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VASCOS, IBEROS, CELTAS Y OTROS PUEBLOS HISPANOS DE LA ANTIGÜEDAD


FÍBULA CELTÍBERA (foto del autor)



1) LOS VASCOS
De los orígenes del pueblo vasco lo desconocemos prácticamente todo; esta ignorancia se ha intentado suplir con un sin fin de elucubraciones y despropósitos. Sin embargo, no es la ausencia de datos el mayor problema con que debe enfrentarse el historiador a la hora de abordar cualquier estudio relacionado con lo vascongado, el más grave escollo que debemos sortear es el de la manipulación descarada que ha sufrido la historia a fin de justificar unas aberrantes premisas de corte nacionalista.
Todo este embeleco comienza con los desvaríos de aquel tremendo orate y grandísimo ignorante en materia histórica que fue Sabino Arana (1865 -1903).
El padre del nacionalismo vasco (que nunca pasó más allá del bachillerato) afirmaba que el pueblo vasco es una raza antiquísima, elegida por Dios, descendiente de Túbal, nieto de Noé, el cuál trajo a la Península el euskera, lengua anterior a la confusión de las lenguas por el asunto de la construcción de la Torre de Babel; por tanto el vascuence sería el idioma primigenio de la Humanidad. Aunque para ser exactos todo esto está inspirado en las “Etimologías”, de S. Isidoro de Sevilla (556 – 636), quien afirmaba que los iberos procedían de la estirpe de Túbal.
Según la versión de Arana, Túbal engendró a Aitor, el cual tuvo 7 hijos, epónimos de las siete provincias vascas. Aunque esta bonita leyenda no es original de D. Sabino, sino del escritor vasco-francés Joseph Agustin Chaho (1818 - 1858), que se la inventa en su novela "Aitor, legénde cantabre" (1845)
Cuando la paleontología comienza a asentarse como ciencia, enseguida surgen los iluminados que afirman convencidos que la “raza” vasca desciende del hombre de Neandertal. Lamentablemente, a día de hoy, todavía hay quien sigue defendiendo las tesis aranistas, y, lo que es peor, se hace desde estamentos oficiales.

El primer misterio en torno a la cultura vasca, es que no existe ningún vestigio arqueológico. Ni uno solo.
El segundo es que en el actual solar vascongado, en época romana, vivían tres tribus de origen céltico: várdulos, caristios y autrigones. En cambio, en el norte de Navarra y zonas limítrofes de Aragón, vivía la tribu de los vascones, mencionada por los romanos en época tardía, a raíz de las guerras sertorianas; todo el mundo da por sentado que estos “vascones” son los portadores de la cultura vasca. Aunque S. Isidoro de Sevilla afirma que los vascos son los “vacceos”. En su obra cumbre, “Las Etimologías”, leemos:

«La ciudad de Vacca estuvo cerca de los Pirineos, de la que recibieron su nombre los “vacceos”, de quien se cree escribió el poeta [Virgilio, “Eneida” 4:42]: “Y los vacceos que se extienden ampliamente”. Éstos habitan toda la amplia de los montes Pirineos, después fueron llamados “vascos”, por mutación de “c” en “s”. Pompeyo, una vez sometida España y deseando volver a Roma para recoger el triunfo, obligó a los vascos a abandonar los montes Pirineos, y los reunió en una ciudad que por esto se llamó ciudad de los convenas»

En realidad, los vacceos eran una tribu céltica que habitaba la Meseta Superior, y esa explicación de la deportación por parte de Pompeyo es bastante inverosímil y no tenemos otras fuentes que la avalen, pero alguna explicación había que dar para justificar la presencia de los vascos, primero en el Pirineo y, en época visigoda, en las actuales provincias Vascongadas.

Las primeras noticas sobre los vascones provienen de la Guerra Sertoriana (77 – 74 a.C.). En el fragmento del libro 91 de su "Historia de Roma", Tito Livio nos cuenta que, a finales del año 77, Sertorio avanzó con sus tropas Ebro arriba, cruzando en una jornada Bursao (Borja), Cascantum (Cascante) y Graccurris (Alfaro) hasta llegar a Calagurris (Calahorra), para al día siguiente atravesar el territorio de los vascones hasta la región de los Berones, acampando en la frontera que separa ambos pueblos, luego siguió hacia la Lusitania para socorrer a los ejércitos que allí tenía. Según este texto, los vascones ocupaban el territorio que va desde Calahorra a Logroño.
La segunda referencia sobre los vascones nos la da Salustio (Historia, 3, 93) allí nos habla de las últimas campañas de Pompeyo, en concreto del enfrentamiento mantenido con Sertorio en la zona de Numancia durante el verano del año 75. Pompeyo se encontraba en una situación bien precaria, pues carecía de víveres, y se vio obligado a pasar a territorio vascón, donde podría recibir avituallamientos procedentes de Aquitania, al otro lado de los Pirineos. Y en territorio vascón estableció sus cuarteles de invierno y fundará la ciudad que lleva su nombre: Pompaelus (Pamplona).
Es curioso que todas la tribus celtíberas fuesen aliadas de Sertorio, mientras que los vascones lo eran de Pompeyo, representante del poder senatorial romano.
La tercera referencia la tenemos en Plinio, quien hacia el año 50 a.C. publicó las “Antiquitates rerum humanorum”, allí nos dice que los vascones habitaban los Pirineos Occidentales, a los que denomina “Vasconum saltus” (los vascones de los bosques), y que tenían frontera con los Várdulos.
No queda claro si hubo una migración vascona desde la Rioja hacia los Pirineos o, sencillamente, Plinio se está refiriendo a un grupo de tribus vasconas que viven en el Pirineo.
Sin embargo, Silo Itálico (25-101), encuadra a los vascones como celtíberos.

Los vascones se extendían desde el norte de Navarra, siguiendo por el norte de Aragón hasta la ciudad de Jaca, y descendiendo hasta el Ebro. La actual ciudad de Zaragoza (SALDUIE o SALDUVIE) era ibera, pero un poco más hacia el oeste ya había tribus vasconas (aunque Salduie estaba rodeada de tribus celtíberas), precisamente el famoso Bronce II de Botorrita (o Tabula Contrebiensis) trata del litigio por un problema de una canalización entre los iberos de Salduie y los vascones de Alauon (Alagón).

BRONCE DE BOTORRITA (foto del autor)

Pero los vascones se extendían de modo discontinuo siguiendo más o menos la línea del Pirineo, llegando hasta Turisa, la actual Tossa de Mar. Turisa es nombre romano que deriva del vasco “iturri” (fuente), lo mismo ocurre con Turiaso (Tarazona).
Parece ser que en las comarcas pirenaicas limítrofes entre Aragón y Cataluña se hablaba vasco durante la Edad Media.
Podríamos decir que los vascones eran uno de los pueblos preindoeuropeos, probablemente emparentado con los iberos -si no propiamente ibero- que no sufrió la mezcla con los celtas. Así pues, socialmente eran idénticos a sus vecinos celtíberos, variando tan sólo su lengua.
En cualquier caso, tenían identidad cultural propia; se llamaban a sí mismo barscunes o bascunes; quizá signifique “los de los altos, los de las montañas”, tal vez como oposición a “iberos”, que significa "los habitantes de los ríos, de las vegas", debido a la raíz –ebr, "río". Dicha raíz asociada a los topónimos fluviales es harto habitual en gran parte de Europa, lo que podría deberse a que existía un idioma preindoeuropeo extensivo a toda Europa; los iberos hablarían dialectos de esta antigua familia europea, y el vasco sería la última reliquia que ha quedado de tal idioma.
Es de sobra conocido que el vasco tiene muchas concomitancias con lenguas bereberes y con el georgiano, y recordemos de paso que en la antigüedad también se llamó Iberia a la región del Cáucaso donde viven los actuales georgianos.
Dice Tovar al respecto: “En todos los demás caracteres (verbo al final, postposiciones, genitivo antepuesto, como también oración de relativo delante del antecedente) el vasco coincide con lenguas cuyo centro parece estar en Europa oriental o más allá: así las caucásicas o las indoeuropeas más antiguas (sánscrito, hitita, en parte el latín)"

Durante las guerras lusitanas, que concluirán con la toma de Numancia (133 a.C.), los vascones siguieron siendo buenos aliados de Roma. Incluso llegaron a acuñar moneda, con la inscripción “BaSKuNES” (IMONES; I=Ba, M=S, O=Ku, N=N, E=E, S=S)

A principios del siglo V d.C., en plena decadencia del Imperio Romano, tropas vasconas protegieron los pasos pirenaicos evitando las invasiones germanas. Y a partir de aquí las noticias son escasas y confusas, parece ser que las rebeliones bagaúdicas de mediados de este siglo también afectaron con gran fuerza al territorio vascón, y eso contribuyó de alguna manera a que se produjeran migraciones en masa que coincidiendo con las invasiones germánicas propiciarán que los vascones se muevan al oeste, ocupando el actual país Vasco y desplazando a las antiguas tribus célticas de várdulos, caristios y autrigones hacia el sur y/o absorbiéndolos. De hecho, al primitivo territorio castellano se lo denominó al principio “Vardulia”.

Una explicación del por qué de esta extraña migración vascona hacia territorio de várdulos, caristios, autrigones y aquitanos y posterior enfrentamiento con los visigodos, nos la podría dar el historiador Paulo Orosio (385 – 420) el cuál nos dice que, estando los bárbaros atravesando las Galias camino de la Península, fueron movilizados los campesinos de la zona pirenaica (con toda probabilidad vascones) para proteger los pasos fronterizos; cumplieron a la perfección su cometido, pues los invasores detuvieron su avance en el año 408, quedando acampados en Aquitania. Sin embargo, el emperador Constantino III decide substituir a los hispanos por mercenarios bárbaros en el año 411. Tal medida fue catastrófica, porque los germanos atravesaron el Pirineo y la invasión fue irremediable.
Es posible que, una vez en superioridad militar, los germanos pretendieran aniquilar a sus antiguos enemigos, los vascos de la frontera que tanto daño les habían hecho. Toda la población vascona se vio obligada a emigrar buscando un lugar alejado e inaccesible para evitar represalias; lamentablemente fueron los várdulos, caristios, autrigones y aquitanos quienes sufrieron las últimas consecuencias de este efecto dominó.

Desde su nuevo territorio los vascones se dedicaron a realizar incursiones de saqueo contra sus vecinos, ello provocó la reacción bélica de los reyes visigodos que intentaron dominarlos, sin éxito. Por el lado francés los vascones ocuparon la actual Gascuña, cuyo nombre deriva de “Wasconia”, o sea, “tierra de vascones”. Allí también llevaban a cabo su política de rapiña y saqueo de las poblaciones vecinas, siendo una pesadilla para los reyes francos.
Es evidente, pues, que durante la época visigoda y comienzo de la invasión mahometana, la población vascoparlante que habitaba en las montañas de las actuales provincias Vascongadas y de Navarra no estaban sujetos a poder alguno, y vivían en una situación de clara independencia, pero no hay la menor evidencia de que tales gentes estuviesen agrupadas bajo un poder político superior.
Por cierto, hemos de deshacer aquí la repetida falacia de la frase “DOMUIT VASCONES” (sometió a los vascones). Son ya demasiados los historiadores empecinados en afirmar que todas las crónicas de los reyes visigodos terminaban con la frase “Domuit vascones”, lo cual vendría a significar que tanto empeño por parte de todos los monarcas en dejar claro que los vascones habían sido subyugados era en realidad una demostración palpable de que nunca se los pudo someter. Bueno, pues toda esa historia del lapidario “Domuit vascones” final, es un absoluto embuste. Jamás se escribió tal frase en documento histórico alguno, pero le sigue viniendo muy bien al nacionalismo vasco que este desdichado embeleco se siga manteniendo.

Por lo que leemos en las fuentes visigodas, las incursiones vasconas eran meros actos de pillaje. Incapaces de hacer frente a un poderoso ejército se limitaban a llevar a cabo una guerra de guerrillas basada en la emboscada y el ataque a los convoyes de suministros, y ciertamente eso fue lo que pasó en Roncesvalles.
Las constantes algaradas vasconas obligaron al rey Leovigildo a fundar en el 581 la ciudad de Victoriaco (Vitoria) situada en el límite sur de la frontera vasca. De hecho se conserva un texto pamplonés de la época, De Laude Pampilonae (Alabanza de Pamplona), que ensalza la resistencia de la ciudad frente al enemigo del norte y, aunque no se lo mencione, está claro que se refiere al enemigo vascongado. En ese año se produjo una importante ofensiva vascona, tanto en territorio hispano como en la vertiente gala de los Pirineos. No debió de ser muy buena la experiencia de abrir dos frentes a un tiempo, porque en sus siguientes algaradas fueron alternando sus ataques ora a uno ora a otro lado del Pirineo, pero jamás al mismo tiempo.
Las guerras siguieron hasta el final del poder godo, pues los árabes nos cuentan que mientras Tariq desembarcaba en Hispania, el rey D. Rodrigo se encontraba en Pamplona combatiendo a los vascones. Una vez que los musulmanes conquistaron la Península, parece que éstos cesaron en sus hostilidades, aunque, bien es verdad, que los moros no subieron más allá de Pamplona.
De todos modos es curioso cómo los pueblos vascones se movilizaron durante tanto tiempo contra francos y visigodos pero jamás contra los moros. Recordemos que mientras en España luchaban contra los visigodos, al otro lado del Pirineo, los gascones (“wascones”) seguían aliándose con la antigua nobleza galo-romana para sacudirse el yugo franco; ése será el motivo de que acaben integrados en el ducado de Aquitania hacia el 666.
En el 760, Pipino el Breve (751-768) comienza la guerra contra el Ducado de Aquitania (760-768); poco antes de que acabara la guerra, los gascones abandonan a los aquitanos –ya prácticamente derrotados- y aceptan la sumisión al rey francés.
Y más o menos por esas mismas fechas, los vascones de Álava y Vizcaya contactaron con el rey Alfonso I (739-757) para integarse en el reino de Asturias. Lo de que en los siglos VII al IX existió un “Ducado de Vasconia”, o que hubo una secular confederación de Estados vascos, según nos cuenta Sabino Arana, son meras fabulaciones. De lo único que tenemos constancia es de que, a mediados del s.VIII, Álava y Vizcaya comenzaron a integrarse en el Reino de Asturias, para posteriormente en el s.X unirse al Condado de Castilla y, de esta forma, pasar a formar parte del Reino de Castilla.
En el lado francés, entre tanto, los vascones, denominados wascones, se integraron en el Reino Franco, y allí sí se creó el Condado de Wasconia (fonéticamente derivó en Gascuña), que acabó por hacerse independiente como el resto de regiones francesas tras la muerte de Carlomagno y la progresiva descomposición del Imperio Carolingio. Pero no fue un estado “vasco”, sino gascón, porque jamás hubo un sentimiento de unidad entre los vascoparlantes de ambos lados del Pirineo, como no lo hay, por ejemplo, entre las naciones hispanoparlantes de América.
En cambio, en el norte de Navarra, la población montañesa que había resistido la invasión islámica logró pasar a la ofensiva, conquistar Pamplona y en el año 905 queda establecido el Reino de Navarra, ocupando el trono el rey Sancho Garcés I. En todo momento fue este reino una monarquía visigoda, de concepción hispánica (al igual que el resto de reinos peninsulares), esto significa que todos los reinos que surgen en España tras la invasión árabe mostrarán desde sus comienzos la inquebrantable vocación de reinstaurar el antiguo Reino Visigodo, tanto en lo político como en lo religioso y cultural, o sea, se buscaba la unidad de Hispania, que así es como se denominaba desde época romana a la Península Ibérica.
De Guipúzcoa nada sabemos hasta el 1025, año en que decide integrarse en el Reino de Navarra.
Gracias a los derechos de su esposa Muniadomna, Sancho III el Mayor (1004 – 1035) consiguió extender su poder al Condado de Castilla, y por tanto a Álava y Vizcaya. Sin embargo no logró avanzar por el sur más allá de Pamplona, pues el resto del territorio navarro se hallaba en manos musulmanas. Posteriormente, a lo largo de la Edad Media, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya oscilaron entre los reinos de Navarra y Castilla en función de las vicisitudes militares y políticas de ambos reinos, hasta quedar definitivamente integradas dentro de la monarquía castellana a finales del s.XII.
Por tanto, jamás fue Navarra un Estado nacional vasco, sino una monarquía pamplonesa e hispana.

Y no me resisto a exponer una vieja teoría sobre el origen de los vascones. Debemos remontarnos a la primavera del 218 a.C.; Aníbal sale de Cartagena rumbo al norte con intención de cruzar los Pirineos, luego los Alpes, y caer por fin sobre Italia para acabar de una vez por todas con el poder de Roma. El ejército expedicionario lo forman 90 mil infantes, 12 mil jinetes y 37 elefantes.
El primer problema surge al cruzar el Ebro, pues las tribus de ese lado del río están sin pacificar y ofrecen gran resistencia. Aníbal ha de emplearse a fondo y no escatimará medios ni crueldad para que sirva de aviso a navegantes. Luego deja un contingente de diez mil infantes y mil jinetes al mando de Hannón como fuerza pacificadora.
Entonces llega a la conclusión de que su ejército sigue siendo muy numeroso y que así nunca va a llegar a Italia, por lo que elije un selecto contingente de tropas y deja que el resto se vaya o deserte. Sobre todo prefiere que deserten, pues así se ahorra las pagas. En total 10 mil hispanos son licenciados, tres mil carpetanos desertan junto con un número indeterminados de libios, que podrían ascender a varios miles. Y hay quien afirma que estos miles de libios no regresaron a su país, bien por miedo a ser ejecutados por los cartagineses, bien por el temor a cruzar toda Hispania plagada de tribus hostiles; el caso es que decidieron asentarse en la ribera alta del Ebro, viviendo del pillaje y el pastoreo y raptando a las mujeres de las tribus vecinas para tener descendencia. Éstos libios serían los antecesores de los vascos. Y la idea no es tan descabellada como pudiera pensarse, aunque, sinceramente, creo que es la teoría menos consistente de todas las posibles.


2) PREHISTORIA

Las primeras manifestaciones artísticas son producidas por el Homo Sapiens hace unos 25 mil años, en pleno Paleolítico Superior. Hasta el momento, el arte paleolítico es un fenómeno casi exclusivamente europeo, concentrándose en cuatro regiones muy cercanas entre sí: Aquitania, Ardèche, Pirineos Centrales Franceses y Cornisa Cantábrica; lo que nos hace pensar en la existencia de una civilización pirenaica. ¿Pudieran ser los vascongados descendientes de estos pueblos artistas del Paleolítico? La respuesta es un rotundo no.
Debemos desechar de una vez esos decimonónicos conceptos del mantenimiento de las purezas raciales. La Historia es una constante evolución y mezcolanza de pueblos y culturas. ¿Es correcto decir que los andaluces de hoy día son los descendientes de los tartésicos? ¿Tiene sentido decir que los mexicanos actuales son los descendientes de los aztecas? ¿O los daneses de los vikingos? Cuanto más dilatada es la historia de un pueblo, más invasiones y mezclas ha recibido. Y aún cuando pudiéramos demostrar que los vascones conservaban una gran bagaje genético de los primitivos cromañones de la cornisa cantábrica está claro que la vida de esos vascones de época romana nada tiene que ver con la de los artistas rupestres de varios milenios atrás, del mismo modo que la vida de los vascongados de hoy día nada tiene que ver con la de los vascones de época romana.
Otra cuestión sería si el idioma de los vascones era el que hablaban las culturas paleolíticas del Pirineo. Y la respuesta es bien clara: no tenemos la menor idea, pero caso de que el vascón fuese una evolución de aquellas lenguas paleolíticas, probablemente el parecido entre ambos idiomas sería como el que existe entre el español actual y el sánscrito, y digo el sánscrito por ser la lengua indoeuropea más antigua que se ha conservado.
Quiero decir que el historiador debe estar abierto a cualquier teoría pero dejando de lado toda la contaminación política que siembra aberrantes prejuicios totalitarios donde la “pureza” de razas, idiomas, culturas, etc. pretende avalar la superioridad de un grupo respecto a otros “corrompidos por el mestizaje”. Afortunadamente no existe la pureza, ni racial ni cultural, y la historia de los pueblos está hecha de intercambios genéticos y culturales, eso nos ha permitido evolucionar y llegar donde hemos llegado.
En cualquier caso intentar elucubrar a través de los restos arqueológicos la evolución de las poblaciones peninsulares es tarea vana.


3) PRIMERAS NOTICIAS HISTÓRICAS

Diodoro Sículo (s.I a.C.), tras hablar de los galos, procede a describir Hispania:

Tras haber hablado con bastante extensión de los celtas, pasemos a la historia de los celtíberos, que son sus vecinos. Estos dos pueblos, los iberos y los celtas, lucharon antiguamente entre sí por la posesión del país, pero a la postre zanjaron sus diferencias y lo habitaron en común, y cuando, dando un paso más, acordaron que podían casarse unos con otros, los dos pueblos mezclados recibieron aquel nombre. La fusión de dos pueblos vigorosos en una tierra feraz permitió a los celtíberos alcanzar gran prestigio, de modo que a los romanos les costó someterlos, cosa que sólo al cabo de muchas guerras consiguieron” (Diodoro V:33).

Orgulloso de su estirpe, decía Marcial: “Nos celtis genitos et ex iberis” (nosotros, hijos de celtas y de iberos). Y este sencillo planteamiento ha sido el dogma repetido hasta la saciedad por todos los historiadores durante siglos, pero la población de Hispania presentaba esquemas más complejos.

Pero comencemos por el principio. Contra lo que pudiera pensarse, la última glaciación no fue un infierno blanco para el hombre paleolítico; no al menos en el sur de Europa, donde los hielos no llegaron. España fue un paraíso de abundante caza mayor, y eso permitió que florecieran brillantes culturas de pueblos cazadores que plasmaron su arte en las paredes de las cuevas cantábricas y del sur de Francia. Esto ocurría hace unos 15 mil años.
Pero hace unos diez mil años, el clima se hizo más cálido, los hielos se retiraron y el mar subió varios metros, las Islas Británicas quedaron aisladas, Europa se cubre de bosques y desaparece o queda muy mermada la extraordinaria caza mayor del Paleolítico (bisontes, renos, mamuts, caballos), siendo sustituida por ciervos en los bosques y por cabras en las montañas. Además los humanos buscarán nuevos recursos alimenticios, pues la caza no es suficiente, y se incrementa el consumo de marisco y pescado, así como la recolección de plantas y semillas. La consecuencia final de este proceso será el surgimiento de la agricultura y la ganadería, iniciando la explosión de la revolución neolítica. Todo ello implicaba la sedentarización de las poblaciones, pues ya no tenían que errar siguiendo las migraciones de los grandes rebaños de herbívoros.
En el Mediterráneo esta transición climática no fue tan traumática como en el resto de Europa y norte de la península Ibérica. Según podemos apreciar en las pinturas de los abrigos levantinos, los caballos, toros, cabras, ciervos y jabalíes siguieron siendo las presas habituales. Este nuevo arte, llamado Levantino, y circunscrito a la zona oriental de la Península, se llevó a cabo hacia el 8000 a.C.
La revolución neolítica surge en el Creciente Fértil asiático y provocará nuevas oleadas invasoras, porque el florecimiento de la agricultura y la ganadería traerán consigo una explosión demográfica que, inevitablemente, conllevará constantes migraciones en busca de tierras donde poder asentarse. Como dice Gordon Childe, el gran teórico de la revolución neolítica: “La ganadería y el cultivo de las plantas fueron pasos revolucionarios para la emancipación del hombre de su dependencia del entorno […] Pero el incremento de la población conllevó, por sus condiciones mismas, la expansión de los propios revolucionarios –los primeros agricultores semisedentarios –o su conversión, por una segunda revolución, en un campesinado sedentario, productor de sus excedentes alimentarios para su propio excedente de prole, convertida ya en artesanos y mercaderes, sacerdotes y reyes, funcionarios y soldados de una población urbana”.
El C-14 ha venido a demostrar que alrededor del año 5000 a.C. el Neolítico se difunde de un extremo a otro del Mediterráneo, y no es el arcaico neolítico de Jericó y Chipre, sino un Neolítico pleno, con cerámica, cereales y ganado de ovejas y cabras.
Desde el año 5000 hasta el 2500 a.C. tienen lugar las grandiosas construcciones megalíticas. Los megalitos, por tanto, aparecen en Europa cuando el Neolítico está muy avanzado y existe un complejo sistema social. De hecho Stonehenge es del 2500 a.C., la misma fecha que la pirámide de Keops.
La construcción de un dolmen requería una sociedad muy avanzada, tanto en el terreno social y político como en el técnico. Era el final de la edad de Piedra; pronto hará su aparición el cobre.


4) LA EDAD DE LOS METALES

La actividad de los metalúrgicos y de todos aquéllos relacionados con la extracción y comercio del metal provocó en la sociedad agrícola-ganadera un cambio cuyo efecto más visible sería el establecimiento de los primeros núcleos urbanos: desde fuertes como el de Campos hasta incipientes ciudades amuralladas como la de Los Millares, ambos enclaves situados en Almería. El esfuerzo que suponía la edificación y mantenimiento de las murallas exigía la transformación de las ciudades igualitarias que venían existiendo hasta la fecha en “sociedades de jefatura”, conocidas como “chiefdom societies”, es decir, estructuras piramidales con una base de agricultores y ganaderos, de una nobleza terrateniente con esclavos y arrendatarios, sacerdotes, administradores y soldados. Es el comienzo de las ciudades-Estado.
La ciudad de Los Millares (hacia el año 3000 a.C.), llegó a tener una muralla de 300 m. de longitud y 4 de grosor, reforzada con 19 torres de planta semicircular, además los cerros que la rodeaban estaban coronados por torreones –diez que sepamos- tan bien pertrechados y amurallados como la ciudad misma. La prosperidad de este enclave se debía, con toda seguridad, a la explotación del cobre, estaño, plata y oro que se halla en la Sierra de Gádor y otros lugares cercanos.
A escasos kilómetros encontramos tumbas pertenecientes a una cultura de tipo megalítico, ¿era de estos guerreros de quienes se protegían los millarenses tras las imponentes murallas de su urbe? Probablemente las actividades comerciales de los habitantes de Los Millares se extendían más allá del ámbito peninsular.
Nada tan grandioso y sobrecogedor volverá a producirse en Hispania hasta la llegada de los romanos.

Hacia el año 2000 comienza a desarrollarse la “Cultura Campaniforme”, llamada así por el más característico de los objetos que fabricaban: un vaso de boca acampanada que muchos afirman se empleaba para beber cerveza.
Escribe Gordon Childe, el famoso prehistoriador australiano:
Las gentes del campaniforme son conocidas principalmente por tumbas que nunca forman grandes cementerios. Cuando su cerámica y demás utensilios se encuentran en poblados, aparecen por lo regular mezclados con restos típicos de otros grupos, salvo quizá en el centro de España. De este modo el pueblo campaniforme se revela constituido por bandas de traficantes armados, ocupados del comercio del cobre, oro, calaíta y substancias raras similares que, a menudo, se hallan en sus tumbas. Las bandas incluían metalúrgicos […] y mujeres que en todas partes fabricaban los vasos característicos, prestando escrupulosa atención a detalles tradicionales de forma y ornamento. Su existencia errante los llevaba desde la España meridional y norte de Sicilia hasta la costa del Mar del Norte, y desde Portugal y Bretaña hasta el Tisza y el Vístula. A veces se establecían en un lugar fijo, preferentemente en comarcas de riqueza natural o en las encrucijadas de caminos importantes. En ocasiones, lograban autoridad económica y política sobre comunidades sedentarias de diferentes culturas, formando grupos híbridos con éstas, e incluso guiándolas en ulteriores peregrinajes.
Los hombres del Campaniforme poseían dagas y puntas de flecha fabricadas en cobre. Probablemente eran jinetes, pues se han encontrado huesos de caballo en sus poblamientos, ello les daría una evidente superioridad militar; pero esto último es sólo una suposición.
Y así llegamos a los iberos.

5) LOS IBEROS


Dice Estrabón en su “Geografía” –escrita a comienzos de nuestra era- que “los turdetanos son los más cultos de los iberos, tienen un alfabeto y con él han escrito anales en prosa y en verso, así como leyes rimadas de una antigüedad de 6000 años, según cuentan”.
Los turdetanos habitaban en la mitad occidental de Andalucía. Y de allí son también los famosos héroes Gárgoris y Habis, por un lado, y el gigante Gerión por otro. De todos ellos nos habla Trogo Pompeyo, escritor galorromano de mediados del s.I a.C.; en su libro “Las Filípicas” podemos leer: “En la serranía de los tartesios, donde se dice que los titanes movieron guerra a los dioses, habitaban los curetes, cuyo antiquísimo rey, Gárgoris, fue el primero que inventó el uso de la miel. Avergonzado de la deshonra de su hija, que le había dado un nieto ilegítimo, procuró deshacerse de él buscándole diversos géneros de muerte…
Pero como es típico en estos eventos, el muchacho –llamado Habis-, consigue eludir todos los peligros. Posteriormente será amamantado por una cierva, lo que le conferirá una agilidad prodigiosa; y, por fin, heredará el trono. “Cuando subió a éste, fue tan gran rey que bien claro se vio que no en vano había velado por él en tantas ocasiones la protección divina. Dio leyes a su pueblo, antes bárbaro; le enseñó a uncir los bueyes al arado y a arrojar al surco la semilla de trigo, y le hizo abandonar el agreste alimento del que hasta entonces se había nutrido. Prohibió Habis a las gentes de su estirpe los menesteres serviles y repartió a la población entre siete ciudades. Muerto Habis, el reino quedó por muchos siglos en poder de sus descendientes

Esta leyenda utiliza el habitual esquema mitológico para explicar el paso de la vida paleolítica a la neolítica, que es el inicio de la vida urbana, la civilización y el progreso.
La otra gran leyenda tartésica es la del rey gigante Gerión, monstruo de tres torsos que habitaba en las marismas del Guadalquivir, allí pacían sus toros; Hércules intentó robárselos, pues era uno de los trabajos que le habían impuesto, Gerión se le enfrentó pero perdió la vida en el combate.
No es casual esta participación mitológica de personajes tartésicos; evidentemente este pueblo era el más importante entre los iberos (suponiendo que fuesen auténticos iberos, y suponiendo, incluso, que los iberos hayan sido alguna vez unidad cultural). A los tartésicos les seguían en importancia los iberos de la costa levantina, curiosamente abarcaban la zona donde se ubica el antiguo arte levantino. Eran mucho más ricos los tartesios (o tartésicos, o turdetanos), debido a su abundancia en minas, por lo que no es de extrañar que ya en el año 1000 los fenicios fundaran colonias en sus costas, como Gadir (Cádiz), que en semita significa “fuerte, castillo”. Tras la decadencia de Tiro debido a las luchas contra los asirios en el sigloVIII a.C., será Cartago quien tome el relevo comercial en el Mediterráneo Occidental. Y parece ser que fue Cartago la culpable de la desaparición del reino tartésico, conquistándolo hacia el año 500.
La lengua tartésica, aún guardando cierto parecido con el vasco y el ibero levantino, no era desde luego indoeuropea, ni semítica, ni vasca, ni etrusca, ni, por supuesto, ibérica.

Para Schulten, la Atlántida no sería sino la ciudad-Estado que capitalizaba el reino de Tartessos. En el “Timeo” y el “Kritias” nos habla Platón de viejas leyendas relatadas por sacerdotes egipcios, en ellos se afirma que en tiempos lejanos existían en el Atlántico, al Oeste de las columnas de Hércules, una gran isla, más extensa que África y Asia, llamada la Atlántida. Sus habitantes dominaban África hasta Egipto y Europa hasta la Toscana. En el extremo oriental de la isla reinaba Gádeiros, uno de los diez hijos de Poseidón, entre quienes el dios había repartido la Atlántida, y ése fue el motivo por el que se denominó a esa isla Gadiriké, esta ínsula no era sino la actual Cádiz (llamada Gádeira en griego).
La Atlántida era riquísima en metales y bosques, lo que concuerda con la descripción de Tartessos, y también coincide con la costumbre de sacrificar toros de modo ritual.

La región levantina de los iberos fue colonizada por los griegos, que influyeron grandemente en la cultura y economía de aquéllos.
De los iberos podemos decir que su idioma tenía cierta relación con el vasco, aunque esto tampoco es decir mucho. El hecho de que dos pueblos hablen idiomas que derivan de un tronco común no significa que compartan un mismo grupo cultural. En cualquier caso queda claro que esos primitivos pueblos “iberos” iban cambiando y evolucionando a medida que entraban en contacto con otros pueblos; así, la influencia griega en la zona de Valencia se manifestó en el arte, cuya más clara y soberbia expresión sería la “Dama de Elche”, representación de la Diosa Madre mediterránea.

Como ya dijimos, en principio se designaba iberos tan sólo a los pobladores del Levante español, luego se denominó así al resto de tribus afines de la Península. Pero en muchas ocasiones no distinguían bien entre iberos, celtas, celtíberos, y otras tribus singulares como vascones, turdetanos o lusitanos.
Sobre el origen de los tartesios hay varias teorías, una dice que procederían de las mismas migraciones de Asia Menor que llegaron a Europa en época inmemorial y que dieron origen también a la cultura etrusca y a la cretense.
Otra de más peso los asocia a los grandes movimientos de pueblos que afectaron a Europa y a Asia Menor a principios del s.XII a.C., denominados genéricamente “Pueblos del Mar” ; aunque más lógico sería achacar a este proceso el asentamiento de los iberos en España. Recordemos que estas invasiones no fueron simples algaradas como las que se venían produciendo desde el s.XIII, sino un importantísimo movimiento migratorio de familias, de carros tirados por cebúes tras la marcha de los guerreros, estos pueblos, de diversos orígenes, se aliaron entre sí, cruzaron el mar e irrumpieron en el norte de África y en Asia. Fueron los responsables de la ruina de las culturas de Micenas, Troya (en el año 1184 a.C., según Eratóstenes), Hatti e Imperio Hitita, Chipre, y un sinfín de ciudades Estado como Ugarit, Alalak, Eukomi, Katua, Niya o Karkemish.
Cuenta Ramsés III: “Los Pueblos del Mar se confabularon unos con otros, y así, de repente, todos los Estados desaparecieron y se disgregaron. Ningún país pudo resistir sus armas: Hatti, Kadi (Kizuwatna, Cilicia), Karkemish, Arzawa, Alasia (Chipre) habían sido segadas de una vez. Acamparon en Amurru (Líbano-Oeste de Siria), exterminaron a la población y el país quedó como si nunca hubiera existido…
Sólo este faraón pudo vencerlos en el 1175. En Palestina asentó a los “pulesata” o “peleset” o sea los “filisteos” de las crónicas bíblicas, y de ellos tomará el nombre la región. Y en este contexto de invasores, invadidos y desplazados debemos situar a los hebreos que en esta misma época comienzan a ocupar el solar palestino.
Otros pueblos se dispersarán por el Mediterráneo; ¿qué le correspondió a la Península Ibérica de esa compleja diáspora?
Para Schulten, y cogiendo por los pelos las etimologías de palabras como Tartessos=Tyrsa o Argantonios=arcnti, los tartésicos serían pobladores etruscos; pero estas analogías son mucho suponer.
Más lógico parece considerar a algunas tribus hispanas como Pueblos del Mar asentados en un proceso invasor hacia el Oeste, y no como gentes que huían tras la derrota frente a Ramsés III. El más claro exponente lo constituirían los “mastienos” del sureste peninsular, cuya capital, antecesora probable de Cartagena, era llamada “Mastia Tarseiou”. Los mastienos serían los “mashuash” de la costa Libia que se unieron a las correrías de los Pueblos del Mar. Estos aliados serían los shakalush (sículos), turus (tirrenos), aquayauas (aqueos) y luku (licios o licaonios, el “pueblo lobo”), entre otros. De ser cierto que los “mashuash” fueron los antecesores de los iberos se nos escapa el modo en que posteriormente se diferenciaron en los grandes grupos tribales que poblaban la Piel de Toro a la llegada de los primeros comerciantes del occidente mediterráneo: fenicios y griegos.

La historia de España cambia de modo radical a partir del s.IV a.C., época de hegemonía cartaginesa. Fue una época de esplendor para iberos y turdetanos; prácticamente todos los ajuares funerarios de esa época son de gran riqueza. Mas, para que veamos las influencias tan enormes que suele haber entre distintas culturas a poco que existan algunos contactos, citaremos la cámara funeraria hallada en La Toya (Peal de Becerro, Jaén), el muerto fue enterrado en un carro, como hacían los celtas. Evidentemente nos hallamos ante la tumba de un jefe importante, denominados strategoi o hegemones por los griegos, o sea, caudillos, jefes militares.
Los cartagineses, bajo el mando de los Bárquidas, fundaron en territorio ibero dos importantes ciudades: Akra Leuké (la Lucentum romana y actual Alicante) y Kart Hadachat (Cartago Nova para los romanos, o sea, Cartagena).
Cuando Amílcar vino a Hispania en el 237 a.C. resuelto a conseguir los recursos necesarios para hacer frente a Roma –o sea, hacer acopio de plata y de soldados- se le opondrán los tartesios y los iberos de Andalucía (que Diodoro de Sicilia diferencia como pueblos distintos). Curiosamente serán capitaneados por dos jefes celtas, Istolacio e Indortes, hermanos por más señas. Un poco extraño queda esto de unos notables celtas acaudillando las rebeliones iberas y tartésicas, pero bien es verdad que los celtas ya hacía tiempo que estaban asentados en Beturia y en la Serranía de Ronda.
Amílcar salió victorioso y capturó a Indortes, el cual fue cegado, torturado y crucificado. Gran invento la crucifixión.
De todos modos, la conquista de Hispania no fue un camino de rosas para los Bárquidas; el propio Amílcar murió huyendo del ataque de los orisos. Esto fue porque el general cartaginés no conseguía asaltar la ciudad de Heliké (Elche) y hubo de levantar el sitio para invernar en Akrá Leuké (Alicante), entonces sufrió el ataque de los orisos, y en su apresurada huída cayó del caballo mientras cruzaba un río y se ahogó.
También los Escipiones perdieron la vida frente a los hispanos; uno cayó en Cástulo (Linares) y el otro en Iliturgi (cerca de Mengíbar, Jaen). La derrota en el 211 a.C. de Cneo y de Publio Escipión supuso que Asdrúbal (y sus generales Magón y Giscón) recuperasen de nuevo casi toda Hispania. Pero Asdrúbal cometió muchos errores. Ante la petición de ayuda de su hermano Aníbal, resuelve exigir a sus aliados hispanos unas sumas desorbitadas de dinero, y para evitar traiciones tomó como rehenes a las familias de los jefes. Huelga decir que todo ello provocó el desafecto hispánico, por eso, cuando llegó Publio Cornelio Escisión, se ganó fácilmente a los indígenas. Máxime cuando lo primero que hizo fue liberar a todos los rehenes hispanos en poder de los cartagineses.
Su primer aliado será Edecán, rey de los edetanos (sitos en la actual Valencia), después se le unen los ilergetas Indíbil y Mandonio, de quienes dice Tito Livio: “haud dubie omnies Hispaniae principes” (sin duda reyes de toda Hispania).

En esta época hay que decir que en la mayoría del territorio peninsular se hablaban lenguas célticas –y muy antiguas-, si bien con una gran mezcolanza de elementos lingüísticos preindoeuropeos. Hasta tal punto que, estas lenguas celtíberas, utilizaban alfabetos iberos.

Uno de los pueblos que más oposición ofreció a los romanos fue el de los lusitanos, que podrían estar emparentados con los ligures, la famosa tribu centroeuropea distinta de los celtas –según Estrabón- pero indoeuropea. Su lengua, aun siendo indoeuropea, evolucionó aisladamente en Hispania, aunque recibió influencias celtas, porque los lusitanos se fundieron con los callaecus o galaicos, que habitaban la actual Galicia.
Los lusitanos, al igual que los vikingos, vivían en gran medida de la rapiña y el saqueo. Formaban poderosos ejércitos bien pertrechados, compuestos por miles de hombres, y en sus correrías llegaron hasta Marruecos. Eran una pesadilla para el resto de tribus hispanas.
Asesinado Viriato en el 138, el cónsul Décimo Junio Bruto pacificó toda Lusitania y la Gallaecia (Galicia). Comprendiendo que el problema del bandolerismo lusitano era la falta de tierras, asentó a los hombres de Viriato en la zona de la actual Valencia.

Antes de seguir, quisiera remarcar las curiosas homofonías de las tribus peninsulares, que nos hace pensar que la vieja piel de toro no era otra cosa que un totum revolutum de pueblos y culturas, todos al final bastante homogeneizados en idioma, costumbres y cultura, debido a la cercanía, los intercambios económicos y culturales, las guerras tribales y los matrimonios mixtos. Así, por ejemplo, en la Beturia (zona que se extendía entre el Guadalquivir y el Guadiana), donde habitaban celtas y túrdulos, existía una ciudad llamada Eiskadia (la actual Écija), ¿tenía algo que ver con los vascones? Entre el Jalón y el Jiloca vivían tres tribus celtíberas: belos, titios y lusones, ¿eran estos últimos del grupo luso o lusitano? Vacceos y Vascones ¿estaban relacionados? Otro dato curioso, los segedanos de Calatayud, al ser declarados enemigos de Roma, huyen a Numancia, donde al unísono con los celtíberos del centro peninsular se levantan en armas contra la República. Es elegido caudillo de la sublevación el jefe de los segedanos: Caro, que curiosamente es un apellido muy habitual en la zona de Calatayud.
En Andalucía y en Aragón existían poblaciones con igual nombre: Salduba e Iliturgis. En Aragón son las actuales Zaragoza y Cariñena; en Andalucía estas ciudades pertenecían a la tribu de los túrdulos, pueblo situado al norte de los turdetanos o tartésicos, aunque algunos autores antiguos no los diferencian.
Estrabón nos cuenta que en las cercanías de los ártabros (nótese la homofonía con “cántabros”), en la actual provincia de La Coruña, “se hallan también los célticos parientes de los del Guadiana. Se dice que éstos y los túrdulos emprendieron juntos una expedición armada y que pasado el río Limia se enzarzaron en luchas unos con otros. Después de la reyerta y de la muerte de su jefe, se dispersaron por allí y permanecieron en el país; a ello se debe que al río se le llame también Lethes" (o sea, Leteo, el mitológico río del olvido). La leyenda arraigó con tal fuerza que los soldados de Décimo Junio Bruto se negaron en el 137 a.C. a atravesarlo, pues estaban convencidos que perderían por completo la memoria. Y tuvo que pasarlo Junio Bruto para, desde la otra orilla, ir llamando a todos los legionarios por sus respectivos nombres y demostrarles de ese modo que no había nada que temer.
Este enfrentamiento entre celtas y túrdulos nos viene a demostrar que eran constantes las luchas entre las distintas tribus del hispánico solar.

Debemos imaginar la situación de la Hispania ibera como la de la Grecia antigua, con una cultura común, pero subdivididos en naciones y con una querencia especial por las ciudades amuralladas, una especie de “polis” que venían a ser las capitales de las respectivas zonas con un alto grado de independencia, por eso el término “ibero” fue usado por los antiguos griegos, cartagineses y romanos de modo tan elástico, pues lo mismo servía para denominar a todos los pobladores de Hispania –o sea, la Iberia griega- que a las tribus no célticas de la Península, o solamente a los helenizados pobladores de la costa levantina. Así, dice Polibio (III, 3, 9) “Las tropas que pasaron a África las proporcionaron los tersitas (tartesios), mastianos, oretanos, iberos y olcades, en número total de todos estos pueblos de mil doscientos jinetes y trece mil ochocientos cincuenta infantes, además de ciento setenta [honderos] baleáricos”; dejando claro que para el historiador greco-romano sólo eran iberos los habitantes hispanos de la costa mediterránea.
Así pues, la cultura ibérica no es un todo, sino un conglomerado de culturas y tribus bien diferenciadas.
La época de mayor esplendor de la cultura ibérica corresponde a los siglos V, IV y III a.C., y es conocida también como la Primera Época Ibérica. Es este periodo se construyeron las grandes ciudades, se realizaron las más hermosas esculturas y se alcanzó un alto nivel de desarrollo económico y social. Y de repente, a finales del s.V o principios del IV tiene lugar la destrucción violenta de las grandes esculturas de las necrópolis, y ya no fueron reemplazadas. Desconocemos las causas, ¿hubo una violenta revuelta social? ¿Acaso un ataque cartaginés?


6) LOS CELTAS

Pero no solamente había iberos en Hispania, también se habían asentado tribus celtas desde tiempo inmemorial. Llegaron a ser tan importantes en Sevilla y Córdoba que el gran río tartésico perdió su nombre por el de Bateéis, y dieron nombre a la Baetica y a la Baeturia (como muchos de sus parientes celtas: Baetulos; Badalona; Baeza, o los Baetassi de Bélgica). Nos cuenta Plinio el Viejo:

La región que se extiende del Guadalquivir al Guadiana, más allá de los lugares mencionados antes, es la llamada Beturia, y está dividida en dos partes y en otros tantos pueblos: los célticos, que limitan con la Lusitania, y son de la jurisdicción de Sevilla, y los túrdulos, que viven en la frontera de la Lusitania y la Tarraconense, pero pertenecen a la jurisdicción de Córdoba. El que los célticos sean una rama de los celtíberos de Lusitania lo ponen de manifiesto su religión, su idioma y los nombres de sus ciudades, las cuales en la Beturia se distinguen por sus sobrenombres...”.

Por tanto, la Beturia ocupaba, por un lado, las provincias de Huelva, Sevilla y Badajoz, y por otro las sierras delimitadas entre Jerez y Ronda.
Es curioso que los celtas andaluces y algunos de sus parientes de Galicia fueron las únicas ramas de la nación celta que no se llamaron eduos, senones, arvernos, etc., como sus parientes de la Galia, ni belos, titos, arévacos, berones, etc., como los de la Meseta, sino “celtici” sin más; por eso la población sevillana de Peñaflor se llamaba "Celti". Por lo demás lo desconocemos todo sobre estos “celtici” de Beturia.

El origen de los celtas en España también es confuso. A partir del año 800 van entrando por el norte oleadas de grupos célticos, que irán ocupando el norte, centro y oeste peninsular; se los encuadra dentro de la cultura Hallstat, que fue la que introdujo el hierro en Europa. En la mayoría de los casos habrá una fusión entre celtas e iberos, se les conocerá como celtíberos. Por supuesto, habida cuenta que no existía la menor homogeneidad entre las distintas tribus celtas que iban llegando, que tampoco la había entre los genéricamente denominados “pueblos iberos”, y que el grado de fusión entre invasores e invadidos fue variable y complejo, podemos imaginar la heterogeneidad de las tribus celtíberas resultantes.
En Europa los celtas logran su máximo apogeo hacia el año 500, desarrollando unas estructuras sociales jerarquizadas de mayor complejidad y aumentado su expansión; a esta segunda etapa se la conoce como cultura de La Tène. Ocuparon prácticamente toda Europa, incluida Hispania.
Pero ellos no se llamaban “keltoi” a sí mismos (que es una denominación griega), ni se sentían pertenecientes a una gran nación. Ni, en realidad, había homogeneidad alguna entre todos ellos. Las diferencias entre galos, belgas, britanos, lusitanos, celtíberos... eran abismales, por supuesto no existía una unidad racial, y los parecidos culturales y lingüísticos eran muy relativos.
La introducción de elementos indoeuropeos en la Península no hay que entenderla como el resultado de una sola invasión. Lo que llamamos “invasiones indoeuropeas” debe entenderse como el paso continuo en diversas oleadas de grupos guerreros con sus familias en busca de tierras de labranza o de pastoreo. Los de economía pastoril eran trashumantes, los que preferían la agricultura buscaron los valles y se hicieron sedentarios, fortificando sus aldeas.
El hecho de que estas migraciones sean un proceso más o menos continuo explica la aparición de rasgos culturales de cronologías muy diversas, que van desde el Bronce Final o Primera Edad del Hierro (Hallstat “A” y “B”) hasta la época en que ya está generalizado el uso del hierro (Hallstat “C”).
Desconocemos el momento en que se inician las primeras migraciones, pero la datación más antigua por medio del Carbono 14 –correspondiente a Castro de Henayo (Álava) se corresponde con el s.IX a.C.; habida cuenta que en Francia se han obtenido dataciones del s.XI a.C., no es descabellado fijar las primeras entradas de grupos célticos en Hispania en torno al año 1000 a.C.
Y no sólo será tempranamente ocupado el solar alavés, pronto pasan a Navarra: El Redal, Fitero o Cortes de Navarra guardan restos de asentamientos célticos. En cualquier caso hemos de insistir en que los grupos indoeuropeos que iban llegando eran de una gran heterogeneidad.
Y mientras tiene lugar la invasión celta, se van produciendo los contactos comerciales de la Hispania mediterránea con fenicios y griegos, en particular desde el s.VIII hasta el V a.C., todo lo cual, como ya hemos visto, eclosionará en el Levante y Sur español en la llamada “Cultura Ibérica”; esta zona contrasta con el resto de la Península, más indoeuropeizada, y cuya nota característica es la inseguridad, con luchas constantes e invasiones y depredaciones de unas tribus sobre otras.


TOROS DE GUISANDO (foto del autor)


Por último señalar que una muestra del arte céltico serían los conocidos “Toros de Guisando” y las fíbulas hipomorfas.