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PRESOCRÁTICOS



HESÍODO (s.VIII a.C.)
"Primero fue el Caos. Después Gea (la Tierra) la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la Tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos" (Hesíodo "La Teogonía")

El concepto de "Caos" es invención de Hesíodo (mediados del s. VIII), pero ya en la Antigüedad fue mal interpretado, y peor traducido. Y gran parte de culpa hemos de achacársela al divino Ovidio, que en sus "Metamorfosis" (I, 7) describe a Caos como "rudis indigestaque moles", o sea, una "revuelta confusión". La traducción literal de Caos sería "hendidura, hondonada", y de modo más poético, valdría perfectamente interpretarlo como "abismo". Así pues, el Caos es el "abismo", el "vacío" que se abre cuando acaba la materia, y su similitud más cercana está en el término japonés "Ku", entendido como "vacío", y que muchos confunden con "la nada". Pero esto no es así.
Ni "Caos" es el desorden ni "Ku" es la nada. Pero ambos aluden al mismo concepto: al vacío, al abismo físico del que incesantemente surgen pares de partícula-antipartícula, demostrando así la física cuántica que, solo del "Caos", del "Ku", puede venir la "existencia".
Hesíodo arranca de la imagen de la cueva del mundo, pero suprime luego Cielo y Tierra (Ouranos y Gea). El principio es informe (es, en realidad, la anulación de la forma), y para llegar al principio hay que prescindir también de estas dos realidades, que son el principio de la forma. Y si separamos el Cielo de la Tierra ("Sólo el espesor de un cabello separa al Cielo de la Tierra", dice el koan Zen) únicamente queda la hendidura abismal que nos muestra el vacío, y si el vacío lo envuelve y alberga todo, si el vacío subyace en la forma, el vacío ha de ser, por fuerza, el origen y causa de todo: "Shiki shoku ze ku", la forma es vacío. Esa hendidura, ese vacío, es el Caos, es Ku.
Ha sido preciso un gigantesco poder de abstracción para llegar a este concepto. Y Hesíodo realiza un esfuerzo notable para perfilar este Caos primigenio de modo y manera que puedan entenderlo los demás, y comienza por hacerlo totalmente neutro. El Cielo y la Tierra serán principios masculino y femenino respectivamente, y de su fusión surge todo lo demás, pero Cielo y Tierra son emanaciones del Caos, que, por no tener, no tiene ni sexo, no tiene ni forma, no tiene ni realidad. Pero su existencia -a pesar de no ser real, he ahí la gran paradoja- es lo único irrefutable. Es lo único que "realmente" es. Y en Hesíodo se basó el autor bíblico para hacer decir a su Yahveh: "Yo soy el que soy". Aberración pagana que jamás se le hubiera pasado por la imaginación a un judío ortodoxo.
Lo único que realmente "es", es el Vacío, el Caos. Todo lo demás es ilusión. Lo dicen los filósofos presocráticos, lo dice el Zen y lo dice la Física Cuántica.
Porque, en realidad, Hesíodo apunta hacia una "nada cualitativa" (o sea el vacío) que contenga en sí la posibilidad de serlo todo. Bajo la envoltura de una divinidad cosmogónica y teogónica se esconde un sublime concepto filosófico, común a las grandes filosofías orientales. Y es que, fijémonos bien, que aunque dice Hesíodo: "Primero fue el Caos", nunca afirma que Gea y Eros provienen de Caos, aunque de algún modo se sobreentienda, pero evita caer en la trampa del "creacionismo", pues para el pensamiento griego "el llegar a la existencia" es un continuo "ir surgiendo de sí mismo", y no el resultado de ser creado por algo superior ya existente. La idea del "creador" no es griega en modo alguno, el mismo demiurgo del Timeo platónico es un concepto panteísta, más cercano al Eros genésico de Hesíodo que al Dios creador, siempre ajeno a su obra, que nos presenta el judeo-cristianismo. Los dioses y los hombres van surgiendo por sucesivos apareamientos y transformaciones de unos elementos en otros; mas todo, en suma, es pura ilusión, y el origen de todo no es otra cosa que Caos. Y también el fin, y la propia realidad presente, todo es Caos. Un círculo eterno, inmutable, silencioso, siempre cambiante, Heráclito y Parménides conciliados al fin, porque las dos caras son la misma moneda.
Vemos cómo las bases de la Filosofía han sido plantadas por Hesíodo, pero será necesario despojarla de su simbolismo mitológico para que la lógica, la ciencia y la razón puedan irrumpir en la Historia; y los primeros en hacerlo serán los filósofos milesios del s. VI: Tales, Anaximandro y Anaxímenes. Son los tres grandes monstruos de la filosofía, los que sientan las bases del racionalismo, lamentablemente la dominación Persa y la destrucción de Mileto supondrá el final de la escuela Jónica.
Otro destacado personaje cogerá el relevo y fundará su propia escuela: Pitágoras. Esta vez será en las colonias griegas situadas al sur de Italia, la denominada Magna Grecia. Pitágoras es la máxima figura de la filosofía griega mas, paradójicamente, no por la grandeza de su doctrina -que no deja de ser una religión mediocre-, sino por la influencia que tuvo en todos los filósofos que le sucedieron. Pitágoras más que un filósofo fue un profeta, un líder espiritual que fundó una comunidad monástica; falsamente reputado como el inventor del racionalismo, lo que en realidad hizo (lo único que hizo) fue adjudicar a las matemáticas un rango de misticismo que sólo sirvió para su estancamiento. Todos los teoremas atribuidos a Pitágoras, eran conocidos por egipcios e hindúes, él se limitó a recopilarlos y darles un corpus ordenado en función de su utilidad como simbolo religioso. Así, por ejemplo, los pitagóricos prohibieron la investigación con números irracionales por considerarlos imperfectos y caóticos (curiosamente, el teorema -mal llamado- de Pitágoras, se fundamenta en el uso de irracionales).

Será en el s. III a. C. cuando la increíble revolución científica de la Alejandría ptolemaica, supere esa aberración oscurantista del pitagorismo y se lance al desarrollo puro y valiente de las Matemáticas, y de la Ciencia en general; cómo no, no tardará en surgir otro oscurantismo, esta vez será el cristiano, para echar por tierra este prodigioso evento cultural.

Afortunadamente, el racionalismo retornó con Heráclito y Parménides. Aunque eso sí, fuertemente impregnados de misticismo y ampliamente influidos por las doctrinas pitagóricas. Pero la revolución de sus escuelas, tanto la Heraclídea como la Eleática (de Parménides), supondrá la culminación definitiva de la Filosofía; a partir de ellos nada nuevo será dicho. Ciertamente llegarán Sócrates, Platón y Aristóteles, pero no harán sino retomar cuatro ideas sesgadas de los Eleatas y seguir la estela de Pitágoras. El resultado será el estancamiento definitivo de la filosofía hasta la llegada de los escolásticos franciscanos en el s. XIII, pero esa es otra historia.
Analicemos estos pilares básicos de la filosofía pre-socrática.





LOS TRES MILESIOS: Tales, Anaximandro y Anaxímenes
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Fueron dirigentes y hombres de relevancia en la política colonial de Mileto, vamos, auténticos hombres de acción. Esa inquietud y curiosidad natural, se refleja en su filosofía, aunque, lamentablemente, poseemos pocos datos de estos tres genios.
Esta ciudad abrió el mundo heleno a la ciencia merced a su estrecha conexión con Egipto. En el s.VII los mercenarios milesios restablecieron en el trono al faraón Psamtik (Pasamético), quien en pago les autorizó el establecimiento de una colonia mercantil en Naucratis, en el delta del Nilo. De este modo, los milesios fueron pioneros privilegiados en el conocimiento de la cultura egipcia.
Mileto no tuvo contacto con el orfismo, su religión era olímpica, pero tenía una función simplemente estatal. Ello permitió una apertura de mente que la religiosidad siempre cierra. Y esto es así, y es inevitable. Es muy difícil mantener ambas actitudes -la religiosa y la científica- frías e independientes.
Cuando Jonia fue dominada por los persas, florecieron las colonias griegas de la Magna Grecia, en Italia, convenientemente alejada de los conflictos médicos.

TALES (c. 625 - 545 a.C.).- En las "Metamorfosis", Aristóteles nos dice: "Tales ha sido el fundador de esta filosofía y ha puesto el agua como origen y, por eso, ha dicho también que la tierra viene del agua". Mas parece ser que Tales no quiso decir tanto que el agua sea principio genésico cuanto que la Tierra surgió cuando el agua se fue evaporando y la dejó al descubierto.
A Tales se le reputa fundador del planteamiento racional ante la naturaleza y el hombre. Fue un profundo investigador que intentó dar una explicación verosímil a las inundaciones del Nilo, a los terremotos o a los eclipses. Tales se hizo célebre por ser el primer griego capaz de predecir un eclipse de Sol; fue el 28 de Mayo de 585 a.C., tal predicción (que precipitó el fin de la guerra entre lidios y persas) debió de obtenerla de alguna tabla recopilada por los egipcios. Por este detalle deducimos que Tales debió de nacer hacia el 630 a.C.
Tales fue hombre que gozó de una gran fama de erudito y de reputado matemático, a él se le atribuyen varios logros cruciales, como por ejemplo la congruencia de triángulos. También midió la altura de una pirámide (usando el Teorema que lleva su nombre) y se lo considera el introductor en Grecia de la geometría.
ANAXIMANDRO (612 - 546 a.C.).- Fue un importante dirigente milesio implicado en las tareas de colonización y también estuvo profundamente vinculado con Egipto. Viajero incansable, fue el primero en trazar un mapa de la oikoumene o mundo habitado Es el primero de quien se ha conservado un libro, Sobre la naturaleza, hasta los días de Aristóteles y Teofrasto; también relató la historia del cosmos, desde sus orígenes hasta su época, totalmente desprovisto de mitos. Plantea tres hipótesis innovadoras: Que la Tierra está suspendida, libre, en el centro del Universo, que los cuerpos celestes desarrollan ciclos completos girando alrededor de la Tierra y que lo hacen en capas concéntricas. Anaximandro entiende el cosmos como un ser vivo capaz de desarrollo.
Anaximandro piensa que el concepto de "ente primigenio" o "argé" (arch) planteado por Hesíodo, resulta excesivamente definido y concreto. Pues en la palabra "Caos" seguía latiendo un "estar encerrado" por el suelo terrestre y la bóveda del Cielo, para que exista abismo deben existir límites que lo definan; por eso, él prefiere hablar de "lo Ilimitado" (To apeiron), concepto mucho más panteísta que el lejano y obscuro "Caos". Y con Anaximandro asistimos al nacimiento del lenguaje de la filosofía griega; ese lenguaje pleno de abstracciones que nos ha permitido transcender los límites materiales para acceder, de golpe, al reino de lo simbólico y al mundo de las ideas puras.
El concepto de "lo Ilimitado", el famoso "apeiron" (su traducción literal sería "lo que no puede rodearse") comienza a ser mucho más cercano al del "Vacío" (Ku) Zen o al del Tao, pues es una especie de unidad dialéctica de Nada y Todo. Se llega a él prescindiendo de todas las cosas singulares, de todos los límites de las formas, por una abstracción -y hasta negación- incansable.
Lo ilimitado no es, por tanto, algo perceptible o concreto ya existente; es el Principio, dicho así, sin más rodeos (valga el juego de palabras), el principio, más allá de la claridad o la obscuridad. Sin embargo, al igual que hace Hesíodo, Anaximandro evita caer en la trampa del creacionismo; la Tierra es tan originaria como "lo Ilimitado", dando a entender que, de algún modo, la Tierra, y todo cuanto existe, es también una manifestación de "lo Ilimitado". Aristóteles, hablando de las características del Apeiron, explica que "lo contendría y lo gobernaría todo" (kai periecein apanta kai panta kubernan), y probablemente la cita sea textual del propio Anaximandro.
"Lo Ilimitado lo gobierna todo", cada vez estamos más cerca del Zen o del Taoísmo. Lo Ilimitado, al igual que el Tao, es el origen objetivo y abstracto a un tiempo de las cosas; llegando a la asombrosa doctrina de que del principio ilimitado surge una infinita pluralidad de mundos sucesivos y yuxtapuestos. El Origen es único, pero existen infinitos mundos como el nuestro; y la física actual no excluye tal posibilidad. Lo curioso es que no había el menor motivo para una teoría de este tipo; su punto de partida ha sido únicamente la razón, el pensamiento de que la realidad sólo puede estar equilibrada si, frente al Uno ilimitado, existe una pluralidad ilimitada de seres limitados.
En esta época ya está esquematizado con claridad el mapa de la Tierra: El mar, situado en el centro, envía cuatro brazos hacia el Océano exterior, dividiendo la superficie terrestre en otras tantas partes iguales. El brazo sur, ocupado por el Nilo, separa la región oriental -Asia- de la occidental -Libia-. En el norte, frente al Nilo, se encuentra el Istros (probablemente el Danubio), que escinde las tierras de Europa en dos mitades.
Así pues, aunque la Tierra esté dividida en cuatro partes iguales, los continentes son tres: Europa, Asia y Libia. Y este número 3, tendrá un total protagonismo en el simbolismo de todas las medidas terráqueas. A una distancia de nueve diámetros terrestres (o sea 3x3) se encuentra el anillo de estrellas débiles, nueve diámetros más allá encontramos el anillo lunar. Siguiendo otros nueve diámetros nos topamos con el del Sol, y por último la gran bóveda estrellada (recordemos que nueve es el número de Apolo).
Anaximandro defiende la teoría de la evolución (que luego desarrollará Empédocles de Agrigento), argumentando que, si en un principio toda la Tierra estaba cubierta de agua, el ser humano tendría que tener, por fuerza, forma de pez, cambiando a medida que fue surgiendo la parte seca por evaporación de los mares y el hombre se decidió a ocuparla. Llega incluso a sugerir que el tiburón sería nuestro antepasado, por mostrar una conducta bien parecida con la de los mamíferos.
Es admirable la poderosa intuición de Anaximandro que de modo tan temprano ya es capaz de pergeñar una teoría tan acertada, y su valentía al obviar cualquier explicación sobrenatural.

ANAXÍMENES (588 - 525 a.C.).- El principio, origen de todo, que elige Anaxímenes, es algo mucho más concreto y substancial que los abstractos conceptos de Hesíodo o Anaximandro, nos referimos al "aire". Por dilatación surge el fuego del aire, por condensación su opuesto, la noche; pero el proceso continúa, la noche, o sea, las nubes obscuras, se condensan todavía más y se convierten en agua, el agua en tierra y la tierra en piedra. Vemos que, desde el punto de vista físico, no andaba muy descaminado Anaxímenes. Debemos ponernos en el lugar de estos grandes genios que, sin más medios que la lógica y su portentosa inteligencia, rompen con las supersticiones y las absurdas tradiciones milenarias y se empeñan en abrir el noble camino de la Ciencia.
Pero volvamos al aire; este "aire" (ahr), principio de todo el cosmos, es el mismo aire que necesitamos para respirar. Muy en la línea del "Ki" japonés, esa energía primigenia que circula libre y poderosa y necesita ser respirada para que nuestra propia energía vital siga activa, la cual no es, en suma, sino parte de ese mismo Ki. Recordemos, a modo de ejemplo, que Eros, ese mismo principio-dios que pone en movimiento la generación de los dioses, es el mismo que habita en el interior del hombre, y que la culpa por la que, según Anaximandro, perecen los mundos, es la misma por la que sucumben hombres y ciudades. Del mismo modo, en Anaxímenes, el aire del que vive el mundo sería también el mismo que respira el hombre.
Eros, Aire, Ki... el mismo principio creador con diferentes nombres. Y para demostrar esta similitud y este acercamiento entre Oriente y Occidente podemos leer a Aristóteles (58 B 30): "Los pitagóricos decían que existe un vacío y que del Aire ilimitado nace una especie de respiración para el cielo y también el vacío que separa las partes del Cosmos". El Cosmos también respira, pues, como el hombre, el mismo Ki universal. Aunque una generación anterior, Platón impuga tal respiración cósmica ("Timeo" 33 c) diciendo que "Dios no respira". De igual modo piensa Aristófanes en "Las Nubes" (627) donde nos presenta a Sócrates afirmando que "El Caos no respira aire (Anapnoh, CaoV, Ahr)". Pero esto es porque el ente primigenio, desde Sócrates, se le llama Dios, y tiene características "personales", aunque excelsas, eso sí, por tanto, aunque posee facultades "humanas" (inteligencia, bondad, discernimiento, libertad, etc.), no posee las servidumbres materiales de la alimentación, la fatiga o la respiración. Y es que, desde Sócrates, la filosofía perdió totalmente el rumbo.
Mas volvamos a Anaxímenes. Él fue el primero en introducir en la cosmología la idea de "periodicidad", por una generalización de los fenómenos cíclicos cotidianos: día-noche, verano-invierno, lluvia-sequía, vida-muerte..., en concreto el Día y la Noche son para Anaxímenes, lo mismo que para Anaximandro, lo primero que brota del Principio, y lo que llena, en modo alternante, todo el Cosmos sin excepción. Anaxímenes parece dejar claro un concepto cíclico infinito de muertes y renacimientos de los mundos, o sea, del Cosmos, muy en la línea del hinduismo.

PITÁGORAS (570 - 497 a.C.)
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Fue un jónico aristócrata al que los azares políticos obligaron a emigrar de su isla natal de Samos hacia el Oeste. No sabemos por qué abjuró de la tradición jónica del humanismo ilustrado en la que había sido educado y se inclinó por una religiosidad mística que la tradición citada se había empeñado siempre en ignorar.
Hasta la llegada de Pitágoras, toda la religiosidad griega se circunscribía a una mitología poética que tiene su mayor exponente en Homero. Hesíodo se había separado de Homero porque quería enseñar la verdad y no sus apariencias. Pitágoras se enfrenta con Homero por considerarlo impío y creer que es indecoroso hablar de Dios y del más allá como él habló.
Su origen es incierto, más claro queda el espacio geográfico de sus andanzas: El Sur de Italia, y más concretamente Crotona y Metaponto. Pitágoras ha sido acaso el poder espiritual más fuerte en el mundo griego y además uno de los fenómenos más paradójicos de la historia griega. Siendo unos decenios más joven que Solón, e indudablemente más joven que Anaximandro y Anaxímenes, influye, sin embargo, en la tradición como si fuera varios siglos más antiguo. Como buen líder religioso, funda una comunidad monástica con extrañas influencias hinduístas. El pitagorismo llegó a ser, incluso, un partido político que controló los gobiernos aristocráticos en muchas ciudades de la baja Italia. Pero, en realidad ¿qué sabemos de Pitágoras?
Dice Heráclito: "Pitágoras, hijo de Mnesarco, ha cultivado antes que nadie, sobre todo, la información (istorih) y, después de haber hecho una selección de estos escritos, elaboró con ellos su propia sabiduría", y termina calificándolo con un lapidario "caudillo de los embaucadores". Todo ello concuerda con Heródoto (II, 123), quien acusa a Pitágoras -bien es verdad que sin nombrarlo de modo explícito- de plagiar una "doctrina egipcia". En cambio Aristóteles nos muestra un Pitágoras semidivino, y nos relata extrañas anécdotas, como la de una serpiente venenosa que mordió al maestro sin que éste sufriera daño alguno para, a continuación, ser él quien hincara los dientes en el ofidio, matándolo al instante. En otra ocasión, estando de pie en el teatro, se descubrieron sus piernas y se vio que uno de sus muslos era de oro. Más asombrosa si cabe es la historia de su bilocación, pues una vez fue visto en Crotona y en Metaponto a un tiempo. Otro día, atravesaba con unos amigos el río Kosas, y se oyó una voz poderosa que lo llamaba: "¡Salve, Pitágoras!", los acompañantes -no es de extrañar- quedaron sobrecogidos por esta llamada celestial que recuerda mucho al episodio del bautismo de Jesús en el Jordán.
La divinidad de Pitágoras no era cuestionada, pues los de Crotona afirmaban rotundos que su maestro era la encarnación de Apolo Hiperbólico (Aristóteles, fragmentos. 191 Rose).
Como ha ocurrido en todas las grandes religiones, los fundamentos ideológicos del pitagorismo fueron formándose y evolucionando con el tiempo, achacando al maestro la autoría de todos los dichos y dogmas que lo conforman. La gran aportación pitagórica es la inmortalidad del alma.
Los griegos siempre pensaron que la existencia no termina con la muerte corporal, pero tras la muerte lo que queda es el vago vegetar de una sombra fantasmagórica. Pitágoras trae (seguramente de Egipto) la gran revolución: la vida que sigue a la presente no es un pálido reflejo, sino la verdadera y más intensa vida. El alma es el auténtico yo, mas yace prisionera dentro del cuerpo.
Esta preocupación, puramente religiosa y nada racional, hace surgir el concepto del alma como objeto de la inquietud humana y desemboca en el concepto filosófico del espíritu absolutamente incorpóreo, en oposición a la materia sin espíritu.
Pero con la inmortalidad del alma, Pitágoras no quiere sólo dar a entender la pervivencia de la mejor parte del hombre. El alma se hace semejante a los dioses en su inmortalidad. Y llegados a este punto es menester aclarar varios puntos, el principal y de más fundamento es constatar que Pitágoras no hace otra cosa que seguir los misterios órficos, cuya antigüedad se pierde en la noche de los tiempos, cuando la diosa madre reinaba en el mundo mediterráneo.

El origen de las religiones mistéricas se halla en los rituales de renacimiento y muerte de las sociedades matriarcales mediterráneas, y que mantuvieron, en gran medida, los egipcios.

El mérito de Pitágoras estriba en dar carta de naturaleza filosófica a lo que simplemente eran ritos y cultos paganos, y con su intervención deja desprovista a la religión mistérica de ese misticismo abstracto tan necesario a la hora de buscar la iluminación. Así dice, por ejemplo, que el alma es eterna por ser semejante a los astros, y tiene en ellos su verdadera morada. A continuación pierde los papeles y distingue entre una esfera supralunar pura y otra infralunar impura. Desde la pura región ígnea de los astros se precipita el alma en el turbio mundo sublunar. Arriba era luminosa e infinitamente feliz; aquí abajo obscura y triste.
El alma es inmortal, pero no es eterno el ciclo de las reencarnaciones. Empédocles habla de un estado final junto a los dioses, aunque sólo para los que han llegado a la pureza durante su última vida terrena. A los demás, a los que no han querido llevar una vida virtuosa, a pesar de tantas oportunidades, sólo les queda el Tártaro.
Mucho se ha hablado de las reencarnaciones de Pitágoras, mas, también en esto, su condición de ser mítico hace que la tradición griega nos lo presente como un semidiós bajado a la Tierra para traer la salvación a los hombres que, en definitiva, es lo mismo que se dice de otros grandes líderes religiosos como Cristo o Buda.
Todo este extraño proceso representa algo nuevo en el mundo helénico. Bien que en algunos misterios se presentara algo por el estilo, era una novedad que un hombre concreto predicara esto como doctrina suya y fundara sobre ello todo un estilo de vida. Pero ya hemos visto cómo Heráclito y Heródoto lo tachan de plagiario, y yo me inclino a pensar que, efectivamente, fue así.
Éste hombre viajo por Egipto o por la India, y quedó impactado por las religiones orientales, entonces decidió que él era un profeta, una reencarnación divina, un iliminado, y fundó una religión salvadora. Es curioso que en esa misma época surgen varios líderes espirituales: Lao-Tse, Buda, Confucio, Zoroastro, el profeta Daniel...
En cualquier caso la base del pitagorismo es el hinduísmo y tiene claros paralelismos con el budismo. El sistema de reencarnaciones es idéntico al de la religión brahmánica: Al puro se le da una reencarnación en lo puro, y al impuro en lo impuro. De acuerdo con la pureza en esta vida tiene lugar la vida siguiente, según una ley (idéntica a la del Karma) que actúa "automáticamente". Es tarea del hombre comportarse de tal suerte que, al abandonar la vida terrena, pueda esperar volver a nacer en una forma más elevada. El objetivo es romper la rueda de las reencarnaciones, para ello debe buscarse la máxima pureza en la conducta cotidiana. Este estado de pureza nos permitirá obtener la "catarsis" (kaqarsiV). También ayuda grandemente el estudio de los números, que permite comprender las relaciones de la divinidad con la realidad, y la música. Pitágoras ha sido el primer creador de una teología entre los griegos. Enseña la existencia de un único Dios que mantiene el mundo unido en la justicia. Este Dios no piensa de manera humana ni tiene forma de hombre. Y si en alguna figura mitológica hay que simbolizar a este Dios, sería en el Apolo délfico. Aristoxeno nos cuenta que Pitágoras había sido adoctrinado por la sacerdotisa délfica Temistoclea. Pitágoras quedó fascinado por esa situación en que un ser humano es capaz de entrar en trance, lograr la "catarsis" y alcanzar un estado divino de unión con el Supremo.
Y llegados a este punto, es preciso fijar la atención en un detalle para medir la distancia que separa el mundo de Pitágoras del de los Milesios. Para Pitágoras, los astros son divinos y sirven de morada para acoger a las almas. No sabemos si hay influjos no griegos en esta manera de pensar (yo creo que sí), pero de cualquier modo se distingue en esto por completo de los sabios de Mileto, que habían establecido, hacía ya mucho tiempo, teorías científico-naturales sobre el origen de los astros.
Pitágoras no tiene nada que ver con la ilustración, por el contrario, supone una total reacción contra la pura racionalidad objetiva que comenzaran los Jonios en su intento de lograr desentrañar de modo científico los misterios de la Naturaleza. Pitágoras ha introducido en la filosofía el elemento religioso, en su vertiente mística y mistérica; aspecto muy loable en lo que concierne a la faceta religiosa del ser humano, pero no dejó de ser un pesado lastre que, desde entonces, no se ha perdido jamás.


LOS ELÉATAS
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Según Heródoto, refugiados focenses en Regio fundaron la ciudad de Elea (Velia) en la costa meridional de Italia, siguiendo indicaciones de la Pitia de Delfos hacia el año 540. La migración no parece que fuera comercial, sino para huir del ejército de Hárpago.

JENÓFANES.- Y a esta ciudad de Elea llegó el poeta y filósofo itinerante Jenófanes de Colofón, al que se considera el precursor de la saga de los filósofos eleatas. Conoció en su juventud a Pitágoras, cuando éste ya era viejo; también coincidió y disputó con Parménides de Elea, de quien llegó a ser maestro.
Es el primer filósofo "profesional" en su deambular, básicamente por la Magna Grecia, se gana la vida recitando poemas y exponiendo su teoría filosófica, al público que quería oírlo, a cambio de unas monedas; sus comentarios punzantes y su forma de enseñar llamaron grandemente la atención de sus coetáneos. Al final de su vida se hizo pitagórico, aunque también se vio muy influido por la filosofía de su discípulo Parménides. Pero Jenófanes tiene ese toque milesio que le hace deducir, al descubrir fósiles, que la Tierra estuvo antaño inundada.
Sobre Dios, recordemos los famosos versos de su poema sobre la Naturaleza: "Dicen los etíopes que sus dioses son chatos y negros; los tracios, que tienen los ojos azules y los cabellos rubios" (21, B, 16) y poco antes, todavía es más caústico: "si los bueyes, los leones y los caballos tuvieran manos [..] dibujarían imágenes de los dioses semejantes a [ellos]". Por de pronto, el gran Pitágoras decidió que Dios "es semejante a una esfera".
Por contra, Aristóteles nos transmite la siguiente anécdota: "Cuando los eleatas le preguntaron a Jenófanes si debían ofrecer sacrificios a Leucotea, y si debían lamentarse o no, les respondió que, si la tenían por una divinidad, no debían lamentarse, y si la consideraban humana, no debían ofrecerle sacrificios" (21, A, 13).
Para muchos, sin embargo, Jenófanes no pertenecería a la escuela Eleática, eso sí, fue el maestro indiscutido de Parménides. Sí que pertenecen a dicho movimiento Parménides, Zenón y Meliso; quedando excluidos el susodicho Jenófanes de Colofón y Gorgias de Leontino, ello se debe a que no tenían el nivel místico de aquéllos.

PARMÉNIDES (540 a.C. - ?).- Es, sin lugar a dudas, el más grande; Platón no cesó de alabarlo. Nace, hacia el 540, en la pequeña colonia de Elea, en el Sur de Italia, donde también Jenofonte pasó sus días. Es más que probable que fuese una ciudad impregnada de pitagorismo y que dentro de esta escuela iniciara su aprendizaje, pero fue capaz de romper con doctrina de tanto peso y se centró en potenciar el esfuerzo cognoscitivo del hombre y en valorar en sus exactos límites las posibilidades de la indagación racional. El problema del "ser", que hemos visto en Hesíodo perfilándose en el horizonte, se hace en él perfectamente visible. Es quien ha dado al lenguaje filosófico el concepto y la palabra de "ser", siendo el primer filósofo que defiende y define la Suprema Unidad como eje central y origen de todo, consecuencia evidente de su teoría de la inmanencia, puesto que si todo permanece, si nada cambia, no puede haber ni principio, ni fin, ni movimiento, ni cambio alguno.
Expuso su filosofía en forma de poemas que recitaba al estilo de los rapsodas ambulantes, de modo idéntico a como lo hiciera Jenófanes, su maestro.
Hemos leído hasta la saciedad que Parménides es la antítesis de Heráclito, pero eso no deja de ser una frivolidad más de las muchas que dijera Platón respecto al eleata. Además ni Heráclito ni Parménides -a pesar de ser contemporáneos- conocieron jamás las obras del otro.
Los discípulos de Parménides son más que notables, y los conocemos como los "Eleatas". Valga como ejemplo el inconmesurable Zenon de Elea, famoso por su aporía -no resuelta hasta la fecha- de "Aquiles y la tortuga"; pero hay más: Meliso, Gorgias...; al final, los Eleatas derivaron en un sano escepticismo que prácticamente acaba por agotar todas las posibilidades filosóficas: Son los Sofistas (Protágoras, Cratilo, Xeniades, Licofrón...).
Parménides utiliza los más acertados símiles poéticos para hacer más clara y cercana su filosofía. Así, nos habla de un viaje ficticio por las Esferas Siderales, donde la luz, representa el ser y la verdad. La noche, por contra, representa el no ser y el error. Presenta al Hombre como un ser empecinado en asirse a la noche, cuando su destino debiera ser la búsqueda de la luz: "Es preciso que conozcas todas las cosas, tanto la inconmovible entraña de la verdad, perfectamente circular, como opiniones de mortales en las que no descansa verdadera certeza. Has de aprender, con todo, aún éstas, porque el que todo debe investigar y de toda manera preciso es que conozca en pareceres aun la propia experiencia".
Describe la verdad como lo uno, y la apariencia como dualidad, idea copiada luego por Platón -filósofo que, sin Parménides, no sería nada-. Así pues, para Parménides "lo que es es, y lo que no es, no es", fuera del ser nada exixte: "ex nihilo nihil". Nacer, morir, cambiar, todo es iluisorio. Es el hombre quien pone límites a la realidad inmutable y eterna, sólo él quien atomiza y divide en categorías lo que en el reino de la Verdad y del Ser constituye una Unidad indivisible.
Como dato anecdótico diremos que Parménides acertó en una de sus teorías científicas, pues dijo que el calor es "ser" y lo frío es "no ser", y así es, puesto que lo frío es la ausencia cuantitativa de calor, o sea de energía. O al identificar a Eos (la estrella matutina) con Vespero (la vespertina), pues ambas son el planeta Venus.
Pero antes de seguir estudiando la genial doctrina parmenideana, detengámonos para estudiar, aunque sea superficialmente a los discípulos de Parménides. El primero y más destacable es el gran:
Zenón de Elea (500 a.C. - ?).- Según Diógenes Laercio, Zenón era natural de Elea, como Parménides, y su akmh ("akmé" o "flor de la edad", o sea los 40 años) estaría en torno a la 79 Olimpíada (464-461).
Se le atribuye la redacción de los "Logoi", proposiciones de carácter dialéctico, método que adoptaría poco más tarde Sócrates para impartir sus enseñanzas. El objetivo de Zenón era defender las tesis de Parménides analizando exhaustivamente las opciones contrarias para poner en evidencia su falsedad; en cierto modo sería una "reducción al absurdo". El cerebro privilegiado de Zenón creará unas paradojas antológicas que han pasado a la historia. Su aporía de Aquiles y la Tortuga es uno de los razonamientos más grandiosos que imaginarse pueda, y este problema sigue sin resolverse, por más que la experiencia nos diga lo contrario. Grandes pensadores, como Balmes, argumentan que el fallo de Zenón consiste en considerar un espacio limitado (infinitamente divisible, eso sí) como infinito; pero está claro que si cualquier espacio es infinitamente divisible, cualquier intento de recorrerlo exigirá avanzar por un número infinito de puntos, lo que hace imposible cualquier movimiento; como dice Zenón: "Un móvil no se mueve ni en el lugar en que se encuentra ni en el que no se encuentra".

Meliso de Samos (484 a.C. - ?).- Su akmé hemos de situarla hacia el 444. Fue el almirante de la flota samiense que infligió una dura derrota a Pericles. Mas pronto llegó el desquite, y Samos fue vencida y humillada. Meliso hubo de exilarse, pero, al ser un perdedor, su filosofía ha quedado empobrecida por haber sido los atenienses sus divulgadores. No obstante, los pocos escritos que de él conservamos son, probablemente, los más didácticos de toda la escuela Eleata. Veamos el fragmento I:

"Lo que era, fue siempre y será siempre. Porque si hubiera nacido, necesariamente habría sido nada antes de haber venido a la existencia. Pero si, en efecto, hubiese sido nada, en modo alguno nada podría nacer de nada (nihil ex nihilo)".

Tesis substentada por Parménides de modo poético en los hermosos versos de su fragmento VIII:

"Inmóvil, por otra parte, en los límites de sus grandes vínculos, carece de principio y de fin, puesto que nacimiento y destrucción aparecen muy alejados, rechazados ya por la verdadera fe".

Pero Meliso va más lejor, pues opina que el Ser no sólo es inmutable y eterno en el tiempo, sino también en el espacio.
En resumen, podemos afirmar que los eleáticos son los primeros filósofos que merecen tal nombre, pues se basan exclusivamente en el razonamiento para llegar a conclusiones sutiles sobre la existencia, el tiempo y el espacio. Parménides es el primero en afrontar los planteamientos religiosos desde un punto de vista racional; Zenón inventó el método dialéctico para demostrar las premisas de Parménides; Meliso lo compendia todo de un modo claro y didáctico. Detrás de estos genios poco más ha habido. Todos lo que han intentado enmendarles la plana, como Aristóteles, empeñado en conciliar la inamovible paradoja de la inmanencia con su ridícula teoría de la potencia y el acto, han naufragado de manera estrepitosa.

Sigamos ahora adentrándonos más en la filosofía de Parménides, y analicemos su magna obra: "Sobre la Naturaleza" (Peri fusewV). En ella, las hijas de Helios, el Sol, conducen al autor hasta la Diosa, la cual le habla así:
"Aquella [vía] que afirma que el Ser es y el no-Ser no es, significa la vía de la persuasión -puesto que acompaña a la Verdad-, y la que dice que el no-Ser existe y que su existencia es necesaria, ésta, no tengo reparo en anunciártelo, resulta un camino totalmente negado para el conocimiento.
Porque no podrías jamás llegar a conocer el no-Ser -cosa imposible- y ni siquiera expresarlo en palabras. [...] porque el pensar y el ser son una y la misma cosa".
Y en esto, Parménides va más lejos que Descartes, no sólo tengo la certeza de que "existo porque pienso", sino que sólamente existo si pienso, y en esto también se adelanta a George Berkeley (1685 - 1753), y, de alguna manera inicia el problema cuántico del "Gato de Schrodinger". Y sigue afirmando "que el ser es increado e imperecedero, puesto que posee todos sus miembros, es inmóvil y no conoce fin [...] Jamás una fe vigorosa aceptará que, de lo que no es, pueda nacer una cosa distinta". La imposibilidad de admitir el No-Ser viene dado por la imposibilidad misma de pensarlo y nombrarlo.
"El Ser está terminado por todas partes, semejante a la masa de una esfera bien redondeada, igual en todas direcciones a partir del centro. Ni mayor ni menor podría ser en cualquiera de sus partes".
Los eleáticos afirman que el Ser no tuvo inicio ni tendrá final, que es tanto como decir que el Ser sólo es presente, lo cual es consubstancial a su condición de perfecta inmanencia. Es sobre todo Meliso quien más insiste en ello: "Está claro, por tanto, que no vemos con exactitud y que no se aparece correctamente lo que presenta forma plural. Porque las cosas no podrían cambiar, si fuesen verdaderas; por el contrario, sería cada una tal cual nos ha parecido que era. Pues no hay realidad que supere a la del Ser verdadero.
Si hubiese de cambiar, lo que ahora existe perecería y lo que no existe llegaría a ser. De ese modo, si se diese la pluralidad, las cosas [que la reflejasen] serían necesariamente tal cual es lo que es uno.
Así pues, si existiese, conviene que sea una unidad, conviene también que no tenga cuerpo. Si tuviese dimensión, tendría partes y ya no sería unidad. Si el Ser puede divirse en parte [entonces] se mueve. Si se mueve, no podría ser."
Aristóteles refuta los argumentos de Zenón de un modo absurdo y pueril, a saber: "el movimiento existe". Pero afirmar esta perogrullada no significa que sea cierta. Volvamos al principio e intentemos hacer un resumen razonado de los planteamientos eleatas.
En primer lugar, la existencia ¿existe?, o, lo que es lo mismo, la realidad ¿es real?. Si damos por sentado que conocemos por intuición qué es la "existencia", y que ciertamente es algo real, a continuación no podemos evitar preguntrarnos ¿cómo ha surgido la existencia?. Y entonces nos damos cuenta que esta pregunta encierra una trampa, pues lleva aparejado el concepto de "tiempo". La "realidad", tanto si es eterna, como si surgió en algún momento determinado, conlleva la necesidad de convivir con el elemento "tiempo", asociado además a la paradoja de establecer si el tiempo es también eterno o si tuvo un punto de partida. La física relativista lo ha solucionado de modo definitivo, sólo hay tiempo si hay acontecimientos, aunque sólo hay acontecimientos si hay un observador que puede entenderlos. Así pues, volvemos a Berkeley, a Parménides y al Budismo. Porque el Budismo nos asegura que existe una "Conciencia Cósmica" que participa de toda realidad, sin Ella, nada sería.
Así pues, conceptos como el de espacio y tiempo, o como los de existencia o no existencia, son totalmente relativos, y ya los había planteado correctamente el budismo Zen antes del advenimiento de la física cuántica y relativista. Y creo que por esos vericuetos del Zen andan Heráclito y Parménides. El gran problema que tenemos es lo fragmentario de lo que ha llegado hasta nosotros, párrafos citados por terceros varios años después de la muerte de estos filósofos, copiados y recopiados y en su mayoría mal traducidos. De ahí que sea muy difícil que podamos dilucidar qué es lo que realmente quisieron decir Heráclito y Parménides.


LA NUEVA GENERACIÓN JÓNICA
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HERÁCLITO (544 a.C. - ?).- Nació en Éfeso, y probablemente conoció las doctrinas de Jenófanes. Coetáneo de Parménides, ninguno de los dos llegó a conocer el pensamiento del otro. Ha sido uno de los filósofos más influyentes, mucho más que Parménides, y la Historia ha dado vencedor al primero en esta aparentemente antagónica visión del mundo. Pertenecía a la realeza de la ciudad, heredó funciones sacerdotales, y parece probado que formó parte de las sectas órficas, por lo que al principio estuvo profundamente influido por el pitagorismo, aunque lo que de verdad marca su pensamiento son las corrientes filosóficas orientales, algo común a todos los pensadores griegos de la época, formados en un medio dónde el intercambio comercial y cultural con Oriente era muy activo.
Heráclito detestaba a sus compatriotas; les reprochaba su estulticia y cerrazón, que les hacía ser víctimas de embaucadores y demagogos. Prefería jugar con los niños en la plaza a elaborar leyes, como le exigía su puesto de gobernante; cuando los efesios se lo reprocharon, Heráclito, respondió -"¿De qué os asombráis? Esto es mejor que dedicarse a la política con vosotros". En el año 500 a.C., Heráclito renuncia al cargo de rey, en beneficio de su hermano, y se retira a la soledad de la montaña, en el más clásico estilo Zen. Allí llevará una vida de ermitaño, buscando el conocimiento místico que sólo puede alcanzarse a través del retiro espiritual.
Para Heráclito todo es lucha de opuestos y todo es la unidad de los opuestos: "Lo contrario se pone de acuerdo; y de lo diverso la más hermosa armonía, pues todas las cosas se originan en la discordia" (Fragmento 8), vamos, el Yin y el Yang taoísta milenario. Y el hombre tiene que darse cuenta de que también la ley de su vida es la lucha y más allá de la lucha, la identidad de los que se enfrentan. Anda buscando algo nuevo que sólo llegará a ser captado por la filosofía helenística: un empapar el cosmos con un sentido ético y una ordenación del obrar humano de acuerdo con el curso del cosmos. Todo esto muy en la línea Taoísta; por ello no es de extrañar la gran influencia que tuvo en los estoicos.
Al igual que el budismo, Heráclito piensa que existe una "mente" universal inefable que todo lo mueve y ordena: el Logos (LogoV). "Los hombres -nos dice- no llegan a comprender esta Razón (Logos) que existe siempre, ni antes de haberla escuchado ni después de haberla escuchado por primera vez [..], porque todas las leyes humanas se alimentan de la única divina. Ésta tiene el poder de ordenar cuanto quiere, y basta para todo y va todavía más allá". "Lo Uno, el único sabio, quiere y no quiere llamarse con el nombre de Zeus" (Fragmento 32). "Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hartura y hambre" (Fragmento 67). "Para Dios todas las cosas son hermosas y buenas y justas; pero los hombres sostienen que algunas cosas son injustas y otras justas (Fragmento 102)". "No hallarás los límites del alma, no importa la dirección que sigas, tan profunda es su razón (Fragmento 45)". "Está en poder de todos los hombres conocerse a sí mismos y ser sensatos" (Fragmento 116).
Pero a Heráclito se lo conoce, sobre todo, por afirmar que todo procede del fuego. Y conviene aclarar tan manido lugar común. El concepto heraclídeo del fuego es muy similar al de energía, al de Ki, al de soplo vital. Y ese fuego, substanciado en la llama, es el principio que late en toda confrontación existencial, pues el eterno devenir no es sino lucha de contrarios, el Yin y el Yang antagónicos que buscan, a la vez, la unidad: "Este mundo, que es el mismo para todos, no lo hizo ningún dios o ningún hombre; sino que fue siempre, es ahora, y será, fuego siempre viviente, que se prende y apaga medidamente" (Fragmento 30).
La mejor simbolización de este eterno enfrentamiento agónico lo encontramos en el concepto "guerra", "la guerra es la regla por la que se rige todo", nos dice Heráclito. Igualmente considera que, ese fuego universal, es poseedor de una inteligencia única, de una mente común que nos envuelve a todos. Heráclito, por tanto, compartiendo premisas hinduistas y -sobre todo- budistas, niega la individualidad y aboga por la Mente Cósmica.
Podemos afirmar que Heráclito ha sido el primer filósofo griego que ha condicionado el funcionamiento del Cosmos a una realidad ética: El fuego es mente, el fuego es alma y el alma es fuego: "El alma es de naturaleza ígnea, y cuando está completamente seca es cuando es más sabia, porque es cuando es más capaz de captar lo común que hay en ella y de conocer la naturaleza ígnea semejante del Cosmos". De ahí que Aristóteles opine que Heráclito considera el alma como principio del Cosmos, por cuanto el alma es, precisamente, evaporación.
Y puesto que fuego y Cosmos se transmutan uno en otro de continuo, hay que deducir que son una misma cosa: "Este Cosmos, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni ninguno de los hombres, sino que fue desde siempre, es y será fuego eternamente vivo que se enciende mesuradamente y mesuradamente se apaga". Al ser todo cambio, la muerte de unos supone la vida para otros: La materia -y la energía, o sea "el fuego"- ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Dios, también, sería fuego; puesto que "Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, saciedad y hambre; cambia de forma a forma como el fuego que, al mezclarse con los aromas de cada olor, recibe un nuevo nombre".
A Heráclito, también, se lo describe de modo simplista como el reverso de la doctrina eleata: Para Parménides nada cambia, para Heráclito todo es un fluir incesante. Sin embargo, esta doctrina tan exagerada del devenir, no se deriva directamente de la lectura completa de sus fragmentos, sino de la interpretación que hace Platón de sus escritos; es en el Cratilo donde éste menciona el famoso "panta rei" (Panta rei, todo fluye): "[es] la opinión de Heráclito que todas las cosas fluyen y nada permanece (401-402)". Y más adelante: "Se supone que Heráclito enseñó que todas las cosas están en movimiento y que nada reposa; las compara a la corriente de un río, y dice que no se puede descender en las mismas aguas dos veces". Aunque los fragmentos conservados al respecto dicen sólo lo siguiente:
"Entramos y no entramos en los mismos ríos: somos y no somos" (Fragmento 49a); "No se puede sumergir [nadie] dos veces en el mismo río. Las cosas se dispersan y se reúnen de nuevo, se aproximan y se alejan" (Fragmento 91); "Diversas aguas fluyen para los que se bañan en los mismos ríos. Y también las almas se evaporan en las aguas" (Fragmento 12)". Como puede verse, la interpretación que hace Platón es muy aventurada, salvo que él contara con otros textos más clarificadores.
Sobre todo, el fragmento 91, parece que aboga por una identificación del ser con el no ser, y más claro queda esto en el fragmento 126: "Lo frío se calienta, lo cálido se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se humedece". Todo pasa de un estado al opuesto constantemente, porque, de alguna manera, todo es uno, nada cambia.
Así pues, el famoso eterno devenir heraclídeo, no sería tal. Innegablemente, el fluir de lo concreto, el cambio incesante, es una condición de la experiencia humana: ¿soy yo y el mundo en el cual vivo un inapelable fluir, o puedo buscar una relativa seguridad en algo permanente? Mas bien pareciera que Heráclito se decanta por un fluir existencial, más que metafísico; hay en él mucho del eterno ser humano nostálgico y añorante del pasado. Es la misma visión del gran poeta Jorge Manrique: "Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando, cúan presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor", y más adelante, siguiendo con el símil fluvial del filósofo efesio, "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir, allá van los señoríos, derechos a se acabar y consumir". Y en este sentido interpreto yo la críptica frase de que "las almas se evaporan en las aguas", del fragmento 12, como una asunción etérea del ser humano a los cielos cuando muere, similar a la evaporación de un líquido que asciende hasta perderse en los cielos.
Y este fatalismo del devenir humano queda patente en el fragmento 20: "Una vez nacidos [los seres humanos] desean vivir y dar con su destino -o, mejor, descansar- y dejan tras de sí niños para que engendren otros destinos".
Así pues, habría que revisar la tópica interpretación del Panta Rei, pues posiblemente Heráclito y Parménides estén diciendo lo mismo: el Uno es eterno e inmutable (Parménides) pero existe en un aparente devenir; es una total mutabilidad que aparece cambiante a nuestros sentidos, mas es pura ilusión. sin embargo, puesto que así lo percibimos, esa irreal existencia no es menos real que la inmutable e inaccesible realidad del Uno eterno. Y el ejemplo que mejor le cuadra a Heráclito es el del fuego, que siempre es fuego, pero PARECE siempre cambiante, o sea: una esencia siempre inmutable, una apariencia siempre cambiante.
Y por ahí lo interpreta también el gran pensador Ostwald Spengler: "El pensamiento con que Heráclito dio una nueva concepción del Cosmos, es de naturaleza energética: el de un acontecer puro (falto de substancia) según las leyes. La distancia que separa esta idea de las opiniones de otros filósofos, sean ellos los jonios, los eleatas o los atomistas, es extraordinaria. Heráclito se quedó totalmente solo con aquella concepción entre los griegos; no existe una segunda de esta categoría. Todos los otros sistemas contienen el concepto de un fundamento substancial". Quizá el bueno de Spengler, quiera ver demasiado en las abstrusas máximas del jonio, pero qué duda cabe que tampoco es nada descabellada esta interpretación, que sería la conciliación entre la gran paradoja universal: inmanencia y perpetuum movile.
¿Y qué hemos de concluir acerca de Heráclito? Pues ante todo que es imposible hacerse idea cabal de su filosofía a través de los minúsculos retazos y fragmentos que nos han llegado, y siempre a través de otros autores.
En conjunto, su filosofía tiene muchos toques que podríamos denominar "budistas" -sin entrar en las causas de ello- pero sin perder esa impronta griega que estimula la curiosidad física. Para un oriental, el mundo que nos rodea es pura ilusión, no merece la pena perder el tiempo estudiándolo, y por ello se zambullen en el mundo interior del propio yo; ahí está todo y, por tanto, no debemos apartarnos de esa búsqueda personal. Pero el griego, además de esa búsqueda, entiende que todo el cosmos está en mí y yo en el cosmos, por tanto el estudio de la Naturaleza puede ayudar grandemente al conocimiento de mí mismo.
El tiempo ha demostrado que la Ciencia es la forma más clara, segura y certera de conocimiento; ha servido también para hacernos la vida más cómoda y agradable, permitiendo un portentoso progreso tecnológico. Lamentablemente, el progreso científico no ha corrido parejo con el desarrollo espiritual; quizá los primeros científicos que llegaron a ver con claridad que era indispensable compaginar el espíritu científico con el religioso fueron los físicos relativistas y cuánticos: ciencia y misticismo, la combinación perfecta. Más adelante desarrollaremos este punto.
Para mí, lo mejor de Heráclito son sus muchos fragmentos, que son puros Koans Zen:
"Los hombres que aman la sabiduría deben estar familiarizados con muchas cosas" (Fragmento 35). que recuerda dos de los nueve principios que da Miyamoto Musashi en su "Tratado de las 5 ruedas" para alcanzar la Vía: "Abarcar todas las Artes (y no limitarse a una sola)" y "Conocer la Vía de cada oficio (y no limitarse al propio)" opinión, por lo demás, compartida por el humanismo Zen, que no es partidario de una exclusiva especialización.
"El aprendizaje de muchas cosas no enseña a comprender" (Fragmento 40). Aparente contradicción con el anterior fragmento, mas no es así, antes bien lo complementa; se refiere a que no basta con ser erudito para ser sabio. Y así lo remata en el siguiente versículo:
"La sabiduría es una sola: conocer el Logos, por el cual todas las cosas son dirigidas por todas" (Fragmento 41). La sabiduría consiste en comprender, o mejor dicho, en "sentir", en experimentar, que existe un principio universal que todo lo impregna -y del cual formamos parte- y que hace que todo esté interrelacionado entre sí. Para Heráclito, el auténtico conocimiento no es racional, sino místico.
"No hallarás los límites del alma, no importa la dirección que sigas, tan profunda es su razón" (Fragmento 45). Otro concepto básico del Budismo: la iluminación sólo se halla indagando dentro de uno mismo. Fuera, todo es maya, todo es ilusión. Y siguiendo en esa misma línea: "Está en poder de todos los hombres conocerse a sí mismos y ser sensatos" (Fragmento 116), o sea, todos podemos alcancar el Conocimiento; todo hombre alberga un Buda en su interior.
"Los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira" (Fragmento 51). Otro presupuesto Zen, la identidad de contrarios: no existe bueno ni malo, arriba o abajo, recto o equivocado. Y así lo reafirma en los siguientes párrafos:
"El bien y el mal son uno" (Fragmento 58). "El camino hacia lo alto y el camino hacia lo bajo es uno y el mismo" (Fragmento 60). "Son uniones: el entero y lo no entero, lo concorde y lo discorde, lo consonante y lo disonante, y del todo y el uno y del uno y el todo" (Fragmento 10). "La sabiduría consiste en que lo uno es todo" (Fragmento 50). "El mar es el agua más pura y la más impura. Para los peces es potable y buena, para los hombres salobre y fatal" (Fragmento 61). "En la circunferencia son comunes el principio y el fin" (Fragmento 102).
"Los muertos deberían arrojarse pronto a la basura" (Fragmento 96). Genial apología contra el status quo y la veneración a los clásicos y a las autoridades filosóficas; idéntico a la máxima del gran maestro Zen, Lin Chi (Rinzai): "Si el Buda obstruye tu camino ¡mátalo!". Y también recuerda ese breve cuentecillo Zen atribuido al maestro Joshu:
- "Maestro, me han dicho que cuando el cuerpo se descompone y vuelve a la tierra, hay una cosa que permanece eternamente, pero ¿dónde está esa cosa?
- Otra vez hace viento esta mañana."

ANAXÁGORAS (500 - 420 a.C).- Se le considera filósofo de segunda fila, pero hay que situarlo entre los más grandes. Nació en Clazómene (Jonia), y Aspasia, la cultísima compañera de Pericles, influyó para que fuese a Atenas. Dice Platón: "Parece que Pericles se interesó por Anaxágoras, que era un hombre de Ciencia; y ocupándose de la teoría de las cosas en un nivel elevado, habiendo alcanzado el conocimiento de la naturaleza verdadera del intelecto y de la locura, que eran los temas principales de Anaxágoras, aprendió de esta fuente todo lo que en el arte del discurso se podía conseguir".
Anaxágoras era continuador de la tradición científica racionalista de Jonia. Fue el primero que introdujo la filosofía en Atenas y dio sugerencias acerca de las causas primordiales de los cambios físicos.
En el 432, fecha en que se concluyó el Partenón, Anaxágoras cayó en desgracia, acusado de ateísmo, y regresó a Jonia, donde fundó una escuela. Dejó escrito en su testamento que el aniversario de su muerte fuese declarado día festivo para los niños de la escuela. Pero veamos su doctrina.
Entendía que todo es infinitamente divisible y que todo es mezcla de elementos; ninguno aparece en estado puro. Otro nivel son los seres vivos, pues poseen nous (nouV); el nous tiene poder sobre todas las cosas vivas; es infinito y regido por sí mismo, y no se mezcla con nada.
El concepto de nous guarda gran relación con el "Ki" japonés; cuando Anaxágoras nos describe el efecto del nous sobre las cosas, pareciera que estamos leyendo a Morihei Ueshiba, pues afirma que el nous es la fuente de todo movimiento, y que produce la rotación, que se extiende gradualmente por el mundo entero, y hace que las cosas más ligeras vayan a la circunferencia y las más pequeñas caigan hacia el centro. El nous es uniforme, y actúa tanto en animales como en seres humanos.
Anaxágoras rechaza siempre que puede la "necesidad" y la "casualidad" en el origen de las acciones; aunque niega la existencia de un ser supremo. Es el primero en afirmar que la Luna brilla con luz reflejada, y que está más cerca de la Tierra que el Sol. Asimismo expuso la teoría correcta de los eclipses, y que el Sol y las estrellas son piedras ardientes situadas a gran distancia de nosotros. También afirmó que la Luna estaba habitada.
Anaxágoras mantiene firme la tradición científica de Anaxímenes, su maestro, y de la escuela Jonia en general, y evita esa obsesión metafísica que tiñe de religiosidad toda la filosofía griega desde Pitágoras hasta Aristóteles, pasando por Platón y Sócrates.

DEMÓCRITO (472 - 400).- Nació en Abdera (Tracia). Viajó por Egipto y Persia, y fue contemporáneo de Sócrates y de los sofistas. Es uno de los más grandes.
Platón lo odiaba, y quiso que se quemaran todos sus libros, posiblemente porque Demócrito es uno de los grandes filósofos de todos los tiempos, infinitamente superior a Platón desde luego. Curiosamente su doctrina es indistinguible de la de Leucipo, un milesio de la racionalista escuela de Jonia, contemporáneo suyo. Incluso parece que las ideas fundamentales de la común filosofía de ambos, se debieron al jonio. En cualquier caso, las fuentes que nos han llegado, apenas se acuerdan de Leucipo.
Sus teorías científicas fueron de una clarividencia pasmosa; creían que todo se compone de átomos que, físicamente (aunque no geométricamente) son indivisibles. Pero ahí no queda la cosa, pues siguen haciendo una certera descripción de la composición de la materia; en primer lugar aseguran los átomos son indestructibles, que existe un espacio vacío entre ellos, que siempre han estado, están y estarán en movimiento, que existe un número infinito de átomos, e incluso de clases de átomos, y que las diferencias se refieren a la forma y al tamaño. Incluso parece que defendían que los átomos se movían al azar, como afirma la moderna teoría cinética de los gases. Dice Demócrito: "El agua, el aire y cada uno de los múltiples elementos son realmente lo mismo, y difieren tan sólo por el ritmo". Y en realidad así es, pues toda la materia está formada por átomos, compuestos de partículas idénticas, que no son sino distintos niveles de vibración de la energía. Y, pues todo viene de aquella primigenia explosión del Big Bang, todo es uno e igual, y la diferencia proviene tan sólo del "ritmo", concepto que recuerda mucho a la novedosa "Teoría de Cuerdas" que pretende aunar las físicas cuántica y relativista.
Demócrito dijo que no existía ni arriba ni abajo en el vacío infinito, y comparó el movimiento de los átomos del alma con el de las partículas de un rayo de sol, cuando no hay viento. Uno de los aspectos fundamentales de su filosofía estriba en que -a diferencia de Sócrates, Platón o Aristóteles- explican el mundo sin introducir la noción de "propósito" o "causa final". Y esto es muy importante, pues son los primeros que no buscan una finalidad a la existencia. Quizá esta sea la causa por la que Platón los detestaba; sin ese supuesto de un plan divino, del que nosotros formamos parte y que debemos cumplir, toda la filosofía platónica se desbarata como un castillo de naipes y queda en nada.
Pero las doctrinas atomistas iban muy al margen de las obsesiones platónicas, antes bien la filosofía de Leucipo surge en un intento desesperado por conciliar el inmovilismo de Parménides con el hecho -evidente a los sentidos- del movimiento y el cambio. El resultado es la siguiente teoría:
"El vacío es un no-ser, y ninguna parte de lo que "es" es un "no-ser"; porque lo que es, en el sentido estricto del término, es un pleno absoluto. Sin embargo, éste no es una "unidad", al contrario, es una "multiplicidad" infinita en número e invisible, debido a la pequeñez de su tamaño; la "multiplicidad" se mueve en el vacío (porque éste existe), y juntándose producen el devenir, mientras que separándose, se forma el "pasar". Además, actúan y sufren la acción dondequiera que se encuentran y establecen casualmente contacto (porque aquí no son "una"), y se producen al juntarse y entrelazarse. Del genuinamente "Uno", por otro lado, nunca podría formarse una multiplicidad, ni de la genuina "Multiplicidad" podría salir lo "Uno": es imposible".
No se puede negar que es uno de los intentos más ingenioso por intentar romper la paradoja de Parménides, y se consigue a costa... de crear otra mayor: el movimiento sólo puede producirse en el vacío, pues en la "plétora" nada puede moverse, pues está "todo" lleno. El movimiento supone que un objeto pasa de un lugar a otro del espacio, o sea, abandona una zona del espacio que está llena para pasar a otra que está vacía. El espacio que antes estaba lleno se vacía, y el que antes estaba vacío queda llenado por el objeto en movimiento. Ahora bien, si decimos que "hay" un vacío, es que el vacío existe, por lo tanto el vacío NO es la NADA.
Ha habido que esperar dos mil quinientos años para que la física cuántica y la relativista demostraran, a principios del s. XX, que el "vacío" tiene un valor energético, y que "en su seno" se crean incesantemente -de modo espontáneo y aleatorio- pares de partícula antipartícula que al instante se aniquilan.
Por eso los atomistas, partiendo de la inamovible fortaleza de los principios parmenideanos intentaron "categorizar" la "existencia" para poder conciliar la realidad sensible del cambio y la mutabilidad con la teoría eleática de la inmanencia; y así, ya no hablan de "existencia" sin más -como un bloque único-, sino de espacio y materia. Curiosamente, la física relativista demostró que espacio y materia están íntimamente imbricados, la materia curva y contrae el espacio, es más, sin materia no existiría el espacio. La Teoría de la Relatividad también dejó claro que el tiempo es una dimensión más del "espacio"; más adelante desmenuzaremos todos estos pormenores.
Como dice Burnet: "Es un hecho curioso que los atomistas, considerados generalmente como los grandes materialistas de la Antigüedad, fuesen realmente los primeros en expresar con claridad que una cosa podía ser real sin ser corpórea". Paso crucial para poder sentar las bases que permitirán el desarrollo de la física. Veamos qué opina Aristóteles: "La teoría de que el vacío existe implica la existencia de lugar: porque se definiría el vacío como un lugar privado de cuerpo". Newton apoya esta idea, sin reservas, afirmando la existencia de un espacio absoluto, y, según eso, distingue el movimiento absoluto del relativo; puede parecernos que es el cielo el que se mueve de Este a Oeste (movimiento relativo) cuando, en realidad, es la Tierra la que gira en sentido anti-horario (movimiento absoluto). Por contra, Descartes opinaba que la "extensión" es la esencia de la materia. "Extensión" sería un adjetivo, una cualidad de la materia (sustantivo), no existe el vacío, puesto que todo está ocupado por la materia. Leibniz tampoco aceptaba el vacío, pero sostuvo que el espacio es simplemente un sistema de relaciones.
Hasta que llegó Einstein, demostrando que todo movimiento es relativo (el del cielo que va de Este a Oeste, y el de la Tierra que va en sentido contrario); tan sólo la velocidad de la luz es absoluta. Y aún eso, pues el espacio también es relativo, y se expande y se curva en función de la masa y otros complejos factores. Así que, puestos a elegir, podemos afirmar que fue Leibniz el más cercano a la verdad.
En cualquier caso, es admirable como[FCA1] , Leucipo y Demócrito, sin el apoyo de las ecuaciones diferenciales y las modernas matemáticas, tuvieron un instinto tan certero para con estos conceptos tan colosalmente complejos y fundamentales.
También creía Demócrito que la percepción y el pensamiento son procesos físicos. Al igual que Locke, sostuvo que el calor, el gusto y el color no residen realmente en el objeto, sino que son debidos a nuestros órganos del sentido; mientras que el peso, la densidad y la solidez sí que están realmente en el objeto. Demócrito era un perfecto materialista: el alma se componía de átomos, y el pensamiento era un proceso físico. No había finalidad en el Universo, sino únicamente átomos regidos por leyes mecánicas. Su ateísmo era absoluto, y argumentó contra el nous de Anaxágoras. Éticamente consideró la alegría como meta de la vida, hallando en la moderación y en la cultura los mejores medios para conseguirla. Detestó la violencia, el sexo (!) y el apasionamiento, porque la consciencia queda anulada con estas prácticas. Tampoco quería tener hijos, porque su educación le impediría filosofar. Demócrito es el último de los grandes filósofos; después de él sólo vendrá la decadencia.
La grandeza de la filosofía griega estriba en que sentó las bases del racionalismo y de la ciencia. Los presocráticos inician una búsqueda racional y lógica de los fenómenos que observan, y esa actitud fue indiscutiblemente fundamental para afrontar con valor y madurez el camino que iba a situar al ser humano a la cabeza de los seres vivos, y además tuvieron la grandeza de conjugarlo con la búsqueda del conocimiento místico, factor religioso totalmente opuesto al fanatismo y a la superchería. Sin embargo, una vez echadas las bases, la filosofía entró en declive a partir de Sócrates. Las inquietudes de los filósofos serán, a partir de entonces, puramente religiosas. La llegada del cristianismo será catastrófico para el desarrollo racional de la filosofía; sólo la llegada de los escolásticos franciscanos en el s. XIII, sacará al racionalismo de su apatía; ellos dejarán claro que teología y razón son compartimentos estancos, hay cuestiones de fe que la pura lógica jamás conseguirá demostrar. Y ello prepara el desarrollo espectacular de la Ciencia, que comenzará lentamente en el Renacimiento para explotar en el s. XVII y continuar imparable hasta nuestros días.
Sólo que, a comienzos del s. XX, los grandes físicos se dan cuenta de que la Ciencia ha hecho un camino en solitario que la está conduciendo a un callejón sin salida, nuevos conceptos y retos están demostrando que las herramientas filosóficas occidentales se han quedado obsoletas. De pronto ha surgido el mundo de lo muy pequeño, en la escala de las partículas atómicas, y de lo muy grande, en las escalas de miles de millones de años luz del Universo. Los grandes mónstruos de la física de entonces, Heisenberg, Schrödinger, Einstein, Jeans, Planck, Pauli, Fermi, Eddington... entendieron que había que superar los viejos conceptos científicos, y que era menester lograr una concepción transcendente del mundo, donde la dualidad entre matería y espíritu quedara sobrepasada. Todos, sin excepción, quedaron deslumbrados por las filosofías orientales que comenzaban a llegar a Europa. Esta nueva forma de entender la vida les permitió desarrollar el milagro de la física cuántica y relativista.
Sin embargo, si hoy día miramos hacia atrás, hacia muy atrás, a la época en que nació el budismo (s. VI a.C.), por ejemplo, descubrimos que, en ciertas partes del mundo helénico, se estaba desarrollando una filosofía con unos principios muy similares a los de Oriente, y que influyeron grandemente en todos los filósofos posteriores, pero lo más importante de sus doctrinas pasó desapercibido. Este humilde trabajo pretende enmendar ese débito, y dejar claro que Oriente y Occidente tienen mucho más en común de lo que siempre se nos ha hecho creer.