoroso incendio afectó a la Gran Biblioteca, pero tanto Séneca como Dion Casio nos confirman que no fue así. La magnitud de las llamas hace que los sitiadores tengan que retirarse. El asalto ha sido un fracaso.
Habida cuenta que Ptolomeo está en manos romanas, las tropas egipcias están comandadas por Arsínoe, la hermana pequeña de Cleopatra, quien ordena ejecutar a Aquila por torpe. El nuevo general en jefe será Ganimedes, que ya sabe que no puede fallar. Y expone un plan que parece perfecto: bombear agua de mar a los depósitos de la parte alta de la ciudad. Muy pronto, todo el barrio de Bruquion se encuentra bebiendo agua salada. Los legionarios comienzan a desanimarse, y piden a Julio que huyan todos en los barcos amarrados en la rada de palacio. Pero César tiene un plan mejor. Está convencido de que toda la zona está llena de vetas de agua; tras pasar toda la noche cavando, los legionarios encuentran un generoso manantial.
Y como los amigos son para las ocasiones, Cayo envía mensajes a todos sus aliados de la zona. Mitrídates de Pérgamo, siguiendo sus indicaciones, ocupa Siria y Palestina; una iniciativa que será crucial en el desarrollo del conflicto. Mientras tanto llegan las naves de Domicio Calvino, con la XXXVII legión de refuerzo. El viento impedía la entrada en el puerto, así que César sale con sus naves para proveerlos de agua y alimentos. Al regreso ha de hacer frente a un ataque de Ganimedes y Arsínoe, poniendo a sus naves en fuga.
La reacción del pueblo es espectacular, en pocos días se botan 22 cuatrirremes y 5 quinques, además de una considerable flotilla de pequeñas naves magníficamente tripuladas. Ésto da una idea del odio que la población sentía por Cleopatra y los romanos. A César no le queda más remedio que aceptar la batalla naval, pues era vital conquistar el islote de Faro que permitía el control del puerto.
La batalla fue durísima, 400 romanos acabaron en el agua, incluido el mismo César, que hubo de ganar la costa a nado llevando en una mano, por encima del agua, sus valiosos comentarii. Una vez más, Marte sonrió al romano, y Faro fue tomada.
En vista de que con las armas toda la ventaja está siendo para los invasores, Arsinoe y su camarilla le ofrecen a César la paz a cambio de que libere a Ptolomeo, pensando que subirá grandemente la moral del pueblo cuando vean a su rey en persona. ¡No podían haberle hecho mejor oferta! Cayo es perro viejo y sabe perfectamente que la oferta es falsa, que el paso del pequeño faraón a las filas egipcias supondrá la proliferación de discordias odios y rencillas (máxime estando allí la vivacísima Arsinoe) y por úlimo que esto le permitirá alargar las negociaciones y ganar tiempo hasta que lleguen los refuerzos.
César, para marear la perdiz, nombra reyes a Ptolomeo y a Cleopatra y les devuelve Chipre.
Y por fin Julio deja marchar a su querido amiguito Ptolomeo, ambos, con las manos entrelazadas y casi con lágrimas en los ojos, lamentan tener que separarse, pero así son las cosas de la vida.
Cuando el reyezuelo se reúne con los suyos, no pueden creer que haya sido tan fácil engañar al romano. Ahora toca preparar la venganza y darle su merecido.
Y entonces se dan cuenta de que los primos han sido ellos; llegan noticias de que Mitrídates y su socio Antípatro de Judea estan casi a las puertas de Alejandría. Y será este líder hebreo el factor que decida la balanza en favor de César; no sólo ha reclutado 1500 mercenarios hoplitas, sino que ha ganado para la causa cesariana a las tribus árabes y a la innumerable población judía que habita en el delta del Nilo.

Marzo 47.- Con tan soberbios refuerzos, puede César hacer frente a las tropas de Ptolomeo; el choque es en las cercanías del Nilo. El faraoncito, cae al agua, y el peso de su armadura de oro hace que se ahogue. Cayo, atento como siempre a los idola tribus, ordena recuperar el cadáver, lo expone en público y le rinde los honres que el pueblo esperaba. Arsinoe fue enviada a Roma a hacerle compañía a Vercingetórix.
Con gran inteligencia, no quiso César convertir este gran reino en provincia, no era prudente dejar tan poderosa nación en manos de un gobernador, a ello había que añadir, además, la importancia de Egipto como granero de Roma, así que Egipto quedará como reino títere.
Las noticias que van llegando son desalentadoras; toda la ventaja de Farsalia ha ido a barato al perder tanto tiempo en Egipto.
- En Italia, el gobierno de Antonio ha creado mucha hostilidad
- En Asia, el rey Farnaces, digno hijo de su padre Mitrídates, había invadido el Ponto.
- En África, Metelo escipión y Catón están reclutando un poderoso ejército.
- En España, los pompeyanos impulsan constantes revueltas.
Se requería urgentemente a César en todas partes, y él... se quedó dos meses más en Alejandría. Cleopatra estaba embarazada, y decidió desembarazarse de otro de sus hermanos para casarse con el más pequeño (de diez años) de los Ptolomeos, fue coronado como soberano con el nombre de Ptolomeo XIV. El hijo de Cayo, cuando nazca, será llamado por los alejandrinos "kaisariön", algo así como "Cesarito".
A César, todo esto le parecía una colosal locura y le provocaba una morbosa fascinación. Pero este sueño embriagador tenía que terminar. Y la resaca hay que curarla en el hogar.

Mayo-47.- A finales del mes, César, viendo que la soldadesca empieza a inquietarse más de lo prudente, deja allí al grueso de las tropas y él parte hacia Siria escoltado por los veteranos de la VI.
Julio no es un ingrato y sabe agradecer los favores que se le hacen. Gracias a los judíos ha vencido y, probablemente, ha logrado salir de Egipto con vida, por lo que ordena que se imprima en bronce un texto en griego y latín para ser expuesto que dice así:
"Yo, Cayo Julio César, imperator, póntifex máximus y dictador por segunda vez, he decidido de consilii sententia cuanto sigue. [...] Decreto que Hircano, hijo de Alejandro, y sus hijos, sean etnarcas de los judíos, y que ocupen para siempre, según las leyes patrias, el sumo sacerdocio; que él y sus hijos sean declarados 'aliados del Pueblo Romano'; establezco además que cualquier privilegio existente relacionado con el sumo sacerdocio le sea reconocido a él y a sus hijos. Que en cualquier cuestión o controversia que surgiera, mientras tanto, relativa a la vida pública y al culto en Judea, la sentencia les corresponda a ellos. Ellos no deberán soportar ni acuartelamientos de tropas ni recaudación de dinero".
Además, mandó aprobar un senadoconsulto que establecía el status de "amigos y aliados" entre Judea y Roma. Este senadoconsulto fue grabado en placas de bronce y expuesto, además de en el Capitolio, en Tiro, Sidón y Ascalón. Estas y otras muchas medidas demostraban la gratitud del dictador hacia los judíos. Por eso no es de extrañar que, tras los Idus de Marzo del 44, fueran los Judíos quienes más lamentaron su pérdida.
En definitiva diremos que en Alejandría de nuevo César arrojó los dados y logró ganar, aunque por muy poco. Pero su actuación no fue fruto de la irresponsabilidad. La pieza egipcia era fundamental para deshacer las clientelas asiáticas pompeyanas y para tener a Roma en un puño. La clave siempre fue Asia, y no África, por eso, una vez dominada Alejandría, Cayo no marchó al encuentro de Juba, sino que se dirigió a Siria.
Echando marcha atrás en el tiempo, diremos que es seguro que en Siria estuvieron actuando los agentes de Cayo para que todos los reyezuelos de la provincia se pasaran a César. Si no, no se explica que este feudo pompeyano le cerrara las puertas al Magno, obligándolo a dirigirse a Egipto. El plan de Cneo era llegar a Siria y, desde allí, pedir ayuda a los partos y enfrentarse luego a César. Pero todo salió mal.
El nuevo gobernador de Siria será su sobrino (o primo) Sexto Julio César, hombre de total confianza. Aunque al año siguiente sus legiones se amotinarán y acabarán con su vida. Todo será bastante confuso. Con esta muerte queda el campo libre para Octaviano, que no perderá la ocasión de medrar ante su tío abuelo para que lo haga heredero.


2-Agosto-47.- Se enfrenta a Farnaces, y ante el Senado dirá aquello de "veni, vidi, vici", pero esa frase fue sólo propaganda, en realidad la batalla comenzó muy mal para César, y fue gracias a la entereza de los veteranos de la VI que se pudo resistir el arrollador embate de los carros falcados y, a partir de entonces, tras un durísimo cuerpo a cuerpo, se pudo rechazar a los soldados de Farnaces, lo que provocó el pánico generalizado y la consiguiente victoria. Que hasta el rabo todo es toro.

Octubre-47: LA PROMOCIÓN DE OCTAVIO.- César llega a Roma. Hace un año justo que su amado sobrino-nieto ha dejado la toga praetexta (con su banda púrpura) para asumir la blanca, la viril. Pero Atia sigue tratándolo como un niño, lo vigila constantemente y le prohíbe salir de casa por temor a que le ocurra algo, incluso, ante la incertidumbre de la Guerra Civil, decide que se aleje de la Capital y espere acontecimientos en una villa rural de la familia. Con la llegada del tío Cayo, los temores familiares desaparecen y Octavio también abandona su retiro campestre.
Era Atia, además, una mujer puritana y obsesiva con su hijo, lo que pudo influir en la vida sexual y afectiva del muchacho, pues éste manifiesta una actitud fría y desdeñosa hacia el sexo y las mujeres. Probablemente sus primeras relaciones fueron homosexuales, algo habitual por otra parte entre la juventud romana; lo normal era mantener una "sana" bisexualidad donde se alternaban tiernos efebos y damas de toda edad y condición. Seguramente mantuvo un idilio con su amado tío-abuelo; en cualquier caso, la muy prudente Atia, se encargó de comprometerlo con la hija de Servilio Vatia, que era hijo, a su vez, de la famosa Servilia, la gran amiga-amante de César, por tanto, Servilio Vatia era hermano de Bruto, el futuro cesaricida.
Pero ya va siendo hora de promocionar al joven Octaviano, por el que César siente debilidad manifiesta, y no duda en usar su influencia para que el amado sobrino sea nombrado pontífice y juez urbano. De esta forma comienza la carrera política de Octavio.

Diciembre-47.- A primeros de mes parte hacia África, zarpando, cómo no, de Lilibeo para enfrentarse a las fuerzas "republicanas" reorganizadas en Túnez bajo la protección del rey númida Juba. Cayo cuenta con seis legiones y 2600 jinetes; en África está Atio Varo, lugarteniente de Pompeyo, al mando de tres legiones; Quinto Metelo Escipión, suegro de Pompeyo, que había escapado de Farsalia, al mando de una armada; Catón es de los pocos senadores que no han ido corriendo y lloriqueando a mendigar la clemencia de César y sigue dignísimo dispuesto a morir con sus quince cohortes, sus 1600 jinetes y un nutrido grupo de veteranos. Mientras César estuvo "jugando" con los niños reyes de Alejandría, en África los pompeyanos han reunido 10 legiones y 14.000 jinetes, sin contar con otras cuatro legiones del rey Juba, sus 60 elefantes y una aguerrida infantería ligera. No es de extrañar que el optimismo cundiese desaforado entre sus filas.
Sin embargo, a pesar de su aplastante superioridad numérica, es un grupo heterogéneo, con muchos reclutas, gran mayoría de tropas indígenas nada motivadas en una guerra que ni les va ni les viene, y esclavos liberados para la ocasión.
El comienzo de la invasión es desastroso: una tormenta dispersa la flota. Por razones de seguridad, César, no ha revelado a nadie el lugar de desembarco. Pero la suerte vuelve a estar de su lado y, poco a poco, todo el ejército logra reagruparse.
Por fin, la llegada de Salustio, desde Cercina con la famosa Legio XIII y con la XIV, 800 jinetes y mil arqueros, permite a César tomar la iniciativa. No tiene prisa, las constantes deserciones están minando el campo Pompeyano de modo alarmante; incluidos los númidas, que al saber que Cayo es pariente del extinto Mario se pasan en masa a su bando.
Escipión va evitando el combate, pero la noche del
3-Abril-46.- César asalta Tapso, y el enfrentamiento se hace inevitable. La cuidadosa tarea de fortalecimiento psicológico muestra ahora sus frutos: las legiones de César avanzan como poseídas, mientras un enemigo aterrado huye despavorido sin apenas chocar las armas. Tapso sí fue un "veni, vidi vici".
En Útica, a 35 Kms, de la antigua Cartago se encuentra Catón, César está a punto de llegar; el bisnieto de aquel otro Catón que dedicó todas sus fuerzas para acabar con Cartago para siempre, rechaza la huida y, al anochecer, se clava un puñal en las tripas. Cuando llegó César, dijo con amargura y admiración sobre su tumba: "Igual que tú me envidiabas la posibilidad de perdonarte, Catón, yo te envidio esta muerte". La maldición de Cartago se había cumplido, y Catón pasó a ser una leyenda, convirtiéndose en el enemigo invisible de César.
Los restantes jefes también se suicidan, y los pocos que son capturados son ejecutados, esta vez no hay piedad.

Julio-46.- Celebra en Roma sus triunfos. Los juegos que organiza exceden todo cuanto hasta ahora podía haberse visto. Simultaneamente se suceden cuatro triunfos, por sus victorias contra los galos, egipcios, asiáticos y africanos; aunque esto último levanta muchas ampollas, la guerra de África ha sido la terminación de la guerra civil, y es, por tanto, una victoria contra compatriotas, lo que se considera una acción execrable. Y la prueba es que una de las carrozas llevaba el nombre de Catón, en la que se decía que tanto él como todos los colaboracionistas habían dejado de ser ciudadanos romanos libres para convertirse en esclavos de los africanos; a su paso la multitud rompio a llorar en sobrecogedor silencio. Catón seguiría invencible por siempre jamás.
Otra llevaba la famosa frase: "Veni, vidi, vici", en recuerdo de su fulgurante campaña contra Farnaces (frase falaz, pues recordemos que a punto estuvo Julio de ser derrotado) e indirectamente contra Pompeyo.

El Senado le concede una dictadura por diez años, siendo nombrado además "prefecto de la Moral". "Somos sus esclavos -escribió Cicerón- pero él es esclavo de su época".
Uno de los personajes que se debatía en lealtades era Bruto. Ciertamente hacía honor a su nombre; no se equivocaba César cuando decía de él con afectuosa ironía: "Bruto no sabe lo que quiere, pero lo quiere intensamente". Yo creo que su odio por César -al que también amaba grandemente- se debía a la relación que mantenía con su madre. En los idus de Marzo clavó el puñal sobre un padre-amante rival, no sobre un político. Y se esforzaba por molestar a Cayo, mientras éste, de forma inexplicable le consentía todas estas impertinencias y le seguía dando toda su confianza. Bruto alardeaba de ser el heredero natural de su tío, el extinto Catón, y como prueba de lealtad y respeto a la memoria de éste, Bruto repudia a su esposa y se casa con Porcia, hija del héroe de Útica. Además, pidió a Cicerón que escribiese una elegía al difunto, que accedió encantado, también el ex-cónsul quería lavar su maltrecha imagen.
Julio estaba en España (llegó allí a principios de noviembre del 46), y recibió muy mal estas muestras de admiración hacia su inmortal enemigo; su reacción fue la de escribir el "Anti Cato", un libelo donde motejaba a Catón de vulgar, loco, borracho y despreciable político obstruccionista. Y lo grave es que tenía razón.
Sin embargo, el efecto causado en Roma fue el contrario al deseado. César quedó frustrado y desconcertado, y empezó a darse cuenta, con amargura, de que la clemencia, a la larga, es un error. Así que la campaña de Hispania acabó en carnicería, todos sus enemigos terminaban con la cabeza ensartada en una pica. Ya estaba harto de Roma y de su hipocresía, y comenzó a gobernar y a disponer de las provincias sin consultar con el Senado. La aristocaracia se estremeció. Más adelante nos extenderemos más sobre el conflicto.
Este verano del 46 será el momento de las grandes iniciativas edilicias.

OCTAVIO.- Atia, velando por la seguridad de Octavito, no ha consentido en que el muchacho siguiera a tito Julio en la campaña africana. Cuando regresa, Octavio le pide clemencia para el hermano de su amigo Vipsanio Agripa, que ha combatido en la filas pompeyanas, y que, por supuesto, la concede. Desde ese momento Octavio y Agripa serán como hermanos, y esa hermosa amistad durará toda la vida.
Debido a su delicado estado de salud, tampoco Octavio acompañará a su tío en la campaña hispánica, pero acuerdan que en cuanto se recupere acudirá a la Piel de Toro.

Septiembre-46.- Cleopatra llega a Roma y se aloja en la mansión que César tenía en la orilla del Tíber. Acudió con su fraternal esposo, su corte de eunucos y su hijo Cesarión; eso era más de lo que cualquier romano decente podía soportar (lo que no sé es cómo lo aguantaba la amantísima Cornelia). No obstante, Cicerón, tan servil como siempre, acudió a presentar sus respetos a la reina, pero fue desdeñosamente rechazado.
Julio recibe a un tiempo la noticia de las insurrecciones siríaca e hispana. Ante la disyuntiva de a cuál acudir en persona, opta por ir a España, tal vez por estar más cerca.
Noviembre-46.- Desembarca César en España. Igual que Farnaces, Cneo Pompeyo evitará el combate.
Digamos que es impresionante la vitalidad de la parte que sumariamente definiríamos en bloque como "pompeyana". Después de Farsalia, la muerte de Pompeyo, la derrota y las deserciones en masa, los "pompeyanos" siguen reorganizándose y combatiendo. Muchos, como Catón, nunca fueron afectos a Pompeyo, simplemente les podía más su anticesarismo; ahora siguen peleando con mayor ilusión pues ya sólo queda un tirano por abatir. Por eso, el enfrentamiento de Tapso fue crucial, y la victoria se debió a una superioridad estratégica, porque políticamente no fue un verdadero triunfo.
Recordemos que ya desde finales del 47, Cneo Pompeyo junior había dejado África para irse a España, donde lo esperaban 2 legiones que se habían rebelado contra el gobernador Quinto Casio. Fue acogido con entusiasmo en la España Ulterior, asfixiada por la presión fiscal de los gobernadores cesarianos.
Mientras tanto, en Siria había entrado en crisis el gobierno de Sexto César; las legiones se habían amotinado y lo habían asesinado. Para completar el cuadro, el fiel Mitrídates de Pérgamo también caía asesinado a manos de Asandro, el rebelde que ya eliminara a Farnaces.
La victoria de Munda, y el aplastamiento del motín sirio no acabaría con la crisis, pues la rebelión seguirá -incluso se agravará- y seguirá después de muerto César.
El artífice de la rebelión siríaca fue un antiguo oficial pompeyano: Quinto Cecilio Baso, que tenía como base operativa la ciudad libre de Tiro. El caso es que falsificó varias cartas en las que se afirmaba que César había muerto en África. Al final logró urdir una conspiración contra Sexto, que fue asesinado por algunos hombres de su legión. Esta legión (puede que fueran dos) le declaró la guerra a César, incluso obtuvo ayuda de los partos. De todos modos, el asunto está bastante obscuro, porque parece ser que, en realidad, Sexto era un canalla integral, y que ese fue el detonante del motín.

17-Marzo-45: MUNDA.- Cneo se fortifica en una excelente posición cerca de Munda, y anuncia, presuntuoso, que esta vez será César quien renuncie al combate. Más no es así. Hubo un momento de la batalla en que Cayo lo dio todo por perdido e intentó quitarse la vida, pero la feroz resistencia de la X evitó el desastre, y una vez más se obtuvo la victoria.
La providencial muerte de Sexto César convierte a Octaviano en el pariente más cercano de César, quedando expedita la vía a la sucesión. Así pues, decide partir hacia Hispania sin pérdida de tiempo. Atia está empeñada en acompañar a su querubín, pero Octavio se planta y consigue que su madre lo deje tranquilo. Desde ese momento hará su santa voluntad. ¡Hay que ver cómo son la madres!
Octaviano, iniciando una costumbre que será habitual en él, llega al teatro de operaciones cuando ya no hay guerra. Lamentablemente se ha perdido la animada batalla de Munda. Leamos a Veleyo:
"Cayo Octavio, nacido de familia no patricia, pero de entre las más eminentes del orden ecuestre, era un hombre serio, virtuoso, honesto y acaudalado [...] Murió cuando regresaba [de Macedonia] para presentar su candidatura al consulado. Dejaba un hijo todavía en edad de vestir la toga praetexta; su tío materno, haciéndolo educar con el padrino Filipo, lo quiso como a un hijo propio, y a la edad de 18 años lo tomó en su séquito en la guerra de Hispania y lo tuvo de allí en adelante como compañero, sin que ya nunca tuviese otro alojamiento ni viajase en un carruaje que no fuera el suyo; lo honró siendo todavía un jovencito con la dignidad de pontífice".
Julio-45.- Llega Octaviano al campamento de Cayo, donde es acogido por su tío con gran efusividad, y no se separan ni de día ni de noche (Antonio hizo al respecto graves acusaciones, probablemente ciertas).

Agosto-45.- Por fin regresa a Roma el semi-dios, y pasó con su amada Cleopatra dos meses de vacaciones. En Roma circulaban todo tipo de rumores, desde que César pensaba trasladar la capital a Alejandría, hasta que pensaba casarse con la egipcíaca. Para demostrar su desprecio a sus conciudadanos, D. Julio erigió una estatua en oro de la faraona en el Templo de Venus. Nadie sabía qué pensar.
13-Septiembre-45.- Cayo Julio César Octaviano es adoptado por Cayo Julio César. A la vez celebra su triunfo hispánico, que vuelve a ser rechazado por una gran mayoría de la población. Celebrar una victoria sobre unos compatriotas que defendían una ideología que tantos compartían les parece una ignominia.
Finales-45.- César nombra a Octavio jefe de la caballería en la expedición contra los partos. Todo el ejército parte con destino a Apolonia, en Iliria; allí van Octavio, Agripa y Apolodoro de Pérgamo, metódico pedagogo de ambos jóvenes, este último. Más adelante se les debía unir César. Pero los Idus de Marzo truncaron el viaje.

10-Febrero-44.- El Senado lo nombra dictador vitalicio. O sea, rey, y eso sí que fue una incalificable torpeza, pues tras la batalla de Tapso había obtenido la dictadura decenal ¿por qué no esperar a que terminase el plazo?. Mas él creía que eso no le importaba al pueblo, que dormitaba borracho y feliz en el paraíso de pan, circo y paz que les había creado. Ahora Roma era un gran parque de atracciones. Y, como en este cuento de hadas todo era de color de rosa, Cayo decide disolver su guardia personal de dos mil hombres y se dedica a pasear tranquilo por Roma, como hiciera Sila. Aunque ya durante la campaña de Hispania se comenzó a prepararar una conjura contra Cayo; conjura que era un secreto a voces, y Cicerón le advierte veladamente de que su vida corre peligro, entonces dijo aquello de: "Prefiero morir a ser temido". Esa era la radical diferencia con Sila, que a éste lo temían, por eso, aún sin guardaespaldas, nadie osó levantar un dedo en su contra.

15-Febrero-44: LUPERCALES.- Este mes estaba dedicado al dios Februs, identificado con Plutón, y era similar a nuestros carnavales. En estas fiestas desfilaban los varones totalmente desnudos y untados en aceite. En un acto lúdico, Antonio -que suponemos iría borracho-, en pelota picada, le entregó a César la diadema real varias veces; éste la acabó arrojando al pueblo. Gran parte de la chusma lo aclamaba como rey, pero Cayo, consciente del peligro ofreció su cuello desnudo a quien quisiera rebanárselo, demostrando con este gesto que se sentía avergonzado por la escena, y que prefería la muerte a que se pusiera en duda su fidelidad republicana. Mas para el grupo de conjurados que intrigaban para quitarle la vida, esto fue la gota que colmó el vaso.
Pero aún queda abierta la cuestión de si el acto de Antonio fue un "error de cálculo", un gesto de insensato servilismo, un montaje urdido con César o simplemente una mera provocación.

César era epicúreo, y Casio, el notorio desertor pompeyano que tras Farsalia abrazó la causa pompeyana, también se convirtió a esa doctrina. Era un tipo raro este Casio. El retrato más verídico de Casio es, probablemente, el que hace Apiano, que lo describe como una especie de psicópata con todas sus energías físicas e intelectuales enfocadas de forma maníaca hacia la guerra y la violencia. No sólo fue perdonado por César, sino que lo convirtió en su lugarteniente. Cicerón se lo recuerda con envidia: "Has logrado incluso convertirte en consejero [de César]". Lo que no le dice, pero ambos lo saben, es que ya en el 47, cuando Cayo, al salir de Siria pasó por Cilicia, había organizado un atentado que falló por muy poco. Lo cual nos da una idea de la ambigua actitud de Casio, que ha seguido de mala gana a Pompeyo, se pasa inmediatamente a César después de Farsalia, se gana su confianza, se convierte en su consejero, abraza su credo filosófico e intenta matarlo mucho antes de que ni siquiera un proyecto de conjura hubiera surgido en la mente de otros. Una vez más se perfila la típica conducta hábil, fría y decidida del infilrado.
De la correspondencia entre Cicerón y Casio deducimos que Marco Tulio conocía puntualmente la trama del magnicidio.
Plutarco nos cuenta cómo Bruto fue convencido poco a poco por Casio de la necesidad del crimen: "Bruto podía disponer a su placer de la influencia de César, pero la 'sociedad secreta' (etaireia) de Casio lo arrastraba de su parte y se esforzaba de todas las maneras posibles en alejarlo de César".
Casio sabía que Bruto sería una pieza fundamental, por muchas razones; como sobrino de Catón era admirado y respetado por todos y era considerado su indiscutible sucesor, como hijo de Servilia era muy querido de César, por último, la inestabilidad de su carácter lo hacía ser presa fácil de la manipulación.
Pero por extraño que nos parezca, los conjurados no pensaban actuar en tanto en cuanto Bruto no se adhirirese a ellos. Para vencer su reticencia, le regalaban los oídos diciéndole que él era un republicano íntegro, como su tío, y que su talla personal y moral era la única que podía mover el atentado. Demasiado para su pobre ego.
Hay una escena muy sintomática cuando Bruto regaña cariñosamente a Ligario por estar enfermo: "-¡Precisamente en este momento tenías que enfermar!", éste, intuyendo el sentido de las palabras, se levanta del lecho y, aferrando la mano de Bruto, le dice: "-Pero si tú, Bruto, estás meditando algo digno de ti [este es el constante leitmotiv de los mensajes anónimos que aparecen continuamente durante aquellos meses] ¡yo estoy sano!"
Respecto a Antonio, unos proponían hacerlo partícipe de la conjura, otros querían eliminarlo. Ya en tiempos, mientras estaba en Hispania, se le invitó a unirse a una conjura contra Cayo, pero se negó, si bien no denunció nada a nadie. Al final, la "hetería" de Casio decidió acabar con Antonio, pero Bruto se opuso en redondo.
Por cierto, recordemos que Casio y Bruto no se dirigían la palabra, por lo que la tarea de Casio tiene más mérito, no sólo logró restablecer buenas relaciones con Bruto sino que además lo convenció para liderar la vil acción. A partir de entonces, Bruto se compromete a conseguir más apoyos.
Según Plutarco, Bruto sólo recibió dos "no", y fue curiosamente de dos catonistas convencidos: Estatilio y Favonio. De este úlitmo recibió un antológico razonamiento: "Es mejor una monarquía ilegal que una guerra civil", y Estatilio sentenció desdeñoso: "Al sabio no le conviene correr riesgos ni ver su existencia transtornada por culpa de gente mediocre e insensata".

Idus de Marzo del 44.- En tiempos del primer y turbulento primer consulado de César, éste dijo en el Senado "que él, de mala gana se dejaba arrastrar por el pueblo, y secundaba sus impulsos por culpa de la prepotencia y de la dureza opresiva del Senado". Asesinándolo no se percataron que habían eliminado al más lúcido y clarividente representante de su causa. César siempre fue un patricio.



Suetonio es el primero en plantearse por qué César disolvió su escolta, sabiendo como sabía que existía una evidente conjura para acabar con su vida. Nos transmite las palabras del mismo Cayo, quien afirmaba que "su supervivencia física no le interesaba a él personalmente, por el contrario, le interesaba sobre todo la República; porque él, ya desde hacía tiempo, había conseguido poder y gloria más que suficientes, pero la República, si a él le sucediese algo, caería en guerras civiles muchísimo más graves que las precedentes".
Otro Bruto destruye la monarquía después de 465 años.
La República estaba salvada pero ¿qué era ahora la República?
Hacía falta mostrar los referentes republicanos, y a falta de Catón, sólo quedaba Cicerón. Así que Bruto, con la daga chorreante de sangre, lo mencionó, felicitándolo por la recuperación de la libertad. El pobre bobo, sorprendido y halagado calificó a los conspiradores de héroes y a su crimen de acontecimiento glorioso.
El respeto que se tenía a Cicerón era muy relativo, había repudiado a su santa esposa, con la que llevaba casado más de treinta años, para liarse con una de sus ricas y adolescentes pupilas. Cuando se le censuró haberse casado a su edad con una virgen, hizo el chiste obsceno de asegurar que "eso tenía remedio". Poco después, su adorada hija Tulia murió de parto; Cicerón quedó hundido para siempre. Su nueva esposa pasó sin solución de continuidad de trofeo ostensible a molestia insufrible (ya se sabe que quien con críos se acuesta...) y devolvió el juguete a sus padres.
Cicerón pensaba que, matando a Antonio, se acabaría con la rabia. En eso, como en todo, lo aventajaba César, cuyo análisis político fue mucho más certero. Ciertamente, Antonio era peligroso, pero Roma estaba llena de "perros rabiosos" dispuestos a hacerse con el poder absoluto. Para César, la eliminación violenta de su propia persona significaba la reanudación de la guerra civil, y de un modo mucho más cruel y virulento. Quizá César disolvió su guardia porque pensaba imitar a Sila, y creía que, igual que sucediera con el sanguinario dictador, nadie osaría levantarle la mano. Puede que ese fuera su primer y último error en la vida.
Respecto a Antonio, es difícil creer que no supiese nada de la trama. Probablemente esperase acontecimientos, como ya hiciera antaño. Tras el atentado, lo primero que hace es huir disfrazado de esclavo, luego, decide buscar una alianza con los magnicidas; mas pronto entiende que los libertadores están más solos que la una y son odiados por el pueblo, así que rápidamente se erige en cabecilla y representante de las "partes Caesaris".
Dejando en el suelo el cuerpo del dictador y renunciando al propósito de arrojarlo al Tíber, los conjurados perdieron la partida.



Tras un caos inicial, Bruto y Cinna comienzan a hablar a la plebe, pero el gentío los insulta y amenaza, y acaban refugiándose en el Capitolio.
Antonio logra convencer a los conjurados de que abandonen el Capitolio, y a la mañana siguiente es recibido en el Senado como el salvador de la Patria que ha evitado la guerra civil.
Su siguiente plan es conseguir que se leyese en público el testamento de César y se dieran unos funerales honrosos al finado. "Permitiendo que las exequias se celebrasen del modo requerido por Antonio -dice Plutarco- Bruto hizo que se derrumbara todo". Frente a quienes acusan a Marco Antonio de ser un bestia descerebrado sólo apto para la guerra, estos hechos demuestran su gran astucia política. Casualmente, Lucio Calpurnio Pisón, suegro de César, había abierto el testamento en casa de Antonio, por lo que este conocía perfectamente su contenido; el dogal estaba puesto en el cuello de la "hetería". Lo cuál demuestra cuantísima razón tenía Marco Tulio en pedir la cabeza de Antonio junto con la de César.
Marco Antonio sabía que el testamento favorecía de modo preferente a la mayor parte de sus asesinos y que mostraba una enorme generosidad con la plebe, así pues, su lectura pública sería la sentencia de muerte para los magnicidas.
17-Marzo-44.- Se da la paradoja de amnistiar a los asesinos de César a la vez que se sancionan todas las medidas tomadas por éste en su breve "reinado". Los cónsules eran Cayo Dolabella y el inefable Marco Antonio, pero la idea de la amnistía parte de Cicerón.
El excesivo afán de protagonismo de éste le hicieron perder popularidad rápidamente. No se esforzaba nada por disimular que pretendía ser el nuevo César, pero sin su clase. De esta forma estaba despejando el camino a Octaviano, ese "jovenzuelo", como gustaba llamarlo Antonio, de forma despectiva.
20-Marzo-44.- El cadáver fue llevado al Foro, y la puesta en escena se cuidó hasta el más mínimo detalle.



Se lo colocó al lado de su amada hija Julia; la toga traspasada por más de veinte puñaladas bien visible. Antonio comenzó su teatral oratoria que culminó con la ostentosa muestra de la toga ondeando en sus manos. El pueblo, loco de furia se dirigió a incendiar las casas de los asesinos. Cicerón se iba reafirmando cada vez más en que se había cometido un gravísimo error con haber dejado vivo a Marco Antonio.
El pobre Cayo Elvio Cinna fue confundido con el otro Cinna (Lucio Cornelio) y cayó asesinado. Los disturbios iban empeorando, y Antonio empezó a temer no poder hacerse con la situación (como realmente así fue a la postre).
Abril-44.- Y por si había pocos problemas, aparece en escena un tal Amacio, que se pretendía nieto de Mario, del gran Mario. Esto lo hacía primo segundo de César, el mismo parentesco que Sexto César. Este pájaro era un médico de origen esclavo que logró hacer creíble su impostura. Durante la guerra hispana se las apañó para introducirse en la familia Julia y hacerse con importantes clientelas; en realidad todos sospechaban que era un farsante mas, por si acaso, ninguno terminaba de dar el paso definitivo. Octavio lo acogió con fingida hospitalidad para sondearlo y, con su excepcional ojo clínico, sospechó que no era trigo limpio, así que logró "convencerlo" para que abandonara Italia. Tras la muerte de César, Amacio, vuelve a la carga y decide apostar fuerte; en el lugar donde se ha incinerado el cuerpo de Cayo pone un altar y organiza el culto divino del muerto. Antonio, comprendiendo el peligro que este elemento supone para sus intereses, ordena que lo asesinen junto con sus secuaces; lo que no fue sencillo, pues eran muchos y bien organizados. Mas era fundamental acabar con ellos, pues habían descubierto que muchas estatuas de César se estaban quitando de los altares (obviamente por orden de Antonio) y se fundían en secreto. Los acontecimientos se estaban precipitando.
El Senado queda asustado por estos actos de flagrante ilegalidad, y comienzan a comprender la obsesión de Cicerón con quitarlo de enmedio.
Visto cómo las gasta Marco Antonio con todo el que pretende hacerle sombra, Atia y Filipo escriben a Octavio para que no acepte la adopción de César, pero éste no piensa abandonar la partida y regresa a Roma. Efectivamente, comprueba sobre el terreno que Antonio se la tiene jurada, por lo tanto necesita apoyos.
Entra en contacto con los más fanáticos partidarios de César, cuyo miembro más destacado es Cornelio Balbo. También visita al líder de los moderados: Marco Tulio Cicerón, que está esperando acontecimientos en su villa de la Campania. Cicerón vivía en un mundo imaginario, era una reliquia viva de tiempos pasados y seguía creyendo que la República iba a revivir, cuando la realidad es que estaba muerta y enterrada; pero, precisamente por eso, en estos momentos era la figura política de mayor prestigio.
Así que el viejo orador se siente muy halagado al comprobar que el sobrino-nieto del dictador, se pasa por su finca a presentarle sus respetos. Con Octavio va un pequeño pero heterogéneo grupo de incondicionales, entre los que destaca el inseparable Agripa y un etrusco de Arezzo, diez años mayor que ellos, de estirpe real y exquisitos modales. Todos lo llaman César, lo que admira a Cicerón. Un poco ingénuo este muchacho, debió de pensar D. Marco Tulio; sin ejército, sin dinero, sin amigos importantes, sin prestigio ¿cómo se le ocurría saltar a la arena política y plantar cara a semejantes fieras?
8-Mayo-44.- Aprovechando que Antonio está ausente de Roma (casualmente también está en la maravillosa Campania) Octavio se dirige a la Capital y acepta oficialmente la adopción cesariana. Antonio no tendrá más remedio que sancionar la adopción. El primer tanto se lo adjudicará el "jovenzuelo".
El reconocimiento de la herencia no era sólo un trámite simbólico, además suponía recibir la inmensa fortuna del extinto dictador que hasta entonces estaba custodiada por Antonio. Sin embargo hemos de decir que la adopción estipulada en un testamento no era una "adopción" en el pleno sentido de la palabra, sino principalmente un mecanismo para permitir la herencia de las propiedades, a condición de que el adoptado asumiera el nombre del legador. Esta ambigüedad explica por qué Octavio estaba empeñado en que se legalizara su adopción a toda costa. Antonio fingió que se estaba desviviendo para llevar a efecto la ley de ratificación, cuando la realidad era que hacía todo lo posible por hundir al niñato. En cierta forma tenía su parte de razón el impetuoso general cuando decía de Octaviano: "et te, o puer qui omnia nomini debes", aunque como luego pudo comprobar en propias carnes, el "nombre" fue sólo la excusa para saltar a la palestra, lo que le permitió no sucumbir y triunfar frente a todos fue su inteligencia y su endiablada habilidad para la política.
Junio-44.- La provincia que se le pensaba asignar a Marco Antonio cuando dejase el consulado era Macedonia, pero él ansiaba el dominio de la Galia Cisalpina que le permitiría el control militar de Italia.
Mediante una artimaña legal, Antonio, aprueba una ley para desposeer del mando de la Galia a Décimo Bruto, casualmente otro de los cesaricidas.
19-Septiembre-44.- Estando ausente Cicerón, Antonio pronunció una clara acusación ante el Senado:
"Marco Bruto -que aquí nombro para manifestarle todo mi respeto-, levantando el puñal todavía manchado de la sangre de César, invocó el nombre de Cicerón y le dio gracias por la restaurada libertad".
Era evidente que el viejo orador estaba al tanto de la conjura, y que no se molestaba en desmentirlo, pero quiere dejar claro que Antonio también había participado en la trama, por eso no fue casual que Marco Antonio se encontrara alejado del lugar del crimen: "Vimos que Trebonio te retenía lejos del lugar [del atentado]", le dirá posteriormente Tulio.
Como es lógico, una vez muerto César, Cicerón es un anticesariano de toda la vida, y no tiene empacho en comentarle a Ático su "alegría, saboreada con los ojos, por la justa muerte del tirano". En la "Segunda Filípica", se imagina que está frente a Antonio y le dice en su cara que "si el puñal, aquel día. hubiera sido el mío, créeme, no habría interpretado sólo un acto, sino el drama entero", o sea, habría acabado con todos los cesaristas, empezando por el más peligroso de todos: Antonio. Aunque al poco de la muerte de Julio, Antonio consigue que se elimine para siempre de la legislación romana la insitución de la dictadura, lo cual fue muy aplaudido por Cicerón. Pero éste, ve enseguida que son medidas demagógicas tendentes a crearse fama de respetuoso republicano (recordemos el episodio de Amacio), con lo que su odio por Antonio crece. En las "Epístolas familiares" escribe: "Ese loco de Antonio pretende que yo haya sido el promotor (princeps) de vuestra estupenda acción. ¡Ójala lo hubiera sido de veras! Él no seguiría aquí vivo para atormentarnos [...] si me hubieras invitado a cenar la noche antes del atentado, no tendríamos que soportar a Antonio". Es más, etiquetaba a los cesaricidas como hombres con "corazón de león y cerebro de niño", en referencia a la torpeza de haber dejado vivo a Antonio.
Con esta manera de hacer amigos, no es de extrañar que los nuevos Triunviros no perdonaran su cabeza.
Octubre-44.- Antonio, igual que hiciera Pompeyo, no se siente seguro en Roma, y llama en su ayuda a las cuatro legiones acampadas junto a Brundisium (Bríndisi) para apoderarase con ellas de las dos provincias galas antes de que termine el mandato su gobernador legal Décimo Bruto. Pero no contaba con el factor "Octavio". Este muchacho demostró tener una endiablada inteligencia para la política. Su primera acción fue repartir dinero entre el pueblo y ganar inmensa popularidad (como hiciera su tío), luego, para evitar sorpresas, contrató una guardia personal de 3000 hombres. Con esa media legión ya podía plantarle cara a Antonio, aunque de forma retórica, siempre de forma retórica. Octavio no soportaba la violencia, sobre todo cuando podía volverse contra él. A continuación infiltra a sus hombre entre los soldados acuartelados en Brundisium para que sobornen al personal, y pronto se recogen los frutos: dos de esas legiones se ponen a las órdenes del "jovenzuelo".
Evidentemente, la partida de Antonio, igual que ocurriera con Pompeyo, fue considerada como una huída. Las tropas de Brundisium estaban destinadas para iniciar una campaña contra los partos, al desbaratarse este objetivo Octavio se queda con el dinero de la guerra pártica y, a la vez y sin legitimación alguna, cobra el tributo anual de la provincia de Asia. Con esa inmensa fortuna podrá comprar ejércitos, corromper voluntades y ganarse adhesiones.
Entre tanto seguía halagando a Cicerón, llamándolo "padre" y requiriendo de sus sabios consejos. Pero el viejo zorro no se fiaba un pelo de este despabilado querube. Y bien que hacía. De todas formas se decidió a promocionarlo ante el Senado (2-Enero-43), a cambio, Octaviano pone su ejército al servicio de los padres conscriptos (o al menos eso creían ellos).
Bruto y Casio se trasladaron a Oriente viendo que Italia (y los veteranos de César) les eran cada vez más hostiles. Y Cicerón vuelve a Roma, dispuesto a salvar la República de nuevo, como en los viejos tiempos de Catilina ¡qué maravilla, todo el mundo en la calle aclamándolo...! ¿quién había dicho que la República había muerto?
Su primer objetivo era que los cónsules nombrados para el año 43, Aulo Hircio y Vibio Pansa gobernaran sin problemas y, obviamente, le dieran su apoyo. Ambos eran destacados oficiales cesarianos, pero arroparon al viejo ex-cónsul. Su segundo objetivo era acabar con Marco Antonio. Uno de los mayores errores de Cicerón fue buscarse un enemigo de semejante talla, pero el más grave fue el de menospreciarlo; Marco Antonio tenía una gran talla política, aunque lo perdían sus episodios de libertinaje, y Cicerón no perdía ocasión de ensañarse con él; es famoso el siguiente comentario de sus "Filípicas": "Al principio sólo eras una prostituta pública, con un precio fijo, bastante caro por cierto; pero pronto llegó la intervención de Curio y te sacó de las calles, ascendiéndote, podríamos decir, al estatus de esposa, haciendo de ti una mujer sana y establemente casada". Pero estaba claro que Antonio no era Catilina, así que Cicerón iba a necesitar otra estrategia y, sobre todo, muchos aliados; uno de ellos será el joven Octavio.
Octavio decide que es llegado el momento de emprender una marcha sobre Roma con veteranos de la Campania. Pero los aguerridos legionarios se niegan a luchar contra sus camaradas, por lo que el golpe de Estado, fracasa.

17-Enero-43.-Por fin los cónsules Hircio y Pansa atacan a Antonio. El joven Octaviano recibe un imperium y, con dos legiones, va de lugarteniente.
Se dirigen a Módena, en el norte, donde Marco Antonio ha sitiado a Décimo Bruto.
21-Abril-43.- Antonio es derrotado, pero logra huír. Será declarado enemigo público; la República se había salvado. Pero por poco tiempo. Hircio y Pansa han muerto por las heridas del combate, y Octavio quedaba ahora como general en jefe. Según Tácito, Octavio habría hecho todo lo posible por que murieran ambos cónsules.
Antonio se alió con el cesariano Marco Lépido, gobernador de la Galia Narbonense y la Hispania Citerior que dispone de 7 legiones a su mando, y se dirigen hacia Roma; sólo Octaviano se les puede interponer. De nuevo las cosas se ponían feas; sobre todo para Octavio.
Por una parte, el Senado ha legalizado la posición que Bruto y Casio mantienen en Asia; por otra muchos senadores opinan del joven César que "ya pueden quitarlo de enmedio", es famosa la frase de Cicerón: "El joven debe ser alabado, ensalzado y... eliminado", siempre tan gracioso y tan bocazas. Octavio ha ido (huído) a la Galia, allí se ha ganado la adhesión de los procónsules cesarianos Asinio Polión (Bética) y Munacio Plauco (Galia Comata). Su siguiente objetivo es asumir el control de la Urbs.

Julio-43.- Roma es un hervidero de rumores y de temores. De repente, un centurión del ejército de Octavio entra en el Senado y solicita el consulado, aún vacante, para su general. Los patres conscriptos se niegan con una mezcla de asombro e indignación, entonces el soldado saca su gladius y dice "si vosotros no lo hacéis cónsul, éste lo hará". No cabe duda que, si bien Octavio no tenía nada de militar, sabía engatusar a la plebe, fuesen civiles o soldados; lo mismo que su tío.
Un nuevo César cruzaba el Rubicón (de modo literal, pues venía de la Galia) y volvía a abrir una guerra civil.
Cuando Octavio llega a Roma cuenta con ocho legiones a su espalda. Cicerón, destrozado, decepcionado y rabioso a la vez, se estrujaba los sesos para ver cómo podría manipularlo. Octavio le dio la clave "autorizándolo" para que dejara Roma y se recluyera en su villa campestre favorita. El viejo senador comprendió que el sobrino aventajaba al extinto Julio en astucia.
Agosto-43.- El flamante cónsul Cayo César Octaviano nombra un tribunal especial contra los asesinos de César; a continuación cumple con el testamento de su tío y concede tierras a los veteranos, que se pagan con los fondos del erario.
Por el norte va llegando la coalición de cesarianos liderada por Marco Antonio. Octavio no está dispuesto a que haya otra guerra civil; deja en suspenso una decisión del Senado por la que Antonio y sus aliados habían sido declarados enemigos del Estado, pretende así patentizar su buena voluntad y poder pactar con sus poderosos enemigos el reparto del botín; ¿para qué andarse con remilgos y tonterías?
Se forma un nuevo Triunvirato (tresvi rei publicae constituendae). Lépido, además de intermediario, juega el papel de elemento necesario para estabilizar el delicado equilibrio entre los otros dos pesos pesados.
Esta vez Octavio exige que este singular estatuto político sea sancionado por la plebe, y así lo hace el 27 de noviembre del 43.
Durante cinco años el nuevo Triunvirato tendría autoridad consular sobre el imperio. Aprobaría o derogaría a su antojo sin necesidad de referirse al Senado ni al pueblo romano. La ley marcial se aplicaría en el sagrado espacio de la Urbs.
A continuación se reparten el Imperio:
- LÉPIDO.- Narbonense e Hispania
- OCTAVIO.- Sicilia, Cerdeña y África
- ANTONIO.- La Galia.
Aparentemente Octavio era el peor parado, pues con el dominio marítimo del pirata Sexto Pompeyo (el hijo del Magno) las islas no le servían para nada, y África, un fuerte reducto pompeyano, tendría que ganársela a pulso.
Por último, la política de perdón y clemencia de César había sido un tremendo error (y la prueba es que murió por ello), por tanto se hacía necesario comenzar de inmediato la noche de los cuchillos largos.
Unos fueron proscritos por su fortuna (había que pagar a más de 60 legiones) otros por rencillas personales, otros por si acaso. Los triunviros acordaron que sacrificarían a un hombre cada uno. Antonio sentenció a su tío, Lépido a su hermano, y Octavio al hombre que llamara "padre" y que le abrió el camino al poder: Cicerón, el que todos creían era incombustible.

Aún con todo, el viejo orador hubiera podido escapar y probablemente Octavio contara con ello, porque la lista de proscritos llegó a las manos del Padre de la Patria mucho antes que a las de los cazarrecompensas, pero, fiel a su manera de ser, en lugar de huir sin perder un minuto siguiendo la estela de Bruto y Casio, que ya estaban reclutando un ejército en Oriente, fue desesperado de villa en villa esperando no se sabe muy bien qué ayuda. Por fin fue alcanzado, y al igual que otros héroes de la historia romana, estuvo a la altura de las circunstancias, se encomendó a la divinidad suprema, desnudó su garganta y la ofreció al filo de la espada. Era el gesto de un gladiador, y a pesar de que detestaba los violentos espectáculos del circo, siempre lo había admirado.
Fulvia, la viuda de Clodio y ahora esposa de Antonio, enloqueció de alegría ante la vista de la noble testa y la mano cortada del viejo Marco Tulio Cicerón. Escupió sobre su privilegiada cabeza y le clavó un pasador de pelo en la lengua. Luego mostró su hazaña al público. Una gran dama, la tal Fulvia. También la mano que había escrito los más grandes discursos de oratoria de todos los tiempos estaba atravesada por un clavo; todo un paradigma de lo que era ahora mismo la libertad de expresión, tanto oral como escrita.
Bruto y Casio se hicieron dueños de Oriente con todo lo que ello suponía de abundante fuente de dinero y hombres, y podían haber llevado hasta el final la táctica de Pompeyo, pero cometerán su mismo error: pelear.
Los triunviros no poseen los ilimitados recursos de los rebeldes. así que optan por imitar a Sila y crean una larga lista de proscritos, cuyos bienes pasan directamente al bolsillo de los tres dictadores. Alrededor de 300 senadores y dos mil equites sufrieron esta injusta represión. Octavio, en concreto, dará sobrados ejemplos de fría crueldad, sólo mucho más tarde llegará a reconocer como virtud política la clementia caesaris. Las proscripciones diezmaron la clase dirigente, hasta el punto de que muchas familias ilustres quedaron totalmente exterminadas. Los cargos vacantes fueron cubiertos por hombres afectos al régimen.
Aún con todo, los beneficios económicos fueron mínimos, y hubo que subir los impuestos para poder mantener la guerra civil.

En este año 43 muere Atia, viuda ya de Marcio Filipo, que habría fallecido poco antes. Imaginamos que debió de ser un durísimo golpe para Octaviano.

Octubre-42.- Los triunviros cuentan con 28 legiones, frente a las 19 de los rebeldes. Los choques armados se producen en Filipos, y el verdadero triunfador fue Antonio (Octavio, cómo no, se escaqueó del combate).

Casio y Bruto prefirieron el suicidio a caer en manos de sus enemigos, pero sus cabezas fueron expuestas en el Foro. Otros nombres célebres también cayeron: Lúculo, Hortensio, Catón... Éste último, digno hijo de su padre, se despojó del casco y arremetió contra lo más nutrido de las filas enemigas. Su hermana, la austera y virtuosa Porcia, que estaba casada con Bruto, al enterarse de la muerte de ambos, se zafó de los amigos que pretendían impedirle que hiciera una barbaridad y se tragó los carbones ardientes de un brasero. Así habían sido las mujeres romanas. Porcia era la última de la historia.
Al pueblo, mientras tanto, le importaba bien poco quién ganase, siempre que le diesen pan y circo. La libertad sólo era una gran palabra.
Antonio, una vez derrotados Bruto y Casio, decidió seguir jugando a Pompeyo Magno y permaneció en Oriente. Lépido estaba en África, y quedaba Italia para el joven Octaviano, en teoría ésta era la peor parte del pastel, pues era la más pobre; en la práctica Octavio se quedaba con la llave que controlaba la política del Imperio, como ya demostró en su día Julio César. Además se quedaba con la papeleta de repartir tierras a 300 mil veteranos, ansiosos por ocupar sus prometidas parcelas.
El respeto de la propiedad privada había sido uno de los principales puntales de la República, ahora que ya no había libertad ni leyes democráticas se podían requisar las tierras, y sus dueños ser vendidos como esclavos. Ese fue el triste final para muchos agricultores italianos, otros se echaron al monte. El bandidaje y la anarquía reinaban por doquier, y Roma empezaba a pasar hambre; todos los recursos iban para la guerra. Para colmo, veinte años después de que Pompeyo los hubiera exterminado, volvían los piratas, y -sarcástica paradoja- liderados por su hijo, Sexto Pompeyo, que se había hecho el amo de Sicilia y con su flota de 250 naves era el terror del Mare Nostrum.
41.- Antonio convoca a Cleopatra con una intención claramente humillante, pero ella, inteligentísima, acudió en su galera forrada de oro y plata, vestida de Afrodita (o sea, en pelota picada) y sus sirvientes disfrazados de cupidos y ninfas. Ni que decir tiene que el juguetón de Antonio, tan aficionado a los disfraces y la crápula, quedo inmediatamente prendado y, disfrazado a su vez de Dionisio, la poseyó y le hizo gemelitos.



Mientras Antonio organizaba Oriente, su querida esposa, la inquieta Fulvia, y su amadísimo hermano, Lucio Antonio, no tuvieron otra ocurrencia que fomentar una rebelión en Italia. La cosa fue fácil, les bastó con liderar a los miles de desposeídos por los arbitrarios asentamientos llevados a cabo por Octaviano. Pero no estaban solos, muchos senadores apoyaban el levantamiento; y probablemente la mano del propio Marco Antonio también estuviese detrás de toda la trama. Tiberio Claudio Nerón (de los Claudios de toda la vida) estaba entre los conjurados, y con toda la familia partió a Perusia (Perugia), el principal centro opositor. Estaba casado con Livia Drusila, también de la familia Claudia, su abuelo era Marco Livio Druso, que en el año 91 se había ocupado de la integración de los itálicos en la comunidad política de Roma y ocasionó el comienzo de las guerras civiles.

Enero-Marzo-40.- El joven César logró reprimir el levantamiento, a duras penas, con atrocidades rápidas y calculadas. Consigue arrinconar a los líderes rebeldes en Perusia, y al final se rinden. Lucio es confinado en un lugar aislado; respecto a Fulvia, ya empezaba a estar harto de esta zorra irresponsable, aunque tampoco se atrevió a darle su merecido, conformándose con escribir unos versos con la ninfomanía de esta señora como eje de la composición. Luego le "permitió" reunirse con su marido en Atenas.
El resto de sediciosos no corrieron suerte tan favorable; en la conmemoración de los Idus de Marzo, fueron inmolados en un altar erigido en honor del divino Julio. Entre los afortunados que lograron escapar estaba la familia de Tiberio Nerón, aunque, eso sí, con las tropas de Octavio pisándoles los talones. El objetivo era alcanzar la costa para huir en barco; llegan a Nápoles y se internan en el bosque, el bebé, Tiberio, llora de forma desconsolada a pleno pulmón, todos creen que su llanto va a delatarlos de forma irremediable. Pero la suerte les fue favorable una vez más y por fin pudieron tomar un barco que los llevó a Sicilia. En Sicilia esperaban ser bien recibidos por Sexto Pompeyo, pues Marco Libón, hermanastro de Livia por adopción, era su cuñado. Pero Pompeyo no quería problemas, aspiraba a lograr un pacto con Octaviano, y mostró una actitud más bien hostil; incluso, para evitar provocaciones innecesarias, ordenó al marido de Livia que no luciera las fasces de pretor que aún conservaba de modo ilegal. Octavio también buscaba un acercamiento con el "rey de los mares", pues las relaciones con Antonio se iban deteriorando por momentos. Así que Tiberio Nerón se ve obligado a hacer el petate y marchar a Oriente junto con su familia, para estar al lado de Antonio. Probablemente sea entonces cuando Tiberio es declarado oficialmente proscrito. Al llegar a Grecia se encuentra a un Marco Antonio que tampoco está dispuesto a cargar con este fracasado que no sirve para nada, así que lo despacha a Esparta, donde los Claudios gozan de grandes apoyos desde tiempo inmemorial. Pero, torpe como es, se mete en un enredo que desconocemos y que le obliga a volvera huir con toda su familia, esta vez la escapada será de noche y a través de un bosque en llamas que por poco les cuesta la vida. La pobre y abnegada Livia acabó con el vestido y los cabellos chamuscados.

Antonio decide volver a Italia, pues ve que su colega se está comportando de forma peligrosa. En el viaje muere Fulvia.
En estas que también muere Quinto Fufio Caleno, lugarteniente de Antonio en la Galia; Octavio no pierde puntada y se queda con la Galia y sus legiones. Con esto quedaba prácticamente disuelta la alianza triunviral. Así que Marco Antonio busca un nuevo socio: Sexto Pompeyo, el corsario que dominaba el Mediterráneo occidental.

Cuando Octavio se convirtió en triunviro pensó que era llegado el momento de contraer matrimonio, obviamente habría de ser acorde con su prestigioso estatus de príncipe romano. Desde luego rompió el compromiso con la nieta de Servilia, ya no interesaba emparentar con unos mindundis, y encima de la familia de Bruto y Catón. La nueva opción habría de estar dentro del círculo familiar de Antonio, lógicamente. Y la elegida fue Clodia (de los Claudios de toda la vida), hija de Fulvia, la mujer de Antonio. Pero claro, luego vino todo el asunto de la revuelta de Perugia, por lo que en el 41 se divorció de la jovencísima Clodia.
Ahora que Antonio se había aliado con Pompeyo, era el momento de unirse a la familia pompeyana, y tiene la brillante idea de matrimoniar con Escribonia, hija de Lucio Escribonio Libón, el suegro de Sexto, diez años mayor que Octaviano y que le dará el único vástago de su vida: Julia, que tantos quebraderos de cabeza le ocasionará a la postre.
Detengámonos un momento en la figura singular de este Lucio Escribonio Libón, uno de los principales aliados de Sexto Pompeyo; hombre ambicioso y de gran habilidad política. Tenía un hijo biológico, que fue adoptado por Marco Livio Druso Claudiano, el padre de Livia, por lo que este muchacho pasó a llamarse Marco Livio Druso Libón. La adopción se hizo, seguramente, al estilo de lo hizo César con Octaviano: el testador deja una suma al heredero a cambio de que lleve su nombre. Aunque en todo este asunto de la adopción fue Lucio Escribonio quien manejó todos los hilos; además casó a una de sus hijas, Escribonia, con Pompeyo, y posteriormente a una de sus hermanas -también llamada Escribonia- con Octavio; de esta forma se lograba el acercamiento entre Octavio y Sexto, a la vez que se catapultaba su propia persona.
Imagino que Lucio Escribonio pretendía ser el árbitro en un nuevo triunvirato formado por Pompeyo, Octaviano y él mismo, pero las cosas no saldrían según las había planeado, y es que Octavio era mucho Octavio. De todos modos llegará a cónsul en el año 34 a.C.
También merece la pena que nos detengamos en la persona de Escribonia, la cual, antes de que Octaviano hicera su brillante entrada en escena, ya había conocido las mieles del tálamo nupcial en dos ocasiones, ambos cónyuges habían ejercido el consulado. Era mujer de poco atractivo, tanto físico como espiritual, al decir de los historiadores de la época, obviamente no debemos hacerles el menor caso, pues sus opiniones son propagandísticas, máxime cuando sabemos que Escribonia fue una mujer muy digna que acompañó libremente a Julia en el destierro, y que a sus ochenta años de edad tuvo la serenidad necesaria para disuadir a su sobrino Druso Libón del suicidio cuando éste comprendió que iba a ser condenado por traición a comienzos del mandato de Tiberio.
No sabemos el año exacto del fallecimiento de Escribonia, pero sobrevivió a Augusto.

Septiembre-40: TRATADO DE BRUNDISIUM.- Antonio desembarca en Italia con un poderoso ejército, pero los centuriones de ambos bandos se niegan a enfrentarse, todos son viejos camaradas cesaristas. Es la hora de los diplomáticos. Asinio Polión y Mecenas logran que los triunviros renueven su alianza.

- Antonio se queda con Oriente.
- Octavio con Occidente.
- Lépido, que cada vez pinta menos, con África.

Italia estará abierta a todos, principalmente para el reclutamiento de soldados, pero de hecho su control iba a pertenecer a Octavio. Ése fue el gran error de Antonio.
Para sellar y renovar la alianza que unía a ambos triunviros, y aliviar la soledad del desconsolado viudo (que ya tenía tres hijos con Cleopatra), Octaviano entrega a Antonio a su propia hermana, la sin par Octavia, la que César pretendió que fuese para Pompeyo el recambio de la fallecida Julia, pero Pompeyo ya no quería nada con Julio y eligió a Cornelia Escipión.
Además también pensaron que en este triunvirato sobraba Lépido ¡No iban a estar en desacuerdo en todo!
39.- Pacto de Miseno. Se reconoce a Pompeyo como socio en el poder; las tres islas y el Peloponeso caen bajo su jurisdicción, igualmente se indulta a los pompeyanos. De esta forma se termina el bloqueo, se reanuda el comercio, y el grano llega a Italia, donde la plebe estaba amotinándose pues estaba pasando hambre. También se promulga una amnistía para todos los pompeyanos. Para reforzar la alianza con Pompeyo, se celebran los desposorios de Marcelo, sobrino de Octaviano, que contaba entonces 3 años de edad, con Pompeya, hija de Sexto.
Uno de los proscritos pompeyanos amnistiados que regresan a Roma es Tiberio Claudio Nerón (de los Claudios de toda la vida), obviamente iba acompañado de su esposa, la simpar Livia Drusila. Octavio daba una fiesta el día de su cumpleaños con la excusa de que iba a afeitarse su luenga barba, e invitó a la creme de la creme de la Urbs, obviamente no podían faltar los Claudios. Cuando le presentaron a Livia, ya no pudo apartar sus ojos de ella, hasta el punto que, tomándola de la mano, abandonó el banquete para dirigirse a sus aposentos.

Al margen de las innegables ventajas políticas que suponía para Octavio emparentar con los Claudios, lo cierto es que éste quedó locamente enamorado de Livia, hasta tal punto que removió Roma con Santiago para que Tiberio Nerón le diese el divorcio; éste aceptó encantado, así se hacía perdonar todas las deudas políticas que tenía con Octavio. Lo grave es que Livia estaba embarazada de su segundo hijo, lo que impedía su nuevo matrimonio, pero Octavio logró una dispensa sacerdotal. Aún con todo esperó al nacimiento de Julia para divorciarse, y a finales de septiembre se prometieron.

17- Enero - 38: BODORRIO.
En Roma es todo un escándalo. Tres meses después nació Druso; el primogénito, Tiberio, contaba ya con cuatro añitos. A la muerte de Nerón irá a vivir con Octaviano.
Recordemos que Octavio, primero estuvo prometido con Servilia, la hija de Publio Servilio Isáurico, emparentado por matrimonio con Bruto, Casio y Lépido. Este compromiso de boda fue el producto de una alianza -casi contra natura- pergeñada por Cicerón en el año 43, y que apenas se mantuvo unos meses; eran tiempos en que el viejo orador todavía creía que Octavio era un pipiolo dúctil y maleable.
Cuando Octavio se reconcilió con Antonio, se prometió con la hijastra de éste, Claudia, hija de la sin par Fulvia y su anterior marido, el no menos incomparable Claudio "Clodio" Pulcher, la terrible maricona, tan activo en época de Julio César. Pero la corta edad de la novia, y su enfrentamiento con Fulvia anularon el compromiso.
Luego, en el 40 se casó con Escribonia, pero pronto entendió que no necesitaba alianzas con Pompeyo, sino acabar con él.
Livia iba a darle un enorme prestigio, pues en ella confluía lo más prestigioso del patriciado romano. Pero, no nos engañemos, por encima de todo estaba el amor.
A partir de aquí, durante muchos años, Livia apenas será mencionada; el papel de primera dama lo desempeñará Octavia, la hermana de Augusto, a la que éste adoraba, y su protagonismo se realzará tras su boda con Antonio.

38.- Uno de los capitanes de la flota, entrega Córcega y Cerdeña a Octavio, lo que deja en muy precaria situación a Pompeyo. Es el momento de acabar con el corsario.
37.- César pide ayuda a Antonio, que no está por la labor, pues acabar con Pompeyo supondrá un fortalecimiento espectacular de Octaviano. A la vez, Marco Antonio necesita más hombres para su ofensiva contra los partos, pero las levas se hacen en Italia, controlada por Octavio. Está claro que hay que negociar.

En el año 40, los partos invadieron Judea, llegando a tomar Jerusalén. Herodes, ayudado por Antonio, reconquista Palestina en este año 37.
Tras la muerte de Herodes en el 4 a.C. el reino pasará a su hijo Arquelao, pero su nefasto gobierno obliga a Augusto a destituirlo y poner en Judea un procurador de rango equestre.
La conquista de Egipto permitió a Roma obviar la ruta comercial pártica y navegar directamente hasta la India desde el Mar Rojo, de ahí la importancia estratégica del control de Palestina.

Septiembre-37.- Ambos se encuentran en el puerto de Tarento y renuevan el Triunvirato. Antonio cederá 120 naves de su flota, y Octavio enviará 20 mil legionarios contra los partos. Las naves llegan enseguida, mientras que por Oriente sólo aparecen dos mil soldados. Una calculada provoción. La próxima vez que vuelvan a verse será en el año 31, en Actium.
Septiembre-36.- Aunque Octavio en sus Res Gestae plantea la lucha contra Sexto como una acción de castigo contra piratas, la realidad fue que se reanudó la guerra civil, y el propio Octaviano estuvo a punto de perder la vida. El mismo Lépido vino desde África a Sicilia con sus legiones, iba a ser su última inervención en la lucha por el poder.
Tras varios reveses, el gran Agripa, logra las decisivas victorias de Milazzo (agosto) y Naulocos (septiembre). Sexto huye a Oriente, donde tras molestar unos meses a Antonio, será capturado y asesinado en el 35.
Una parte de las tropas de Pompeyo se rindieron a Octavio, y otras a Lépido, por lo que éste se quiere pasar de listo y exige a Octavio le entregue la Sicilia. Pero, una vez mas, Octavio usa el recurso del soborno y Lépido se queda sin hombres. Tras rendirse, Octavio le perdona la vida, pero lo dejó confinado en su villa del cabo Circeo, ocupando tan sólo el cargo de Póntifex Máximus, que, a su muerte, pasará a Augusto.
A sus veintisiete años, el sobrino de César tenía a Roma entera y medio mundo a sus pies. A partir de ahora, será mucho más clemente para ir ganándose adhesiones y para fomentar su maltrecho prestigio como republicano y estadista respetuoso de las leyes y la propiedad. Los nuevos asentamientos de los veteranos pompeyanos se harán fuera de Italia. Todos respiran tranquilos.
Octavio regresa a Roma y se le otorga un triunfo, pues ha vencido a los piratas. A continuación declara oficialmente que la guerra civil ha terminado, lo que provoca que el Senado se vuelque en muestras infinitas de agradecimiento. Por ejemplo se le otorga la invunerabilidad tribunicia, la sacrosanctitas, que pronto se hace extensiva a Livia y Octavia, con lo que se va identificando a la "familia" con el poder.
Pero quedaba mucho camino por recorrer. El hecho de que Antonio esté lejos lo exime de las responsabilidades políticas que sí le caen al cercano Octavio. Pero este desgaste político tenía sus evidentes ventajas, César tenía todo el control político y militar, y le permitía segarle la hierba por los pies a Antonio. Afortunadamente éste se lo ponía fácil. En el terreno militar, su campaña contra los partos fue un estrepitoso fracaso, con pérdidas catastróficas de hombres y armamento. Y Octavio seguía sin enviar soldados.
Como hemos visto, Marco Antonio se había casado con Octavia, bella, inteligente y leal. Durante un tiempo se instalaron en la cultísima Atenas: conferencias, vida familiar, filosofía, arte... Pero poco a poco Antonio volvió a las andadas: vino, juergas, disfraces de Dionisio...
Octaviano en Roma, decide demostrar a todos que toda la violencia y perfidia derramada hasta la fecha ha sido coyuntural. Ahora estaba dispuesto a darle al pueblo, paz, mucha paz. Y pan y circo, claro. Sobre todo mucho circo.
En primer lugar restaura las instituciones republicanas (pero conservando el poder absoluto). Con todo esto pretendía contraponer su "legalidad republicana", plena de paz y confort, a las ínfulas de monarca helenístico que translucía Marco Antonio. Todo era cuestión de esperar, y caería como un higo maduro. El plan de Octaviano se reforzó cuando llegó a Roma la desconsolada Octavia, rechazada por su marido que había decidido irse a vivir con su lasciva Afrodita egipcíaca.
En Roma fue todo un escándalo, y la gente no hacía más que comparar al íntegro y dignísimo Octavio, con el crápula monárquico instalado en Egipto. Antonio se defendió en una cordial misiva:

"¿Qué te ha cambiado? ¿Que me esté follando a la reina? Es mi esposa, y no de ayer, sino ya desde hace nueve años. ¿Acaso tienes tú sólo a Livia? Estoy seguro que en el momento que leas mi carta habrás gozado ya de Tertula, o de Terentila [apelativo familiar de Terencia, la esposa de Mecenas, amante notoria de Octavio], o de Rufila, o de Salvia Titiscuria. o tal vez de todas ellas ¿acaso importa dónde mete uno su erección?".

Mas el problema no era sexual, y Antonio lo sabía. Su amante no era una patricia (o una puta) romana, sino una reina de Egipto. Su siguiente error fue reconocer a los gemelos -cosa que nunca se le pasó a César por la cabeza con su bastardo- y les puso Alejandro-Helios y Cleopatra-Selene.
34.- Ante las multitudes de Alejandría se nombra príncipes a los gemelos y a Cesarión, y se les dan tierras pertenecientes a la República. También acuñó monedas con su efigie por un lado y la de Cleopatra por otro. La verdad es que Octavio no esperaba tanta torpeza de su enemigo; sólo necesitaba una prueba evidente que demostrase que era un traidor, y podría declararle la guerra.
1-Enero-33.- Octavio se hace con el consulado, y abre la primera sesión del Senado con un ataque vehemente a las disposiciones de Antonio en Oriente, acusándolo de estar fomentando la liquidación de Roma.
Éste interrumpe su campaña pártica y pasa a la acción. El ejército y la flota, más las fuerzas de los reyezuelos asiáticos se dirigen a Éfeso.
1-Enero-32.- Cayo Sosio y Cneo Domicio Ahenobarbo, seguidores de Antonio, salen elegidos cónsules. En la primera reunión del Senado atacan a Octavio de forma despiadada. En la siguiente sesión, éste aparece con sus partidarios armados; a buen entendedor...
Ambos cónsules y más de 300 senadores salen huyendo en dirección a Oriente, sabiendo que era un camino sin retorno. Octaviano no era como su tío-abuelo.
La llegada de tanto padre conscripto llena a Marco Antonio de alegría y de legitimación. Aunque pronto se dieron cuenta de que estaban apoyando la causa de un reyezuelo oriental.
Y aquí entran en escena Munacio Planco y su sobrino Marco Tito, quienes, tras diez años de fieles servicios a Antoñito, deciden cambiar de bando. Munacio había firmado como testigo en el testamento antoniano que guardaban las vestales; allí hay plasmadas decisiones tremendas, como ser enterrado al lado de Cleopatra en Alejandría, o la asignación de territorios romanos para que sean gobernados en calidad de reyes por los hijos habidos con la reina egipcia. La lectura de este testamento en el Senado sería el golpe definitivo para Marco Antonio. ¡Lástima que el Templo de las Vestales sea un lugar sagrado e inviolable! ¿Inviolable? Esa palabra es desconocida para Octavio. Basándose en la Ley de Calamidades Públicas para la protección de Roma entró en el sacro recinto y se llevó el Testamento, que se leyó ante los padres conscriptos. Allí venía claramente especificada la entronización de los mamones de Cleopatra y la adjudicación de tierras republicanas, así como su deseo de ser enterrado junto a la faraona. Y ya, como sórdido colofón, Antonio repudiaba a Octavia, ese ejemplo de virtudes romanas, para casarse con la reina egipcia.
Antonio es desposeído de todos sus poderes -incluido el consulado del año siguiente-, y se declara la guerra a Cleopatra; de esta forma se evita oficialmente la guerra civil, y, caso de que se produzca, el culpable será Antonio.
De nuevo, la suerte estaba echada. Partió Octavio con el apoyo incondicional de toda Roma.
Antonio quería que la guerra se decidiese en Italia; Octavio y Agripa logran que el choque sea naval (materia en la que Agripa era un genio) y lejos de la península. Antonio se ve bloqueado, todos sus esfuerzos por forzar un enfrentamiento terrestre son vanos, y el tiempo corre veloz en su contra.
Agosto-31.- Las deserciones se suceden de forma vertiginosa. Ya no le queda ningún aliado asiático y sólo dispone de la mitad de los contingentes con que empezó la campaña. Una de las más sonadas es la de Domicio Ahenobarbo; Octavio sabrá perdonar y agradecérselo convenientemente.
2-Septiembre-31.- La situación es desesperada para la armada antoniana, comandada por Cayo Sosio, que busca abrirse paso a toda costa. Pero la táctica de Agripa, basada en barcos pequeños y maniobrables y muy numerosos, se muestra perfecta.
Cleopatra, desde la bahía de Actium, se da cuenta de que no hay nada que hacer, y en vez de lanzar su flota de refresco en ayuda de Antonio, decide huir. Éste hace lo propio. Entonces, las 19 legiones de Antonio negocian la rendición. Octavio los acoge con los brazos abiertos.
Ya sólo queda Egipto, con los dos enamorados dentro organizando la resistencia.
Agosto-30.- Las legiones de Octaviano toman Alejandría sin problemas. Antonio se atravesó el pecho con un gladius, muriendo en brazos de su amada. Cleopatra esperó a ver si podía seguir con la saga familiar, pero Octavio era frío e implacable. Al noveno día de la muerte de Antonio, la faraona se entera de que va a ser llevada a Roma como trofeo, haciéndola desfilar cargada de cadenas; entonces se dejó morder por una cobra, cuyo veneno da la inmortalidad.



Cesarión, hijo del "divino" César fue estrangulado (aquí no se consentía más heredero sanguíneo de César que Octavio), los Ptolomeos destituidos y Egipto pasó a ser provincia exclusiva de Octavio. Y nadie rechistó.

29-Agosto-30.- En Roma se suceden 3 días apoteósicos de Triunfo. Así quedaban cerrados 20 años de guerras civiles, desde que César cruzara el Rubicón.

29 a.C.- Se cierra el Templo de Jano. Y todo el mundo lo aplaude, porque sólo se quiere paz, paz a toda costa. Y Octaviano también lo comparte.
En los años siguientes asume el consulado junto con Agripa. Otro hombre, en la sombra, le dará todo su apoyo: el riquísimo, cultísimo e inteligentísimo Mecenas; a pesar de saber que su esposa, Terencia, es su amante, aunque habida cuenta su exacerbada homosexualidad, tampoco le importaba mucho.
Se llevan a cabo importantes reformas, entre ellas nombrar nuevas familias de patricios.

Idus de Enero del 27 a.C.- Y por fin la gran pantomima. El joven césar tiene 35 años y se dirige al Senado. La guerra civil ha terminado, les dice, y ya no hay justificación para seguir detentando los extraordinarios poderes que se le concedieron, así pues, era llegado el momento de restaurar la legitimidad y devolver el poder a sus auténticos dueños: el Senado y el pueblo romano. Amén.
Los padres conscriptos quedaron mudos, no podía dejarlos huérfanos el padre de la Patria; le suplicaban que no los abandonara de forma tan ingrata; Octavio hacía ostentosas muestras de rechazo, la decisión ya estaba tomada. Bueno, al menos aceptaría el gobierno de una provincia simbólica, para no hacerles desprecio; esta provincia augusta englobaba Hispania, Galia, Siria, Chipre y Egipto, con un simbólico mando sobre 20 legiones. Porfa César, acepta, aunque sólo sea por diez años. Está bien, como leal ciudadano que era, no tenía más remedio que obedecer las órdenes del Senado y sopotar esa carga. También acepta el consulado durante diez años seguidos.
La gratitud de los padres de la Patria no conoció límites. Se le concedieron todo tipo de coronas, emblemas, adornos y símbolos que dejaban claro que era el más grande entre los ciudadanos.

Se colgó un escudo de oro en el Senado en honor del Princeps con las alegorías de las cuatro virtudes: Virtus (valentía), Iustitia, Clementia y Pietas (cumplimiento del deber).

También habría que buscarle un "apodo" de gobierno. Se barajó la posibilidad de "Rómulo", como nuevo fundador de Roma, pero ese nombre estaba demasiado ligado a la monarquía; además, corría el rumor de que había sido despedazado por los seandores debido a su tiránica conducta. Así que se optó por algo más inofensivo como "Augusto", que inmediatamente se lo asociaba con lo divino. A partir de ahora sería llamado exclusivamente "Augusto" (santo, sagrado, excelso), quedando el título completo en: Imperator Caesar Augustus; y su lema "Festina lente!" (Deprisa pero con calma, que equivale a nuestro "sin prisa pero sin pausa", o "si tienes prisa, vístete despacio").
La gran ocurrencia de Octaviano fue restaurar la República (así lo celebró el Senado), anclando sabiamente su poder personal dentro de la tan proclamada "restauración". De todos modos, acudía a las sesiones del Senado con la coraza debajo de la toga.
Y es que, como dijo el viejo Cicerón: "El fruto de la libertad excesiva es la esclavitud". Tanto para unos como para otros.

A lo largo de su gobierno, Octavio irá llenando el Senado con familias procedentes de Italia y otros puntos del Imperio, cuyos miembros, obviamente, le estarán eternamente agradecidos. También rebajará el consulado a seis meses para que todos los senadores puedan disfrutar del juguete.
Su régimen disminuirá la corrupción, pues Octavio no está dispuesto a que una provincia se rebele por culpa de un ambicioso gobernador; esto engrosará el Aerarium Saturni (erario).
Lograda la paz, era absurdo mantener un ejército tan costoso, así que licencia a 42 de las 60 legiones. Para poder pagar a los veteranos y asentarlos impuso a los ciudadanos un 5% en todas las herencias, salvo las muy próximas.

Porque en el fondo seguía siendo una tiránica dictadura: nadie podía sobrepasar a Augusto. Así, Cayo Cornelio Galo, quedó en Egipto al mando de tres legiones y se dedicó a autoerigirse estatuas y a vivir como un reyezuelo. Octavio le retiró su amistad (renuntiatio amicitiae) y el Senado le incautó todos sus bienes; su única salida fue el suicidio.
Licinio Craso, nieto del antiguo triunviro, había regresado victorioso de Macedonia, y no sólo había celebrado un triunfo, sino que pretendió ofrecer a Júpiter los spolia optima arrebatados a un caudillo enemigo (muerto por sus propias manos en buena lid), tal como indicaba la secular tradición. Pero el nuevo César no podía soportar que nadie lo sobrepasara en valentía, por lo que Craso fue defenestrado políticamente.
Todo esto ocurrió en el año 27 y fue todo un aviso a navegantes.
Desde este momento, el asunto de la sucesión dominará su pensamiento político hasta el resto de sus días. Su posición como "pinceps" no tenía precedente, a pesar de su apariencia de respetabilidad republicana, y no había ningún mecanismo teórico por el cual pudiera transmitir este cargo a un sucesor. Además, al no tener hijos varones, la cosa se complicó grandemente, pues su elección entre los hijastros, o incluso cuando nombró a Agripa sucesor, sólo produjo rencillas y resquemores.
Qué duda cabe que Livia fue preparando el camino para que el heredero fuera su hijo, Tiberio, pero lo llevó a cabo de un modo muy discreto, y sin precipitación (¡Festina lente!), y sobre todo con una inmensa suerte como aliada, pues todos los rivales de Tiberio fueron muriendo a lo largo de los años; lo cual sirvió para tejer la leyenda negra que la convirtió en la reina del veneno.

Finales del 27 a.C..- Octavio desembarca en Tarraco organizando toda la intendencia necesaria para pacifiar a cántabros y astures, o, dicho de otro modo, para controlar las riquísimas minas de oro que ellos poseían.

La población del norte peninsular en época romana estaba constituida, por un lado por el sustrato indígena prehistórico, mantenido a través de la etapa de los dólmenes y túmulos, y que posiblemente no constituiría una población muy amplia, configurada y fortalecida durante la etapa del Bronce Atlántico, momento en que se detectan conexiones con Bretaña y las Islas Británicas, así como con el sur peninsular; y por otro por elementos étnicos culturales provenientes de las "invasiones" indoeuropeas, en especial la tercera oleada de finales del s. IV y principios del III a.C., que, tras desplazarse por la Meseta norte, trajo consigo la introducción de un nuevo tipo de construcciones, técnicas agrícolas avanzadas, los primeros objetos de hierro, etc. Fue un proceso lento cuyo arraigo definitivo coincidirá con las últimas décadas del s. I a.C.
Además hemos de señalar que las denominaciones tribales que daban los romanos eran genéricas y una forma de simplificar el complejísimo damero de pueblos que habitaban la península; así pues, nombres como cántabros, galaicos o astures son meramente orientativos y, las más de las veces convencionales.

Primavera del 26 a.C..- Octavio establece su base de operaciones en Segisama (Sasamón) y ataca poblaciones de cántabros y astures con tres unidades de ejército, y con el apoyo de la flota cantábrica. Al finalizar esta campaña militar el emperador se retiró a Tarragona para embarcar rumbo a Roma. Las operaciones las continuará su legado Antistio.
Al llegar el invierno descienden los hispanos de sus montes nevados con el objetivo de atacar por sorpresa a los efectivos romanos acampados junto al río Astura, pero en el momento más crucial sus aliados brigaecinos los traicionan delatando el plan a las despreocupadas tropas romanas. Los norteños se ven obligados a refugiarse en el monte Vindius.
25 a.C.- Claudio Marcelo (17 años), hijo del primer matrimonio de su hermana Octavia, se casa con Julia (14 años). Rápidamente es ascendido en la carrera política. A muchos les suena a preparación sucesoria.
Guerra Cántabra.- En el verano, las legiones toman el monte Vindius y las tribus septentrionales quedan vencidas.
23 a.C..- La situación es crítica. Parece ser que incluso se llegó a preparar una conspiración contra Augusto, en la que podría estar implicado su colega consular Terencio Varrón Murena. Todo acabó con un implacable rodar de cabezas.
Varrón fue substituido por Lucio Calpurnio Pisón, hombre de intachable vocación republicana que, tras la muerte de su yerno Julio César, se retiró de la política. Calpurnio aceptó este puesto -que beneficaba grandemente a Octavio, evidentemente- a cambio de no pocas concesiones.
Y de pronto, Augusto sufre una rápida enfermedad que lo lleva a las puertas de la muerte. Desde el lecho entrega su anillo a Agripa, y la lista de tropas y finanzas a Calpurnio Pisón.
Ingeniosa demostración de equilibrio, pero ¿qué hubiera pasado de haber muerto? Posiblemente otra guerra civil.
Pero el César se repuso y toma buena nota de la lección aprendida. Por de pronto renuncia al consulado; pero, a cambio, se le entrega tal cantidad de atribuciones (como la potestad tribunicia, a pesar de ser patricio) que en la práctica su poder es muy superior a la de un cónsul.

Agripa pasó a ser el 2º hombre de la República.
Quien sí murió fue Marcelo, su sobrino y yerno. Y es que parece ser que ese año hubo una grave epidemia (gripe?).
Digamos de modo anecdótico que Cayo Proculeyo, buen amigo de Octavio, padecía una úlcera dolorosísima; para mitigar la acidez que corroía su estómago ingirió una cantidad desmesurada de yeso, que acabó con su vida.
Guerra Cántabra.- Se sublevan cántabros y astures, quizá como consecuencia de la terrible hambruna del año anterior (que obligó a los romanos a importar trigo de Aquitania). El levantamiento es sofocado con rapidez por Lucio Elio Lamia.
22.- Nueva sublevación descoordinada de galaicos, cántabros y astures, tras muchos apuros serán derrotados los últimos resistentes en el "mons Medullius". Aún así seguirá habiendo sublevaciones, aunque no alcanzarán la importancia de años anteriores.
21.- Julia se casa con Agripa (en el 20 nace Cayo y en el 18 Lucio. En el 17 serán adoptados por Octavio)
27-Marzo-19 a.C..- Cornelio Balbo, procónsul cuya familia era natural de Gades, celebra el último triunfo en Roma por haber vencido en África a los garamantes (esgarramantas ?). Será el último, él cierra los Phasti Triunphales; a partir de ahora las victorias de los generales romanos pertenecerán a Augusto. Habrá una excepción, el 1 de Enero del 7 a.C. Tiberio pasea en Triunfo por Roma, pero será una actuación cuidadosamente calculada por Augusto para reforzar la figura de su hijastro como heredero.
Agripa se pone al frente de las tropas para acabar definitivamente con las revueltas del norte de Hispania.

Las legiones romanas procuraban cometer el menor número de bajas posibles, pues los prisioneros eran vendidos como esclavos y obtenían con ello pingües ganancias. Pero tras la batalla de las Médulas (mons Medullius) los prisioneros cántabros y astures vendidos como esclavos en la Galia se sublevaron y asaltaron varias guarniciones romanas produciendo muchas víctimas y reavivando la rebelión del septentrión peninsular. Por ello hubo de acudir Agripa en persona para pacificar la zona; las medidas que tomó fueron drásticas: ejecutó a todos los prisioneros en edad de combatir e hizo asentamientos forzosos en el llano.

17 a.C..- Cayo y Lucio, nietos de Octavio, son adoptados por éste.
31-Mayo-17 a.C..- Se inician los juegos seculares, como símbolo de que comienza una nueva era.
15 a.C..- Augusto viaja a Hispania por segunda vez, procediendo a fundar nuevas colonias romanas, a reorganizar el territorio y a imponer una nueva política administrativa. Para ello Agripa realiza un censo con fines claramente fiscales.
12 a.C..- Muere el gran Agripa. Este novus homo estaba tan mal visto por los nobles que se niegan a participar en sus juegos fúnebres.
Habrá que buscarle a Julita un nuevo marido:
- Druso estaba casado con Antonia, sobrina de Augusto. Una relación tan estrecha no debía romperse.
- Pero Tiberio estaba unido "sólo" a Vipsania, hija del primer matrimonio del fallecido Agripa, así que tuvo que separarse de ella y casarse con Julia. Ambos se detestaban.
Livia ("Ulixes stolatus", según Calígula), fue quien tejió la red de matrimonios familiares con objeto de que primero Tiberio, y luego Germánico sucedieran a Augusto (a la muerte de Druso, Livia instó a Tiberio para que adoptase a Germánico, hijo de aquél). Luego, los hijos de Druso -Druso Minor y Germánico- se casaron con Livila y Agripina (hijas de Julia y Agripa).
Druso, el hijo del que estaba embarazada Livia cuando se casó con Octavio, fue considerado por éste como un hijo propio. Su muerte fue un golpe durísimo para el César. No digamos para Livia. Por eso son repugnantes las acusaciones que se le hacen de haberlo envenenado. Druso se encontraba en las orillas del Elba cuando su caballo tropezó y cayó, aplastándolo. Tiberio cabalgó sin descanso para estar a su lado antes de que muriera.
El otro sucesor lógico era el hijo póstumo de Agripa, llamado Póstumo por la Historia, y Agripa por la familia. Pronto fue recluido, acusado de ser un anormal que no regía, cuando a lo mejor sólo era un rebelde que no convenía a los planes sucesorios de Livia.
Otra opción era Germánico, nieto de Augusto y futuro padre de Calígula, pero todavía era muy joven. Aunque Octavio sopesó la idea de nombrarlo sucesor parece ser que Livia intervino con firmeza en favor de su hijo, y hubo de rendirse a la evidencia. Por otra parte era la mejor opción, se mire por donde se mire. Así que el

26 - Junio - 4 d.C.- Augusto adoptó a Tiberio, con todas sus consecuencias. De todos modos se guarda un as en la manga y también adopta a Póstumo Agripa, por si acaso le ocurriese algo a Tiberio. Este, a su vez, hace lo propio con su sobrino Germánico, para no dejar ningún cabo suelto. Esta adopción dio paz y estabilidad a la sociedad romana, ansiosa de que continuiase la burguesa tranquilidad inaugurada por Augusto.
Volviendo al tema de Póstumo Agripa, la verdad es que se torna harto difícil desenmarañar su complicada historia. Probablemente se dedicó a actividades conspiratorias contra su abuelo, quizás pensara que su padre, Agripa, era el verdadero responsable de la grandeza de Roma; el caso es que Octavio lo consideró un tipo lo suficientemente peligroso como para desterrarlo a una isla desierta. No podemos descartar la posibilidad de que Póstumo participara, aunque sólo fuera como mero peón, en algún tipo de intriga política seria; si no para destronar a Augusto, sí al menos para asegurarse que no lo sucedería un hijo de Livia, sino un miembro del linaje Juliano. A partir de aquí, puede elucubrarse tanto como se quiera.
En la fase final del principado de su esposo, Livia reaparece en los documentos históricos para desempeñar un papel central y, según una enconada tradición, decididamente siniestra. Fue tal vez el periodo más turbulento de su trayectoria, en el que rumor y realidad parecen divergir en mayor grado. La principal acusación que recaerá sobre los hombros de Livia es la de haber asesinado a su marido. El motivo no sería otro que haber descubierto Augusto las intrigas de Livia y Tiberio para apartar a Póstumo del camino hacia la sucesión; entonces comenzaría a dudar y se planteó dar marcha atrás y rehabilitar al hijo de Agripa, que, en cualquier caso, llevaba su propia sangre.
Esta reconstrucción de los hechos recuerda, sin duda, a los últimos días de Claudio en el poder, cuando el emperador trató supuestamente de acercarse a su hijo Británico, perjudicando así a su hijastro Nerón, lo cuál incitó a su esposa Agripina a deshacerse de él con el famoso plato de setas envenenadas.
Y es que, según una confusa narración de Tácito, Augusto habría viajado hasta Planasia (distante 500 Kms. de Roma) para reconciliarse con su nieto Póstumo. Hoy día, apenas hay historiador serio que crea en la autenticidad del viaje, ni, por supuesto, en la reconciliación. Y en lo que todos están de acuerdo es que todo ese asunto del asesinato es una ridícula patraña. También es falsa la ocultación de la muerte de Augusto por parte de Livia hasta que regresara su hijo de Dalmacia (recuerda demasiado la escena de la muerte de Claudio y las intrigas de Agripina).

14 d.C.- La vejez de Octavio fue triste y solitaria; entre las muertes de sus hijastros y nietos, la de Agripa y la escandalosa conducta de Julia, el gran César Augusto acabó sus días sumido en la amargura. Decía que había tenido dos hijas problemáticas: Julia y Roma.
De la muerte de Augusto, Dión y Suetonio cuentan la conocidísima anécdota de la calificación de su actuación en la comedia de la vida. Yo me quedo con la versión de Suetonio: en pleno delirio, de repente, Octaviano recupera su lucidez, besa a Livia y le dice: "Livia nostri coniugii memor vive, ac vale" (Livia, mantén nuestro matrimonio vivio en el recuerdo, adiós).
En cualquier caso, los rumores relativos a las circunstancias de la muerte de Augusto quedaron completamente eclipsados por los dramáticos sucesos que iban a precipitarse a partir de entonces: "primum facinus novi principatus fuit Postumi Agrippae caedes" (La primera fechoría del nuevo principado fue el asesinato de Póstumo Agripa), como nos dice Tácito. ¿A santo de qué esta pronta y tremenda canallada por parte de Tiberio?
Tiberio negó la acusación de ser el instigador del crimen, alegando que eran disposiciones testamentarias muy precisas del propio Augusto. Otros acusan a Livia.
Suetonio resume el problema de una manera elegante, afirma que no se sabía si Augusto había dejado aquellas instrucciones escritas, estando a punto de morir, para garantizar una sucesión sin conflictos, o si Livia las había dictado (dictasset) en nombre de Augusto y, en caso de haber sido así, si Tiberio había tenido conocimiento de ellas.
Lo más probable es que fuese cierta la tremenda disposición de acabar con Póstumo. Todo un macabro retruécano.
En cualquier caso, este asesinato supuso el golpe definitivo para Julia; para colmo, Tiberio, en un acto ruin, le cortó toda la ayuda económica, y la pobre murió, a finales del 14, de agotamiento y malnutrición.
Tras la muerte de Augusto, y tras 50 años de permanecer en la sombra, Livia asumirá un papel protagonista en esta nueva situación como madre del princeps y primera dama a un tiempo. Y aunque las relaciones entre Tiberio y su madre eran tensas, los dos eran lo bastante astutos como para darse cuenta de que se necesitaban mutuamente en esta nueva y complicada situación política. Suetonio señala que, a pesar de todos los esfuerzos de Tiberio por demostrar públicamente su independencia, lo cierto es que a veces buscaba en su madre la misma orientación de la que fingía abjurar y, para colmo, a menudo seguía sus sugerencias.

18 d.C..- Las campañas de Germánico, intentando llegar hasta el Elba, han sido bastante desafortunadas. Así que Tiberio llama a su sobrino a Roma y le encarga la diplomática misión de advertirle a Partia que aparte sus zarpas del reino aliado de Armenia. A la vez nombra legado en Siria a Cneo Calpurnio Pisón (de los Calpurnio-Pisón de toda la vida), un personaje tan insolente como su padre pero mucho más violento y taimado. Rasgos que venían agravados por la maligna influencia de su esposa Munatia Plancina, una buena amiga de Livia.
En Siria, a finales de este año, Germánico y Pisón tienen su primer encuentro, que fue extremadamente tenso. Discutieron por la negativa de Pisón a acatar las órdenes de Germánico, probablemente debido a un malentendido sobre las responsabilidades de cada uno.
Tras esto, Germánico va metiendo la pata una vez tras otra, como por ejemplo, su visita a Egipto, provincia imperial vedada estrictamente a cualquier senador.
Cuando vuelve a Siria, Germánico descubre que Pisón había rescindido las órdenes dadas a las legiones y a los ciudadanos. La situación se torna insostenible, y Pisón opta por la diplomática decisión de hacer mutis por el foro.
Entre tanto, Germánico enferma y descubre unos extraños amuletos maléficos ocultos en su casa. El asunto está claro, alguien está haciendo hechicería en su contra, y ese alguien no puede ser otro que Pisón.
10-Octubre-19 d.C..- Éste se encontraba en la isla de Cos cuando le llega la noticia del fallecimiento de Germánico.
El último deseo del difunto fue que Pisón y señora fueran llevados ante la justicia. De nuevo Tácito deja caer sobre Livia la sombra de la duda acerca de su responsabilidad en la muerte de Germánico. Aunque los síntomas podrían ser de envenenamiento, la causa del óbito fue, con toda seguridad, unas fiebres que debió de coger en sus andanzas por el Nilo.
Tácito asegura que se extendió la creencia de que Germánico estaba pagando el precio de su republicanismo, igual que su padre, Druso, y empezaron a oírse sospechas sobre el envío de Pisón a Siria, y sobre supuestas conversaciones secretas entre Livia y Plancina.
En Roma se desata la histeria, pues Germánico, no sabemos muy bien por qué, era idolatrado por la plebe, y cuando apareció la desconsolada Agripina, abrazada a la urna con las cenizas de su esposo, toda la Urbs quedó conmocionada. La viuda fue ensalzada cono “decus patriae” (ornamento patrio) y “unicum antiquitatis specimen” (único ejemplar de las virtudes de antaño). Esto a Livia no debió de hacerle ninguna gracia, y menos aún que la aclamaran como la última representante del linaje de Augusto.
La ausencia de Tiberio y Livia durante las exequias fue muy llamativa. Tampoco estuvo Antonia, la madre de Germánico, retenida en palacio por la perversidad de Livia y tiberio, según la majadera versión de Tácito. En realidad, gracias al descubrimiento de la “Tabula Siarensis” (que documenta los honores póstumos otorgados a Germánico por votación), hoy sabemos que Tiberio participó activamente en la selección de los tributos propuestos por el Senado, previa consulta con su madre, su hijo Druso, Agripina y Antonia. Así pues nadie de la familia estuvo al margen del proceso general de concesión de honores a Germánico.
Pero el pueblo (¡ay el pueblo!) estaba muy descontento por la ausencia de la familia imperial. Tiberio hizo públicas declaraciones de que los gobernantes no podían permitirse las mismas licencias que la plebs, más todo fue en vano.
Ahora volvamos al asunto Cneo Calpurnio Pisón. Parece ser que mientras se escondía en Cos, los senadores de la provincia tuvieron la idea de nombrar un legado temporal, sin contar con la autorización de Germánico, pues ya estaba agonizando. El designado fue Cneo Sentio Saturnino. Pisón guardó un discreto silencio, pero en cuanto tuvo conocimiento de la muerte de Germánico se rebeló abiertamente contra la revocación de su mandato, y en vez de dirigirse a Roma a esperar una solución de los acontecimientos –como sensatamente le recomienda su hijo Marco- decide sublevarse. Entonces comprueba desolado que sus antiguas legiones se mantienen fieles a Saturnino. No le queda más remedio que rendirse, aunque obtendrá un salvoconducto para ir a Roma. Pero ya será un poco tarde para eso. En la Urbe se siente eufórico, y celebra una cena de gala por todo lo alto. Pero el juicio lo devuelve a la Tierra. Ante las acusaciones de asesinato, traición y extorsión decidió acabar con su vida antes de que se dictara sentencia. Una vez más los teóricos de la conspiración alegan que la mano de Livia y Tiberio estaba detrás.
Afortunadamente fueron éstos quienes intervinieron en el Senado intercediendo por Plancina, lo que le valió no ser condenada. Aunque el prestigio de Tiberio y, sobre todo, el de Livia quedó grandemente dañado.

20 d.C..- Por estas fechas surge un siniestro personaje que va a desestabilizar de un modo inimaginable tanto a la familia imperial como la vida política de la República; nos referimos a Lucio Elio Sejano.
Hizo su primera aparición en los anales de la historia desempeñando funciones no especificadas como parte del séquito de Cayo César. Luego entró en la Guardia Pretoriana, llegando a ocupar la jefatura de ésta (prefecto) en el año 16.
Mientras duró el caso Pisón se le encargaron asuntos marginales, como el de eliminar documentos incriminatorios. Pronto se vio lo bien que se le daban este tipo de tareas escabrosas.
En el año 20 se había convertido en la mano derecha del emperador, siendo calificado por éste como su “socius laborum” (compañero de fatigas). Sejano había tejido una tupida red de espías y colaboradores que le servía para detentar un cada día más creciente poder paralelo. Parece ser que quiso reclutar a Livia, pero la dignísima anciana, la genial Ulixes stolatus era un hueso demasiado duro de roer y no se dejó engatusar por ese canalla.
22 d.C.- Livia siempre gozó de buena salud, pero este año se pone gravemente enferma, hasta el punto de que Tiberio regresó a toda prisa de la Campania –donde estaba reuperándose de sus achaques- para estar junto a ella. Afortunadamente se recuperó.
23 d.C..- Sejano refuerza más su posición al concentrar las cohortes de la guardia pretoriana en un cuartel permanente junto a la Porta Viminalis.
Septiembre – 23 d.C.- Desaparece el principal obstáculo a la creciente influencia de Sejano sobre el emperador: Druso César.
El hijo de Tiberio moría, dejando a su padre destrozado. Unos años después se descubrió que pudo haber sido envenenado por su esposa, Livila, que se había onvertido en amante de Sejano.
Tiberio, en un discurso ante el Senado deja claro que contaría con los hijos de Germánico –Nerón y Druso- para que le dieran apoyo en las tareas de gobierno.
Pero la madre de éstos, Agripina, instigada por Sejano, se enfrentó a Tiberio, reivindicando los derechos de sus hijos. Sejano recurrió a Livia para que incrementara la tarea de aislamiento que estaba llevan do a cabo sobre Agripina, y parece ser que esta vez sí que aceptó participar en el juego, pues la detestaba, y sugirió a Tiberio que aquélla estaba intrigando para que sus hijos tuviesen más poder. Livila también ponía su palito en la rueda indisponiendo al emperador contra Agripina. Pero no hacía falta tanta presión, los choques entre Tiberio y su sobrina eran cada vez más frecuentes y más intensos. Mas hemos de tener en cuenta que Agripina hacía tiempo que había comprendido que era un elemento clave del esquema dinástico de su abuelo. Estuvo casada con Germánico y siempre pensó que de su vientre surgiría el legítimo heredero del César; por eso no es de extrañar su enfrentamiento con Livia y Tiberio.
26 d.C.- Harto de la vida de palacio, se recluyó en su villa de Capri, para no regresar a Roma nunca más.
Padecía una enfermedad cutánea (¿psoriasis? ¿enfermedad venérea?) que le había llenado la cara de úlceras y lo había dejado calvo. Llevaba el rostro tapado con vendas. Por otra parte soñaba con montar en Capri un paraíso de orgía y depravación ilimitada, y Sejano lo animaba constantemente para que las llevara a efecto, ya se ocuparía él de todo en Roma.
Algunos historiadores opinan que Tiberio huyó de Roma para estar lejos de su madre. Si no fue ése el factor principal, sí que debió de ser otro problema añadido, y no era Livia la única mujer que desestabilizaba su existencia, recordemos que Tiberio estaba rodeado por cuatro viudas, a cuál más conflictiva: Livia, Antonia, Agripina y Livila.
Y detrás de todo estaba siempre Sejano, desesperado por lograr el poder absoluto, y el mayor obstáculo para lograrlo era Agripina y sus hijos. Sobre todo Nerón, que padecía el mismo mal que los jóvenes príncipes de la familia imperial: la incapacidad de mantener cerrada la boca. Sejano sobornó a los que lo rodeaban para incitarlo a hacer comentarios imprudentes, los cuales eran convenientemente anotados y enviados a Tiberio. Al mismo tiempo, el astuto prefecto se ganó el favor de Druso explotando su resentimiento hacia el hermano mayor, al que veía como favorito de su madre.
Parece probado que Livia, no sólo no tuvo nada que ver con estas rencillas, sino que su presencia en Roma sirvió para proteger, hasta cierto punto, a Agripina y sus hijos.
27 d.C..- Sejano cree llegado el momento para derribar su objetivo principal: Agripina. Comenzó reforzando su escolta y acabó sometiéndola a un sutil arresto domiciliario. Nerón estaba pasando por una situación parecida. Livia, entonces, acogió a todos los nietos y bisnietos, incluidos Calígula, Drusila y Livila, creando unos estrechos lazos entre todos ellos, hasta elpunto de que tras la muerte de Livia, Cuando Calígula quedó al cuidado de su otra bisabuela, Antonia, al menos una de las hermanas, Drusila, vivió trambién con ellos (y parece ser que mantuvo relaciones incestuosas con su hermano).
Así pues, queda claro que, independientemente de la relación que hubiera entre Livia y Agripina, la gran matrona tenía un admirable sentido de la familia y se interpuso entre ellos y el peligroso Sejano; el cuál tuvo que esperar con rabia e impaciencia la muerte de la gra ndama para poner sus afiladas garras sobre los desvalidos miembros de la familia imperial. Lamentablemente no tuvo que esperar mucho.

29 d.C.- Fallece Livia. Roma murió con ella.

NOTAS.- Ovidio dedicó a Livia un espléndido piropo al decir que tenía "la silueta de Venus con el rostro de Juno". Claro que era en su época del destierro, y no sabía que hacer para ganarse el favor imperial y poder volver a Roma.
* Livia tenía un "maestro" espiritual, el filósofo alejandrino Areo Dídimo. Era un estoico pragmático muy del gusto de los romanos. Gracias a él pudo superar la pérdida de su hijo Druso en el 9 d.C.
Augusto también lo apreciaba grandemente, y tras la batalla de Actium afirmó que no tomaba represalias contra Alejandría por tres razones: el respeto a Alejandro Magno, la belleza de la ciudad y el aprecio que sentía hacia Areo. Al final, Alejandría no quedó tan bien parada, pues Augusto se comportó como un vulgar turista: se empeñó en ver la momia de Alejandro y le rompió la nariz al tocarla. Malditos guiris.
* Las romanas solían ser muy cultas debido a que tenían de niñas los mismos tutores que sus hermanos varones. Por ejemplo, Cornelia, la esposa de Pompeyo, recibió formación en Literatura, música y geometría, y disfrutaba de los debates filosóficos.
* Livia era una obsesa de la vida sana, además tenía la irritante costumbre de la gente saludable, que se empeña en obligar a los demás a seguir su filosofía de vida. Por ejemplo, bebía a diario un vasito de vino que lo consideraba fuente de su fortaleza. Bueno, no era un mal consejo.
También nos ha legado un sin fin de recetas para curar todos los males habidos y por haber. Quizá esto aumentó su fama de envenenadora, pues una mujer que anda todo el día haciendo tisanas para la familia puede fácilmente colar una dosis de veneno. Muchos de sus remedios no eran nada saludables, pero ella los administraba con total buena fe. Le apasionaba la horticultura, y ella misma cuidaba su huerto.
* En Roma, la mujer tenía un solo dominio, en el que, eso sí, era reina absoluta: la domus. En una famosa estela funeraria del s. II podemos leer la máxima alabanza que podía hacerse a una esposa fallecida: "Domum servavit. Lanam fecit" (Cuidaba la casa, hizo la lana). Esta esposa ideal era Amimona, la mujer de Marco, que en otra inscripción aparece descrita como "pulcherrima lanifica pia pudica frugi casta domiseda" (bellísima, hacedora de lana, piadosa, modesta, frugal, casta y hogareña). De las que ya no quedaban.